Los vientos del oeste que cruzaban el estrecho de Victoria levantaban olas que pasaban por encima de los esporádicos trozos de hielo flotante. En su avance por las aguas oscuras, el reluciente buque color turquesa de la NUMA parecía un faro en un mundo sin color. Con las islas Royal Geographical Society visibles a proa, el barco navegaba a marcha lenta hacia el sur por la primera de las cuadrículas de búsqueda de Pitt.
—Al parecer hay un barco que rodea la costa noroeste —informó el timonel, con la mirada puesta en la pantalla del radar.
El capitán Stenseth cogió los prismáticos y observó un par de puntos en el horizonte.
—Probablemente es un carguero asiático que viaja por el Paso con una escolta —dijo. Miró a Pitt, que estaba sentado a la mesa de mapas, ocupado en el estudio de una fotocopia de las naves de Franklin—. Nos estamos acercando al final de la línea. ¿Alguna idea de cuándo emergerá tu torpedo?
Pitt consultó la esfera naranja de su reloj de inmersión Doxa.
—Tendría que emerger durante la próxima media hora.
Habían pasado veinte minutos cuando uno de los tripulantes vio el torpedo amarillo flotando en la superficie. Stenseth mandó colocar el barco a su lado y se apresuraron a izar el VAS a bordo. Giordino le quitó el disco duro y lo llevó a una pequeña sala de proyección, donde había un ordenador y una pantalla.
—¿Vas a ver las películas? —preguntó Stenseth a Pitt cuando este se levantó y se desperezó.
—La primera de dos largas sesiones dobles. ¿Tienes localizados los transpondedores?
—Ahora iremos a recogerlos. Se han apartado mucho debido a la fuerte corriente que va hacia el sur. Tendremos que darnos prisa si no queremos que acaben destrozados en las rocas.
—Avisaré a Dahlgren para que se prepare —dijo Pitt—. Luego iremos a buscar el número dos.
Pitt bajó a la sala de proyección. En la penumbra vio a Giordino, que ya tenía en la pantalla la información recogida por el sonar. Las imágenes doradas sobre un fondo casi plano y rocoso pasaban poco a poco.
—Una imagen muy nítida —comentó Pitt. Se sentó junto a Giordino.
—Aumentamos la frecuencia a la máxima resolución —explicó Giordino. Ofreció a Pitt un cuenco con palomitas hechas en el microondas—. De todas maneras, no es Casablanca.
—No pasa nada. Siempre y cuando encontremos algo que valga la pena tocar de nuevo, Sam.
Los dos hombres se acomodaron en las sillas y miraron en la pantalla, donde continuaba pasando un interminable fondo marino.