CAPÍTULO 46

Dirk salió a la superficie a unos veinte metros de la gasolina ardiendo y nadó en dirección al barco; de vez en cuando levantaba un brazo y golpeaba el agua —era la señal de socorro de los submarinistas—. Observaba atento la nube de dióxido de carbono, que aún se mantenía a unos cincuenta o sesenta metros detrás del tronco incendiado. Escuchó gritos que procedían de la playa y al mirar en aquella dirección vio que Summer se desgañitaba mientras agitaba los brazos hacia la nave para que se detuviese.

Cuando miró de nuevo hacia el enorme barco comprobó que continuaba navegando hacia él. Se preguntó si había alguien despierto en el puente y si habían llegado a ver su exhibición pirotécnica. Consciente del riesgo que corría si continuaba en la misma posición, nadó unas cuantas brazadas hacia la costa. Después escuchó el aullido distante de una alarma y vio una súbita turbulencia a popa de la nave. Era la prueba de que habían visto la señal y de que el capitán había ordenado dar marcha atrás. Sin embargo, se preguntó si no sería demasiado tarde.

El Dauphine continuó su marcha hacia la nube tóxica sin dar ninguna muestra de que reducía la velocidad. Dirk nadó con más fuerza para evitar que la proa se le echara encima. En cuestión de segundos se encontró en la sombra de la nave; la proa cortó el agua a solo unos metros de distancia. Ya había perdido la esperanza de que el barco se detuviera cuando de pronto vio que se sacudía y temblaba. La proa llegó hasta la línea de fuego y se detuvo.

Con una desesperante lentitud, el Dauphine comenzó a retroceder por el estrecho hasta alejarse unos cien metros al norte; luego se detuvo.

Arriaron una pequeña neumática naranja que se acercó a gran velocidad al submarinista. Cuando llegó a su lado, dos tripulantes se inclinaron por encima de la borda y lo sacaron del agua sin ningún miramiento. Un hombre de expresión grave sentado a popa lo miró furioso.

—¿Está usted loco? ¿Pertenece a Greenpeace? —preguntó con acento francés.

Dirk señaló la nube de vapor blanco al sur de ellos.

—Pase por allí y será hombre muerto. Si no hace caso de mi advertencia el loco será usted.

Hizo una pausa y miró al tripulante a los ojos. De pronto, poco seguro de sí mismo, el francés permaneció en silencio.

—Tengo a un hombre herido en la playa que necesita atención médica inmediata —añadió Dirk y señaló hacia la choza.

Sin decir otra palabra, fueron a toda velocidad hacia la costa. Dirk saltó de la neumática y corrió hacia la choza, donde ahora hacía mucho calor gracias a la estufa. Summer estaba sentada en el camastro con un brazo alrededor de Trevor y le hablaba. Los ojos habían recuperado algo de brillo, pero no dejaba de decir incoherencias. Los marineros ayudaron a llevarlo hasta la embarcación y emprendieron el regreso al Dauphine.

Cuando Trevor fue subido a bordo, Summer lo acompañó hasta la enfermería mientras Dirk era conducido al puente. El capitán, un hombre bajo con una incipiente calvicie, miró a Dirk de pies a cabeza con desprecio.

—¿Quién es usted y por qué ha encendido una hoguera en nuestra trayectoria? —preguntó, airado.

—Me llamo Pitt y pertenezco a la National Underwater and Marine Agency. Si mantiene ese rumbo matará a todos los que están a bordo. La niebla blanca que tiene delante es una nube mortal de dióxido de carbono que está descargando un buque cisterna. Tuvimos que abandonar nuestra lancha y nadar hasta la costa. Mi hermana y el hombre que está en la enfermería salvaron la vida por los pelos.

El primer oficial, que escuchaba con atención, sacudió la cabeza con expresión burlona.

—Qué relato más absurdo —comentó a uno de los tripulantes lo bastante fuerte para que Dirk lo escuchase.

Dirk no le hizo caso y continuó enfrentándose con el capitán.

—Lo que le estoy diciendo es la pura verdad. Si quiere correr el riesgo de matar a los miles de pasajeros que lleva a bordo, entonces adelante. Pero tenga la bondad de desembarcarnos antes.

El capitán observó el rostro de Dirk buscando alguna señal de locura, pero solo se encontró una fría reserva. El operador de radar rompió la tensión.

—Señor, hay una embarcación inmóvil en la niebla, al parecer a media milla a proa, por la banda de estribor.

El capitán recibió la información sin comentarios, y miró de nuevo a Dirk.

—De acuerdo, cambiaremos de rumbo e interrumpiremos la navegación por el estrecho. Por cierto, la guardia costera viene de camino. Si está en un error, señor Pitt, se las verá con la justicia.

Un minuto más tarde, se escuchó el batir de las palas de un helicóptero y, por la ventana de babor, vieron un aparato naranja y blanco de los guardacostas de Estados Unidos procedente de la base de Prince Rupert.

—Capitán, por favor, comunique al piloto que evite volar por encima de la nube blanca. Quizá también sería útil que hiciera una pasada por la costa noroeste de la isla Gil —pidió Dirk.

El capitán aceptó y comunicó al piloto la petición. El helicóptero desapareció durante veinte minutos; a su regreso se comunicó con el puente.

Dauphine, hemos confirmado la presencia de un barco cisterna en una terminal flotante en la costa norte de la isla Gil. Al parecer es cierto que está descargando gas ilegalmente. Estamos enviando avisos de emergencia a través de la guardia costera canadiense y la Real Policía Montada. Le recomendamos que cambie el rumbo y siga por el canal oeste de la isla Gil.

El capitán le dio las gracias al piloto y ordenó tomar una ruta alternativa alrededor de la isla. Unos minutos más tarde, se acercó a Dirk.

—Por lo visto ha salvado usted a mi barco de una dramática tragedia, señor Pitt. Me disculpo por nuestro escepticismo y le doy las gracias por el aviso. Si hay algo que pueda hacer para devolverle el favor, solo tiene que decírmelo.

Dirk pensó unos instantes.

—Bien, capitán, en algún momento me gustaría recuperar mi embarcación.

Dirk y Summer tuvieron que permanecer a bordo hasta que el Dauphine atracó en Vancouver a última hora del día siguiente. Para cuando llegaron a puerto, Trevor ya se había levantado, pero de todas maneras lo trasladaron a un hospital para pasar la noche en observación. Dirk y Summer fueron a visitarlo antes de tomar el tren a Seattle.

—¿Has acabado ya de descongelarte? —preguntó Summer, al ver a Trevor debajo de una montaña de mantas.

—Sí, pero ahora intentan asarme vivo —respondió Trevor, feliz al verla de nuevo—. La próxima vez, el traje de neopreno será para mí.

—Hecho —respondió la joven con una carcajada.

—¿Han pillado al barco cisterna? —preguntó Trevor.

—El Dauphine vio que ponía rumbo a mar abierto cuando virábamos alrededor de la isla Gil. Es obvio que decidieron emprender la fuga en cuanto apareció el helicóptero. Por fortuna, el helicóptero de la guardia costera tenía la cámara de vídeo en marcha, así que hay imágenes que demuestran su presencia en la terminal flotante.

—Estoy seguro de que podrán rastrear el barco hasta alguna de las empresas de Goyette —añadió Dirk—. Aunque ya encontrará la manera de librarse de toda culpa.

—Eso fue lo que mató a mi hermano —afirmó Trevor con voz solemne—. Y casi nos mata a nosotros también.

—¿Summer te ha dicho que ha descifrado el mensaje que dejó tu hermano en el Ventura? —preguntó Dirk.

—No. —Trevor se sentó en la cama y miró a Summer.

—Lo he estado pensando desde que encontramos el Ventura —dijo la joven—. Se me ocurrió anoche en el barco. El mensaje no era que se habían asfixiado con los gases del escape, sino que los había matado gas grisú.

—No conozco ese término —dijo Trevor.

—Proviene de los viejos tiempos de la minería, cuando los mineros llevaban con ellos canarios para que los avisaran de la presencia del gas. Yo no supe qué era hasta que estuve investigando en una vieja mina inundada en Ohio donde podía haber objetos precolombinos. Tu hermano era médico, así que sin duda lo sabía. Creo que intentó escribir el mensaje para advertir a los navegantes.

—¿Se lo has dicho a alguien más? —preguntó Trevor.

—No —respondió Summer—. Supuse que a tu regreso querrías tener otra conversación con el jefe de policía en Kitimat.

Trevor asintió con una expresión distante en los ojos.

—Tenemos que coger el tren —dijo Dirk, después de consultar el reloj—. La próxima vez haremos inmersiones en agua caliente —le prometió a Trevor, y le estrechó la mano.

Summer besó a Trevor con pasión.

—Recuerda, Seattle está a solo ciento sesenta kilómetros.

—Sí. —Trevor sonrió—. Quién sabe cuánto habré de quedarme en Vancouver hasta que me den una nueva embarcación.

—Lo más probable es que esté al timón de la suya mucho antes de que nosotros volvamos a ver la nuestra —se lamentó Dirk cuando salían del hospital.

Resultó que estaba en un error. Dos días después de su regreso a la oficina regional de la NUMA en Seattle, llegó un camión con la lancha que habían dejado en la isla Gil. Tenía el tanque de combustible lleno y en el asiento del piloto había una cara botella de borgoña francés.