CAPÍTULO 45

El Dauphine, con bandera francesa, había zarpado de Vancouver para realizar un crucero de una semana por la costa de Alaska. La aparición de un súbito brote de gastroenteritis, que había afectado a casi trescientos pasajeros, había obligado al capitán a acortar el viaje y poner rumbo de regreso al puerto de origen ante la posibilidad de que muchos de ellos necesitasen ser hospitalizados.

Con una eslora de trescientos metros, el Dauphine era uno de los más nuevos y mayores barcos de pasajeros que recorrían el Paso del Interior. Con tres piscinas climatizadas, ocho restaurantes y una enorme sala de observación por encima del puente, llevaba a dos mil cien pasajeros con el máximo lujo y comodidades.

En la costa de la isla Gil, Dirk y Summer miraban el resplandeciente barco blanco, pero solo veían una nave de muerte. El mortal dióxido de carbono continuaba saliendo por las siete tuberías; la nube aumentaba en más de ochocientos metros en cada dirección. Una ligera brisa del oeste mantenía a la nube apartada de la isla pero la empujaba a través del estrecho. La nave tardaría unos cinco minutos en pasar a través de aquel humo, tiempo más que suficiente para que el dióxido de carbono entrase en los conductos y los sistemas de aire acondicionado de todo el barco. El gas acabaría con la vida de todos los pasajeros y tripulantes en cuestión de minutos.

—Debe de haber miles de personas a bordo —dijo Summer—. Tenemos que avisarles.

—Tal vez haya una radio en la choza —señaló Dirk.

Corrieron al interior de la cabaña. No hicieron caso de los murmullos de Trevor mientras buscaban por todos los rincones, pero para su desesperación acabaron con las manos vacías. Dirk salió al exterior y miró hacia la nube blanca intentando ver la lancha. Continuaba atrapada dentro de la nube.

—¿Cuánto aire queda en tu botella? —se apresuró a preguntar a Summer—. Podría intentar ir hasta la lancha y llamarlos por radio, pero mi botella está vacía.

—No puede ser —respondió Summer—. Mi botella también está casi vacía, porque tuvimos que compartirla. No llegarías vivo a la lancha. No permitiré que vayas.

Dirk aceptó la súplica de su hermana, consciente de que sería un intento fatal. Miró a un lado y a otro buscando algo que les sirviese para alertar a la nave, y entonces reparó en el bidón junto a la choza. Corrió hasta el recipiente cubierto de suciedad, apoyó las manos en el borde superior y empujó hasta conseguir vencer la resistencia. Se escuchó un leve chapoteo, una clara señal de que estaba casi lleno. Desenroscó la tapa, metió un dedo y olió el líquido.

—Gasolina —dijo a Summer cuando se acercó a él—. Una reserva para que los pescadores reposten.

—Podemos encender una hoguera —propuso Summer, entusiasmada.

—Sí —asintió Dirk—, o quizá algo un poco más llamativo.

El capitán del Dauphine se encontraba en el puente leyendo el parte meteorológico cuando lo llamó el primer oficial.

—Capitán, al parecer hay algún obstáculo en el agua, justo a proa.

El capitán acabó de leer el parte, y, sin prisas, se acercó a su segundo, que miraba por los prismáticos. Debido a la presencia de ballenas, delfines y también troncos caídos de los barcos madereros, siempre había obstáculos en el Paso. Sin embargo, no era motivo de preocupación para la gran nave, que pasaba por encima de todo ello como si fueran mondadientes.

—Media milla más adelante, señor —dijo el primer oficial, y le pasó los prismáticos.

El capitán se los llevó a los ojos y vio la nube blanca en su trayectoria.

Justo delante de la niebla había un objeto casi sumergido con una joroba negra y otra más pequeña de color azul al costado. Ajustó el enfoque para observar el obstáculo con mayor nitidez.

—Hay un hombre en el agua —anunció al cabo de un minuto—. Al parecer es un buceador. Timonel, reduzca la velocidad a cinco nudos y prepárese para un cambio de rumbo.

Devolvió los prismáticos a su subordinado y se acercó al monitor, donde aparecía la posición de la nave sobre una carta náutica del Paso. Leyó las profundidades del agua y comprobó satisfecho que disponía de profundidad suficiente por el lado este del estrecho. Se disponía a dar la orden al timonel para que tomase un rumbo con el que evitarían al buceador cuando el primer oficial lo llamó de nuevo.

—Señor, será mejor que vea esto. Hay alguien en la costa que parece estar haciéndonos señales.

El capitán cogió los prismáticos por segunda vez y miró a proa. El barco había avanzado lo suficiente para ver a Dirk con su traje de neopreno azul junto a un tronco con forma de Y. Encajado entre los dos brazos llevaba un bidón de doscientos litros. Vio que Dirk señalaba hacia la costa, se apartaba del tronco y se sumergía. Apuntó los prismáticos hacia la costa y vio a Summer metida en el agua hasta el pecho. Sostenía una tea por encima de la cabeza. Se quedó boquiabierto al ver que lanzaba la tea hacia el tronco en el que estaba el bidón. En cuanto la tea tocó el agua, aparecieron llamas en la superficie. El reguero de fuego serpenteó poco a poco hasta envolver el tronco, que se encendió con furia de un extremo al otro. Solo pasaron unos segundos antes de que los vapores de gasolina del interior del bidón detonasen: la explosión resultante lanzó el bidón como un obús a través del estrecho. El capitán miró incrédulo el fuego, pero reaccionó en una fracción de segundo.

—¡Atrás a toda máquina! ¡Atrás a toda máquina! —ordenó—. Que alguien me ponga en contacto con la guardia costera.