Con un vigoroso movimiento de las piernas, Dirk nadó a toda prisa a lo largo de la tubería principal. Aunque la visibilidad era casi nula, notaba una turbulencia cercana en el agua y el instinto lo avisó de que había algo peligroso en aquellas emisiones. La imagen del Ventura y su tripulación muerta pasó por su mente. Al pensar en Summer y Trevor, que se encontraban en la superficie, nadó aún más rápido, sin hacer caso de la creciente protesta de sus pulmones.
Llegó al colector y de inmediato dobló a la izquierda, para seguir el recorrido de la primera tubería que lo había llevado hasta allí. Escuchaba con toda claridad la turbulencia de las burbujas provocadas por una descarga a alta presión. Continuó avanzando a lo largo de la tubería, hasta que por fin vio delante de él la cadena del ancla. Sin perder ni un segundo fue hacia la superficie, en un ángulo que lo llevó hasta la proa de la lancha.
Asomó a la superficie y en el acto tuvo la sensación de encontrarse en medio de la niebla londinense. Un espeso manto blanco se extendía sobre el agua. Con la cabeza gacha, nadó a lo largo del casco hasta la popa, donde estaba la escalerilla que Summer había colocado en la borda. Apoyó los pies en el primer travesaño y se levantó lo justo para espiar por encima del espejo. Las nubes de vapor blancas flotaban sobre la cubierta y casi oscurecían totalmente la timonera, que estaba a unos pocos metros de distancia.
Dirk se sacó el regulador de la boca el tiempo necesario para gritar el nombre de Summer. De inmediato, notó un sabor acre y se apresuró a ponerse de nuevo el regulador, para respirar el aire de la botella. Permaneció atento durante unos segundos antes de apartarse de la escalerilla y sumergirse de nuevo con un nudo en la garganta.
No había recibido ninguna respuesta porque la embarcación estaba desierta.
Doscientos metros al oeste y tres metros debajo del agua, Trevor creía que estaba a punto de morir. Le parecía increíble lo rápido que el agua gélida había acabado con sus fuerzas y casi con su voluntad de vivir. De no haber sido porque los brillantes ojos grises de Summer le imploraban que aguantase, quizá ya se habría rendido.
Mientras le ponía el regulador en la boca para que respirase, tuvo que admitir que eran unos ojos muy bellos. Aquellos ojos casi le daban calor. Respiró a fondo y le devolvió el regulador, consciente de que su mente comenzaba a extraviarse. Intentó concentrarse en sus piernas cansadas y las movió con más fuerza, recordándose que debía llegar a la orilla.
Había sido una decisión instantánea, y la única que podía salvarles la vida. Con la nube de dióxido de carbono rodeándolos por completo, la única vía de escape era el agua. Summer había pensado en soltar el ancla e intentar huir a través de la nube, pero si había cualquier problema al poner en marcha el motor habrían muerto. Además, estaba en peligro la vida de Dirk. Si salía a la superficie debajo de la popa cuando se ponían en marcha, la hélice lo cortaría a tiras. Aunque las probabilidades de que salvase la vida eran pocas, siempre quedaba la esperanza de que pudiese alejarse de la nube de gas con el aire que le quedaba en la botella.
—Tenemos que lanzarnos al agua —gritó a Trevor en cuanto asomaron las primeras nubes, y fue hacia el equipo de buceo que estaba preparado junto a la borda—. Ponte el traje. Yo recogeré la botella.
Menos de un minuto antes de que la lancha quedase cubierta por la niebla, Summer se puso el traje y cogió la máscara mientras Trevor se apresuraba a sujetarle la botella. Acabó de pasar los brazos por las correas del chaleco de flotabilidad casi en el mismo instante en el que el dióxido de carbono cubría toda la embarcación. Se lanzaron por encima de la borda y, con un sonoro chapuzón, se sumergieron por debajo de la nube letal.
Sin ninguna protección contra el frío, Trevor notó como una descarga eléctrica al entrar en contacto con el agua. Solo la descarga de adrenalina impidió que se quedase paralizado. Abrazados cara a cara, se impulsaron con las piernas y se fueron pasando el regulador para compartir el aire. Por fin consiguieron establecer un ritmo y empezaron a avanzar a toda prisa hacia la isla.
Sin embargo, el frío comenzó muy pronto a hacer sentir sus efectos a Trevor. Al principio fueron imperceptibles, pero luego Summer vio que ya no pateaba con la misma rapidez. Los labios y las orejas mostraban un tono azulado, y comprendió que se acercaba a la hipotermia. Movió las piernas con más rapidez, dispuesta a no perder el impulso. Se esforzó durante otros treinta metros, al tiempo que notaba que él se convertía en un peso muerto. Miró hacia abajo con la ilusión de ver el fondo; pero lo que vio fueron solo unos pocos metros de agua turbia. No tenía ni idea de lo lejos que se encontraban de la isla o si habían estado nadando en círculos. Había llegado el momento de arriesgarse a salir a la superficie.
Respiró hondo antes de poner de nuevo la boquilla en la boca de Trevor y lo arrastró hacia arriba con un vigoroso movimiento de piernas. Al salir a la superficie en calma, se apresuró a mover la cabeza en todas las direcciones, para orientarse. Su peor temor había resultado infundado. Habían escapado, al menos de momento, de las espesas nubes de dióxido de carbono, que aún subían hacia el cielo un poco más allá. En la dirección opuesta, las verdes colinas de la isla Gil aparecían a menos de cuatrocientos metros. Aunque no habían nadado en línea recta, el rumbo había sido lo bastante certero como para acercarlos a la orilla.
Summer respiró unas cuantas veces sin ninguna consecuencia antes de pasar una mano por debajo del brazo de Trevor y pulsar el botón que hinchaba el chaleco de flotabilidad. La prenda levantó el torso de Trevor fuera del agua. Lo miró a la cara y recibió un guiño a modo de respuesta, aunque la mirada de sus ojos opacos era un tanto perdida. Cogió las correas del chaleco y remolcó a su compañero hacia la costa. Trevor, por su parte, intentaba ayudarla moviendo las piernas todo lo que le permitían sus mermadas fuerzas.
La fatiga hacía que a Summer, suficientemente abrumada por tener que llevar a Trevor a tierra firme, le pareciese que la isla continuaba a la misma distancia mientras el cansancio la dominaba poco a poco. Intentó no mirar la costa y concentrarse en el movimiento de las piernas, pero eso solo le hizo darse cuenta de que le pesaban como plomo. Se esforzaba por mantener el ritmo cuando de pronto le arrebataron de las manos el chaleco de Trevor y su cuerpo la adelantó. Sorprendida por el súbito avance lo soltó, pero su desconcierto aumentó al ver que sus miembros seguían inertes. Al cabo de un segundo apareció una cabeza junto al pecho de Trevor.
Dirk se volvió para mirar a Summer y escupió el regulador.
—Debe de estar helado. ¿Ha respirado el gas? —preguntó.
—No, solo es el frío. Tenemos que llevarlo a la orilla. ¿Cómo nos has encontrado?
—Vi que faltaba una botella de aire en la lancha y deduje que ibas hacia la costa. He salido a la superficie un poco más al sur y te he visto.
Sin decir nada más, fueron hacia la isla lo más rápido que pudieron. La aparición de Dirk le había devuelto los ánimos y la muchacha comenzó a nadar con renovado vigor. Juntos avanzaron a buen ritmo arrastrando a Trevor y muy pronto lo sacaron a una pequeña playa de piedras. Trevor, pese a temblar como un azogado, fue capaz de sentarse pero con la mirada perdida.
—Tenemos que quitarle la ropa mojada. Le daré mi traje —dijo Dirk.
Summer asintió al tiempo que señalaba algo un poco más allá en la playa. Había una pequeña estructura de madera junto al agua a unos cien metros de distancia.
—Parece un refugio de pescadores.
—¿Por qué no vas a ver qué encuentras mientras yo le quito la ropa?
—De acuerdo. —Dirk se quitó la botella de aire y el cinturón de lastre—. No te diviertas mucho —bromeó, antes de alejarse hacia la choza.
No perdió tiempo, porque Trevor corría un grave peligro. Al trote cubrió la distancia en un par de minutos. Summer tenía razón, era una choza de pescadores, utilizada por los miembros de un club de pesca local cuando querían pasar la noche en la isla; una sencilla construcción de troncos, más pequeña que un garaje para un solo coche. Había un bidón de combustible de doscientos litros y una pila de leña junto a la pared exterior. Se acercó a la puerta y la abrió de un puntapié. El mobiliario era espartano: un catre, una estufa de leña y un ahumadero de pescado. Cogió la caja de cerillas y un puñado de pequeñas ramas que estaban junto a la estufa; en cuanto acabó de encender el fuego, emprendió el camino de vuelta.
Trevor estaba sentado en un tronco sin la camisa y Summer le estaba quitando los pantalones empapados. Dirk lo ayudó a levantarse y con la joven al otro lado, lo llevaron hacia la choza. Los hermanos no perdieron de vista el estrecho ni por un momento. Las blancas nubes de dióxido de carbono continuaban saliendo del agua como una erupción volcánica. El vapor se había convertido en una enorme masa que se extendía a través del estrecho hasta una altura de más de quince metros. Vieron un color rojizo en el agua y docenas de peces muertos que asomaban a la superficie.
—El responsable no puede ser otro que el barco cisterna —opinó Dirk—. Es probable que lo estén descargando en una terminal al otro lado de la isla.
—¿Por qué lo hacen en pleno día?
—Porque saben que estamos aquí —respondió él en voz baja, en un leve tono de furia.
Entraron en la choza y acomodaron a Trevor en el camastro. Summer lo tapó con una vieja manta de lana y Dirk se ocupó de traer una brazada de leña de la pila que había en el exterior. La pequeña estufa ya había comenzado a calentar el ambiente, y Dirk fue añadiendo troncos hasta conseguir un buen fuego. Se disponía a ir a buscar más leña cuando se escuchó a lo lejos el aullido de una sirena que resonó en las colinas de la isla.
Dirk y Summer corrieron al exterior y el horror apareció en sus rostros al mirar hacia el estrecho. Dos millas al norte, un gran barco de pasajeros que hacía un crucero por la costa de Alaska iba en línea recta hacia la letal nube de dióxido de carbono.