CAPÍTULO 39

—Ministro Jameson, tengo a Mitchell Goyette en la línea uno —dijo la secretaria de pelo gris, que asomó la cabeza en el despacho de Jameson como un topo.

El ministro asintió desde su mesa y esperó a que la secretaria cerrase la puerta antes de coger el teléfono.

—Arthur, ¿cómo están las cosas por nuestra querida capital? —preguntó Goyette en tono de falsa amistad.

—Ottawa está disfrutando de una cálida primavera, acompañada por el caliente clima patriotero del Parlamento.

—Ya es hora de que conservemos los recursos de Canadá para los canadienses —afirmó Goyette.

—Sí, para que podamos vendérselos a los chinos —replicó el ministro secamente.

Goyette cambió de tono en el acto.

—Hay unos pequeños peñascos en el Ártico, al sudeste de la isla Victoria, llamadas islas Royal Geographical Society. Necesitaré los derechos mineros de toda esa tierra —dijo como quien pide una taza de café.

—Deje que eche un vistazo.

Jameson sacó los mapas que guardaba en un cajón de la mesa. Buscó el correspondiente al estrecho Victoria, que estaba marcado en una cuadrícula, y se acercó al ordenador. Introdujo las coordenadas y accedió a los archivos de licencias de exploración y extracción otorgadas por el gobierno. En cuestión de minutos, ya tenía una respuesta para Goyette.

—Me temo que ya hemos otorgado una licencia de producción que abarca un treinta por ciento de las islas, en la parte sur de la isla West. Es una licencia por diez años, y solo llevan dos en activo. La licencia está a nombre de Kingfisher Holdings, una filial de la Mid-America Mining Company con sede en Butte, Montana. Han construido unas pequeñas instalaciones mineras para la extracción de zinc, solo durante los meses de verano.

—¿Una compañía estadounidense tiene la licencia?

—Así es, aunque a través de una filial canadiense. No hay ninguna ley que lo impida, siempre y cuando cumplan con el depósito de garantía y los requisitos de la licencia.

—Quiero que rescinda la licencia y que extienda otra a una de mis empresas —dijo Goyette, sin inmutarse.

Jameson sacudió la cabeza ante la insolencia de Goyette.

—Para eso tendrían que incurrir en alguna violación de la licencia, como contaminar el medio ambiente o no cumplir con los pagos de los royalties. No se puede hacer de forma unilateral, Mitchell. El gobierno correría el riesgo de enfrentarse a una demanda.

—Entonces ¿cómo puedo obtener los derechos?

—Mid-America está cumpliendo con todos los requisitos, según el informe de la última inspección. Por lo tanto, la única vía que puede intentar es comprarle los derechos. Sin duda ellos intentarán sacar el máximo partido de su interés. —El ministro hizo una pausa para pensar en algo que se le acaba de ocurrir—. Aunque quizá haya otra posibilidad.

—Adelante —le urgió Goyette, impaciente.

—Hay una cláusula de defensa nacional en la licencia. Si todo este revuelo con Estados Unidos continúa aumentando, existe la posibilidad de utilizarlo como una justificación para revocar la licencia. La cláusula permite la anulación de todas las licencias en poder de extranjeros en caso de guerra, conflicto o ruptura de las relaciones diplomáticas. Una posibilidad remota, por supuesto, pero nunca se sabe. ¿Cuál es su interés por esas islas?

—Algo que es tan bueno como el oro —respondió Goyette en voz baja. Luego recuperó el descaro y añadió—: Prepare todo lo necesario, voy a solicitar una nueva licencia. Ya buscaré la manera de que la Mid-America Corporation renuncie a los derechos.

—Muy bien ——asintió Jameson, con una mueca de disgusto—. Esperaré sus resultados.

—Eso no es todo. Como sabe, las prospecciones hechas en los yacimientos de Melville Sound confirman la existencia de unas enormes reservas de gas natural, pero yo solo tengo los derechos de una pequeña parte de los campos. Necesitaré conseguir los derechos de extracción para todo el territorio.

Se hizo el silencio antes de que Jameson finalmente murmurara:

—No creo que sea posible.

—Nada es imposible, si se paga el precio correcto. —Goyette se rió—. Verá que la mayor parte de esos territorios estuvieron cubiertos de hielo y que nadie mostró el menor interés por ellos. Hasta ahora.

—Ese es el problema. Se ha corrido la voz de que ya se están haciendo envíos importantes desde Melville. Estamos recibiendo docenas de peticiones de licencias de exploración en la zona.

—Si es así, no se moleste en responderlas. Los campos de gas de Melville valdrán miles de millones, y no permitiré que se me escapen de las manos. Le enviaré varios mapas a la mayor brevedad posible. Indican las zonas de exploración que me interesan. Abarcan gran parte de Melville Sound y otras regiones árticas. Tengo la intención de ampliar las exploraciones en el Ártico y quiero las licencias de explotación para todo. Se podrán ganar sumas millonarias, y usted recibirá la adecuada recompensa; así que no lo estropee. Adiós, Arthur.

Jameson escuchó un clic. El ministro de Recursos Naturales permaneció inmóvil por un momento hasta que lo dominó la furia; entonces colgó el teléfono con un golpe seco.

Tres mil doscientos kilómetros al oeste, Goyette apagó el altavoz y se reclinó en la silla. Miró los ojos fríos de Clay Zak, sentado al otro lado de la mesa.

—No existe nada fácil —se quejó—. Explíqueme de nuevo por qué el rutenio es tan importante.

—Es muy sencillo —manifestó Zak—. Si logra monopolizar el suministro de rutenio tendrá el control de lo que puede ser la solución para el calentamiento global. Lo que decida hacer con el mineral es cuestión de dinero… y orgullo, supongo.

—Le escucho —gruñó Goyette.

—Supongamos que se hace con el control del suministro principal, entonces tendrá que elegir. Mitchell Goyette, el paladín de los ecologistas, se convierte en salvador del planeta y de paso se embolsa unos cuantos dólares, al ayudar a la expansión de las instalaciones de fotosíntesis artificial por todo el mundo.

—Existe el riesgo de la demanda —señaló Goyette—. En realidad no sabemos cuánto rutenio hará falta; por lo tanto, los beneficios pueden ser enormes o tan solo unas pocas monedas. He puesto la mayor parte de mi dinero en obtener el control del Paso del Noroeste. He invertido mucho en las infraestructuras necesarias para transportar la producción de gas natural y las arenas petrolíferas a través del Paso con mi flota de naves árticas. He firmado acuerdos de exportación a largo plazo con los chinos y muy pronto tendré a los estadounidenses suplicando de rodillas. Por otro lado, dispongo de lo que puede ser un negocio floreciente: las plantas de captura de dióxido de carbono. Si el calentamiento global se invierte, o se detiene, corro el riesgo de tener que enfrentarme a varios grandes problemas que podrían acabar con mi estrategia empresarial.

—En ese caso, creo que deberíamos escoger a Mitchell Goyette el capitalista impenitente, capaz de reconocer con los ojos vendados cualquier oportunidad para conseguir nuevos beneficios, y que no se detiene ante nada cuando se trata de continuar aumentando su imperio financiero.

—Me halaga —dijo Goyette, en un tono sarcástico—. Pero me ha puesto muy fácil tomar una decisión. No puedo permitirme que el Paso del Noroeste vuelva a convertirse en una placa de hielo. Que se haya derretido es lo que me ha permitido obtener el control de los yacimientos de gas de Melville Sound y tener el monopolio del transporte en la región. Quizá dentro de diez o quince años, cuando las reservas de gas y de petróleo estén casi agotadas, me ocupe de salvar el planeta. Para entonces, tal vez el rutenio habrá triplicado o incluso cuadruplicado su valor.

—Habla como un verdadero capitalista.

Goyette recogió las dos hojas de papel que estaban sobre la mesa. Eran las páginas del registro que Zak había robado de la cooperativa minera.

—La base sobre la que se fundamenta toda esta historia del rutenio es bastante endeble —comentó—. Un comerciante compró el mineral en 1917 a un inuit cuyo abuelo lo había comprado unos setenta años antes. El abuelo era de Adelaida y dijo que el rutenio procedía de las islas Royal Geographical Society. Para colmo, lo llamó kobluna negro y dijo que la fuente estaba maldita por los espíritus malignos. No parece una base excesivamente científica para iniciar una actividad minera. —Miró a Zak, sin tener claro si todo este asunto no era en realidad un engaño por parte del asesino a sueldo.

Zak le devolvió la mirada sin pestañear.

—Quizá esté disparando a ciegas, pero el rutenio tuvo que venir de alguna parte, y estamos hablando de ciento sesenta años atrás en medio del Ártico. En el registro hay un mapa de la isla, donde se muestra la ubicación exacta donde se extrajo. Por aquel entonces, los inuit no tenían ni camiones ni palas mecánicas, por lo tanto debieron de encontrar el mineral a flor de tierra. Tiene que haber más. La Mid-America Company está en la zona, aunque en el otro lado de la isla, y solo les interesa el zinc. No niego que quizá sea aventurado, pero también puede haber grandes ganancias si todavía hay rutenio, y también una enorme pérdida para usted si alguien lo encuentra primero.

—¿No somos los únicos que conocemos los depósitos inuit?

Zak entrecerró los ojos, con los labios apretados.

—Existe la posibilidad de que Dirk Pitt esté al corriente de esa pista.

—¿Pitt? —preguntó Goyette, que sacudió la cabeza al no reconocer el nombre.

—Es el director de la National Underwater and Marine Agency en Estados Unidos. Me crucé con él en el laboratorio en Washington y vi cómo ayudaba a la bioquímica herida después de la explosión. Apareció de nuevo en Ontario, en la cooperativa minera, cuando acababa de hacerme con estas hojas. Intenté que tuviera un accidente en la carretera, pero un viejo lo ayudó a escapar. Es obvio que está al corriente de la importancia del rutenio para el funcionamiento de la fotosíntesis artificial.

—Puede que también le esté siguiendo a usted —manifestó Goyette, con el entrecejo fruncido.

—Puedo ocuparme de él sin problemas.

—No es una buena idea andar matando altos cargos. Y tampoco puede hacer nada desde Estados Unidos. Mandaré que lo sigan, solo para asegurarme de que se queda allí. Además, necesito que vaya al Ártico e investigue las islas. Llévese a un equipo de seguridad y yo le enviaré a algunos de mis mejores geólogos. Busque la manera de quitar de en medio a la Mid-America. Quiero que encuentre el rutenio. Obténgalo a cualquier precio. Todo.

—Ese es el Goyette que conozco y admiro —dijo Zak con una sonrisa retorcida—. Aún no hemos hablado de mi parte.

—De momento no es más que un sueño. Una participación del diez por ciento de los royalties es más que generosa.

—Yo pensaba en el cincuenta.

—Eso es absurdo. Seré yo quien ponga todo el dinero. Quince por ciento.

—Tendrá que ser el veinte.

Goyette rechinó los dientes.

—Salga de mi barco, y disfrute del frío.