CAPÍTULO 36

A la mañana siguiente, Trevor llegó al muelle alrededor de las siete. Dirk y Summer ya estaban colocando el equipo de sonar en la cubierta de popa. Dio un rápido beso en la mejilla a Summer mientras Dirk se ocupaba de enrollar el cabo de arrastre, y subió a bordo una nevera portátil.

—Espero que os guste un buen salmón ahumado para comer —dijo.

—Yo diría que es una gran mejora comparado con la provisión de mantequilla de cacahuete y encurtidos de eneldo de la despensa de Dirk —aprobó Summer.

—Nunca tienes que preocuparte de que se estropeen —se defendió Dirk.

Entró en la timonera para arrancar el motor, y volvió a popa.

—Tengo que repostar antes de salir —anunció.

—Hay un muelle con una bomba un poco más adelante —le informó Trevor—. Es más barata que la gasolinera del puerto deportivo. —Pensó unos instantes—. Yo también tengo que repostar. Podéis seguirme hasta allí; luego dejaré mi lancha en el camino de salida al canal.

Dirk asintió, y Trevor saltó de la cubierta para caminar hasta donde tenía amarrada su lancha, detrás de la embarcación de la NUMA. Abrió la puerta de la timonera, encendió el motor y escuchó el ronroneo del ralentí. Al mirar el indicador de combustible, vio unas gafas de sol que Summer se había dejado encima del salpicadero. Miró por la ventanilla y la vio quitando las amarras de la lancha de la NUMA. Recogió las gafas, saltó de la embarcación y corrió por el muelle.

—¿Necesitas protección para esos bonitos ojos grises? —preguntó.

Summer arrojó el cabo de proa a la cubierta y luego miró a Trevor, que le ofrecía las gafas de sol. La muchacha alzó la vista al cielo un momento y vio los nubarrones que se acercaban; luego lo miró a los ojos.

—No creo que vaya a necesitarlas, aunque gracias de todos modos por probar que no eres un ladrón.

Estaba cogiendo las gafas cuando se escuchó de pronto una detonación seca detrás de ellos, seguida al instante de una estruendosa explosión que los arrojó al muelle. Una lluvia de astillas ardientes voló por encima de sus cabezas. Trevor se lanzó sobre Summer, para protegerla de la metralla, a consecuencia de lo cual varios pequeños trozos de madera y fibra de vidrio se le clavaron en la espalda.

Un sencillo detonador programado para activarse a los cinco minutos, conectado a cuatro cartuchos de dinamita y a la llave de arranque de la embarcación de Trevor, había desatado el infierno. El estallido había arrancado casi toda la sección de popa y destruido la mayor parte de la timonera. La popa se hundió de inmediato y la proa aplastada se mantuvo en la superficie, colgada de la amarra en un ángulo grotesco.

Dirk se encontraba en el interior de la timonera de su embarcación en el momento de la explosión, por lo que no sufrió ninguna herida causada por la metralla. Salió a toda prisa para saltar al muelle, donde su hermana se levantaba con la ayuda de Trevor. Como Dirk, había salido ilesa. En cambio, Trevor había sido menos afortunado. Tenía la espalda empapada de sangre debido a una gran astilla clavada en el hombro, y cojeaba a consecuencia del impacto de un trozo de madera en una pierna. Sin hacer caso de las lesiones, fue cojeando hasta los humeantes restos de su lancha. Summer y Dirk comprobaron que ambos estaban ilesos; luego Dirk subió de nuevo a bordo para coger un extintor y apagar unos restos humeantes que amenazaban con provocar un incendio.

Summer encontró una toalla y se acercó a Trevor, que se apretaba el corte en el hombro mientras miraba conmocionado la ruina en la que se había convertido su embarcación. Se escuchó una sirena que anunciaba la eminente llegada de la policía, Trevor se volvió para mirar a la muchacha con una expresión donde se mezclaban el dolor y la furia.

—Ha tenido que ser Terra Green —murmuró—. Me pregunto si fueron ellos quienes mataron a mi hermano.

En un café del muelle, a tres kilómetros de distancia, Clay Zak miró complacido a través de la ventana la columna de humo y fuego que se levantaba a lo lejos. Terminó el café y la pasta, dejó una generosa propina sobre la mesa y salió para ir al jeep marrón aparcado en la calle.

—Humo en el agua —dijo en voz alta, y tarareó la canción de Deep Purple antes de subir al coche.

Sin la menor preocupación, emprendió el trayecto hasta el aeropuerto en las afueras de la ciudad, donde el avión privado de Mitchell Goyette lo esperaba en la pista.