El análisis forense de los residuos encontrados en el laboratorio llegó a la mesa de Martin a las diez de la mañana siguiente. Después de hablar con el agente que dirigía la investigación, cogió el teléfono y llamó a Pitt.
—Dirk, acabo de leer el análisis de los residuos. Sin embargo, me temo que no puedo darle una copia del informe.
—Lo comprendo —contestó Pitt—. Pero ¿podría resumirme brevemente los resultados?
—Ha dado usted en la diana. El laboratorio está casi seguro de que fue un explosivo. Encontraron rastros de nitroglicerina por toda la habitación.
—¿No es el componente explosivo de la dinamita?
—Sí, es así como lo empaquetan, en los cartuchos de dinamita. No es alta tecnología, pero es un explosivo muy potente.
—No sabía que todavía se fabricaban.
—Llevan años utilizándolos, y todavía hay una gran demanda industrial, sobre todo en la minería.
—¿Alguna posibilidad de rastrear su origen?
—Solo hay un puñado de fabricantes, y cada uno utiliza una fórmula ligeramente distinta, así que podría decirse que el compuesto lleva una firma. El laboratorio ya ha averiguado que las muestras corresponden a un fabricante de explosivos en Canadá.
—Eso acota el camino.
—Es verdad, pero también es posible que acabe ahí. Enviaremos algunos agentes para que hablen con el fabricante y comprueben sus registros de ventas, aunque yo no me haría muchas ilusiones. Lo más probable es que robaran el explosivo en alguna mina y ni siquiera se hayan enterado del robo. Solo espero que esto no sea el inicio de una campaña de atentados.
—Estoy seguro de que no —afirmó Pitt—. Creo que el laboratorio de Lane era el único objetivo.
—Es probable que esté en lo cierto. Encontraron algo más que apoya esa teoría. Nuestros analistas han establecido que los explosivos estaban en una caja de cartón. A diferencia de una bomba de tubo, en la que el objetivo de la metralla es herir o matar, nuestro criminal se decidió por algo un tanto más inofensivo. Es como si con la explosión no se tuviese la intención de matar o, desde luego, provocar un elevado número de víctimas.
—Algo que es de agradecer, pero supongo que su trabajo solo está empezando.
—Así es, los resultados harán que llevemos una investigación en toda regla. Hablaremos con todos los que estaban en el edificio. Nuestra esperanza es que alguien viese algo o a alguien fuera de lugar que nos lleve a la siguiente pista. —Martin sabía que las explosiones al azar eran uno de los crímenes más complicados de investigar y a menudo los más difíciles de resolver.
—Gracias por ponerme al día, Dan, y buena suerte. Si me entero de algo, se lo comunicaré.
Pitt colgó y fue por el pasillo hacia una reunión sobre las boyas de alerta de huracanes de la NUMA instaladas en el golfo de México. En cuanto acabó con sus compromisos de la tarde, abandonó el edificio. La explosión en el laboratorio no dejaba de inquietarlo, y, por mucho que lo intentaba, no podía evitar tener la sensación de que había graves consecuencias en juego.
Fue hasta el Georgetown University Hospital con la esperanza de que aún no hubiesen dado de alta a Lisa. La encontró en su habitación del segundo piso, acompañada de un hombre bajo vestido con un traje de tres piezas. El desconocido se levantó de la silla situada en un rincón y miró a Pitt con recelo cuando lo vio entrar.
—No pasa nada, agente Bishop —dijo Lisa desde la cama—. Es Dirk Pitt, un amigo mío.
El agente del FBI asintió sin cambiar de expresión y abandonó la habitación para montar guardia en el pasillo.
—¿Puedes creerlo? —preguntó Lisa, después de saludar a Pitt—. El FBI lleva interrogándome todo el día, y ahora no me dejan sola.
—Deben de sentir un aprecio especial por las bioquímicas guapas —bromeó Pitt con una cálida sonrisa. Para sus adentros dio gracias por la presencia del agente; Martin se estaba tomando las cosas en serio.
Lisa se ruborizó al escuchar sus palabras.
—Loren me ha llamado hace un rato, pero no me ha avisado de que vendrías.
—Me he preocupado un poco al enterarme de que el FBI está investigando.
Observó que Lisa había mejorado mucho desde su última visita. Había recuperado el color, tenía una mirada clara y la voz era firme. Sin embargo, el yeso en la pierna y el cabestrillo en el hombro indicaban que aún estaba muy lejos de poder jugar un partido de tenis.
—¿Qué pasa? A mí no me cuentan nada —comentó la bioquímica, con una mirada de súplica.
—Creen que la explosión en el laboratorio se debió a una bomba.
—Ya me parecía que era eso lo que insinuaban —dijo Lisa en un susurro—. Solo que me costaba creer que fuese verdad.
—Al parecer, encontraron residuos de un material explosivo en tu laboratorio. Sé que es difícil de entender. ¿Tienes algún enemigo, personal o profesional, que quisiera desquitarse?
—He hablado de ello con los agentes del FBI esta misma mañana. —Sacudió la cabeza—. No sé de nadie capaz de cometer semejante acto. Y lo mismo ocurre con Bob.
—Es posible que colocaran el explosivo en tu laboratorio al azar, quizá algún loco que está resentido contra la universidad.
—Es la única explicación racional que se me ocurre. Aunque Bob y yo siempre cerramos el laboratorio cuando nos vamos.
—Hay otra posibilidad —señaló Pitt—. ¿Crees que algún competidor pueda haberse sentido amenazado por los resultados de tus investigaciones?
Lisa consideró la pregunta durante un momento.
—Supongo que es posible. He publicado diversos trabajos relacionados con mi investigación, y sé que puede producir efectos a largo alcance. No obstante, solo tú, Loren y Bob conocíais el descubrimiento del catalizador. Nadie más lo sabía. Resulta difícil creer que alguien pudiese reaccionar tan rápido, en caso de que estuvieran al corriente del descubrimiento.
Pitt permaneció en silencio mientras Lisa miraba a través de la ventana durante unos segundos.
—A mí me parece que un método que funcione para conseguir la fotosíntesis artificial solo tendría efectos positivos. ¿Quién puede sentirse perjudicado por una reducción en los gases de efecto invernadero?
—Si encuentras la respuesta, tendremos a un posible sospechoso —dijo Pitt. Miró una silla de ruedas colocada en el lado opuesto de la cama—. ¿Cuándo te dejarán salir de aquí?
—El médico ha dicho que con toda seguridad mañana por la tarde. No veo la hora. Quiero volver a mi trabajo y escribir un artículo acerca de mis descubrimientos.
—¿Puedes reproducir los resultados del ensayo? —preguntó Pitt.
—Todo está aquí. —Lisa se tocó la cabeza—. En cualquier caso, tendré que pedir prestado un laboratorio para repetir todo el proceso. Siempre y cuando la cooperativa de mineros de Ontario pueda facilitarme otra muestra de rutenio.
—¿Es tu proveedor del mineral?
—Sí. Es muy caro. El coste podría acabar siendo el motivo para que el proceso no se lleve a la práctica.
—Yo diría que, ahora más que nunca, estarás en condiciones de conseguir todo el dinero que necesites.
—No es solo el coste del rutenio, es la disponibilidad. Bob dice que es prácticamente imposible de encontrar.
Pitt pensó por un momento, y luego le sonrió.
—No te preocupes, todo se solucionará. Creo que no debo continuar interrumpiendo tu convalecencia. Si necesitas a alguien que empuje tu silla de ruedas, no dudes en llamar.
—Gracias, Dirk. Loren y tú habéis sido muy amables. Tan pronto como pueda moverme, os invitaré a cenar.
—Será un placer.
Pitt iba hacia su coche cuando vio que eran casi las cinco y media. Llevado por una súbita corazonada, llamó a Loren para avisarla de que llegaría tarde y volvió a las oficinas de la NUMA. Subió en el ascensor hasta el décimo piso, donde se encontraba el centro informático de la agencia. Aquel imponente despliegue de los procesadores más modernos contenía los bancos de datos correspondientes a los océanos del mundo. La información de las corrientes, las mareas y las condiciones meteorológicas transmitida en tiempo real por las boyas a través de los satélites daba una imagen inmediata de cada uno de los océanos y mares. El sistema también guardaba una enorme cantidad de trabajos de investigación oceanógrafica y permitía un acceso instantáneo a los últimos descubrimientos en ciencias marinas.
Pitt vio a un hombre con coleta sentado delante de una gran consola; estaba discutiendo con una bella mujer que se encontraba unos pocos metros más allá.
Hiram Yaeger era el diseñador del centro informático de la NUMA y un experto en la administración de bases de datos. Aunque vestía una camiseta de colores y botas vaqueras, Yaeger era un hombre de familia que adoraba a sus dos hijas adolescentes. Pitt sabía que Yaeger siempre preparaba el desayuno a su mujer y a sus hijas, y a menudo se escabullía por la tarde para asistir a partidos de fútbol y a conciertos, pero recuperaba el tiempo perdido por la noche.
Cuando se acercó, se maravilló, como siempre, de que la mujer que discutía con Yaeger no fuese real sino un holograma tridimensional. Diseñado por el propio Yaeger como un interfaz de la vasta red informática, el holograma era un modelo que reproducía a su esposa y al que, afectuosamente, había dado el nombre de Max.
—Señor Pitt, debería aclararle algunas cosas a Hiram —dijo Max, al verlo—. No quiere creerme cuando le digo que el bolso de una mujer tiene que hacer juego con los zapatos.
—Siempre confío en lo que tú dices.
—Gracias. Ya lo ves —dijo ella en tono severo a Yaeger.
—De acuerdo. —Yaeger levantó las manos—. ¡Menuda ayuda me das para elegir el regalo de cumpleaños de mi esposa! —El informático se volvió hacia Pitt—. Nunca tendría que haberla programado para que discutiese conmigo como mi esposa.
El director de la NUMA se sentó a su lado.
—Eras tú quien quería que fuese lo más real posible —señaló, con una carcajada.
—Dime que has venido, a hablarme de otra cosa que no sea el vestuario femenino —suplicó Yaeger.
—La verdad es que quisiera que Max me ayudase con algunas preguntas de minerales.
—Un cambio de conversación que agradezco —afirmó Max, que miró a Yaeger por encima de la nariz—. Será un placer ayudarlo, director. ¿Qué quiere saber?
—Para empezar, ¿qué puedes decirme del rutenio?
Max cerró los ojos un segundo y luego habló muy rápido.
—El rutenio es un metal de transición del grupo del platino, conocido por su dureza. De color blanco grisáceo, es el elemento 44; también es conocido por su símbolo Ru. Su nombre deriva de la palabra latina ruthenia, que significa Rusia. Un geólogo ruso, Karl Klaus, lo descubrió en 1844.
—¿Hay demanda de este mineral? ¿En qué se emplea?
—Se utiliza como endurecedor, sobre todo cuando se combina con otros elementos como el titanio, que son muy valiosos en la industria. La irregularidad en el suministro ha provocado un fuerte aumento del precio, lo que ha obligado a los fabricantes a buscar otros compuestos.
—¿Qué precio puede alcanzar? —preguntó Yaeger.
—Es uno de los minerales más escasos del planeta. La cotización actual es de doce mil dólares la onza.
—¡Caray! —exclamó Yaeger—. Eso multiplica por diez el valor del oro. Qué pena no tener una mina de rutenio.
—Hiram ha planteado una buena pregunta —dijo Pitt—. ¿Dónde se extrae este mineral?
Max frunció el entrecejo por un momento mientras buscaba en la base de datos.
—Ahora mismo no hay una información exacta de los proveedores. África del Sur y los montes Urales en Rusia han sido las fuentes históricas para la extracción del rutenio en el último siglo. En África del Sur se extrajeron unas diez toneladas métricas al año de una sola mina en Bushveld, pero su producción llegó al máximo en los setenta y bajó casi a cero en el año 2000. Incluso con la subida de precio, no hay más producción.
—En otras palabras: sus minas se han agotado —dijo Pitt.
—Es correcto. No se ha hecho ningún descubrimiento importante en la región en más de cuarenta años.
—Todavía quedan los rusos —apuntó Yaeger.
Max sacudió la cabeza.
—El rutenio ruso procedía de dos pequeñas minas en el valle de Vissim. Su producción alcanzó el máximo en los cincuenta. Un fuerte terremoto destruyó y sepultó las instalaciones hace varios años. Los rusos abandonaron ambos lugares, porque dijeron que se tardarían muchos años en poner de nuevo en marcha cualquiera de las dos minas.
—No es de extrañar que sea tan caro —manifestó Yaeger—. ¿A qué viene tu interés por el mineral, Dirk?
Pitt le contó el descubrimiento de la fotosíntesis artificial hecho por Lisa y la importancia del rutenio como catalizador, y también la explosión en el laboratorio. Yaeger silbó por lo bajo después de pensar en las implicaciones.
—Esto hará multimillonario al propietario de alguna de esas minas.
—Solo si se encuentra el rutenio —señaló Pitt—. Lo que me lleva a otra pregunta. ¿Dónde podría comprarlo en cantidad?
Max miró hacia al techo.
—A ver… hay uno o dos agentes en Wall Street especializados en metales preciosos que podrían venderle algo como inversión, pero las cantidades disponibles son pequeñas. Solo encuentro una pequeña mina de platino en Sudamérica en la que tienen derivados para la venta, aunque habría que refinarlos. Las cantidades disponibles en este momento son escasas. La única otra fuente que consta es la Cooperativa Minera de Ontario, que anuncia que pone a la venta una cantidad limitada de rutenio de primera calidad por onza troy.
—Esa cooperativa es donde Lisa compró su muestra —dijo Pitt—. ¿Qué más puedes decirme de ellos?
—La cooperativa minera representa a las minas independientes de todo Canadá, y funciona como una central de ventas. Está en la ciudad de Blind River, Ontario.
—Gracias, Max. Como siempre has sido de gran ayuda. —Pitt había superado hacía mucho la inquietud de hablar a una imagen holográfica y, como Yaeger, tenía la sensación de que Max era una persona real.
—Ha sido un placer —manifestó Max. Miró a Yaeger y le advirtió—: No olvide mi consejo para el regalo a su esposa.
—Adiós, Max —dijo Yaeger, y apretó un interruptor. Al instante, Max había desaparecido. Yaeger miró a Pitt—. Es una pena que el descubrimiento de tu amiga pueda acabar en nada si no hay rutenio para poner en marcha el proceso.
—Dado que las consecuencias pueden ser muy importantes, encontrarán alguna fuente —respondió Pitt, confiado.
—Si tu corazonada acerca de la explosión en el laboratorio es correcta, eso significa que hay alguien más que sabe de la escasez de ese mineral.
—Eso me temo. Si están dispuestos a matar para acabar con la investigación, es probable que intenten monopolizar la cantidad que queda.
—¿Qué harás ahora?
—Solo hay un lugar donde ir: la cooperativa de mineros de Ontario. Necesito saber cuánto rutenio queda en el planeta.