Los tres canadienses, con diversos grados de hipotermia, lograron aferrarse a la vida hasta que la Zodiac fue sacada del mar y dejada en la cubierta del Narwhal. Dahlgren había tenido la suerte de dar con el barco en cuestión de minutos. La tormenta había borrado cualquier señal de satélite, lo que convertía el GPS en un instrumento inútil. Así que tomó el rumbo inverso y fue hacia la posición general de la nave. Los innumerables trozos de hielo que pasaban junto a ellos les abrían un paso libre a través del mar. Giordino escuchó el aullido de la sirena y, muy poco después, el Narwhal, iluminado como un árbol de Navidad, apareció entre la nieve.
Rudi Gunn, que, abrigado hasta las orejas, estaba allí cuando la neumática tocó la cubierta, se apresuró a dirigir el traslado de los hombres a la enfermería. Bue y Case reaccionaron muy pronto, pero Quinlon permaneció inconsciente durante varias horas mientras el médico de a bordo trabajaba febrilmente para elevar la temperatura corporal. En dos ocasiones sufrió una parada cardíaca, y en ambas lograron resucitarlo, hasta que por fin la temperatura del cuerpo se normalizó y la presión arterial se estabilizó.
Después de sacudirse el hielo de las prendas, Giordino y Dahlgren se quitaron las ropas empapadas y cubiertas de nieve, y fueron a reunirse con Gunn en el puente.
—¿Sabemos si hay algún otro posible superviviente ahí fuera? —preguntó Gunn a los dos hombres agotados tras el rescate.
Dahlgren negó con la cabeza.
—Le hice la misma pregunta al tipo que está consciente. Me respondió que había otros dos hombres en el campamento, pero me aseguró que ambos murieron cuando el barco destrozó el campamento.
—¿Un barco?
—Y no era un barco cualquiera. Un navío de guerra estadounidense apareció entre el hielo y arrasó todo el campamento.
—Eso es imposible —replicó Gunn.
—Solo te repito lo que me contó el hombre.
El director adjunto de la NUMA guardó silencio, con los ojos casi desorbitados de incredulidad.
—De todas maneras, buscaremos un poco más —dijo finalmente en voz baja. Luego, miró con compasión a los dos hombres y añadió—: Ha sido un rescate heroico en unas condiciones terribles.
—A mí no me habría gustado estar en el lugar de esos tipos —comentó Giordino—. Pero ¿Dahlgren un héroe? Qué más quisiera —manifestó con una sonora carcajada.
—Después de este comentario, me parece que no compartiré contigo mi botella de Jack Daniel's —dijo Dahlgren.
Giordino pasó un brazo por los hombros del texano y lo escoltó fuera del puente.
—Solo un trago, amigo mío, y me ocuparé de que el Yukón sea todo tuyo.
El Narwhal recorrió la zona del accidente durante dos horas, pero solo encontró los restos de un toldo azul entre el hielo. Gunn ordenó de mala gana que interrumpiesen la búsqueda cuando la mayor parte de los fragmentos que flotaban se separaron de la placa de hielo.
—Prudhoe Bay dispone de mejores instalaciones, pero el puerto de Tuktoyaktuk está cincuenta millas más cerca. Además, tienen un aeropuerto —dijo Stenseth, con la mirada fija en una carta náutica de la costa estadounidense.
—La navegación será mucho más fácil si vamos a Tuktoyaktuk —manifestó Rudi, que miró por encima del hombro del capitán—. Lo mejor es llevarlos a tierra firme cuanto antes. Así que iremos a Tuktoyaktuk.
La ciudad estaba en una zona desierta de la costa norte de Canadá, un poco al este de la frontera de Alaska. La región, al norte del círculo ártico y de los bosques, no era más que una tierra ondulada y rocosa cubierta de nieve la mayor parte del año.
El Narwhal navegó con mar gruesa durante catorce horas hasta que la tormenta de primavera acabó amainando. El mar de Beaufort estaba muy agitado cuando el barco de la NUMA entró en las aguas protegidas de la bahía de Kugmallit, junto a la ciudad de Tuktoyaktuk. Una lancha patrullera de la Policía Montada guió a la nave hasta el muelle industrial, donde había un amarre desocupado. En escasos minutos, los científicos heridos fueron llevados en un par de ambulancias al centro médico local. Una revisión a fondo estableció que los hombres estaban en condiciones de seguir viaje, así que sin más tardanza los subieron a un avión para trasladarlos a Yellowknife.
Al día siguiente, cuando los tres llegaron a Calgary en un avión del gobierno, su peripecia se convirtió en noticia de primera plana. A consecuencia de ello se inició un escándalo periodístico, a medida que todos los grandes periódicos y las cadenas de televisión se hacían eco de la historia. El testimonio de Bue de que un navío de guerra estadounidense había destrozado el Laboratorio Polar 7 y había abandonado a su suerte a sus ocupantes, provocó la ira de muchos canadienses cansados del poder mundial de su vecino del sur.
El fervor nacionalista de los miembros del gobierno canadiense alcanzó unas cotas todavía más desproporcionadas. Ya molestos por el embarazoso incidente relacionado con el misterioso barco Atlanta, los militares y los representantes de la Guardia Costera que formaban parte del gobierno fueron quienes más protestaron. El populista primer ministro, que perdía puntos en la intención de votos según los resultados de las últimas encuestas, se apresuró a utilizar el incidente como una baza electoral. Los tres científicos fueron agasajados por todo lo alto en la residencia del primer ministro en Sussex Drive, Ottawa, y de nuevo aparecieron ante las cámaras de televisión para describir por enésima vez la destrucción del laboratorio a manos de los estadounidenses. Con una bien calculada muestra de ira, el primer ministro llegó incluso a denunciar el episodio como un bárbaro acto de guerra.
«La soberanía canadiense no volverá a ser violada por transgresiones extranjeras», gritó ante las cámaras. Con un Parlamento airado que respaldaba sus desproporcionadas proclamas, ordenó que nuevos refuerzos navales navegasen hacia el Ártico, a la vez que amenazaba con el cierre de la frontera y la interrupción de las exportaciones de gas y petróleo. «La gran nación de Canadá no tolerará ninguna intimidación. Si para proteger nuestra soberanía debemos ir a la guerra, entonces que así sea», prometió con el rostro acalorado.
De la noche a la mañana, la popularidad del primer ministro subió como la espuma. Al ver la reacción del público, los representantes de los demás partidos también se sumaron a la campaña y proclamaron en los medios la necesidad de parar los pies a los estadounidenses. La historia de los supervivientes cobró vida propia, impulsada por la manipulación de la prensa y los intereses del líder patriota. Se convirtió en una épica historia de victimismo y heroica supervivencia. Como no podía ser de otra manera, en todos los relatos de la tragedia nadie recordó el papel del barco de la NUMA y el esfuerzo hecho para rescatar a los tres supervivientes.