CAPÍTULO 25

En la superficie del mar de Beaufort las olas ya alcanzaban una altura de cuatro metros y soplaba un viento casi huracanado cuando el Bloodhound emergió en la piscina del Narwhal. El bamboleo del barco de investigación hacía que el agua se desbordase y barriese la cubierta. En dos ocasiones los flancos del sumergible golpearon contra el borde acolchado antes de que pudiesen enganchar los cables de la grúa y sacarlo del agua. Giordino y Dahlgren se apresuraron a desembarcar y recogieron las muestras de roca del cesto antes de escapar de la furia de los elementos y entrar en el centro de operaciones. Gunn los esperaba con una expresión disgustada.

—Es un sumergible de diez millones de dólares y casi lo aplastas como una lata de cerveza —dijo a Giordino, muy enfadado—. Sabes que no se nos permite lanzar y recuperar en estas condiciones meteorológicas.

Como si quisiera recalcar las palabras del director adjunto, el eje impulsor se sacudió debajo de sus pies cuando la embarcación cabeceó con fuerza al bajar por el seno de una ola.

—Cálmate, Rudi —respondió Giordino, y le arrojó una de las piedras mojadas.

Al manotear para sujetarla, Gunn se manchó la camisa con el fango y el agua de mar.

—¿Estás sobre el rastro? —preguntó el director adjunto, con el entrecejo fruncido mientras observaba la piedra.

—Mejor que eso —intervino Dahlgren—. Descubrimos algunas desviaciones termales y Al nos llevó hasta el corazón mismo de la chimenea. Una fantástica falla de kilómetro y medio de largo que escupe sopa caliente con un abundante acompañamiento de albóndigas.

La expresión de Gunn se suavizó.

—Más os valía encontrar lo que fuese para justificar emerger tan tarde. —Su mirada se convirtió en la de un niño que entra en una tienda de golosinas—. ¿Alguna indicación de un yacimiento de minerales?

—Por lo que parece, uno muy grande —contestó Giordino—. Solo vimos una parte, pero todo indica que ocupa una extensión considerable.

—¿Qué tal los sensores electrónicos? ¿Cómo se comportó el Bloodhound?

—Aullaba como un coyote a la luna llena —manifestó Dahlgren—. Los sensores descubrieron más de trece elementos diferentes.

—Tendremos que esperar el análisis del laboratorio para determinar la precisión del Bloodhound —señaló Giordino—. Si la lectura de los sensores es correcta, esa piedra que tienes en la mano está hasta los topes de manganeso y hierro.

—Lo más probable es que allá abajo haya suficientes cosas como para que te compres un millar de Bloodhound, Rudi —dijo Dahlgren.

—¿Los sensores indicaron alguna cantidad de oro? —preguntó Gunn.

Giordino puso los ojos en blanco y se volvió, dispuesto a marcharse del centro de operaciones.

—Todo el mundo cree que soy Midas —protestó por lo bajo antes de salir por la puerta.