Dirk y Summer apartaron la lancha del muelle municipal y dejaron que la corriente los empujase aguas adentro. En cuanto estuvieron fuera de la vista del muelle, Dirk puso en marcha el motor y navegaron a poca velocidad por el canal. Los huecos entre las nubes que cubrían el cielo permitían que la luz de las estrellas se reflejara en el agua. Las animadas voces procedentes de una taberna en el muelle eran lo único que escuchaban mientras se alejaban de la ciudad, ya pasada la medianoche.
Dirk mantuvo la embarcación en el centro del canal, siguiendo la luz del mástil de un pesquero de arrastre que había salido temprano a la búsqueda del codiciado salmón. Tras dejar atrás las luces de Kitimat, navegaron en la oscuridad durante varias millas hasta llegar a un ancho recodo en el canal. Delante de ellos, el agua brillaba como un metal pulido en el que se reflejaban las potentes luces de la planta de Terra Green. A medida que la embarcación avanzaba corriente abajo, Dirk vio los terrenos de la planta salpicados con brillantes focos que creaban sombras sobre los pinos. Solo el enorme muelle cubierto quedaba a oscuras, ocultando el buque cisterna atracado en él.
Summer cogió unos prismáticos de visión nocturna y observó la costa, que recorrían desde una prudente distancia.
—Todo tranquilo en el frente occidental —anunció—. Solo he conseguido ver por un momento el interior del muelle cubierto, pero no he apreciado ninguna señal de vida ni en el muelle ni en el barco.
—La seguridad a esta hora debe de limitarse a un par de gorilas que se dedican a mirar los monitores, en una garita.
—Esperemos que estén retransmitiendo algún combate de lucha libre; así podríamos recoger nuestras muestras y largarnos.
Dirk mantuvo la embarcación a una velocidad constante hasta que sobrepasaron la planta unas dos millas. Bien ocultos detrás de varios recodos del canal, giró la rueda del timón a estribor y llevó la embarcación cerca de la costa; luego, apagó las luces de navegación. Las estrellas daban la suficiente visibilidad para distinguir la orilla poblada de pinos. De todos modos, mantuvo baja la velocidad y no perdía de vista las lecturas de la ecosonda de profundidad Odom. Summer estaba a su lado, con los prismáticos de visión nocturna; atenta a cualquier obstáculo, susurraba los cambios de rumbo a su hermano.
A una velocidad apenas superior al ralentí, se acercaron hasta unos mil doscientos metros de la planta de Terra Green, siempre fuera de la visión. Una pequeña cala ofrecía el último escondite antes de que los focos iluminasen la superficie del canal. Summer arrojó el ancla de proa y Dirk apagó el motor. Una ligera brisa movía los pinos cercanos, pero era lo único que rompía el espectral silencio nocturno. Cambió el viento, y con él trajo el zumbido de los generadores eléctricos y el aullido de las bombas de la planta, con lo que ocultaban sus movimientos.
Dirk consultó su reloj de inmersión Doxa antes de vestirse, como Summer, con un traje de neopreno negro.
—Se acerca la marea baja —dijo, en un susurro—. Tendremos un poco de corriente en contra en la entrada, pero en cambio nos empujará en el trayecto de regreso.
Había decidido actuar a esa hora temprana de la noche porque sabía que así no tendrían que luchar contra la corriente cuando volviesen a la embarcación. Aunque no habría tenido demasiada importancia, ya que Dirk y Summer eran excelentes nadadores, y solían participar en maratones acuáticas cada vez que estaban en aguas cálidas.
Summer se ajustó las correas de la botella y luego enganchó en ellas una pequeña bolsa que contenía varios tubos de ensayo vacíos. Esperó a que Dirk se hubiese sujetado la botella antes de calzarse las aletas.
—Un baño de medianoche en el gran canal del Noroeste —comentó, con la mirada puesta en las estrellas—. Casi suena romántico.
—No hay nada romántico en nadar en unas aguas a cinco grados centígrados —contestó Dirk, y se encajó la boquilla del snorkel entre los dientes.
Con un gesto, ambos se deslizaron por encima de la borda y se sumergieron en las frías y oscuras aguas. Ajustaron los chalecos de flotación, buscaron el rumbo y salieron de la cala para ir hacia la planta. Nadaban cerca de la superficie, con las cabezas apenas por encima del agua, como si fuesen un par de cocodrilos buscando comida. Para no gastar las botellas de aire, utilizaban los tubos de silicona para respirar el fresco aire nocturno.
La corriente era un poco más fuerte de lo que Dirk había calculado, ayudada por el río Kitimat, que desaguaba en la cabecera del canal. Superaron sin problemas la corriente en contra, pero el esfuerzo suplementario aumentó el calor corporal. A pesar del frío del agua, Dirk sintió que comenzaba a sudar dentro del traje.
A unos ochocientos metros de la planta, Dirk sintió que Summer le tocaba el hombro y al volverse vio que señalaba hacia la costa. Entre las sombras de un grupo de pinos, vio la silueta de una embarcación amarrada cerca de la orilla. Estaba a oscuras como su propia lancha, por lo que, en la escasa luz, no pudo calcular sus dimensiones.
Dirk hizo un gesto a Summer y entró un poco más en el canal, para alejarse todo lo posible de la embarcación. Continuaron nadando al mismo ritmo hasta que llegaron a unos doscientos metros de la planta. Se detuvieron para descansar, y Dirk intentó hacerse una idea de la disposición del terreno iluminado por los focos.
Distinguió un gran edificio en forma de «L» con la base cerca del muelle cubierto. El zumbido de las bombas y los generadores salía de la estructura, donde se procesaba el dióxido de carbono líquido. Un edificio con ventanas, adyacente al helipuerto, se alzaba unos pocos metros más allá; al parecer era el edificio de la administración. Dirk supuso que el alojamiento de los trabajadores estaría junto a la carretera, en dirección a Kitimat. A su derecha, un malecón entraba en el canal, donde solo había una embarcación amarrada. Era la misma motora que los había perseguido aquella tarde.
Summer, que nadaba a su lado, metió la mano en la bolsa. Destapó uno de los tubos y recogió una muestra mientras se dejaban llevar por la corriente.
—He cogido otras dos muestras mientras entrábamos —susurró—. Si podemos recoger un par más alrededor del muelle, tendremos todas las bases cubiertas.
—Es la siguiente parada —dijo su hermano—. Vamos a sumergirnos a partir de aquí.
Dirk miró la brújula que llevaba en la muñeca para orientarse; luego se colocó la boquilla del regulador y soltó unas burbujas de aire de la botella. Sumergido a una profundidad de un metro o poco más, comenzó a nadar hacia el enorme muelle cubierto moviendo con suavidad las piernas. La estructura de chapas de zinc onduladas era bastante angosta, por lo que dejaba poco espacio para el barco que ocupaba el amarre. Sin embargo, el muelle tenía la longitud de un campo de fútbol, y podía acomodar sin problemas al barco cisterna de noventa metros de eslora.
La esfera fosforescente de la brújula apenas era visible en el agua oscura, pero Dirk seguía el rumbo fijado. El agua se aclaró un poco con las luces de la costa cuando se acercó a la entrada del muelle. Continuó nadando hasta que la silueta oscura del casco se alzó ante él. Ascendió poco a poco, y salió a la superficie debajo mismo de la borda de popa. Se apresuró a echar una ojeada al muelle, pero vio que a esta hora estaba desierto. Se quitó la capucha para poder oír alguna voz, si la había, pero el zumbido procedente de la estación de bombeo haría imposible escuchar incluso un grito.
Se apartó del costado del barco, para poder observarlo mejor.
Si bien era un barco enorme desde la perspectiva de Dirk, era pequeño comparado con los que en general transportaban GNL, gas natural licuado. Diseñado con una cubierta bien perfilada, podía cargar dos mil quinientos metros cúbicos de gas licuado en dos tanques metálicos horizontales situados bajo cubierta. Construido para la navegación de cabotaje, era minúsculo comparado con los barcos cisterna transoceánicos que podían llevar cincuenta veces más gas natural licuado.
Dirk calculó que el barco tendría unos diez o doce años, a juzgar por el desgate en las soldaduras, pero el mantenimiento era impecable. No sabía cuáles eran las modificaciones que habrían hecho para que el barco pudiese llevar dióxido de carbono licuado, aunque suponía que eran menores. Si bien el dióxido de carbono era un poco más denso que el gas licuado, no necesitaba de una temperatura y presión extremas para licuarse. Vio el nombre, Chichuyaa, escrito en letras doradas en la popa, y observó que el registro correspondiente a Panamá estaba pintado con letras blancas.
Unas burbujas aparecieron en el agua unos pocos metros más allá y luego la cabeza de Summer asomó a la superficie. La muchacha miró por un momento el barco y el muelle, y después hizo un gesto a su hermano al tiempo que sacaba un tubo para recoger una muestra de agua. En cuanto acabó, Dirk señaló hacia la proa y volvió a sumergirse. Summer lo imitó y siguió a su hermano. Sin apartarse del costado del casco que quedaba en la oscuridad, nadaron a lo largo de toda la eslora, para volver a salir delante de la proa. Dirk, al mirar la línea de flotación, comprobó que solo faltaban unos cincuenta centímetros para alcanzar la marca del desplazamiento con carga completa.
Summer volvió su atención hacia unos tubos de descarga que colgaban como gruesos tentáculos por encima del barco desde la estación de bombeo en el muelle. Los largos tubos articulados, conocidos con el nombre de «brazos de carga Chiksan», se balanceaban con el paso del dióxido de carbono licuado. Unas pequeñas nubes de humo blanco salían por los extractores de la estación de bombeo, producidas por la condensación del gas frío a presión. Summer sacó de la bolsa el último tubo de ensayo y recogió la muestra, con la duda de si el agua a su alrededor estaría contaminada. Guardó el tubo lleno en la bolsa y siguió a su hermano, que se había acercado al muelle.
Dirk le señaló la entrada del muelle y susurró:
—Vamos.
Summer asintió. Estaba empezando a dar la vuelta cuando de pronto titubeó. Su mirada estaba fija en uno de los brazos Chiksan, por encima de la cabeza de Dirk. Con una expresión de curiosidad, levantó un dedo y señaló las tuberías en las alturas. Dirk entendió la señal y echó la cabeza hacia atrás para mirarlas durante un minuto, pero no apreció nada extraño.
—¿Qué pasa? —susurró.
—Es algo en el movimiento de los tubos —respondió ella, sin desviar la mirada de los brazos—. Creo que están cargando el dióxido de carbono en el barco.
Dirk miró de nuevo los brazos de carga. Distinguía un movimiento rítmico, pero no bastaba para saber en qué dirección se movía el gas licuado. Miró a su hermana y asintió. Por lo general, sus ocasionales premoniciones o intuiciones eran acertadas. Le bastó para que quisiera investigarlo.
—¿Crees que significa algo? —preguntó Summer, y miró hacia lo alto de la proa.
—Es difícil saber si tiene alguna importancia —contestó Dirk, en voz baja—. No tiene ningún sentido que estén bombeando dióxido de carbono en el barco. Quizá hay un gasoducto que pasa por aquí desde Athabasca.
—Trevor dijo que solo había un pequeño oleoducto y otra tubería para el transporte del dióxido de carbono.
—¿Te fijaste si la línea de flotación del barco estaba más alta esta mañana?
—No lo sé —respondió Summer—. Aunque ahora debería estarlo si está descargando gas.
Dirk miró el barco.
—Por lo que sé de las naves que transportan gas natural licuado, y no es mucho, las bombas en la costa impelen el gas a los depósitos, y a bordo disponen de bombas para la descarga cuando llegan a su destino. Por el sonido, no hay duda de que la estación de bombeo está funcionando.
—Podrían estar bombeando el gas bajo tierra o almacenándolo en los depósitos para enterrarlo más tarde.
—Es verdad. Sin embargo hay demasiado ruido para saber si están funcionando las bombas a bordo.
Se acercó unos pocos metros más al muelle, levantó la cabeza y miró en derredor. El muelle y las partes visibles del barco seguían desiertas. Dirk se quitó la botella de aire y el cinturón de lastre, y los colgó en una cornamusa.
—¿Acaso te propones subir a bordo? —susurró Summer como si su hermano se hubiese vuelto loco.
Los dientes blancos de Dirk brillaron con una sonrisa.
—¿De qué otra manera podríamos resolver el misterio, mi querido Watson?
Summer sabía que esperar en el agua el regreso de su hermano sería insoportable, así que, a regañadientes, se quitó el equipo de buceo, lo colgó junto al de Dirk y se encaramó al muelle. Mientras lo seguía hacia el barco no pudo evitar decir por lo bajo:
—Gracias, Sherlock.