CAPÍTULO 16

Eran las seis de la tarde pasadas cuando Loren y Pitt llegaron al Georgetown University Hospital y se les permitió entrar en la habitación de Lisa Lane. Parecía estar bien pese a su reciente roce con la muerte. Un enorme vendaje le tapaba el hombro izquierdo, y le habían enyesado la pierna fracturada. Más allá de la palidez debida a la pérdida de sangre, se la veía muy lúcida, y se animó al ver a sus visitantes.

Loren se apresuró a darle un beso en la mejilla mientras Pitt dejaba un gran jarrón de claveles rosas junto a la cama.

—Por lo que se ve, la gente del hospital ha hecho un buen remiendo —comentó Pitt con una sonrisa.

—Querida, ¿cómo estás? —preguntó Loren mientras acercaba una silla a la cama.

—Bastante bien, dadas las circunstancias —respondió Lisa, con una sonrisa forzada—. Los analgésicos no acaban de aliviar totalmente el dolor en la pierna, pero los médicos dicen que se curará sin problemas. Solo tendré que cancelar mis clases de aerobic durante unas semanas. —Miró a Pitt con expresión grave—. Me han hecho seis transfusiones desde que llegué. El médico ha dicho que he tenido mucha suerte. Habría muerto desangrada de no ser porque me encontraste en el momento oportuno. Gracias por salvarme la vida.

Pitt le guiñó un ojo.

—Eres demasiado importante para perderte —afirmó sin dar mayor mérito a su acción.

—Ha sido un milagro —señaló Loren—. Dirk me ha hablado de la destrucción del laboratorio. Es sorprendente que nadie haya resultado muerto.

—El doctor Maxwell ha venido a visitarme. Ha prometido comprarme un laboratorio nuevo. —Sonrió—. Aunque parecía un poco decepcionado porque yo no supiera qué había pasado.

—¿No sabes qué causó la explosión? —preguntó Loren.

—No. Creía que se había producido en el laboratorio contiguo.

—Por lo que vi de los daños, todo apunta a que el estallido se produjo en la habitación donde te encontré —dijo Pitt.

—Lo mismo me ha comentado el doctor Maxwell. No estoy muy segura de que me haya creído cuando le he dicho que no había nada en mi laboratorio que pudiese provocar semejante explosión.

—Fue muy fuerte —asintió Pitt.

—No he hecho otra cosa que pensar en todos los elementos y los equipos del laboratorio. Todos los materiales que utilizamos son inertes. Tenemos varios cilindros de gas para los experimentos, pero el doctor Maxwell me ha dicho que están intactos. No hay nada volátil que yo recuerde que pudiese haber ocasionado la explosión.

—No te culpes —dijo Loren—. Quizá ha sido algo relacionado con el edificio, como una vieja tubería de gas o algo así.

Una enfermera de expresión severa les interrumpió al entrar en la habitación. Levantó la parte superior de la cama para que Lisa quedase sentada, y le sirvió la cena.

—Será mejor que nos vayamos, para que puedas deleitarte con las creaciones de la excelente cocina del hospital —dijo Pitt.

—Estoy segura de que no se puede comparar con los cangrejos de anoche —respondió Lisa, e intentó reírse. Luego frunció el entrecejo—. Por cierto, el doctor Maxwell ha mencionado que un viejo coche aparcado delante del edificio ha sufrido graves daños a consecuencia de la explosión. ¿El Auburn?

Pitt asintió con expresión dolida.

—Eso me temo, pero no te preocupes. Como tú, volverá a quedar como nuevo.

Llamaron a la puerta y un hombre delgado con una barba descuidada entró en la habitación.

—Bob —saludó Lisa—. Me alegra que hayas venido. Pasa, te presentaré a mis amigos.

Presentó a Loren y a Pitt a su ayudante de laboratorio, Bob Hamilton.

—Aún me cuesta creer que te hayas librado sin un rasguño —añadió Lisa.

—He tenido la inmensa suerte de que estaba almorzando en la cafetería cuando ha estallado el laboratorio —respondió Bob, que miró a Loren y a Pitt con cierto recelo.

—Una verdadera suerte —coincidió Loren—. ¿Está tan desconcertado como Lisa por lo ocurrido?

—Completamente. Quizá había una fuga en alguno de los cilindros de gas y por algún motivo se ha encendido, pero opino que se trata de algo en el edificio. Uno de esos extraños accidentes que a veces ocurren, cualquiera que sea la causa. Pero ahora, toda la investigación de Lisa se ha perdido.

—¿Es verdad? —preguntó Pitt.

—Todos los ordenadores han quedado destruidos, y contenían las bases de datos de la investigación —contestó Bob.

—Podremos reconstruirlo todo de nuevo en cuanto regrese al laboratorio… si todavía tengo uno.

—Pediré al decano de la universidad que se asegure de que no correrás ningún riesgo cuando vuelvas a pisar ese edificio —dijo Loren. Miró a Bob—. Ya nos íbamos. Ha sido un placer conocerlo, Bob. —Se inclinó hacia su amiga para darle un beso de despedida—. Cuídate, cariño. Mañana vendré a visitarte de nuevo.

—Qué horrible —comentó Loren a Pitt cuando salieron de la habitación y caminaban por el pasillo hacia el ascensor—. Me alegra que vaya a recuperarse sin problemas.

Lo único que recibió de Pitt como respuesta fue un gesto de asentimiento. Ella lo miró a los ojos. Tenían esa mirada distante que ella había visto tantas veces; por lo general cuando Pitt buscaba un viejo barco naufragado o intentaba descifrar el misterio de unos antiguos documentos.

—¿Dónde estás? —preguntó finalmente.

—El almuerzo —respondió él, de forma críptica.

—¿El almuerzo?

—¿A qué hora suele comer la mayoría de la gente?

Ella lo miró con curiosidad.

—Entre las doce y media y la una, supongo.

—Yo entré en el edificio instantes antes de la explosión. Eran las diez y cuarto y nuestro amigo Bob ya estaba almorzando —dijo su marido, en tono escéptico—. Estoy absolutamente seguro de que le vi al otro lado de la calle, como un curioso más después de que la ambulancia se llevara a Lisa. No parecía preocuparle mucho que su compañera de trabajo pudiese estar muerta.

—Tal vez estaba conmocionado. Quizá es uno de esos tipos que empiezan a trabajar a las cinco de la mañana y, por lo tanto, a las diez ya tienen hambre. —Ella lo miró con una expresión de duda—. Tendrás que pensar en algo mejor.

—Supongo que tienes razón —admitió Pitt, y la cogió de la mano mientras salían del hospital—. ¿Quién soy yo para discutir con un político?