CAPÍTULO 15

Una niebla baja flotaba sobre las tranquilas aguas delante de Kitimat cuando la primera luz de la aurora apareció por el este. El distante rumor de un camión que pasaba por las calles de la ciudad llegó por encima del agua y rompió el silencio del amanecer.

En la cabina de la embarcación de la NUMA, Dirk dejó a un lado la taza de café y puso en marcha el motor, que arrancó de inmediato ronroneando suavemente en el aire húmedo. El joven miró a través de la ventana y vio una figura alta que se acercaba por el muelle.

—Tu pretendiente ha llegado puntual —anunció Dirk, en voz alta.

Summer subió de las literas bajo cubierta y dirigió a su hermano una mirada despectiva antes de salir a la cubierta de popa. Trevor Miller llegó junto a la lancha cargado con una pesada caja debajo del brazo.

—Buenos días —saludó Summer—. ¿Has tenido suerte?

Trevor le pasó la caja a Summer y subió a bordo. Asintió al tiempo que miraba a la joven con franca admiración.

—Es una suerte para nosotros que el municipio de Kitimat tenga su propia piscina olímpica. El encargado de mantenimiento no tuvo el menor reparo en prestarme el analizador de calidad del agua a cambio de una caja de cervezas.

—El precio de la ciencia —comentó Dirk, que asomó la cabeza por la puerta de la timonera.

—Es obvio que los resultados no podrán compararse con los análisis del ordenador de la NUMA, pero al menos nos permitirán medir los niveles de acidez.

—En cualquier caso nos dará una referencia. Si encontramos unos niveles de pH bajos, entonces sabremos que la acidez ha aumentado. Si hay un incremento podría atribuirse a la presencia de grandes cantidades de dióxido de carbono en el agua —señaló Summer.

La joven abrió la caja en cuyo interior había un analizador de agua portátil junto con numerosos recipientes de plástico.

—Lo importante es contrastar las lecturas de una acidez tan alta identificada por el laboratorio —añadió—. Esto tendría que bastar para hacer la comprobación.

Los resultados del laboratorio de Seattle habían sido sorprendentes. Los niveles de pH en varias de las muestras de agua recogidas cerca de la desembocadura del canal Douglas eran trescientas veces inferiores a los niveles obtenidos en todos los demás lugares del Paso del Interior. Lo más preocupante era la última muestra, recogida solo unos minutos antes de que el Ventura estuviese a punto de embestir la lancha de la NUMA. Los resultados mostraban una acidez extrema, no muy lejos de los niveles cáusticos del ácido de las baterías.

—Gracias por quedaros —dijo Trevor, mientras Summer soltaba las amarras y Dirk llevaba la embarcación hacia el pasaje—. Ya que parece que solo es un problema local.

—Las aguas no saben de límites internacionales. Si nos encontramos ante un impacto medioambiental, es nuestra responsabilidad investigarlo —señaló Dirk.

Summer miró a Trevor a los ojos y vio que estaba profundamente preocupado. Aunque nadie lo había mencionado, podía haber una posible vinculación con la muerte de su hermano.

—Ayer nos reunimos con el inspector de policía —dijo Summer, en voz baja—. No tenía nada más que añadir a la muerte de tu hermano.

—Así es —asintió Trevor, fríamente—. Cerró el caso tras concluir que fueron muertes accidentales. Afirmó que una acumulación de gases en la timonera fue la responsable de sus muertes. Por supuesto, no hay ninguna prueba que confirme… —Su voz se apagó.

Summer pensó en la extraña nube que habían visto en el agua, y en la siniestra leyenda haisla del aliento del diablo.

—Yo tampoco me lo creo —afirmó la joven.

—No sé cuál es la verdad. Pero quizá esto pueda ayudarnos —manifestó Trevor, con la mirada puesta en el equipo de análisis de agua.

Dirk pilotó la embarcación a máxima velocidad durante más de dos horas hasta que llegaron al estrecho de Hécate. Apagó el motor cuando el GPS indicó las coordenadas del lugar donde habían recogido la última muestra de agua. Summer echó la botella Niskin por la borda, recogió una muestra y luego la pasó por el analizador de agua.

—La lectura es de 6,4. No tan extrema como hace dos días, pero aún está muy por debajo de los niveles normales.

—Lo bastante para originar un desastre en el fitoplancton, que en última instancia sería un canto fúnebre en la cadena alimentaria —observó Dirk.

Summer contempló la serena belleza de la isla Gil y las isletas cercanas y sacudió la cabeza.

—Resultará difícil saber qué puede estar causando estos altos niveles de acidez en una zona virgen —comentó.

—Quizá un carguero con una filtración en la sentina o alguien que echó sin más algún residuo tóxico —señaló Dirk.

Trevor sacudió la cabeza.

—Es poco probable. El tráfico comercial navega por el otro lado de la isla. Aquí solo verás barcas pesqueras y transbordadores. Y por supuesto, algún barco de crucero procedente de Alaska.

—En ese caso tendremos que ampliar la recogida de muestras hasta que encontremos la fuente —supuso Summer. Rellenó la etiqueta de la muestra y preparó la botella para otra recogida.

Durante las horas siguientes, Dirk hizo que la embarcación navegara en círculos cada vez más grandes, mientras Summer y Trevor recogían docenas de muestras. Desgraciadamente para ellos, ninguna de las muestras se acercaba a los bajos niveles de acidez que había comunicado el laboratorio de Seattle. Dirk dejó la embarcación a la deriva cuando se sentaron a comer. Aprovechó un momento para imprimir una carta náutica que llevó a la mesa para mostrársela a los demás.

—Hemos navegado en círculos hasta alcanzar un radio de ocho millas desde la muestra inicial. Por lo visto, aquella ha sido la lectura máxima. En todas las muestras recogidas al sur de allí los niveles de acidez son normales. Pero en el norte, es otra historia. Estamos recogiendo muestras con niveles de acidez más bajos en un sector con la forma de un cono.

—Que se mueven arrastrados por las corrientes dominantes —observó Trevor—. Podría tratarse de un único vertido contaminante.

—Quizá se trate de un fenómeno natural —aventuró Summer—. Algún mineral volcánico submarino que esté creando una gran acidez.

—Ahora que sabemos dónde buscar, podremos encontrar la respuesta —dijo Dirk.

—No lo entiendo —señaló Trevor, con una mirada de desconcierto.

—La tecnología de la NUMA al rescate —explicó Summer—. Llevamos a bordo un sonar de escaneo lateral y un ROV, un vehículo de observación dirigido por control remoto. Si allá abajo hay algo, lo descubriremos de una manera u otra.

—Pero tendremos que esperar a mañana —intervino Dirk al ver que era tarde.

Puso en marcha el motor, apuntó la proa en dirección a Kitimat y aceleró a veinticinco nudos. Cuando se acercaron a Kitimat, Dirk silbó por lo bajo al ver un barco cisterna de gas natural licuado en un muelle cubierto.

—Me cuesta creer que puedan entrar y salir de aquí con uno de esos gigantes —comentó.

—Lo más probable es que esté descargando en la planta de captura de dióxido de carbono de Mitchell Goyette —dijo Summer.

Mientras Trevor y ella le explicaban el funcionamiento de las instalaciones, Dirk redujo la velocidad y puso rumbo hacia el buque amarrado.

—¿Qué haces? —preguntó Summer.

—La captura de dióxido de carbono. La acidez y el dióxido de carbono van juntos como el pan y la mantequilla; tú misma lo has dicho. Quizá haya alguna relación con el barco cisterna.

—Este barco transporta dióxido de carbono para descargarlo. Un barco que entra ahí podría haber tenido una pérdida accidental durante la travesía —opinó Trevor—. Aunque este tuvo que llegar anoche o a primera hora de la mañana.

—Trevor está en lo cierto —confirmó Summer—. No estaba aquí ayer, y tampoco lo vimos en el canal. —Observó el muelle, que se adentraba en el canal, y vio que el yate de lujo de Goyette y las otras embarcaciones visitantes habían desaparecido.

—No pasa nada si recogemos unas pocas muestras para asegurarnos de que son honestos —dijo Dirk.

Segundos más tarde, una motora negra apareció a toda velocidad y se dirigió en línea recta hacia la embarcación de la NUMA. Dirk no le prestó atención y mantuvo el rumbo y la velocidad.

—Alguien está muy alerta —murmuró—. Ni siquiera estamos a una milla del lugar. Un tanto quisquillosos, ¿no creéis?

Observó cómo la motora viraba al acercarse y trazaba un ocho hasta situarse a un costado de la lancha. Había tres hombres a bordo, vestidos con los habituales uniformes de las empresas de seguridad. En cambio, no había nada de habitual en los fusiles de asalto que cada uno de ellos llevaba sobre el regazo.

—Se están acercando a aguas privadas —gritó uno de los hombres a través de un megáfono—. Den la vuelta de inmediato.

Uno de sus compañeros, un fornido esquimal, agitó el fusil hacia la timonera de la lancha de la NUMA para añadir énfasis a la advertencia.

—Solo quería pescar en la entrada de la cala —gritó Dirk, y señaló el canal que llevaba hacia el muelle cubierto—. En esa zona abundan los salmones rojos.

—Prohibido pescar —respondió la voz.

El esquimal se levantó y le apuntó con el fusil por un momento; luego, movió el cañón para indicarle que se apartase. Dirk giró el timón a estribor y se alejó como si no le importase que lo hubiesen amenazado, al tiempo que saludaba con un gesto amistoso a los hombres de la motora. Summer aprovechó la virada para inclinarse con toda naturalidad sobre la borda de popa y recoger una muestra.

—¿A qué viene tanta seguridad? —preguntó Dirk a Trevor mientras recorrían las últimas millas hacia Kitimat a toda velocidad.

—Dicen que intentan proteger su tecnología, pero ¿quién sabe si es verdad? Se han comportado con un gran secretismo desde el primer día. Trajeron a su propio equipo de trabajadores para construirla y tienen a su propia gente para ocuparse del funcionamiento. La mayoría son tlingit, pero no son de por aquí. Según me han dicho, no hay ni un solo residente local que haya sido contratado para trabajar en ninguna fase de la construcción. Para colmo, los empleados viven en casas en la misma planta. Nunca se les ve por la ciudad.

—¿Has visitado las instalaciones?

—No. Mi participación solo tuvo que ver con el informe del impacto medioambiental. Revisé los planos y recorrí el lugar durante la construcción. Pero nunca me invitaron a volver después de recibir todos los permisos. Presenté varias peticiones para que se me autorizase a hacer una inspección tras la puesta en marcha; sin embargo, no recibí el respaldo de mis superiores.

—Un tipo poderoso como Mitchell Goyette puede provocar mucho miedo en los lugares oportunos —señaló Dirk.

—Tienes toda la razón. He oído rumores de que la compra de los terrenos se consiguió recurriendo a muchas presiones. Obtuvieron los permisos de construcción y medioambientales casi en el acto, algo prácticamente inaudito por aquí. De alguna manera, en alguna parte, untaron a alguien.

Summer interrumpió la conversación cuando entró en el puente con una muestra de agua que sostenía en alto.

—El nivel de acidez es normal, al menos a una milla de las instalaciones.

—Demasiado lejos para darnos un dato fiable —opinó Trevor, que miró hacia la planta con expresión pensativa.

Dirk también parecía meditabundo. Era partidario de seguir las normas, pero tenía poca paciencia con las actitudes autoritarias y prepotentes. Summer solía decir que era un alegre Clark Kent, que siempre estaba dispuesto a echarle una mano a un pobre o abrirle la puerta a una mujer. Pero si alguien le decía que no podía hacer algo, entonces se transformaba en el demonio de Tasmania. El comportamiento de los guardias le había parecido de una desconsideración absoluta y no solo había despertado sus sospechas, sino que también había elevado su presión sanguínea unos milímetros. Esperó hasta tener amarrada la embarcación y a que Trevor se despidiese —después de quedar para cenar al cabo de una hora—, y luego se volvió hacia Summer.

—Me gustaría echar una ojeada de cerca a esas instalaciones —dijo.

Summer miró cómo se encendían las primeras luces de Kitimat a medida que se acercaba el crepúsculo antes de responder de la manera que Dirk menos esperaba.

—Yo también ¿sabes?