CAPÍTULO 12

Poco después de su reunión con Sandecker, una especie de milagro llegó a la mesa del presidente. Era otra carta del primer ministro canadiense, donde ofrecía una posible solución a la crisis. El ministro lo informaba de que, el año anterior, habían encontrado un gran yacimiento de gas natural en una remota región del Ártico canadiense, pero el hallazgo no se había hecho público. Las exploraciones preliminares indicaban que podía ser una de las mayores reservas de gas natural del mundo. La empresa privada que había hecho el descubrimiento disponía de una flota de barcos cisterna para transportar el gas licuado a Estados Unidos. Era el estimulante que el presidente necesitaba para impulsar sus grandes objetivos. De inmediato se firmó un acuerdo de compra para que comenzara a llegar el gas. A cambio de pagar un precio superior al de mercado, la compañía se comprometía a suministrar todo el gas que pudiera extraer. Por lo menos así lo garantizaba el director ejecutivo de la empresa, un tal Mitchell Goyette.

Sin hacer caso de las súplicas de sus consejeros económicos y políticos, que decían que era demasiado impetuoso, el presidente actuó sin demora. Desde el Despacho Oval, en un discurso televisado, explicó sus ambiciosos planes al público.

—Compatriotas, estamos viviendo momentos de gran peligro —dijo ante las cámaras. Esta vez, su talante animoso cedió el protagonismo a la solemnidad que imponía la situación—. Nuestras vidas se ven amenazadas por la crisis energética mientras nuestra existencia futura se ve comprometida por la crisis medioambiental. Nuestra dependencia del petróleo extranjero ha acarreado unas graves consecuencias económicas que todos sentimos y, al mismo tiempo, ha aumentado la emisión de los peligrosos gases de efecto invernadero. Nuevas pruebas, cada vez más preocupantes, señalan que estamos perdiendo la batalla contra el calentamiento global. Por nuestra seguridad, y por la seguridad del mundo entero, he dispuesto que Estados Unidos consiga carbón limpio para el año 2020. Si bien algunos dirán que es un objetivo drástico o incluso inalcanzable, no tenemos otra alternativa. Esta noche pediré un esfuerzo conjunto de la industria privada, las instituciones académicas y las agencias gubernamentales para que resuelvan nuestras necesidades energéticas a través de combustibles alternativos y fuentes renovables. El petróleo no puede ser ni será el combustible que moverá nuestra economía en el futuro. Dentro de poco presentaré una petición de fondos al Congreso para determinar las inversiones específicas en investigación y desarrollo.

»Con los recursos apropiados y nuestra férrea voluntad, estoy seguro de que juntos podremos alcanzar esta meta. Sin embargo, ahora debemos hacer sacrificios para reducir las emisiones y nuestra dependencia del petróleo, que continúa estrangulando nuestra economía. Dada la reciente disponibilidad de suministros de gas natural, he dispuesto que todas nuestras plantas de producción eléctrica que funcionan con carbón y petróleo sean reconvertidas a gas natural en un plazo de dos años. Me complace anunciar esta noche que el presidente Zhen de China ha aceptado imponer las mismas medidas en su país. Además, en breve presentaré planes a los fabricantes de coches nacionales para que aceleren la producción de vehículos con motores híbridos y de gas natural licuado, y confío en que se adopten planes similares a escala internacional.

»Nos enfrentamos a momentos difíciles, pero con vuestro apoyo conseguiremos un mañana más seguro. Muchas gracias.

En cuanto se apagaron las cámaras, el jefe de gabinete, un hombre bajo y medio calvo llamado Charles Meade, se acercó a Ward.

—Buen trabajo, señor. Creo que ha sido un excelente discurso. Debería tranquilizar a los fanáticos contra el carbón y hacerles desistir del boicot que proponen.

—Gracias, Charlie, creo que tienes razón —manifestó el presidente—. Ha sido muy eficaz. Me refiero a que ha eliminado cualquier posibilidad de que vuelvan a votarme —añadió, con una sonrisa torcida.