—¡El pescado está a bordo! —gritó Summer Pitt hacia la timonera—. Llévanos al próximo punto mágico.
La alta y esbelta oceanógrafa estaba en la cubierta de popa de la embarcación científica, vestida con un chubasquero turquesa. Con una mano sujetaba lo que parecía una caña de pescar y con la otra la manivela del carrete. El sedal se tensó hasta la punta de la caña, donde su premio se bamboleaba con la brisa. Pero no era un pescado sino una botella Niskin, un recipiente de plástico gris que permitía recoger muestras de agua de mar a distintas profundidades. Summer cogió la botella con cuidado y caminó hacia la timonera en el mismo momento en el que los motores aceleraban al máximo. La brusca propulsión estuvo a punto de hacerla caer al suelo mientras la embarcación avanzaba a toda prisa.
—¡Ten cuidado con la aceleración! —gritó, cuando consiguió llegar a la cabina.
Sentado al timón, su hermano volvió la cabeza y soltó una risita.
—Solo quería que estuvieras alerta —respondió Dirk Pitt—. Por cierto, has hecho una estupenda imitación de una bailarina borracha.
El comentario enfureció a Summer todavía más, pero luego lo tomó por el lado gracioso y se echó a reír.
—No te sorprendas si esta noche encuentras en tu litera un cubo de almejas —dijo ella.
—Siempre que estén cocidas y bien rociadas con salsa cajún no me importa —dijo el joven. Dirk disminuyó un poco la velocidad y consultó el diario digital de navegación en el monitor más cercano—. Por cierto, esa que has recogido es la muestra 17-F.
Summer vertió la muestra de agua en un tubo de ensayo limpio y escribió el número en la etiqueta. Luego, colocó el tubo en una caja revestida de espuma aislante que contenía otra docena de muestras de agua de mar. Lo que había comenzado como un sencillo estudio del estado del plancton a lo largo de la costa sur de Alaska había cobrado más importancia cuando el Ministerio de Caladeros y Océanos canadiense tuvo conocimiento del proyecto y les pidieron que prolongaran el estudio a lo largo de la costa hasta Vancouver. Además de los barcos de crucero que lo utilizaban, el Paso del Interior también era una importante ruta migratoria para las ballenas jorobadas, las grises y otros ejemplares que atraían la atención de los biólogos marinos. El microscópico plancton era una de las piezas clave de la cadena alimentaria acuática, porque atraía el «krill», la principal fuente de alimento para las ballenas barbadas. Dirk y Summer comprendían la importancia de disponer de un estudio ecológico completo de la región y habían obtenido el permiso de sus jefes en NUMA, la National Underwater and Marine Agency, para ampliar el proyecto.
—¿Cuánto falta para el próximo punto de muestreo? —preguntó Summer, que acababa de sentarse en un taburete de madera y miraba pasar las olas.
Dirk consultó de nuevo el monitor y ubicó un pequeño triángulo negro en la parte superior. Un programa HYPACK marcaba los puntos anteriores de recogida de muestras y calculaba la ruta hasta el siguiente.
—Tenemos que recorrer otras ocho millas. Tiempo más que suficiente para un bocado antes de llegar.
Sacó de la nevera un bocadillo de jamón y un refresco. Luego ajustó el timón para mantener la embarcación en el rumbo correcto.
La embarcación de aluminio de quince metros de eslora planeaba sobre las plácidas aguas del Paso. Pintada de color azul turquesa, como todas las embarcaciones de investigación científica de la NUMA, estaba provista de equipos de buceo en aguas frías, instrumentos de investigación marina, e incluso disponía de un pequeño sumergible dirigido por control remoto para filmar bajo el agua. Las comodidades para la tripulación eran mínimas, pero era una plataforma perfecta para realizar estudios de investigación de la costa.
Dirk giró el timón a estribor para dejar paso a un resplandeciente barco de pasajeros blanco de Princess Lines, que navegaba en la dirección opuesta. Un puñado de turistas acodados en la borda los saludaron con entusiasmo; Dirk correspondió al saludo asomando un brazo por la ventanilla lateral.
—Parece que cada hora pasa uno —comentó Summer.
—Más de treinta barcos utilizan el Paso todos los días durante los meses de verano; esto parece la autopista de Jersey.
—Pero si tú no has visto nunca la autopista de Jersey…
Dirk sacudió la cabeza.
—Bueno, pues parece la carretera interestatal H-1 de Honolulú en hora punta.
Ambos hermanos habían crecido en Hawai, donde se había despertado su pasión por el mar. Su madre, soltera, había estimulado su interés por la biología marina y los había animado a que aprendiesen a bucear desde muy jóvenes. Los atléticos y aventureros mellizos habían pasado la mayor parte de la adolescencia en, o cerca del agua. Su interés se mantuvo en la universidad, donde ambos estudiaron ciencias marinas. Pero acabaron en costas opuestas: Summer obtuvo su licenciatura en el Instituto Scripps de California y Dirk se licenció en ingeniería naval en el New York Maritime College.
No fue hasta que su madre estuvo en el lecho de muerte cuando se enteraron de la identidad de su padre, que dirigía la NUMA y había dado su apellido a Dirk. Tras una emotiva reunión iniciaron una estrecha relación con el hombre que hasta entonces no conocían. Ahora trabajaban bajo su tutela en el departamento de proyectos especiales de la NUMA. Era un trabajo de ensueño, que les permitía viajar juntos por todo el mundo, estudiar los océanos y resolver algunos de los múltiples misterios de las profundidades.
Dirk se mantuvo a poca velocidad mientras pasaban junto a un barco pesquero que iba hacia el norte, y desaceleró todavía más tras recorrer un cuarto de milla. Cuando la embarcación ya se acercaba al lugar designado, apagó los motores y dejó que el impulso los llevase hasta la posición. Summer fue a popa y enganchó una botella vacía en el sedal sin prestar atención a la pareja de marsopas de Dalí que se habían asomado a la superficie y observaban la barca con curiosidad.
—Ten cuidado con «Flipper» cuando lances esa cosa —la advirtió Dirk, que había salido a la cubierta—. Pescar una marsopa trae mala suerte.
—¿Y qué pasa si pescas a un hermano?
—Peor, mucho peor. —Sonrió mientras los mamíferos marinos se sumergían.
Mientras observaba en derredor, a la espera de que reapareciesen, vio de nuevo el barco pesquero. Había ido cambiando poco a poco de rumbo y ahora viraba hacia el sur. Dirk advirtió que navegaba en círculos y que muy pronto se acercaría a su embarcación.
—Será mejor que te des prisa, Summer. No creo que este tipo mire por dónde va.
Summer miró la embarcación que se acercaba y luego arrojó la botella al agua. La botella lastrada se hundió como una piedra junto con tres metros de sedal. En cuanto el sedal se tensó, Summer dio un tirón para invertir la botella y llenarla de agua. Comenzó a recoger el sedal con un ojo puesto en el pesquero. Continuaba virando y trazaba un lento arco a poco más de treinta metros, con la proa siempre hacia la lancha de la NUMA.
Dirk, que ya había vuelto a la timonera, pulsó un botón en el salpicadero. Se escucharon los fuertes toques de las bocinas montadas en la proa. El estruendo era enorme pero no produjo ninguna reacción en el pesquero. Mantenía la lenta virada que lo llevaría a chocar contra la lancha de exploración científica.
Dirk se apresuró a poner en marcha el motor y aceleró en el momento en el que Summer acababa de recoger la muestra de agua. Con una brusca sacudida, la lancha se desvió a babor algunos metros; Dirk redujo la velocidad cuando el barco pasó a un par de metros.
—No se ve a nadie en el puente —gritó Summer.
Vio que Dirk colgaba el micro de la radio.
—No he recibido respuesta por radio —confirmó Dirk con un gesto—. Summer, coge el timón.
Summer corrió a la timonera, guardó la muestra de agua y ocupó la silla del piloto.
—¿Quieres subir a bordo? —preguntó, adivinando la intención de su hermano.
—Sí. A ver si puedes ponerte a la misma velocidad y luego situarte a su lado.
Summer persiguió al pesquero, siempre por su estela, antes de ponerse a su lado. Navegaba en círculos cada vez más grandes, y al ver el rumbo que seguía se alarmó. La amplitud del arco unido a la marea alta los llevaba hacia la isla Gil. En unos pocos minutos, la embarcación llegaría a la costa y el casco chocaría contra las rocas del fondo.
—Será mejor que te des prisa —gritó a su hermano—. Se está acercando a los escollos.
Dirk le hizo un gesto con la mano para que se aproximara. Corrió a proa y se agachó con los pies apoyados en la borda. Summer mantuvo el timón firme unos instantes, para acomodarse a la velocidad y al radio de giro de la otra embarcación, y se acercó. Cuando estaba a medio metro, Dirk dio un salto y cayó en la cubierta junto a uno de los tambores de las redes. Summer se apartó en el acto y siguió al pesquero a pocos metros.
Dirk saltó sobre las redes y fue directamente a la timonera, donde se encontró con una escena espantosa. Había tres hombres tendidos en la cubierta, con los rostros desfigurados por la agonía. Uno tenía los ojos abiertos y sujetaba un lápiz en una mano inmóvil. Por el color grisáceo de la piel Dirk sabía que estaban muertos, pero de todas maneras se apresuró a buscarles el pulso. Le llamó la atención que no hubiese marcas en los cuerpos; ni sangre ni heridas visibles. Al no encontrar ninguna señal de vida, fue al timón y enderezó el rumbo. Llamó a Summer por radio para decirle que lo siguiera. Controló un estremecimiento y puso rumbo al puerto más cercano, mientras se preguntaba qué habría matado a los hombres que yacían a sus pies.