Lección séptima

LA CIENCIA ES NECESARIA AUNQUE NO SEA SUFICIENTE

Las ideas proclamadas y defendidas por las religiones, no ofrecen ya respuestas, o las respuestas que ofrecen, el terreno que ocupan, es el de la ciencia.

Sólo la ciencia puede construir una cosmogonía, puede estudiar y demostrar el origen del hombre e incluso, hasta el nacimiento de ciertas tendencias mal llamadas morales.

Sin embargo está claro que mientras exista un misterio, mientras exista una parcela de realidad o de irrealidad no reductible a la razón o a la ciencia, existirá siempre la tentación de encontrar explicaciones más allá de la ciencia y de la razón.

La idea de dios, pues, y para los hombres que no quieran aceptar la racionalización de sus creencias, permanecerá aunque como sabemos no es necesaria.

La ciencia en cuanto al misterio o lo irreductible no es suficiente aunque sea necesaria, y no es suficiente porque la ciencia no ha de responder a falsos, a irracionales problemas o preguntas. Sin embargo estas irracionales preguntas existen, son reales.

El problema no puede ser resuelto por la ciencia pero tampoco puede ser resuelto por todas las religiones conocidas y siempre reveladas como es natural. Así las cosas, el problema de la fe es pura y simplemente un problema personal nunca colectivo, ni siquiera social, es siempre individual.

La necesidad de la ciencia suele ser rechazada por los pensadores y sacerdotes de costumbre, sin embargo un hombre con un saber científico suficiente, podrá cuando menos, señalar los límites entre lo racional colectivo y lo irracional siempre individual.

Los Estados modernos aunque se confiesan aconfesionales no admiten el agnosticismo ni el ateísmo, saben que cualquier religión es buena para el súbdito, pero no la falta de religión.

Una sociedad de agnósticos es menos manipulable que una sociedad confesional. La ciencia no aliena, sin embargo una religión, cualquiera de ellas, aliena siempre.

El que la ciencia no sea suficiente, y no es suficiente mientras subsista una parcela mínima de terreno desconocido, no quiere decir que esta parcela ha de ser explicada o reducida a términos religiosos, fideístas, deístas en una palabra.

(Y para más información véase el estupendo Discurso de Clausura que cierra este Curso).

SÉPTIMO EJERCICIO PRÁCTICO DE CONVERSACIÓN

—Y ahora me dirá usted…

—Ahora ya va siendo hora, le voy a pedir a usted bibliografía.

—¿Cómo dice?

—Sí, que ya está bien de hablar con los creyentes que ni siquiera han leído lo que tenían que leer. Es inadmisible que los ateos tengamos que pasarnos la vida explicando libros que ustedes los creyentes se niegan a leer, por eso, le pido a usted bibliografía. Vamos a ver, ¿qué ha leído usted sobre mecánica cuántica?

—Hombre, yo…

—Nada, eso es. Pues entonces lo siento, pero usted no está autorizado para hablar ni del origen del hombre ni del origen del universo. O lo que es lo mismo, todo lo que me diga carece de la más mínima autoridad.

—¿Pero es que los creyentes no vamos a poder hablar?

—No de lo que no saben, y un creyente sabe lo que se dice muy poquitas cosas, ha recogido algunas opiniones, recuerda el catecismo y poco más. Como comprenderá usted, así no hay manera de mantener una conversación seria.

—¿Me está usted llamando ignorante por casualidad?

—Sí, pero no por casualidad. Las religiones militantes y aun vivas que conocemos, se cuidan muy bien de la cultura de sus feligreses, es decir se cuidan muy bien de su incultura. Los católicos defendieron siempre el analfabetismo, lo que usted llama sectas protestantes al menos dejaban leer la Biblia, pero eso sí, ni católicos ni protestantes se preguntaron nunca sobre el origen de los textos.

—Los creyentes creemos…

—Es lo único que saben hacer, eso y repetir frases más o menos sentimentales, que si la bondad de dios, que si la providencia, que si la caridad, etc., etc. Hay una gran injusticia en nuestra sociedad porque los creyentes ocupan todo el espacio digamos cultural, mientras que los ateos no tenemos derecho a nada. Ni siquiera estamos reconocidos en ninguna Constitución, todos los Estados liberales reconocen la libertad de culto, claro está, pero no la libertad de los sin-culto. Los ateos no poseemos doctrinas constituidas, ni templos ni agrupaciones, no tenemos derecho pues ni a reconocimiento jurídico o administrativo ni mucho menos a ninguna ayuda…

—Pero…

—No se moleste, hoy no le dejo hablar a usted porque es incapaz de presentarme una bibliografía correcta. Hora es ya de que los creyentes sean tratados como tales. La fe impide pensar, luego no piensan ustedes. La fe impide razonar, luego son ustedes irracionales y practican la irracionalidad. La fe no pide cultura, luego son ustedes unos incultos.

—¡Pero caballero!

—Lo dicho, cuando los creyentes lean un poco más y en especial usted, tendré mucho gusto en continuar esta conversación. Mientras tanto me niego a discutir; lo más que puedo hacer es darle bibliografía, después de todo enseñar al ignorante no es precepto divino, es un precepto ateo. Y ni siquiera es obligatorio.