LA PRIMERA OBLIGACIÓN DEL ATEO HA DE CONSISTIR EN CREER EN TODOS LOS DIOSES
El título de la presente lección puede parecer paradójico, sin embargo hay que pensar que sólo creyendo en la existencia de todos los dioses, es posible el ateísmo. Esta existencia de los dioses que cree el ateo, se refiere como es lógico, a su existencia histórica, real. Todos los dioses que conocemos han tenido historia, tiempo y espacio, y mal que les pese a los creyentes, también han tenido un principio.
El ateo cree firmemente que la necesidad llevó al hombre a la creación de los dioses. O de otra manera, que ningún dios tiene una existencia gratuita. Buscar las explicaciones de esta necesidad de dotarse de dioses, está en la base de la Historia de las Religiones.
La necesidad de una primera explicación del universo llevó a los sumerios, hace unos seis mil años, a la creación de un panteón divino. Lo mismo ocurrió con los egipcios y por las mismas fechas. El hombre que ya no es primitivo, que vive en ciudades, necesitaba una explicación sobre el origen y el desarrollo del universo que conocía.
Para los sumerios, que vivían de la arcilla, los dioses habían creado al hombre de la arcilla. Para los primeros egipcios que vivían del ganado, los primeros dioses tenían rasgos animalescos.
A medida que se fue complicando la vida social, administrativa, política, los dioses se hacen más complejos y también tienen que atender a más necesidades del hombre. Y así habrá un dios para cada actividad humana, para cada oficio, para cada aspiración o esperanza.
La necesidad de combatir un entorno hostil, llevó a los hebreos a la creación de un Jehová primero y de un Ihavé después, carniceros y rencorosos y capaces de las mayores matanzas, puesto que el pueblo hebreo sin tierras necesitaba tierras y también necesitaba, según las costumbres de la época, acabar físicamente con sus ocupantes.
Quizás la necesidad de acabar con el odio engendrado por este dios hebreo, llevó a los últimos judíos a la creación de un Padre bondadoso que hasta sacrificaba a su propio hijo Jesús para predicar el amor universal.
La necesidad de unificar a todo un pueblo y de aspirar a una religión político-universal llevó a Mahoma a la creación de un Alá que era sobre todos los demás dioses, misericordioso, al mismo tiempo que el generalísimo de sus ejércitos.
La necesidad de escapar al inevitable dolor que produce la vida, llevó al santo Buda a la creación de un nirvana (sin-viento) discreto, neutro y sobre todo pacífico.
El conocimiento primero y la necesidad después de clasificar a todas las fuerzas del universo y del hombre, obligó a los indios a la creación de un panteón hinduista que de alguna manera, y dada su diversidad, también refleja las obligadas castas de la sociedad.
Lao Tsé inventó una sustancia eterna e inaprehensible, engendradora del universo y de los hombres, el Tao, que entre otras virtudes tenía la de superar todas las contradicciones visibles, reales.
El maíz resolvía todos los problemas del pueblo, luego los mayas necesitaron inventar un dios creador del maíz.
Las grandiosas aspiraciones greco-romanas, siempre humanas, les obligó a la creación de dioses que también muy humanos, eran la sublimación de las aspiraciones del hombre.
Y etcétera, porque siempre que aparece un dios en la historia del hombre, habrá en su base humana, siempre humana, una necesidad. Desde los primeros chamanes hasta los últimos «científicos» deístas, la necesidad ha engendrado a los dioses.
Todo lo cual significa que entender y admitir a todos los dioses, es decir creer en su existencia social e histórica, significa entender y por supuesto admitir, la existencia de una serie de necesidades del hombre.
El miedo no engendra a los dioses como creyeron en un principio los epicúreos y hasta el latino Lucrecio, o al menos, no solamente el miedo crea a los dioses, los crea también algo más noble como es la necesidad de una explicación del universo, de una racionalización del mismo.
No es gratuito pues que todos los dioses aparezcan ligados con la cosmogonía, cada dios debía explicar la creación del mundo; aún más, cada dios debía crear el universo, única manera de afirmarse como dios.
Históricamente, al aumentar el conocimiento del universo, los dioses se vuelven más complejos y complicados, pero siempre su existencia está ligada con la cosmogonía, con los orígenes del mundo y por lo tanto con la creación del hombre.
Si los dioses, todos los dioses que conocemos y que podamos conocer, obedecen a una necesidad del hombre, podríamos concluir un poco alegremente que los dioses son necesarios. Y efectivamente lo son mientras el espíritu humano se contente con esta primera explicación, pero como veremos en próximas lecciones, el hombre ha seguido avanzando en su conocimiento y en la actualidad, o desde hace un par de siglos, los dioses han dejado de ser necesarios.
Queda por señalar que también la idea de un dios único, o de un principio universal, tuvo su historia, es decir, su tiempo y su espacio. Incluso en la Biblia, el libro que mejor conocemos por estar en la base de nuestra civilización occidental, hay una lucha del dios hebreo con el resto de los dioses, hay una monolatría que se traducirá más tarde con la creación de un dios único.
Porque claro está, los dioses creados por el hombre también tienen su historia y hasta luchan entre sí para imponerse. Ahora podemos ver muy claramente que Babilonia al dominar políticamente, impuso a su dios Marduk sobre los demás dioses del panteón sumerio-babilónico. Para los asirios sería Asur, etc. De la misma manera la idea del dios Jesús hubo de luchar contra la antigua deidad hebrea, y más tarde, el misericordioso pero siempre guerrero Alá hubo de imponerse a los dioses heredados.
A las primeras necesidades del hombre: la necesidad de una visión del universo, de una esperanza, de una explicación de todos los fenómenos de la naturaleza, se unieron después otras necesidades más sociales, más políticas y así surgieron como era de esperar, las guerras religiosas de las cuales aún no hemos escapado del todo.
Podemos resumir: el ateo cree en todos los dioses porque cree en todas las necesidades que ha sufrido el hombre a lo largo de su historia.
SEGUNDO EJERCICIO PRÁCTICO DE CONVERSACIÓN
—Porque mire usted, haga lo que haga, siempre tendrá que contar con dios a la hora de hacer historia del hombre.
—No con dios como usted dice, sino con todos los dioses, absolutamente con todos, que no es lo mismo.
—¡Cómo que no es lo mismo!
—Como que no, cada dios tiene sus características, tiene su espacio y su tiempo.
—Pero siempre es la idea de dios.
—Parece que no, compare usted sin ir más lejos, la idea del Tao o la idea del nirvana, con un dios como el judeocristiano, y verá usted la diferencia.
—Pero siempre se está hablando de dios.
—Siempre se está intentando hablar o definir lo que no se conoce, y lo que no se conoce se encarna de muchas maneras diferentes, depende del tiempo, del espacio, del pueblo…
—El final es siempre el mismo.
—El final es siempre diferente, porque según la idea que el hombre se haya hecho de dios, así será la moral consecuente. Un dios judeocristiano necesita acción, un dios budista o hinduista reclama inmovilidad, el no hacer… como ve los efectos son casi contrarios.
—Es igual, siempre existe la idea de dios.
—Es como si usted me dijera, siempre el hombre se ha encarado con lo desconocido.
—Ya, y ahora me dirá que la idea de los dioses viene del temor.
—Eso lo supuso Lucrecio sin ir más lejos, del miedo a lo desconocido nacen los dioses, pero también se puede añadir: también nacen los dioses de la necesidad de apoderarse de alguna manera de lo desconocido. Y lo desconocido, o el misterio, no tiene siempre que producir miedo.
—¿Ah, no?, ¿y qué puede producir lo desconocido?
—Pues hombre, sin ir más allá, puede producir curiosidad. Imagínese un hombre moderno ante un misterio, lo que quiere es saber, no tiene por qué sentir temor.
—Llámelo como quiera, siempre aparece la idea de dios.
—Por llamarlo así.
—¿Y de qué otra manera se podría llamar?
—Misterio, desconocido y más importante, no conocido todavía, no desvelado todavía, no racionalizado todavía…
—Pero aún así, en fin, ¿qué quiere que le diga? Mire a su alrededor, contemple la naturaleza, no me venga usted con que todo esto no viene de alguna parte.
—De alguna parte, seguro que viene.
—En fin, ante el universo todo, incluso si no hubiera dios, le digo a usted que habría que inventarlo.
—No se moleste, ya lo han hecho.