Discurso de clausura

LA CIENCIA ES NECESARIA AUNQUE NO SEA SUFICIENTE Y POR ESO LA CIENCIA NO PUEDE SER UN SUSTITUTO DE LA RELIGIÓN

El largo combate de las religiones contra el saber científico pudo hacer creer a algunos que la ciencia era el sustituto ideal de la religión, o algo así como la nueva forma de la religión. Esta creencia tenía un cierto fundamento; el aumento del conocimiento científico reducía, cada vez que se producía un descubrimiento nuevo o se emitía una hipótesis que permitía explicar más fenómenos, la validez de algún punto clave de las doctrinas religiosas, dando la impresión de una sustitución paulatina, sistemática y permanente de las creencias religiosas por saberes científicos.

Las religiones fundaban su validez, su credibilidad, no sólo en la epifanía del dios, también se apoyaban en un saber sobre el mundo relativamente razonable, y que era lo que permitían los conocimientos de la época, pero que daban como producto de la revelación, ya que explicar el origen y marcha del cosmos de un modo suficientemente coherente, era una prueba más de la veracidad de la religión. De este modo la cosmogonía, es decir, la génesis del mundo, se transformó en uno de los fundamentos de las creencias religiosas, una parte central de la fe revelada, de todo dogma religioso. Es evidente que toda interpretación del funcionamiento del mundo que no requiriese la presencia de la divinidad descomponía el sistema de creencias, rompía su coherencia interna. Ante tal peligro había que reaccionar. Son testigos, entre otros, de esa reacción de defensa, Giordano Bruno, Vanini, Galileo.

En realidad la ciencia, el saber científico, no pretendía sustituir a la religión, lo que pasaba es que la religión era el sustituto, desde el mismo origen, del saber científico. La cosmogonía religiosa hacía las veces de cosmología, pues no había otra cosa. Con el progreso del conocimiento del funcionamiento de las cosas del cosmos, la visión religiosa iba siendo cada día menos operativa, menos explicativa. Planteaba muchos más problemas de los que podía resolver. Por ejemplo al ser una explicación del mundo cada vez más pobre, cuestiona, por su funcionamiento defectuoso, la existencia del autor de esa Revelación tan poco fiable. Los científicos sin quererlo, por los resultados de sus trabajos, iban generando dudas sobre la existencia de la divinidad en las mentes de los creyentes más alertas.

No cabe duda que la ciencia ha sustituido a las religiones en la función de explicar el mundo. Esto lo reconocen hoy las religiones más razonables, cuando dicen que ellas se ocupan únicamente del alma humana y sus problemas. Pero incluso en estas confesiones sus fundamentalistas tratan de conservar la versión integral de la revelación, negándose a aceptar las podas doctrinales que les impone el avance del conocimiento científico. Y es esta fuerte resistencia a los ajustes adaptativos de los dogmas, la que nos indica la honda diferencia entre ciencia y religión y lo que explica que la ciencia no puede sustituir a la religión en su función social.

La religión es un proceso natural en el pensar de los humanos. Es la expresión de la necesidad de consolación en este mundo de miserias, «es el suspiro de la criatura oprimida, el corazón de un mundo sin corazón, como es el espíritu de una situación carente de espíritu. Es el opio del pueblo». Esa función de consuelo es muy diferente de la de tratar de conocer cómo funcionan, cómo están constituidas y cuál es el origen de las cosas.

Uno de los elementos de consuelo es saberse seguro. Lo incierto del vivir es fuente de angustia y de miedo. El futuro aún no conocido genera temores. El saberse protegido, apadrinado por un ser poderoso y benéfico («el que hace misericordia, el Misericordioso» del Corán) tranquiliza. A falta de un padre poderoso los pobres pueden tener un dios potente y clemente, al tiempo de justo, celoso y vengativo (el «que castiga hasta la cuarta y quinta generación» de la Biblia). Lo importante es tener algo donde agarrarse en este mundo movedizo, es la «Roca» de los salmos, el «Castillo fuerte» del himno luterano.

La creencia religiosa tiene que ser inmóvil, fija, permanente y no sometida a fluctuaciones. El motivo de la fe no puede cambiar de la noche a la mañana. Una fe móvil cual «piuma al vento» sólo puede crear angustia. No se puede imaginar a creyentes interrogándose, inquietos, cada noche sobre el contenido de la fe del día siguiente. La religión tiene que ser sólida, inmutable y por ello segura. Así abandonarla es caer en el torbellino de la incertidumbre del acaso. «Fuera de la iglesia no hay certezas» (ni salvación). De ahí su reticencia a modificar los dogmas, a alterar los artículos de fe. Una religión es tanto más perfecta (según su función social) cuanto más rígida es. El islam es ejemplar, en el Corán está dicho que él es la copia exacta de un libro que está en el cielo, y por eso nada puede ser cambiado si no hay cambio arriba. Lo que explica la violencia mortífera de sus integristas, que saben que tienen de su parte la Auténtica Verdad Revelada. Lo que es cierto, desde el punto de vista religioso más estricto. En las otras religiones monoteístas la cosa se presenta de un modo ligeramente diferente; el judaismo por su larga historia presenta, en sus textos, modificaciones y alteraciones, que están justificadas por revelaciones sucesivas, recuérdese la etapa abrahámica y la mosaica. El cristianismo no hay que olvidar que es una secta judía, según el dicho de Lichtenberg. Sus cambios son lentísimos, recuérdese el caso Galileo, desde el 22 de junio de 1633 a nuestros días, es un lapso de tiempo que mide exactamente la velocidad de cambio de la Iglesia Católica.

La ciencia es incapaz de proporcionar ese tipo de tranquilidad, precisamente por su modo de operar, por su ser como dirían los viejos filósofos. Porque el saber científico es una forma extrema del pensar crítico. Los científicos trabajan dudando de lo que ven, aún de lo más evidente, por ejemplo que el sol sale por levante, se desplaza en el cielo y se oculta en el poniente, o el que las ballenas sean peces o los murciélagos pájaros. Estos «hombres de poca fe» tienen también sus creencias. Suelen creer en su capacidad de comprender su entorno a partir de una serie de supuestos:

Y que estos supuestos son universales. Estos supuestos no están fundados en premisas filosóficas, son el producto de una larga (milenaria) y dura (mortífera) experiencia que ha conducido a una comprensión de las cosas del mundo muy aceptable, ya que ha permitido comprender la situación de los humanos en la naturaleza, precisamente como parte de la misma sin más. Toda discusión o interpretación sobre o de la ciencia fundada en otros principios filosóficos o religiosos, será en el mejor de los casos, una hipótesis entretenida, una de aquellas de las que decía Newton: «non tingo».