En 1995 Mario Benedetti cumple medio siglo de escritor. Su libro inicial, hoy expulsado de Inventario, se llama La víspera indeleble. Simboliza el comienzo de la generación uruguaya de 1945 —la generación crítica como la designó Angel Rama— que tiene en Benedetti su más alta figura literaria y halló su centro en Marcha, el gran semanario de Carlos Quijano. Emir Rodríguez Monegal, su amigo y compañero de aquellos tiempos, escribió en la revista generacional Número el primer ensayo de conjunto hecho en cualquier idioma acerca de Borges. Lo que en ese entonces dijo Monegal describe a Benedetti a los cincuenta años de haber empezado su trabajo: no es sólo un escritor sino una vasta y compleja literatura con su pluralidad de géneros y su unidad secreta.
Del mismo modo que «estilista» pasó a nombrar al peluquero de lujo, «polígrafo» se llama ahora al detector de mentiras y «hombre de letras» a quien hace vida literaria sin tomarse el trabajo de escribir. No queda en nuestro vocabulario un término capaz de abarcar una actividad como la de Benedetti. Poeta, novelista, cuentista, crítico, ensayista, desafía todo intento de clasificarlo y ha enriquecido cada género con la experiencia ganada en los demás. Hasta la oposición prosa/poesía es destruida por Benedetti en El cumpleaños de Juan Ángel que restaura como vanguardia la novela en verso y se anticipa en dos décadas al inesperado retorno del poema narrativo.
El novelista de Quién de nosotros, La tregua, Gracias por el fuego, Primavera con una esquina rota, La borra del café; el poeta de Poemas de la oficina, La casa del ladrillo, Cotidianas, Viento del exilio, Las soledades de Babel y los demás libros reunidos en ese Inventario que a cada edición aumenta; el ensayista de Literatura uruguaya del siglo XX, Letras del continente mestizo, El ejercicio del criterio, Sobre artes y oficios, La realidad y la palabra, entre otras muchas colecciones; el escritor político de El país de la cola de paja, Crónicas del 71, Terremoto y después; el dramaturgo de Ida y vuelta y Pedro y el capitán, es también el gran cuentista de Esta mañana, Montevideanos, La muerte y otras sorpresas, Con y sin nostalgia, Geografías, Despistes y franquezas, libros reunidos en este volumen de Cuentos completos.
Hay demasiados libros y demasiados seres humanos llenamos el planeta. Nada más natural que prefiramos al escritor compacto, al autor de una sola obra, cuanto más breve mejor; y en literatura reclamemos la estricta división del trabajo: por una ley no escrita pera vigente los poetas tiene prohibida la narrativa, los narradores la poesía. Benedetti ha vencido todos estos obstáculos, ha actualizado la totalidad del ejercicio literario que practicaron los grandes escritores de otros siglos y ha sabido crear un público que los sigue en muchas partes, de libro en libro y también en los periódicos, en la escena, en los discos.
A pesar de la Comunicación instantánea las literaturas hispánicas han vuelto al aislamiento, a la mutua ignorancia y al autoconsumo. Benedetti es uno de los muy pocos autores leídos en todos los países del idioma (y en innumerables traducciones). Radicalmente uruguaya y montevideana, su obra es vista no sólo como la historia íntima de su patria sino como la gran crónica interior de todo lo que ha pasado en Hispanoamérica durante los cincuenta años que abarca su producción, Benedetti no buscó el éxito ni ha dejado nunca de ser fiel a sí mismo, a sus obsesiones y a los azares del cruce de su biografía con la historia de todos. Ha escrito lo que muchos sentíamos que necesitaba ser escrito. De allí la respuesta excepcional y acaso irrepetible despertada por sus libros.
Los montevideanos llaman «el mar» al cuerpo de agua que los extranjeros vemos aún como el Río de la Plata a punto de encontrarse con la Sal del Atlántico. Benedetti ha hecho lo imposible: tender puentes sobre los mares que nos separan en vez de atar en ellos o escribir sobre el agua. La gran tragedia nacional que lo lanzó al exilio lo hizo colonizar todos los territorios arrancados por él a lo no dicho y a lo indecible. Ninguna violencia pudo arrebatarle la ciudad construida por sus palabras.
Debe de haber alguna explicación histórica para el admirable desarrollo del cuento en la zona rioplatense. En un acto de sociología instantánea podemos suponer que los inmigrantes necesitaban contarse historias de las tierras que habían dejado atrás y articular su experiencia ante los nuevos países. El gran oleaje inmigratorio se dio en la edad de oro del cuento, la era de Chéjov, Maupassant y Kliping. Las revistas traducían relatos para su público urbano y rural, así como para los viajeros de los ferrocarriles y los barcos que comunicaban a Buenos Aires con Montevideo y a Montevideo con Buenos Aires «el vapor de la carrera» que aparece más de una vez en la obra de Benedetti.
Ya en la primera época de éste que expira y pronto hará de nosotros reliquias, sobrevivientes del siglo pasado, los cuentos de Horacio Quiroga y Leopoldo Lugones establecieron en la literatura rioplatense las tradiciones que a falta de mejor nombre llamamos realista y fantástica, los antecedentes que en parte hicieron posibles a Borges y a Onetti, a Cortázar, a Bioy Casares, a Benedetti ya quienes hoy recogen brillantemente su herencia. Hacia 1940 los escritores y editores del exilio español se encontraron con el círculo formado en torno a Borges y Victoria Ocampo. Buenos Aires fue por lo menos hasta Rayuela y Cien años de soledad, el gran centro transmisor de la nueva literatura en todas las lenguas. El denostado Uruguay de la clase media y la burocracia, «el país de la cola de paja» al que, con la rabia que sólo puede brotar del más doliente amor, Benedetti llamó en 1960 «la única oficina del mundo que ha alcanzado categoría de república», también produjo un sistema educativo, una serie de publicaciones y un lector sin el cual no se explicaría el nivel de excelencia alcanzado y sostenido por su literatura.
En la dedicación de Benedetti a escribir cuentos se halla una prueba de su autenticidad. Nadie que buscara un público masivo hubiere optado por un género que se suponía de escasa venta en comparación con la novela. Benedetti ha derruido este prejuicio y cada una de sus colecciones circula en miles de ejemplares. El renovado auge de la narrativa breve está en deuda con su constancia. En manos de Benedetti el cuento aparece como un género de una ductilidad y flexibilidad incomparables. Es el más antiguo y el más nuevo. En él todo se ha hecho y todo está por hacerse.
La primera etapa de Benedetti como cuentista tiene por centro Montevideanos. El narrador logró sin proponérselo universalizar la experiencia de una época y un lugar específicos. Era imposible imaginar entonces a sus lectoras y lectores de este fin de siglo. En aquel entonces Benedetti habrá pensado que la modesta y digna edición de Alfa nunca nunca iba a reimprimirse ni a salir de los confines nacionales. Desde luego ese Montevideo ya no existe, ya fue arrasado por la tempestad de la historia. Pero no leemos estos cuentos sólo por tener la experiencia que no tuvimos o gracias a su valor de testimonio acerca de cómo eran y cómo vivían ciertas personas en determinadas circunstancias.
Aquella oficina de la que hablan sus historias abarca el mundo entero como la aldea de Chéjov o el villorrio normando de Maupassant. El acierto de Benedetti fue partir de sus prójimos más próximos para ahondar narrativamente en el enigma de las relaciones humanas, en la pregunta sin respuesta en torno a nuestra convivencia. El deseo, el poder, el amor, el miedo, el odio, la envidia, la enfermedad, la frustración, la alegría, la plenitud, la amistad, la juventud, el dinero, o la falta de dinero, la vejez, la exaltación, el aburrimiento: la materia incesante de la vida encarna en historias cotidianas de personas concretas gracias a una maestría que renuncia a todo exhibicionismo y una actitud crítica que jamás se niega a la compasión. Aun frente a la imagen más odiada, la del torturador, Benedetti quiere entender. Comprender no es justificar sino darnos conciencia de los peor y lo mejor de todos los seres humanos está latente en nuestro interior. La parte más del verdugo es su semejanza potencial con nosotros mismos.
Para escribir se necesitan todos los sentidos. Para narrar es necesario ante todo saber escuchar. La narrativa es el arte de la memoria representado en el teatro de la imaginación por letras que son imágenes y acciones pero en primer término voces, voces monologantes y dialogantes. Todas las edades humanas y todos los oficios y profesiones se hallan representados en los cuentos de Benedetti. Imposible pasar por alto la destreza con que sabe acercarse a las personas, más que los personajes, de quienes lo separa el abismo de las generaciones; ni cómo los poderes de su prosa hacen que ningún sentimiento le sea ajeno, ninguna tierra extraña. Emplea todas las formas del relato, todo el repertorio ancestral y contemporáneo: narración en primera, segunda tercera personas, monólogo interior, admirables diálogos en que el supremo artificio es la aparente naturalidad, testigos que ignoran el sentido último de cuanto nos refieren. Sin embargo, muchas de sus narraciones se aferran al origen oral de todo cuento y están dichos por la escritura a un interlocutor presente o ausente.
Sus cuentos no serían lo que son si no forman parte indesligable de una totalidad. Montevideanos dialoga con Los poemas de la oficina, La tregua, El país de la cola de paja, reflexión crítica y advertencia sobre el Uruguay que se encaminaba hacia la mayor crisis de su historia. La muerte y otras sorpresas —título aún más premonitorio que La víspera indeleble— corresponde al período de Gracias por el fuego, Contra los puentes levadizos, Letras del continente mestizo, Cuaderno cubano. Si el principio del fin de lo que había sido hasta entonces el pacto social uruguayo aparece en «Ganas de embromar», «Péndulo» y «El cambiazo», otras regiones de la imaginación surgen en «Miss Amnesia» y «Acaso irreparable». Con la impunidad que nos da «predecir» lo que ya sucedió, vemos estos cuentos «fantásticos» como involuntarias prefiguraciones metafóricas de lo que ya era un camino sin retorno para el Uruguay y para toda Hispanoamérica en los años que mediaron entre la victoria de la Revolución cubana y el golpe militar en Chile. Pero en aquellos momentos no podíamos presentir que La muerte y otras sorpresas anunciaba la década siguiente: los años de la insurrección tupamara, que encontraría su épica El cumpleaños de Juán Ángel, el golpe militar, la represión, la institucionalización de la tortura, las desapariciones y el exilio.
Como dijo en su autoepitafio Fernández de Lizardi, el primero que escribió novelas en tierras americanas, Benedetti «hizo lo que pudo por su patria». A consecuencia de ello se vio obligado a dejarla y a ver sus libros proscritos para su lectores naturales. Lo único que lograron quienes intentaron silenciarlo ha sido que su literatura se difunda por todas partes. El cuento se volvió la forma de seguir literalmente paso a paso lo que ocurría en su país y entre los exiliados, los hijos y los nietos de quienes creyeron hallar en esos lugares el fin del éxodo, la verdadera tierra prometida.
Con y sin nostalgia y Geografías reúnen las narraciones de las décadas más atroces que ha vivido el continente en este siglo. Ni el dolor ni la cólera impiden que Benedetti deje de aumentar sus recursos narrativos. Al lado del cuento que ahonda en la concentración y economía del género, emplea con la misma destreza el relato ensayístico, la viñeta, el poema en prosa y la novela corta (por ejemplo, «La vecina orilla» y «Puentes como liebres» que abarca en pocas páginas una vida entera como el magistral «Retrato de Elisa» en Montevideanos). El poeta y el narrador en vez de oponerse o estorbarse intercambian habilidades y enseñanzas. Benedetti hace versos libres y rimados, sonetos y epigramas, coplas, canciones y versículos, arte mayor y arte menor. Los personajes de sus novelas, como Laura Avellaneda y Martín Santomé de La tregua, hablan en los Poemas de otros.
La variedad métrica y temática de Las soledades de Babel se corresponde con la riqueza de Despistes y franquezas, su más reciente libro de cuentos. Si los «despistes» son poemas en prosa, «doloras y humoradas» —para citar a un poeta, Campoamor, al que ya nadie cita— las «franquezas» son los relatos del desexilio, esa palabra que la lengua española le debe, como muchas otras, a Benedetti; el cuaderno del retorno al país natal para Observar el paisaje después de la batalla, el panorama roto en que duelen hasta los árboles cortados y los edificios demolidos y a los montevideanos y a los hijos y nietos de aquellos primeros Montevideanos, que han pasado por los horrores de la tortura y la separación. Benedetti es el mismo y es distinto. No puede ser igual después de lo que ha pasado y de lo que le ha pasado. Cuanto ve y escucha se convierte en materia narrativa porque la fuente de sus relatos es la inagotable vida.
Si pensamos que la carrera de Maupassant duró sólo una década y que pocos cuentistas hispanoamericanos han ido más allá del segundo libro, la figura de Mario Benedetti aparece todavía más excepcional y admirable. Durante medio Siglo ha trabajado como habitante natural en todos los géneros con una fidelidad inexpugnable a las más diversas manifestaciones del cuento. El impulso juvenil, la voluntad del estilo y el gusto de jugar en serio, presentes en Despistes y franquezas y Las soledades de Babel, constituyen algo que la mayoría suele perder mucho antes de los treinta. Y es que, para devolverle lo que él dijo en el centenario de Rubén Darío, Benedetti pronto tendrá cincuenta años de escritor y setenta y cinco de vida —pero no los representa. Estos Cuentos completos prueban que Mario Benedetti es uno de los grandes cuentistas de nuestra lengua y de nuestro siglo.
JOSÉ EMILIO PACHECO