Oh quepis, quepis, qué mal me hiciste

1.

El obrero le dijo al militar progresista: «Buenas intenciones tal vez, pero serás mandón hasta la muerte». El militar progresista le dijo al blanco nacionalista: «¿Querés que te sea franco? Tu reforma agraria cabe en una maceta». El blanco nacionalista le dijo al batllista: «Lo que pasa es que ustedes siempre se olvidan de la gente del Interior». El batllista le dijo al demócrata cristiano: «Yo escribo dios con minúscula ¿y qué?». El demócrata cristiano le dijo al socialista: «Comprendo que seas ateo, pero jamás te perdonaré que no creas en la propiedad privada». El socialista le dijo al anarco: «¿No se te ocurrió pensar por qué ustedes no han ganado nunca una revolución?». El anarco le dijo al trosco: «Son un grupúsculo de morondanga». El trosco le dijo al foquista: «Estás condenado a la derrota porque te desvinculaste de las masas». El foquista le dijo al bolche: «También ustedes tuvieron delatores». El bolche le dijo al prochino: «Nosotros nos apoyamos en la clase obrera: ¿también en esto nos van a llevar la contra?». Y así sucesivamente. «Apunten ¡fuego!», dijo el gorila acomodándose el quepis, y un camión recogió los cadáveres.

2.

El batllista le dijo al blanco nacionalista: «Y bueno, hay que reconocer que ustedes han tenido a veces una actitud antiimperialista que nos faltó a nosotros». El blanco nacionalista le dijo al socialista: «Quizá a mí me falta tu obsesión por la justicia social». El socialista le dijo al demócrata cristiano: «Yo creo que nuestras discrepancias acerca del cielo no tienen por qué entorpecer nuestras coincidencias sobre el suelo». El demócrata cristiano le dijo al anarco: «¿Sabés qué rescato yo de tus tradiciones? Ese metejón que tienen ustedes por la libertad». El anarco le dijo al prochino: «Pensándolo mejor, no está mal que se abran las cien flores». El prochino le dijo al bolche: «¿Qué te parece si hacemos una excepción y coincidimos en eso de la justicia social?». El bolche le dijo al trosco: «Ojalá fuera cierto lo de la revolución permanente». El trosco le dijo al foquista: «¡Ustedes por lo menos se arriesgan, carajo!». El foquista le dijo al militar progresista: «No creo que ustedes, como institución, vayan alguna vez a estar del lado del pueblo. Pero puedo creer en vos como individuo». El militar progresista le dijo al obrero: «Cuando suene aquello de Trabajadores del Mundo uníos, ¿me hacés un lugarcito?». Y así sucesivamente. «Apunten» dijo el gorila acomodándose el quepis. Entonces los soldados le apuntaron a él. Por las dudas no gritó: «¡Fuego!». Se quitó el quepis, lo arrojó a la alcantarilla, y algo desconcertado se retiró a sus cuarteles de invierno.