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El conjuro de Sargonnas

Conforme a la leyenda, la Corona del Mundo entró en erupción por última vez durante el Cataclismo. Lloviendo muerte volcánica sobre Karthay, borró de la faz del mundo a la ciudad y a sus habitantes. Karthay había estado deshabitada desde entonces, hasta que el Amo de la Noche y su grupo de discípulos llegaron para hacer sus preparativos secretos y traer a Sargonnas al mundo.

La Corona del Mundo se alzaba como un inmenso diente aserrado al borde de la ciudad, donde presentaba una formidable barrera hacia el norte y el oeste. Sus laderas estaban surcadas de profundos barrancos e impenetrables agrupamientos de lava endurecida. El Amo de la Noche y sus acólitos habían empleado meses en abrir una senda hasta la cumbre, un cráter negro y árido.

Desde cierta distancia, parecía como si la cima de la montaña hubiese sido cercenada. Numerosos conos de ceniza sembraban la caldera, inusualmente grande. Por doquier había señales de actividad volcánica, incluidas bombas de lava, troncos de árboles carbonizados y grandes ríos de lava petrificada. El barro acumulado en pequeñas depresiones burbujeaba. De las grietas del suelo emergían chorros de vapor y gas.

Una depresión ovalada en el cráter era más grande y más inestable que el resto. Ésta era la boca del volcán, cubierta con una costra de lava endurecida. Su centro consistía en un tapón rocoso que se había solidificado a gran profundidad en la chimenea del volcán.

El Amo de la Noche creía que bajo la depresión de forma ovalada yacía el cráter volcánico original, cuya erupción había causado el hundimiento del pico en el corazón de la montaña. Y bajo el cráter original aguardaba la materia ígnea que podría reactivar el volcán. Durante semanas, los seguidores del Amo de la Noche habían trabajado junto con las tropas para descubrir la chimenea.

Desde su campamento en la terraza cubierta de ceniza de la otrora gran biblioteca de la ciudad, el Amo de la Noche iba de manera regular a una meseta al oeste de Karthay para interpretar sus señales. Pero el conjuro para invocar a Sargonnas sería ejecutado aquí, en la cumbre de la Corona del Mundo, en el corazón del volcán.

Todo estaba preparado. Los acólitos y un grupo selecto de soldados minotauros llevaban acampados en la cima varios días, instalando el improvisado laboratorio, las hileras de ingredientes, los amuletos y las gemas, las criaturas muertas, los pergaminos y libros que el Amo de la Noche necesitaría durante la ejecución del hechizo.

Tras largas horas de duro trabajo, el tapón rocoso había sido removido y la boca de la chimenea quedó abierta. La boca apenas medía cuatro metros de amplitud; a bastante profundidad podía atisbarse la ardiente lava burbujeando y agitándose.

Los soldados habían construido un andamiaje de madera cerca del borde de la boca, con una docena de escalones que conducían a una plataforma que se asomaba sobre la materia ardiente.

Los astros habían entrado en conjunción. El día daba paso a la noche.

Todo estaba dispuesto cuando el Amo de la Noche y su grupo alcanzaron la cumbre. Vestido con atuendos ceremoniales de pieles y plumas, con campanillas que repicaban al moverse, el Amo de la Noche se dirigió con aire orgulloso hacia la depresión ovalada que albergaba el cráter original del volcán. Caminó entre las dos filas de acólitos y soldados que se habían colocado en formación para recibirlo.

A continuación del Amo de la Noche venían varios minotauros armados y los Tres Supremos. Los seguía un humano joven y delgado, vestido con una túnica oscura, que avanzaba a trompicones al ser empujado por un hosco Dogz, y un kender sin copete que parloteaba entusiasmado sobre el glorioso espectáculo de maldad que estaba a punto de presenciar.

* * *

—Dime, Raistlin, ¿cómo adivinaste que iba a realizar este antiguo conjuro olvidado por casi todos? Satisface mi curiosidad. Sabes que vas a morir de todas formas.

El Amo de la Noche se inclinó sobre Raistlin, esbozando una mueca triunfal.

El joven mago estaba sentado en una piedra cerca del borde del cráter, sumido en un frío mutismo, con las manos atadas a la espalda y los pies atados también con una cuerda. A pesar de todo, Raistlin se negaba a manifestar la derrota en su semblante. En cambio dedicó al Amo de la Noche una sonrisa enigmática al responder:

—Fue por pura casualidad. Una simple página desgarrada en un libro de hechizos amarillento y viejo que me llamó la atención. Comprendí que el conjuro tenía algo que ver con rituales minotauros. Eso saltaba a la vista. Y hacía una mención a Sargonnas, el Señor de la Venganza. Pero no tenía la más remota esperanza de reunir todos los componentes necesarios. Más aún, me importaba muy poco.

«Entonces, dio la casualidad de que mi amigo, Tasslehoff Burrfoot —aquí, Raistlin señaló con un gesto de cabeza al kender, que iba y venía entre los miembros de los Tres Supremos intentando ayudarlos a mezclar pociones e ingredientes, aunque lo que hacía la mayor parte del tiempo era estorbarlos—, mencionó a un minotauro herbolario instalado en la isla de Ergoth del Sur. Un minotauro herbolario… Aquello despertó mi curiosidad. Le pregunté a un kender amigo de Tasslehoff, que a veces me vende hierbas, raíces y otros productos, acerca de ciertos ingredientes peculiares que se mencionaban en la página rasgada del viejo libro de hechizos.

»Uno de esos ingredientes era la jalapa molida, y el kender me aseguró que el minotauro la tenía y que se podía conseguir. Junto con mi hermano y un amigo, Tas se ofreció para viajar a Ergoth del Sur y comprar la jalapa.

Aquí Raistlin hizo una pausa, y recorrió el entorno con la mirada. El ocaso había llegado a su fin, anunciando una noche gélida y despejada, con las formaciones de las estrellas claramente visibles.

Los acólitos y las tropas se habían retirado al borde de la cumbre, bastante separados del área del andamiaje. Silenciosos y ceñudos, con las armas en alto para que el acero y las gemas engarzadas relucieran a la luz de las dos lunas, los miembros del reducido contingente se mantenían apartados del Amo de la Noche, Raistlin y los otros.

Dogz se situó cerca del Amo de la Noche, vigilando a Raistlin.

—Aun entonces, no le habría dado demasiado importancia al tema —continuó el mago—. Es parte de mi trabajo interesarme por hierbas exóticas y hechizos poco corrientes. Pero se dio la circunstancia de que mi hermano, su amigo y Tasslehoff desaparecieron. Y, antes de que eso ocurriera, Tas me envió una botella mágica de mensajes por la que me enteré de la extraña ejecución del minotauro herbolario.

»La persona que me trajo la botella añadió algunos detalles curiosos acerca del barco desaparecido y su traicionero capitán. Al parecer, después de hacer su trabajo, el capitán también fue asesinado de un modo que, a mi modo de ver, era manifiestamente mágico. —Los ojos de Raistlin estaban animados por un brillo de inteligencia mientras hablaba.

»A partir de ahí, casi todo fue deducción. Consulté de nuevo el ajado libro de hechizos y estudié el fragmento del conjuro. Hablé de mis conclusiones con… —Hizo una pausa—. Digamos un consejero versado en la materia.

«Reflexionando, poco a poco me di cuenta de que la jalapa era sólo una pequeña parte de una empresa mágica de mayor magnitud de lo que había imaginado, que en este ambicioso proyecto tenían que estar involucrados minotauros de un alto nivel, y que la ejecución del conjuro que se planeaba traería, si tenía éxito, a Sargonnas, dios de los minotauros, al plano material. El lugar más lógico para llevar a cabo tal rito sería aquí, cerca de las ruinas de Karthay, el último sitio en Krynn donde se sabe que Sargonnas manifestó su cólera con fuego devastador.

—¡Así que recibiste mi botella de mensajes mágica! —exclamó Tas. El kender se había acercado a espaldas de Raistlin—. Me alegro de que no fuese una pérdida de…

El Amo de la Noche agarró a Tasslehoff, cuya costumbre de parlotear a tontas y a locas empezaba a irritarlo, y con bastante brusquedad lo cogió bajo un brazo y le tapó la boca con su enorme manaza.

Raistlin los miró a ambos fríamente.

—Sí —susurró el Amo de la Noche mientras Tas hacía todo lo posible por librarse de las garras del sumo chamán—. Tasslehoff te envió una botella mágica. Tú y él sois viejos amigos, ¿verdad? Entonces ¿qué te parece este nuevo y mejorado Tasslehoff, a quien uno de mis discípulos dio una pócima que lo convirtió en un kender perverso? Nos ha sido muy útil hasta el momento —aquí, el Amo de la Noche estrujó con fuerza a Tas—, y confío en que lo seguirá siendo en el futuro.

Raistlin contempló fijamente al forcejeante kender, y después volvió la mirada al sumo chamán.

—De modo que así es como lo hicisteis —dijo—. Una pócima.

—¿Acaso lo dudabas? —retumbó el Amo de la Noche. Por un instante, levantó la mano que cubría la boca de Tas.

—Es verdad —dijo Tasslehoff, adoptando un gesto que confiaba en que resultara una mueca feroz—. Ahora soy increíblemente malo. Un gran cambio, ¿eh?

El Amo de la Noche volvió a taparle la boca, y Tas reanudó sus forcejeos.

—Estaba convencido de que ninguna pócima tiene efectos prolongados —comentó Raistlin suavemente.

—Y así es —repuso el Amo de la Noche con una sonrisa—. ¡Dogz! —Dogz se acercó y el gran chamán le entregó al kender—. Dale su dosis doble… ¡ahora!

Dogz miró al Amo de la Noche y después apartó la vista con premura. Por un instante sus ojos se encontraron con los de Raistlin. Luego hizo un gesto de asentimiento al sumo chamán.

El Amo de la Noche puso de nuevo su atención en el mago.

—Te agradezco que me lo hayas recordado.

En medio de las protestas del kender, Dogz se llevó a Tas a un rincón apartado del área de ejecución del conjuro, donde había una pequeña mesa instalada. Raistlin vio que Dogz sentaba al kender empujándolo por los hombros, agitaba algo en una redoma, y vertía el contenido en la boca de Tas. Después, advirtió Raistlin, Dogz observó al kender varios minutos hasta que su cabeza se hundió sobre el pecho y se quedó arrellanado pacíficamente en la silla.

A su alrededor, los preparativos para el conjuro habían llegado a su apogeo. Fesz y los otros dos chamanes echaban al cráter excavado puñados de componentes que seleccionaban de jarros y redomas. Tras centenares de años de inactividad, el volcán había empezado a sisear y borbotear. Un fulgor anaranjado emergía de la boca de la caldera.

Dogz regresó presuroso hacia donde estaban Raistlin y el Amo de la Noche.

—Habría considerado la posibilidad de utilizar al kender como víctima propiciatoria si no perteneciera a una raza tan insignificante —retumbó el Amo de la Noche—. A Sargonnas lo complacerá mucho más un humano, y si además se trata de un joven mago, como es tu caso, el conjuro mejorará en gran medida, como puedes suponer. —Hizo una pausa y estudió detenidamente a Raistlin.

»Desconozco las costumbres de los humanos. Dime por qué no llevas la Túnica Blanca, Roja o Negra.

—No he pasado la Prueba —repuso Raistlin—. Y todavía no he elegido el color de la túnica que llevaré algún día.

—Si fueses un Túnica Negra estaríamos en el mismo bando —reflexionó el Amo de la Noche—. Servirías a Sargonnas como lo hago yo.

—Sé muy poco sobre Sargonnas. Ésa es una de las razones por las que vine.

—Viniste a rescatar a tu hermano —objetó el gran chamán con una mueca desdeñosa.

—En parte —admitió Raistlin—, y en parte porque me interesa todo tipo de magia, ya sea negra, blanca o neutral.

—¿De veras?

Los Tres Supremos habían finalizado sus preparativos preliminares. Dogz se mantenía un poco apartado, cruzado de brazos, en las sombras. Fesz se acercó e interrumpió la conversación.

—Perdón, excelencia —dijo—, estamos dispuestos.

El sumo chamán respondió con una leve inclinación de cabeza, y Fesz regresó a su puesto.

El Amo de la Noche se inclinó sobre Raistlin, y su aliento, ardiente y fétido, rozó el rostro del mago. El sumo chamán estudió al joven mago de Solace con nuevo interés. Raistlin no se inmutó ante su intensa mirada.

—De modo —retumbó el Amo de la Noche— que ése es el motivo por el que te ofreciste a sustituir a tu hermana: porque querías presenciar el conjuro y encontrarte con el propio Sargonnas… como probablemente sucederá, ¡ya que serás la víctima que hará posible su entrada en este mundo!

Raistlin dejó transcurrir largos segundos antes de contestar.

—En parte —fue cuanto dijo.

El Amo de la Noche retrocedió y abofeteó a Raistlin. El impacto hizo caer al mago de la piedra en la que estaba sentado; un hilillo de sangre resbaló por su barbilla. Por añadidura, el sumo chamán le propinó una patada en el costado cuando aún estaba tendido en el suelo. Aun así, Raistlin no gritó ni se quejó.

Dogz observaba la escena, con los brazos cruzados sobre el pecho y el rostro impasible.

—¡Guardias! —llamó el Amo de la Noche. Dos minotauros armados salieron de la fila formada en el perímetro del área y se acercaron corriendo—. ¡Llevad a este patético humano hasta el cráter y sujetadlo hasta que esté listo para encargarme de él!

Los soldados levantaron a Raistlin y lo arrastraron hasta el borde del cráter, tan cerca de la boca que el ardiente calor del fondo lo alcanzaba de lleno.

Los Tres Supremos se alinearon al otro lado del cráter haciendo un ángulo con Raistlin.

El Amo de la Noche se puso una capa carmesí y remontó la docena de peldaños hasta lo alto del andamiaje. Allí, un libro enorme descansaba sobre un atril.

Raistlin sacudió la cabeza para despejarse del aturdimiento causado por el golpe del Amo de la Noche. Estaba sólo un poco mareado. Aunque los soldados lo sujetaban con firmeza, el joven mago pudo girarse un tanto y atisbar a Tasslehoff detrás de los Tres Supremos, todavía despatarrado en la silla.

En lo alto del andamiaje, el Amo de la Noche levantó su astada cabeza, inhaló hondo, y alzó los ojos al cielo.

El frío reinaba en la cima del volcán, a pesar de que el viento estaba calmado. Las nubes que habían cubierto el firmamento las noches precedentes habían desaparecido. Las estrellas relucían como faros.

Raistlin no sólo sentía el intenso calor del volcán, sino que también oía claramente el borboteo de la lava anaranjada a medida que ascendía a la superficie.

El Amo de la Noche empezó a leer el tomo en un antiguo dialecto minotauro, y el volumen de su voz gutural fue elevándose de manera progresiva.

Los Tres Supremos empezaron a responder en un quedo murmullo.

Raistlin no entendía casi ninguna de las palabras pronunciadas, sólo una invocación a Sargonnas de vez en cuando.

A medida que entonaba el conjuro, el Amo de la Noche movía sus fornidos brazos de un modo extraño y grácil, tejiendo el intrincado lenguaje de las manos en el aire. Su capa se agitaba a sus espaldas; el tintineo de las campanillas que adornaban sus cuernos creaba un acompañamiento musical con cada uno de sus movimientos. Su profunda y bestial voz, que articulaba frases misteriosas, ofrecía un poderoso contraste con sus gráciles movimientos.

De pronto, se oyó un golpe seco. Saliendo aparentemente de la nada, un objeto golpeó a uno de los guardias minotauros en la garganta, alcanzándolo con tal fuerza que, de inmediato, soltó a Raistlin, se llevó las manos al cuello, y se desplomó en el suelo, muerto.

Antes de que nadie pudiese reaccionar, otro objeto salió disparado de las sombras, en el límite visual de Raistlin; éste era incluso más grande. Se trataba de Tasslehoff Burrfoot.

Tas había saltado sobre la espalda del otro guardia que sujetaba a Raistlin y hacía cuanto podía para ahogar y aporrear a un ser que triplicaba su talla y era seis veces más pesado que él. No obstante, estaba realizando un buen trabajo, porque el kender se había encaramado tan alto a la espalda del minotauro que éste no llegaba lo bastante atrás para echarle mano.

Sin embargo, fue sólo cuestión de segundos antes de que Fesz se acercara a toda carrera y derribara a Tas al suelo con un tirón brutal. A pesar de que el kender se incorporó de inmediato, se movía como si estuviese aturdido. Fesz alzó con facilidad al forcejeante kender por el cuello de la túnica y lo sostuvo en vilo.

—¡Me avergüenzas, kender! —bramó Fesz al tiempo que lo sacudía con tanta violencia que a Tas le sobrevino hipo—. Tú, en quien creía y confiaba… Tú, a quien hice perverso… Tú, a quien honré con el gran privilegio de presenciar la venida de Sargonnas… Tú…, tú…

El chamán estaba pálido de cólera y decepción.

Entretanto, el soldado recobró el equilibrio. De hecho, no había soltado a Raistlin en ningún momento.

Al joven mago no se le ocurría hechizo alguno que pudiera ejecutar sin utilizar las manos. Todavía atado, Raistlin no podía hacer nada salvo observar atentamente la escena que se desarrollaba a su lado.

—Gran privilegio —hipido—, ¡puag! —Tasslehoff escupió en el maloliente rostro de Fesz—. Vosotros, cabezas de vaca, no sabríais distinguir el honor de —hipido— una boñiga de cabestro. Estoy harto de vuestros apestosos alientos, de vuestros grandes cuernos de los que tanto os vanagloriáis a pesar de que a cualquier estúpido buey le crecen igual —hipido—, de vuestras malolientes ropas, de vuestros modales zafios… —hipido, hipido.

Tas estaba congestionado por la violencia con que lo sacudía el chamán.

De repente, un rugido atronador los hizo callar a ambos. Todos alzaron la vista a la plataforma del andamiaje, hacia el Amo de la Noche, de quien se habían olvidado momentáneamente con la refriega. Con los puños apretados y una mueca feroz que dejaba a la vista sus aserrados dientes, el Amo de la Noche era la personificación de la ira.

—¡Silencio! —bramó el sumo chamán—. ¡Estáis interrumpiendo el hechizo!

—Pero… —retumbó, quejumbroso, Fesz—. Pero el kender…

—Acaba con él —ordenó el Amo de la Noche—. ¡Arrójalo al cráter!

—Sí —dijo Fesz, sumiso.

—¡No! —rugió una voz distinta.

Raistlin, que tenía la vista alzada hacia el Amo de la Noche, volvió la cabeza justo a tiempo de ver a Fesz llevarse las manos a la garganta, donde, tan hundida que el chamán no pudo moverla ni un centímetro, estaba clavada una daga con la empuñadura en forma de «H»: el katar de Dogz. Fesz soltó a Tasslehoff, que cayó al suelo a plomo. Entonces el chamán se desplomó bruscamente, muerto.

—¡Prendedlo! —gritó el Amo de la Noche desde la plataforma.

Dogz ni siquiera intentó escapar, ni tampoco se resistió cuando varios soldados lo rodearon apuntándole con las lanzas y las espadas. A decir verdad, el minotauro no sabía por qué había hecho lo que había hecho —lo impensable, traición— salvo que apreciaba al kender, Tasslehoff Burrfoot. Especialmente ahora, que Tas parecía volver a ser el de antes. Dogz había reaccionado de manera instintiva, siguiendo un impulso que ignoraba que tenía: el impulso de la amistad.

Dogz cayó de rodillas.

El kender se incorporó.

Hipido.

Sujeto fuertemente por el restante guardia, Raistlin intentaba pensar en algún hechizo factible de realizar en esta desesperada situación, cuando el hipido de Tasslehoff le sugirió uno: el conjuro de invisibilidad que había utilizado para cruzar el cerco de guardias minotauros varias horas antes. No le serviría de mucho ahora, pero podía traspasárselo a otro… No duraría mucho, pero sí lo suficiente para que Tas escapara. El joven mago se concentró. Detrás de la espalda, movió los dedos entre las ataduras.

Raistlin musitó las palabras del conjuro sustituyendo su nombre por el de Tasslehoff y enfocando toda su energía en la dirección de Tas.

Con un suave estallido, el kender desapareció.

El Amo de la Noche, que se disponía a lanzar un rayo a Tasslehoff, se maldijo.

—¡Necio! ¡Soy un necio! —exclamó encolerizado—. Debí haber pensado en esa posibilidad. —El sumo chamán se inclino sobre la barandilla de la plataforma y gritó al soldado que sujetaba a Raistlin—: Ponle una mordaza y asegúrate de que ese mago no pueda hablar. Después súbelo aquí y entrégamelo.

El guardia empujó a Raistlin para que se arrodillara y lo amordazó bruscamente con un trozo de tela sucia. Luego empezó a arrastrarlo hacia los escalones del andamiaje. El Amo de la Noche se asomó sobre la barandilla del lado opuesto y gritó a varios de sus discípulos que estaban separados de la fila de soldados:

—¡El kender es ahora invisible! ¡Encontradlo y matadlo!

Cuatro de los minotauros irrumpieron corriendo en el área del estrado y después se frenaron, desconcertados. Pasado un momento, empezaron a avanzar con pasos cautelosos, inclinados y escudriñando a su alrededor. Hipido.

Cada vez que los soldados oían un hipido, giraban sobre sus talones, corrían hacia otro punto, y se lanzaban a coger algo que ya no estaba allí, con el resultado de chocar unos contra otros.

El Amo de la Noche se inclinó sobre la barandilla hacia donde estaban los Tres Supremos, que habían quedado reducidos a los Dos Supremos con la muerte de Fesz.

—¡Continuad! —gritó—. ¡El conjuro está casi terminado! Los dos chamanes, sorprendidos por la inesperada muerte de Fesz, sucesor del Amo de la Noche, habían cesado sus cánticos. Parecían desconcertados. Pero la mirada asesina del Amo de la Noche fue suficiente para hacerlos reaccionar. Una vez más, asumieron su papel secundario en el conjuro y entonaron las frases requeridas.

El Amo de la Noche volvió su atención a Raistlin, que para entonces llegaba al final de los peldaños llevado a empujones por el minotauro armado. El sumo chamán aferró al joven mago por el brazo y ordenó al soldado que se reincorporara a las fuerzas que se encontraban abajo. El soldado obedeció de buena gana.

Raistlin no podía mover los brazos ni las piernas, y tenía la boca tapada tan prietamente que apenas podía respirar. El Amo de la Noche lo llevó hasta el borde de la plataforma y lo hizo inclinarse hacia adelante.

Desde aquí, la lava parecía a punto de desbordarse por la boca del cráter. El calor abrasador alcanzó el rostro del joven mago.

—¡Fíjate bien, mago —siseó el Amo de la Noche—, porque pronto serás tragado por el Señor de los Volcanes!

De un fuerte empellón, el Amo de la Noche lanzó a Raistlin hasta un rincón de la plataforma. El sumo chamán se volvió hacia el enorme libro mágico y reanudó la lectura en el punto donde se había visto obligado a interrumpirla.

Hipido.

Abajo, los acólitos del Amo de la Noche se dispersaron para seguir el hipido y coger al invisible kender. Fallaron una y otra vez.

El Amo de la Noche se aisló de los ruidos. Nada podía detenerlo ahora, cuando estaba tan cerca de su meta. Una vez más, empezó a entonar el viejo dialecto. Una vez más, movió los brazos, tejiendo el poderoso hechizo.

Hecho un ovillo en el rincón de la plataforma, Raistlin se sintió derrotado. Con su aguzado oído alcanzaba a escuchar los hipidos de allá abajo. El joven mago deseó que Tas fuera en busca de ayuda, o escapara, o que, al menos, dejara de hipar.

El Amo de la Noche volvió una página.

Hipido.

Los hipidos eran más espaciados ahora, como los truenos después de pasar la tormenta. Los acólitos del Amo de la Noche se habían dado por vencidos. No tenían idea de cómo coger al invisible kender. Los que habían estado buscando a Tas se reagruparon a un lado, distraídos con el Amo de la Noche que, en lo alto de la plataforma, reanudaba la ejecución del conjuro.

Hipido.

El hipo sonó próximo a donde Dogz permanecía arrodillado bajo la vigilancia de varios soldados. Éstos se sobresaltaron al oírlo, pero no pudieron precisar de dónde había venido exactamente. Dos de ellos se apartaron de Dogz, aferrando con fuerza sus armas y olfateando el aire con recelo. Dejaron a otros tres guardando al renegado.

Sobre la plataforma, el Amo de la Noche volvió otra página y continuó leyendo en voz alta las misteriosas frases de magia arcaica con su timbre profundo.

—¡Eh, Dogz! ¡Soy yo, Tas!

Los afligidos ojos del minotauro se abrieron de par en par; le preocupaba más la seguridad del kender que la suya propia. Los tres guardias estaban a medio metro de distancia, de espaldas a él, observando al Amo de la Noche. No habían oído a Tasslehoff.

Con un leve parpadeo, Dogz indicó que le había escuchado.

—¡Eh, quiero darte las gracias por matar a Fesz! Eso fue fenomenal. ¡Qué gran amigo eres! Por supuesto, lo habría hecho yo mismo hace tiempo, si…

Moviendo los ojos, Dogz intentó decir al kender que debía alejarse de él, cuanto más lejos mejor, antes de que los guardias se dieran media vuelta.

—Por cierto, Dogz, ¿no tendrás por casualidad una pequeña daga o algo así…?

—Fesz —respondió el minotauro con el tono de voz más bajo posible.

Uno de los guardias lo oyó. Se volvió y lo miró fijamente, receloso. Dogz se encogió de hombros. El guardia se acercó y tanteó el aire con su lanza, pero no la hincó en nada.

Hipido.

El guardia golpeó a Dogz en el vientre con el extremo romo de la lanza, y el renegado se dobló en dos, boqueando para coger aire.

En la plataforma, el Amo de la Noche volvió la última página. Aguardó un instante y respiró profundamente; sacó algunas hojas secas y otros ingredientes de unas bolsitas que llevaba y lo arrojó todo al volcán.

Una nube de partículas se alzó del cráter, y se extendió en el aire tiñéndolo todo con un fulgor rojo anaranjado. La nube era seca y caliente.

—La jalapa —dijo el Amo de la Noche, señalando en dirección a Raistlin— y los últimos ingredientes requeridos para el conjuro.

Raistlin, recostado contra el poste de una esquina, miraba al frente, impasible. En el momento en que el sumo chamán se volvió hacia el libro de hechizos, reanudó sus desesperados forcejeos para romper la cuerda que le ataba las manos frotándola contra la esquina de la plataforma de madera.

Hipido.

En el suelo, algo invisible intentaba sacar el katar de la garganta de Fesz. Nadie prestaba la menor atención al chamán muerto, así que Tas pudo plantar el pie en la cabeza de Fesz y tirar de la empuñadura con ambas manos. Nadie se dio cuenta cuando el katar salió del cuerpo del minotauro y desapareció bajo la túnica del kender.

Afortunadamente, a Tas se le había pasado por fin el hipo.

Por desgracia, sólo le restaban unos pocos minutos de invisibilidad.

Tan cauteloso y silencioso como le fue posible, el invisible Tas pasó junto al guardia situado al pie del andamiaje. Remontó los escalones, uno a uno, a gatas, para llegar hasta Raistlin.

El mago escuchó los roces y tenues ruidos en la escalera, a sus espaldas, y se quedó muy quieto. En ese mismo momento sintió el agudo filo de un acero cortando las cuerdas que le ataban las manos.

Raistlin miró por encima del hombro y vio que Tas, agazapado en el penúltimo escalón, empezaba a hacerse visible de manera gradual. Sacudió la cabeza violentamente para advertir al kender, pero éste, pendiente de lo que estaba haciendo, no lo miraba. Aun en el caso de que lo hubiese estado mirando, el kender no habría tenido la más remota idea de lo que el mago intentaba decirle.

El Amo de la Noche sintió un ruido a sus pies.

Tas miró hacia arriba y vio que el sumo chamán tendía la mano hacia él para agarrarlo.

Más veloz que una anguila, Tas retiró el katar de la cuerda y giró sobre sí mismo. Subió a la plataforma al tiempo que arremetía con el arma hacia adelante y abajo. El katar se clavó en la pezuña derecha del Amo de la Noche.

El sumo chamán de los minotauros aulló de dolor al tiempo que extraía el katar de un tirón y lo arrojaba a un lado de la plataforma. Rugiendo de rabia, el Amo de la Noche desgarró una tira de su capa y la envolvió en torno a la pezuña, por la que manaba sangre. Luego levantó bruscamente la cabeza, los ollares dilatados, buscando a Tas.

Tasslehoff se había quedado paralizado con lo que en un kender podría considerarse pánico, e intentaba decidir entre salir huyendo o quedarse cuando vio los ojos del Amo de la Noche prendidos en él.

—Oh, oh —murmuró, y al instante tomó la decisión de huir.

Pero era demasiado tarde. El sumo chamán cubrió la corta distancia que los separaba en un abrir y cerrar de ojos y agarró al kender con una de sus manazas. Con un ensordecedor rugido, el Amo de la Noche giró sobre sí mismo y arrojó a Tas por el aire, hacia la boca del cráter.

Tas cayó y cayó hacia la ardiente lava…

… pero algo pasó por debajo de él y lo cogió en el aire.

El Amo de la Noche se quedó boquiabierto al ver a un guerrero kiri que aferraba al kender con sus garras. El kiri remontó el vuelo y pasó por encima del chamán, para, acto seguido, descender de nuevo al suelo y depositar a un atónito Tasslehoff a corta distancia.

El sumo chamán corrió de un lado a otro de la plataforma mirando abajo y vio que un pequeño grupo de kiris y humanos estaba enzarzado en una lucha con la fuerza de minotauros. Algunos de los soldados yacían en el suelo, muertos o heridos, en tanto que otros habían retrocedido y, agrupados detrás de montículos de lava petrificada, arrojaban lanzas y flechas a los intrusos.

El Amo de la Noche identificó a la humana, Kitiara, entre los atacantes, pero buscó en vano a sus dos chamanes, que habían abandonado su puesto y habían desaparecido en el maremágnum.

Al pie del andamiaje, el Amo de la Noche vio a un humano musculoso, de cabello castaño, que se enfrentaba al guardia blandiendo su espada contra la lanza manejada por el minotauro. A pesar del violento ataque, el guardia estaba haciendo un buen trabajo defendiendo su posición, valiéndose de su mayor corpulencia para frenar las arremetidas e impedir el acceso del humano a la plataforma. Momentáneamente desconcertado por lo que veía, el Amo de la Noche retrocedió tambaleante sobre su pezuña herida. ¡Todo su proyecto cuidadosamente planeado echado a perder por un kender, unos cuantos kiris, y un puñado de patéticos humanos! Aquello lo hizo arder en cólera.

El sumo chamán avanzó un paso y levantó los brazos al cielo. Gritó una orden mágica y bajó bruscamente su brazo derecho.

Una docena de brillantes bolas de fuego explotó cerca del grupo de humanos y kiris. Lenguas de fuego iluminaron brevemente la escena.

Dos soldados minotauros que estaban combatiendo a los invasores habían quedado incinerados al instante. El Amo de la Noche advirtió con satisfacción que uno de los kiris se retorcía en el suelo, con una de las alas ardiendo. Otro kiri se inclinó sobre su desafortunado compañero intentando sofocar las llamas.

Riendo por la futilidad de sus esfuerzos, el Amo de la Noche se dispuso a lanzar otro hechizo.

Entonces, un ruido a su espalda le recordó la presencia de Raistlin Majere.

* * *

Abajo, en el suelo, Tasslehoff saltaba y brincaba para eludir las bolas de fuego que estallaban a su alrededor. Contemplaba maravillado a las extrañas criaturas aladas que parecían combatir al lado de Caramon y también, comprobó complacido, de Tanis y Kitiara.

—¡Eh, Kitiara! ¿Cómo conseguiste escapar? —gritó el kender mientras corría hacia un lado y después gateaba entre el humo, al parecer buscando algo.

Advirtió que Kit sólo lo miraba ceñuda un instante antes de hincar su espada en un minotauro atacante. Desapareció tras una nube de humo y oscuridad, seguida por algunos hombres pájaros. ¿Por qué estaría Kit de tan mal humor? ¿Acaso no la había saludado con buenas maneras?

El humo le entró en los ojos y lo hizo llorar. Tanteó el suelo a su alrededor y, por fin, puso las manos sobre lo que había estado buscando. Antes de que tuviera tiempo de levantarse, un pie le pisó la mano con fuerza.

Tas levantó la vista y sonrió con alivio.

—¡Hola, Tanis! Chico, es fantástico veros a ti y a Caramon y a Kitiara. ¿Dónde está Flint?

El semielfo bajó la vista hacia él con gesto interrogante.

—¿De lado de quién estás, Tasslehoff? —preguntó con severidad.

—Caray, Tanis —exclamó Tas, sinceramente dolido—. ¡Vaya pregunta! Del vuestro, por supuesto. ¿Estáis vosotros de mi lado? Sólo somos Raistlin y yo contra todos estos minotauros y desde luego nos vendría bien un poco de ayuda.

Tanis observó fijamente al kender; luego, despacio, levantó el pie. Tasslehoff cogió su jupak y aceptó la mano que le tendía el semielfo para ayudarlo a incorporarse. Después se frotó la mano que le había pisado, con actitud triste.

—No tendrás por casualidad otra espada, ¿verdad? —preguntó el kender con tono quejumbroso.

Tanis sacudió la cabeza, pero desenvainó una daga y se la tendió a Tas con la empuñadura por delante.

—Toma —dijo el semielfo.

El kender la cogió anhelante. Tendría que arreglarse con el puñal. Además, había recuperado su preciada jupak.

—Claro que estoy de tu lado… si tú estás del mío. —El semielfo le sonrió—. Han corrido ciertos rumores acerca de ti últimamente.

—¿De veras? —repuso Tas con una sonrisa de oreja a oreja—. Bueno, he tenido unos días infernales. Primero, el capitán del Verana, nos traiciona… No me caía bien, de todos modos. Lo llamaba «Viejo Cara de Morsa». Luego, esa increíble tormenta se nos echa encima, sólo que no era una tormenta de verdad, sino…

Tres minotauros, blandiendo mazas y espadas, aparecieron en la niebla y cargaron contra ellos.

Tanis arremetió con la espada, frenando el ataque, y después echó a correr hacia un lado. Tasslehoff salió pitando hacia el otro.

* * *

Uno de los kiris había caído con la andanada de bolas de fuego. Otro había arrastrado a su compañero a cierta distancia y se había quedado separado del grupo.

Tanis había desaparecido.

Los demás estaban agrupados cerca de un pequeño terraplén y un grupo de minotauros los hostigaba. Kitiara y Yuril, de espaldas contra un peñasco, arremetían con sus espadas contra dos hombres toros. Tajanubes y los otros tres guerreros kiris luchaban cerca, rechazando el ataque de varios minotauros.

Uno de los hombres toros hizo una finta y, arremetiendo contra Yuril con su espada, se la clavó en el costado. De inmediato, Kitiara giro hacia él y le cercenó el brazo por el codo. El minotauro retrocedió, aferrándose el miembro para contener la hemorragia. Su compañero de armas lo apartó de un empellón y se abalanzó sobre Kitiara cuando la guerrera todavía estaba desequilibrada.

Al menos, Kit pensó que arremetía contra ella, pero, cuando se apartó torpemente a un lado, el minotauro siguió cayendo de bruces, muerto. La empuñadura de un pequeño puñal sobresalía de su nuca.

Le dio tiempo a atisbar al kender antes de que Tas se marchara a todo correr.

Yuril se tambaleó, y Kitiara la agarró por los hombros.

—¿Puedes aguantar? —le preguntó. Yuril asintió débilmente y después se desmayó.

* * *

Tasslehoff no encontraba a Dogz.

Los minotauros se habían llevado al traidor fuera del perímetro del campo de batalla, donde un soldado, relevado de otros servicios, vigilaba nervioso al prisionero. Dogz permanecía sentado, angustiado, perdido en su propio mundo, mirándose fijamente los pies. De repente escuchó un golpe contundente. Miró hacia arriba y vio que el soldado minotauro caía sobre sus rodillas, con las manos aferradas a la garganta, y después se iba de bruces al suelo.

Tas apareció.

—Es cuestión de muñeca —se jactó—. No todos los kenders pueden manejar la jupak tan bien como yo. Vaya, me atrevería a decir que no existe otro kender que lance la jupak tan bien como yo. Bueno, quizá tío Saltatrampas puede, pero, después de todo, ¡él fue quien me enseñó!

En medio del ruido, el humo y la confusión que reinaba a su alrededor, Tas cortó las ataduras de Dogz.

El minotauro no se movió.

—Has vuelto, amigo Tas —dijo. Su voz carecía de la resonante fuerza habitual.

—Te debía una, ¿no?

—Me alegra volver a verte como eras antes —repuso Dogz—. Así que el antídoto de la humana funcionó.

* * *

El soldado minotauro estaba demostrando ser tozudo, bestial y experto en la batalla. Caramon no conseguía dominarlo. El hombre toro blandía una lanza larga con una hoja en forma de media luna a cada extremo del astil. Una y otra vez, el joven guerrero intentaba alcanzarlo con su espada, pero el minotauro lo obligaba a eludir la pesada arma, a la que hacía girar como un bastón.

Parecía que la lucha se había quedado estancada en un punto muerto, hasta que Tanis llegó corriendo para unir su espada a la de Caramon. El semielfo arremetió, en tanto que el guerrero continuaba con su ataque lanzando estocadas. Sus armas chocaron contra la lanza.

Por primera vez, Caramon vio un atisbo de pánico en los ojos del soldado. El minotauro se tambaleó y retrocedió unos cuantos pasos. Todos sus movimientos eran defensivos ahora. Caramon lo acosó, aprovechando la ventaja. Saltaba a la vista que el hombre toro estaba cansado y que el combate no duraría mucho más.

* * *

En la plataforma, el Amo de la Noche se volvió para enfrentarse a Raistlin Majere.

Después de que Tas cortara la cuerda que le ataba las manos, el joven mago había actuado con rapidez, soltando las ataduras de sus piernas. Ahora, con una mirada intensa en los ojos, se erguía ante el gran chamán, pálido y sudoroso, tenso como un animal preparado para atacar.

—Las cosas no van muy bien, ¿verdad? —dijo con un tono quedo, intencionado.

El Amo de la Noche estaba conmocionado por la aterradora sucesión de acontecimientos. Pero ahora la figura que se erguía ante él, este humano que de algún modo había adivinado sus planes y había conspirado para desbaratarlos, reavivó su firme propósito. El sumo chamán de los minotauros miró desde su aventajada estatura a Raistlin, mucho más bajo que él. Advirtió con satisfacción que el patético humano no tenía arma alguna.

—El conjuro ha sido pronunciado —retumbó—. Lo único que resta hacer es el sacrificio, y veo que aún sigues aquí, Raistlin Majere de Solace. Me parece que ya ha habido demasiadas interrupciones y retrasos. Ha llegado la hora de tu muerte. ¡Sargonnas espera!

Raistlin se había ido moviendo despacio hacia un lado mientras el Amo de la Noche hablaba. Ahora se abalanzó, pero lejos del sumo chamán, hacia el libro de hechizos que descansaba sobre el atril. Se apoderó de él y lo sostuvo frente a sí.

El Amo de la Noche, que avanzaba renqueante hacia Raistlin, se detuvo sorprendido.

—¿Qué es esto, mago? —dijo el chamán con desdén—. ¿Crees que dispones de tiempo para aprender un hechizo con el que derrotarme? ¿O simplemente intentas usarlo como escudo?

Raistlin giró sobre sí mismo y arrojó el libro de hechizos a la boca del volcán.

—¡No! —gritó el Amo de la Noche, intentando fútilmente coger el libro—. ¡Nooo!

En el mismo momento en que el minotauro volvía la espalda a Raistlin, Tanis y Caramon llegaron a lo alto del andamiaje y arrojaron sus armas contra la corpulenta figura. Dos espadas se clavaron en la espalda del Amo de la Noche. El sumo chamán de los minotauros se tambaleó al borde de la plataforma un instante y después perdió pie y se precipitó en el ardiente cráter.

Caramon y Tanis abrazaron a Raistlin.

El joven mago miró interrogante hacia la batalla que continuaba abajo.

—Kit está bien —se apresuró a explicar Caramon—. Y también Tasslehoff. ¡Estamos haciendo todo lo que podemos para rechazarlos!

—Ya no hay tiempo —dijo el mago, conciso—. ¡Tenemos que darnos prisa!

Caramon y Tanis vieron que por la boca del cráter salía una nube roja. Como un torbellino de fuego, creció y giró. Tuvieron que mirar a otro lado para eludir el calor abrasador.

Un sonido semejante al trapaleo de un centenar de caballos acompañaba a la nube.

Caramon echó un rápido vistazo al estanque de fuego anaranjado cuyas enormes olas rompían hacia lo alto, pero Raistlin lo apartó de un tirón. El mago empujó a su hermano y a Tanis hacia los escalones del andamiaje.

* * *

—¿El antídoto de Kitiara? —preguntó el kender, desconcertado.

—Lo cambié por la dosis doble que tomabas habitualmente —dijo Dogz solemnemente.

—Sí, bueno, tenía intención de hablar de eso contigo. Ésa pócima nunca tuvo muy buen gusto, pero esta última vez era aún peor…

El kender enmudeció de repente. Oyó un ruido extraño, como el retumbar de un trueno, completamente distinto de los sonidos de la batalla que había estado escuchando hasta ahora. Tas alzó la vista hacia la plataforma; estaba vacía. La boca del cráter vomitaba una lluvia de fuego y lava que se desbordaba sobre la escena.

—Oh, oh. —Tas tragó saliva—. Hablaremos de todo eso después. Ahora será mejor que salgamos de aquí. —Tiró de Dogz, que no se había levantado de donde estaba sentado.

—Yo no voy —declaró el minotauro.

—¿Que tú no qué?

—Que no voy —repitió Dogz. Ahora se puso de pie, se inclinó y puso las manos en los hombros del kender; miró a su amigo a los ojos—. He desprestigiado a mi raza —explicó el minotauro—. He desobedecido órdenes. Estoy deshonrado.

—¿Qué? —farfulló Tas mientras miraba enloquecido en derredor. Los minotauros pasaban junto a ellos corriendo, arrojando sus armas y gritando. En medio del maremágnum de humo y fuego no podía ver a sus compañeros—. ¿Qué quieres decir? ¡Me salvaste la vida! ¡Para mí eres un héroe!

Dogz apretó los hombros del kender; sus ojos estaban empañados.

—Ve, amigo Tas —dijo entristecido—. Ponte a salvo. Yo no merezco salvarme. Estoy deshonrado.

Dicho esto, volvió a sentarse. Tasslehoff estaba a punto de soltar un improperio cuando una de aquellas enormes criaturas aladas se zambulló en picado, lo levantó en el aire, y se reunió con otros cuantos hombres pájaros en vuelo. Parecía que cada uno de ellos transportaba a un humano sujeto en sus garras.

Los kiris hicieron un viraje pronunciado y después se elevaron. Acababan de remontarse sobre el humo y el fuego cuando oyeron una tremenda explosión. Tas y los demás se giraron y vieron una colosal columna de fuego que salía disparada de la boca del cráter. La columna se elevó y quedó suspendida en el aire, formando una figura que guardaba una gran semejanza con un cóndor gigante. Durante varios minutos, el cóndor dejó caer una lluvia de destrucción y muerte sobre todos los que aún permanecían en la cumbre del volcán. Transcurridos unos minutos, el cóndor se disipó, la columna se retiró y el volcán enmudeció de nuevo.

Sargonnas había venido y se había ido.