El Amo de la Noche
En el mar, a varias millas de la punta occidental de Karthay conocida por el Promontorio, empezaban a reunirse centenares de orughis. Sus hombros, musculosos y grises, asomaban sobre el agua, en tanto que sus palmeados pies aleteaban bajo la superficie. Sus rostros, alzados a lo alto, mostraban frentes prominentes, narices achatadas, orejas puntiagudas, ojos redondos como cuentas y cabello rubio, duro como cerdas, alisado por el agua. Algunos iban equipados con hachas de guerra y dagas, en tanto que otros llevaban los bumeranes de hierro con largos cables metálicos, denominados tonkks.
Los orughis miraban hacia el este. Puesto que eran anfibios, podían nadar durante días y días sin cansarse. Ahora los orughis pataleaban en el agua, esperando ver alguna manifestación de Sargonnas.
A varias millas de distancia, al otro lado del cabo y más mar adentro, en el estrecho de Tierra a la Vista, aguardaba bajo un manto de bruma una flota de barcos de guerra tripulada por ogros que tenían la misión de sellar la alianza con los minotauros. Eran docenas de barcos, no cientos, pero cada uno de ellos estaba allí en representación de una tribu de ogros y los respectivos jefes de esa raza despreciable. Se pondrían en movimiento al recibir una señal, pero ahora los barcos de guerra se mecían en las aguas, casi plácidamente, aguardando que llegara el momento.
Los ogros mantenían las distancias entre ellos y sus parientes acuáticos, los orughis. Despreciaban a aquellos palmípedos lentos de entendederas, y no se unirían a ellos a menos que Sargonnas lo decretase.
En este momento el comandante de la flota, Oolong, del clan Xak, observaba a la distante horda de orughis a través del catalejo. Oolong Xak resopló con fastidio mientras se rascaba la cabeza, infectada de piojos, y se pasaba los mugrientos dedos entre el pelo enmarañado. A cualquier ogro con dignidad lo avergonzaría tener a los orughis como aliados en una guerra y, sin embargo, los minotauros habían acabado por persuadirlos engatusándolos con promesas y bagatelas. Pero, entre los ogros, Oolong Xak no era el único cuyas dudas sólo quedarían despejadas con la prueba definitiva de la presencia de Sargonnas.
Entretanto, a muchos kilómetros de distancia, en el palacio de la ciudad de Lacynes, en la isla de Mithas, los ocho miembros del Círculo Supremo y su rey aguardaban la consecución del hechizo con diferentes grados de entusiasmo, impaciencia y escepticismo.
El soberano de los minotauros anhelaba la conquista de Ansalon como un medio para impresionar a sus súbditos con tamaña demostración de poder. El monarca había invertido fondos y tropas en el meticuloso plan del Amo de la Noche; el éxito significaría la corroboración de su buen hacer como regente.
Su único partidario sincero era Atra Cura, el sanguinario representante de los piratas minotauros. Cualquier guerra era buena para Atra Cura y su confederación de seguidores, que esperaban sacar grandes beneficios del caos que sobrevendría inevitablemente en las rutas marítimas del Mar Sangriento.
Docenas de galeras estaban preparadas en el puerto de Lacynes, y muchas docenas más se encontraban en diversas etapas de construcción, aunque todas avanzadas, en bahías y puertos de Mithas. Akz, el comandante de la armada, había hecho trabajar a los esclavos a marchas forzadas para cumplir con la fecha señalada, si bien veía con cierto escepticismo los grandiosos proyectos del Amo de la Noche. Akz no era un minotauro muy religioso, y llevaba en el Círculo Supremo el tiempo suficiente para haber visto cómo otros planes de guerra pasaban sin pena ni gloria.
Aun así, nadie se había atrevido hasta ahora a acometer el intento de traer a Sargonnas a este mundo. Para ello hacía falta audacia y ambición, admitió para sus adentros Akz. Pero, si el hechizo no se llevaba a buen fin, tampoco importaba mucho. Las galeras podrían utilizarse para otras empresas futuras. Akz no tenía ninguna prisa en sacrificar sus naves y hombres entrenados en una guerra extensa y generalizada a menos que hubiese la certeza de que los propios dioses lo aprobaban. En consecuencia, Akz no levantaría un dedo para entrar en la contienda a no ser que Sargonnas lo decretase.
Aunque Inultus, el comandante de los minotauros militares, odiaba a Akz, siempre estaba de acuerdo con él en asuntos de guerra. Inultus, también, comprometería con gusto a sus legiones de soldados adiestrados… si Sargonnas lo ordenaba. En caso contrario, Inultus no veía razón alguna de entrar en un pacto histórico y poco deseado con los ogros y orughis con el propósito de lanzar contra Ansalon el ataque más importante en los anales de la historia de su raza.
Era incuestionable la lealtad de otros dos miembros del Círculo Supremo al monarca, y respaldaban su política a despecho de sus escrúpulos personales en cuanto a las alianzas con ogros y orughis. Victri, el líder electo de los minotauros campesinos, lucharía de buen grado en cualquier guerra que le ordenara el rey; con todo, albergaba sus dudas respecto a ésta y, en secreto, esperaba que el Amo de la Noche fracasara. El insigne erudito e historiador, Juvabit, apoyaba al monarca, a quien conocía desde la juventud y con quien lo unían lazos de amistad y familia. Pero el sensato Juvabit desconfiaba del místico Amo de la Noche y su fanático culto. Por consiguiente, también, Juvabit deseaba en su fuero interno que el Amo de la Noche no tuviese éxito.
La única opinión de Groppis, administrador de la tesorería, era que deseaba que todo este asunto no hubiese costado tanto dinero hasta la fecha… casi tanto como había calculado que sería el presupuesto total destinado a la proyectada campaña para la futura conquista de Ansalon.
Los dos miembros restantes eran Kharis-O, única mujer del grupo y cabecilla de las minotauros nómadas, y Bartill, jefe de los gremios de arquitectura y construcción. Sus respectivos puntos de vista no llamaban a engaño. Ambos estaban en contra de la alianza, la proyectada guerra y los ambiciosos planes del Amo de la Noche. Bartill, porque siempre estaba preocupado por sus propios proyectos y por ganar dinero; Kharis-O, porque representaba a los clanes separatistas y porque ella misma era extremadamente rebelde. Casi siempre votaba en contra de la mayoría, y casi siempre perdía.
No obstante, al igual que Bartill, Kharis-O estaba dispuesta a ir a la guerra. Un minotauro era leal hasta la muerte, y el honor exigía que ambos actuasen conforme a las decisiones del Círculo Supremo.
Los ocho miembros del Círculo Supremo habían sido convocados por el rey para esperar la llegada de Sargonnas.
Los ocho esperaban en el salón principal de palacio. Algunos tamborileaban con los dedos sobre la gran mesa de roble. Otros paseaban por la estancia, resoplando irritados cuando se rozaban los hombros al cruzarse. Algunos tenían la astada cabeza recostada sobre la mesa y soltaban ronquidos guturales.
La noche siguiente era el momento fijado.
* * *
El sanctasanctórum del Amo de la Noche era realmente fascinante, tuvo que admitir Tasslehoff Burrfoot.
Muros derruidos salpicaban la tierra seca y resquebrajada. Unas pocas columnas aquí y allí era todo cuanto quedaba de los templos de la legendaria ciudad. Una o dos estatuas rotas se erguían entre los escombros.
Numerosas grietas, consecuencia de los terremotos que habían sacudido a la otrora grandiosa ciudad, zigzagueaban por el suelo y contribuían a dar al paisaje su aspecto aterrador. Una ceniza gris y negra, que en algunos puntos formaba una costra quebradiza, lo cubría todo.
El Amo de la Noche observaba a Tasslehoff mientras el kender deambulaba por la ciudad muerta y recogía, de vez en cuando, algún objeto cubierto de ceniza y lo guardaba en su mochila. Tas se volvió y vio que el Amo de la Noche lo observaba; lo saludó con la mano y se encaminó hacia él.
—¿No es el kender… interesante? —preguntó Fesz, a falta de una palabra mejor. El chamán estaba al lado del Amo de la Noche—. Confío en que estés de acuerdo conmigo en que fue una buena idea traerlo aquí. Tasslehoff ha sido muy útil facilitando información sobre todos sus antiguos amigos, y me pidió que lo dejara acompañarme.
—¿Estás seguro de que es perverso? —retumbó el Amo de la Noche mientras ladeaba la cabeza y clavaba sus enormes ojos bovinos en el kender que se aproximaba.
—Bebe una dosis doble de la poción a diario, y hasta ahora no me ha dado motivo para que dude de él.
—¿Qué es ese palo extraño que lleva a la espalda?
—Se llama jupak, mi señor —contestó Fesz—. El kender afirma que es un arma invencible. —El chamán esbozó una sonrisa sesgada—. No veo mal alguno en consentirle sus niñerías.
El Amo de la Noche miró de soslayo a su subordinado. Fesz era el candidato con más probabilidades de ser su sucesor. En ciertos aspectos, era su discípulo más sagaz y digno de confianza, pero, en otros, el Amo de la Noche sabía que Fesz era el más ingenuo y crédulo de los minotauros.
—¿Qué pasó con el humano, Sturm?
—Fue un incidente que deshonra a nuestra raza —admitió el chamán—. Pero Tasslehoff está fuera de toda sospecha. Sturm estaba a punto de ser derrotado en el duelo, y Tas vitoreaba con tanto entusiasmo como el que más. A ningún minotauro lo encolerizó más el rescate que al propio Tasslehoff. ¡Insistió en que se condenara a muerte a varios guardias como castigo por permitir que el solámnico escapase! Incluso pidió ejecutar él mismo a uno. Por supuesto, no podíamos permitir algo así a causa de las Leyes Supremas, pero el hecho de que lo pidiera persiste.
El Amo de la Noche pareció considerar esta información. Luego, encogiéndose de hombros, regresó a su habitación sin paredes que en el pasado había sido la entrada a la gran biblioteca. Mientras caminaba con gracia animal, las plumas de su atuendo se agitaron con el aire y tintinearon las campanillas que adornaban sus cuernos y la capa que cubría sus inmensos hombros.
—¡Hola, Amo de la Noche! —gritó a sus espaldas Tasslehoff.
El sumo chamán no se volvió para responder al saludo del kender y tomó asiento, pesadamente, a la larga mesa. Los otros dos miembros de los Tres Supremos se acercaron presurosos para llevarle libros de hechizos y componentes. El Amo de la Noche colocó estos últimos frente a él, comparándolos y examinándolos mientras escribía anotaciones con una pluma.
—Es un poco reservado, ¿no? —preguntó Tas.
—El momento se acerca —retumbó Fesz, solemne—. El Amo de la Noche está concentrando su atención en la tarea que tiene entre manos. He de ir con él, Tasslehoff, y ayudarlo con los preparativos.
El chamán giró sobre sus talones y fue hacia la larga mesa, donde ocupó su lugar con los otros dos acólitos principales. Mientras el Amo de la Noche realizaba sus cálculos, inclinado sobre los papeles, los Tres Supremos aguardaron de pie tras él, con cuidado de no interrumpirlo pero atentos a obedecer con rapidez cualquier orden que les diera.
Tas se encogió de hombros y se escabulló hacia la jaula de madera donde estaba prisionera Kitiara. La joven tenía un aspecto un tanto demacrado y le hacía falta un baño, pensó el kender. Reparó en que Dogz, tumbado en una manta a pocos pasos, lo observaba con fijeza.
—Bueno, Kit —empezó Tasslehoff en tono indiferente—, ¿cómo llegaste tan pronto a Karthay? Me has dejado impresionado. Apuesto a que tiene que ver algo con la magia, ¿a que sí?
La mirada de Kitiara era fría, inflexible.
—Vale, no me contestes si no quieres, pero dime entonces una cosa: ¿cómo te dejaste capturar tan fácilmente? Creía que Caramon era el único Majere estúpido.
La joven lo miró con ferocidad.
—¿Cuántas veces tengo que repetírtelo? —replicó, hablando entre dientes—. ¡No soy Majere!
—Bueno, pues medio Majere —dijo Tas, encogiéndose de hombros—. Probablemente fue esa mitad la que se dejó capturar. —Se echó a reír, divertido por su chiste.
—Por si no te has dado cuenta, este sitio está lleno de minotauros. ¿Cómo iba a saberlo?
—¡Eh! —la interrumpió el kender—. He oído decir que te van a sacrificar cuando llegue el momento, mañana por la noche, según me ha dicho Fesz, así que si tienes algún mensaje que quieras que le dé a Raistlin si lo vuelvo a ver, mejor será que me lo digas ahora.
Kit se lanzó, fútilmente, contra la jaula con todas las fuerzas que le restaban. Los tablones temblaron, y el kender retrocedió a una distancia prudencial. La joven pegó el rostro a las tablas y gruñó de rabia.
—No sé qué trastada estás maquinando, Tasslehoff —siseó—, pero, si consigo salir de aquí, voy a coger ese pequeño cuello de traidor entre mis manos y apretaré hasta ahogarte.
—En fin, siento que te lo tomes así, siendo como somos viejos y queridos amigos —repuso Tas con actitud ofendida, y añadió malicioso—: Además, me pregunto si no estarás un poco celosa. Admítelo. No te importaría ser uno de los malos durante un tiempo…
Si las miradas mataran, los días de Tas habrían llegado a su fin en ese momento.
El kender, sonriente, retrocedió hasta donde estaba Dogz. Luego se volvió hacia el minotauro, que lo contemplaba con tristeza.
—Vaya, ¿y a ti qué te pasa? —preguntó Tas mientras se dejaba caer en la manta, al lado del minotauro que se suponía que debía cuidar de él.
—Nada, amigo Tas —contestó Dogz. Eludió los ojos y cogió un puñado de ceniza, que dejó escapar entre los dedos.
—«Nada, amigo Tas» —remedó el kender con un sonsonete. Echó un vistazo en derredor y calculó que había una docena de minotauros patrullando por el perímetro del campamento. Iban equipados con toda clase de armas: hachas de doble filo, garrotes sólidos, lanzas y azotes. Muchas docenas más deambulaban por la zona.
En cambio, ninguno de los Tres Supremos iba armado, como tampoco el Amo de la Noche. Sólo Dogz llevaba una espada ancha, un katar, y una especie de mayal con los mangos unidos por una cadena, en lugar de una correa.
—A veces me desconciertas, amigo Tas —dijo el minotauro, bajando la voz a un quedo retumbo.
—¿Por qué?
—Me pregunto si realmente eres amigo de esta gente… Sturm, por ejemplo. Y ahora esta mujer, Kitiara. Da que pensar tu manera de tratarlos.
—Bueno, me he convertido en un kender perverso, ¿no? —le recordó Tas mientras le palmeaba el hombro—. Me limito a hacerlo lo mejor que puedo para actuar como tal. Eran amigo míos, claro, pero eso fue cuando era bueno…, o casi bueno, la mayor parte del tiempo. Ahora soy malo. Y, si los traiciono, sólo estoy haciendo lo que se espera de cualquier malvado. Tendrías que sentirte orgulloso de mí.
—Sí —asintió Dogz, vacilante.
—Como yo lo veo —continuó Tas mientras se tendía boca arriba en el suelo cubierto de ceniza, con las manos debajo de la cabeza—, en la actualidad soy una especie de minotauro honorario. ¿No me dijiste una vez que la fuerza es poder, que los minotauros iban a conquistar el mundo algún día, y todo lo demás?
—Sí —repuso Dogz otra vez.
—Bueno, pues yo estoy dando prueba de mi lealtad a la nación de los minotauros. Si te dieran a elegir entre traicionar a tu país o traicionar a tus amigos… eh…, mejor dicho, antiguos amigos, ¿qué harías?
El minotauro inclinó la poderosa cabeza y, cuando la levantó de nuevo, sus ojos expresaban tristeza.
—No lo sé. —Su fétido aliento alcanzó la nariz de Tas con fuerza abrumadora—. Traicionar a mis amigos, supongo —añadió despacio, evidentemente desconcertado.
—¿No estás deseando que llegue el momento en que Sargonnas entre en el mundo?
Dogz miró hacia donde el Amo de la Noche leía sus libros de hechizos, sentado a la mesa. Detrás de él, los Tres Supremos aguardaban con actitud resuelta.
—Sí —contestó.
—¿Lo ves? Lo mismo que yo —declaró Tas en tono triunfante. Palmeó el hombro de Dogz—. No te preocupes tanto, amigo. Te saldrán arrugas en el hocico. —Dio un bostezo exagerado—. Ahora voy a dormir un poco. Necesito descansar.
El kender cerró los ojos. Al cabo de un momento, entreabrió uno para comprobar la reacción de Dogz.
Éste se había sentado y se dedicaba a limpiar y pulir sus armas con expresión ausente. Al igual que Tasslehoff, el minotauro solía tener muy claro quiénes eran amigos y quiénes enemigos; sin ir más lejos, los kenders, por ejemplo. Antes Dogz despreciaba a los kenders, a pesar de que nunca había visto uno. Cuando conoció a Tasslehoff a bordo del Verona, ni siquiera quería tocarlo. Lo consideraba peor que un enemigo, una criatura inferior de los niveles más bajos en la escala de la creación.
Pero, después de coger prisionero a Tas y pasar bastante tiempo con él, Dogz había empezado a tomar aprecio al pequeño kender, con todas sus argucias y manías. Admiraba su carácter animoso y su valentía ante la tortura, su sentido del humor cuando la situación era más apurada. En sus conversaciones con Tas se había enterado de muchas cosas sobre Solace y los amigos del kender, en especial del enano gruñón, Flint Fireforge, y del tío de Tas, Saltatrampas, y había llegado a pensar en ellos como si fuesen también amigos suyos.
Dogz tenía muchos familiares, pero casi ningún amigo. La amistad era un concepto totalmente nuevo para él, y Tas era el responsable de habérselo enseñado.
Entonces Tas se había vuelto perverso con la pócima de Fesz y había cambiado. Se había tornado exigente, y ya no era tan divertido estar con él. Tal vez el malvado Tas contribuiría a traer a Sargonnas a este mundo, pero Dogz no estaba seguro de que no le gustara más la versión anterior del kender.
El minotauro suspiró y se inclinó para limpiar una mancha de su katar, un puñal largo con la empuñadura en forma de «H»; untó y frotó la peculiar daga mientras pensaba largo y tendido sobre el tema de la amistad.
A veinte metros de distancia, en su jaula de madera, Kitiara paseaba sin descanso. Sus vigilantes ojos no perdían detalle. Aguzaba el oído para escuchar, aunque sólo fuera en parte, las conversaciones que se mantenían en los alrededores de su prisión, y siempre le llegaban algunas palabras arrastradas por el viento. Kit no era una incondicional de los kenders, pero de lo que no le cabía duda era de que Tasslehoff le gustaba más como era antes.
El Amo de la Noche había mencionado a Sturm, así que, al parecer, el solámnico seguía con vida. Y el otro día Kit lo había oído hablar también de Caramon y Raistlin. Era evidente que todos andaban por las inmediaciones, y que el Amo de la Noche temía su intrusión.
Aquella idea hizo que apareciera una sonrisa sesgada en el semblante de la joven.
El sol estaba en su cénit y la tierra se abrasaba y resquebrajaba bajo su intenso calor. Tal vez debido al grosor de su piel, a los minotauros no parecía afectarles la temperatura extrema. Meticulosamente, Dogz limpiaba y untaba con aceite sus armas. Los guardias minotauros que recorrían el perímetro del campamento entraban y salían del campo visual de Kit en sus rondas establecidas.
El Amo de la Noche continuaba sentado a la mesa, colocando y cambiando de sitio los componentes del grandioso hechizo que se llevaría a cabo la noche siguiente.
Una de las pocas ventajas de estar metida en la restrictiva jaula era que los tablones de la parte superior impedían que el sol cayera de pleno sobre Kit. Los ojos de la joven fueron hacia el traidor kender. Tenía los párpados cerrados; por lo visto, Tas dormía apaciblemente.
* * *
Mientras el Amo de la Noche trabajaba en el hechizo, recordó el momento de la revelación, hacía cinco días —uno antes de que capturaran a la joven humana—, cuando por fin se había confirmado que el tiempo señalado para el hechizo era el correcto, y Sargonnas se había manifestado.
Se encontraba en lo alto de la meseta, a mediodía, con los prismas de colores, los cristales y los fragmentos plateados de espejos esparcidos a su alrededor. En ellos leyó los movimientos del sol y las estrellas, calculando su posición en los cielos con relación a las dos lunas, y llegó a la conclusión de que todos los aspectos eran correctos.
De pronto atisbó una ondulación en una de las superficies reflectantes. Echó un rápido vistazo en derredor y vio fluctuaciones y ondas en los trozos brillantes de cristal. Mientras el Amo de la Noche observaba maravillado, las ondulaciones cobraron forma, de manera que cada fragmento de cristal contenía una parte del rostro del dios de la Venganza.
Un semblante terrible, pavoroso, impreciso, velado con rojo, contemplaba fijamente al Amo de la Noche a través de unos ojos negros, taciturnos.
Entonces, de repente, la imagen de Sargonnas fluctuó en los fragmentos de cristal y desapareció.
Atraídos los ojos hacia el cielo, el Amo de la Noche contempló un gran cóndor rojo de negro plumaje, con unas alas de envergadura tal que parecían tapar el firmamento, y una cabeza pelada y extrañamente pequeña. El fuego lamía las puntas de sus alas.
Saludos, Amo de la Noche, servidor del Mal.
La voz, aterciopelada y seductora, del cóndor rojo pareció sonar dentro de la cabeza del gran chamán. Lenguas de fuego asomaban por las comisuras de su pico.
Saludos, Sargonnas, dios de la Venganza, aliado de Takhisis.
El Amo de la Noche jamás se había sentido tan poderoso —ni tan humilde— como en ese momento, cuando Sargonnas le habló por vez primera.
Estoy enterado de tu plan. Durante centurias he esperado a alguien con tu audacia y coraje. Durante centurias he maquinado para entrar en el mundo material y hacer estragos con mis poderes. Durante centurias mis tentativas han sido frustradas. ¿Has tomado todas las precauciones con el hechizo? ¿Estás preparado para el momento?
Sí, mi señor.
¿Estás alerta contra intrigas? ¿Contra traiciones?
Sí, mi señor.
¿Eres digno de esta empresa?
Confío en que sí, mi señor.
No me decepciones. No se te ocurra fallarme, o descubrirás que mi venganza llega a todas partes.
Dicho esto, el cóndor rojo rieló en el sol y después se desvaneció como si nunca hubiese estado allí.
El Amo de la Noche cayó de hinojos, aturdido; la cabeza le daba vueltas. Toda la conversación con Sargonnas había tenido lugar en su mente. Miró en derredor y vio que los guardias minotauros permanecían en sus puestos, indiferentes. No habían oído ni visto a Sargonnas.
Otro tanto ocurría con los dos miembros de los Tres Supremos, que no habían advertido nada extraordinario… hasta ese momento.
Uno de ellos había corrido hacia el Amo de la Noche.
—¿Te encuentras bien, excelencia? —había preguntado solícito el joven y corpulento hombre toro.
El chamán no había respondido de inmediato, y su acólito lo había ayudado a ponerse de pie.
—¿Estás bien, señor?
La voz, esta vez, pertenecía a Fesz. El chamán, que se encontraba de pie, detrás del Amo de la Noche, adelantó un paso y le dio unos golpecitos en el hombro.
Volviendo al presente con un sobresalto, el Amo de la Noche vio frente a él a uno de los oficiales de las tropas. Estaba firme ante el Amo de la Noche, que se había quedado absorto en hondas reflexiones ante la larga mesa, en medio de la ciudad muerta. El gran chamán parpadeó, y sus ojos enfocaron al astado soldado que tenía frente a sí.
—Sí, por supuesto que me encuentro bien —contestó a Fesz con un gruñido.
—Traigo noticias —dijo el soldado—. El grupo que desembarcó en la costa sur de la isla se ha reunido con una hueste de kiris.
—Kiris —gruñó el Amo de la Noche—. ¿Cuántos?
—Como mínimo seis, y puede que hasta quince —repuso el oficial, que agregó con pedantería—: Lo que significa, probablemente, el número total de los miembros de la Cofradía de Guerreros. Pero podemos encargarnos de ellos fácilmente. Podríamos vencer a un número diez veces superior.
—Bien.
El oficial vaciló.
—¿Sí? —instó el Amo de la Noche.
—Marchan en esta dirección. Parecen saber exactamente hacia dónde se dirigen.
—¿Por qué van caminando? ¿Por qué no los transportan por aire los kiris?
—Eso es algo que también nos desconcierta a nosotros, excelencia —repuso el soldado—. Tal vez se deba a que son muchos para que los transporten los kiris, o a que los hombres pájaros tengan que descansar después de trasladarse desde las montañas de Mithas.
—¡Bah! —resopló el Amo de la Noche, con tanta vehemencia que el oficial retrocedió un paso—. Los kiris no se cansan tan fácilmente. Debe de haber otra razón y tenemos que descubrirla cuanto antes.
El oficial ya no parecía tan seguro de sí mismo, afectado por la reprimenda.
—Sí —contestó con aire dolido—. Calculamos que llegarán aquí mañana al mediodía.
—Bien.
Para sorpresa del soldado, el Amo de la Noche no parecía ni poco ni mucho contrariado por esta información. De hecho, se mostraba más animado y volvió a su trabajo con renovado vigor, escribiendo notas en los márgenes del libro que había estado estudiando. Alzó la vista.
—¿Sí? ¿Hay algo más? —inquirió. En su voz había un deje de irritación.
—N… no, excelencia —tartamudeó el oficial, que giró sobre sus talones y se marchó.
Bien, repitió para sus adentros el Amo de la Noche. Los humanos, acompañados por un enano y un elfo, según los informes, estaban de camino, y los kiris se les habían unido. Aquello era algo inesperado. Sería preciso hacer algunos reajustes en su plan, pero todavía quedaba tiempo.
A sus espaldas, Fesz y los otros dos miembros de los Tres Supremos se miraron e hicieron un gesto de asentimiento. Confiaban en la sabiduría del Amo de la Noche.
Detrás de ellos, Tas dormía… con un ojo abierto.
Y detrás del kender, en su jaula, Kitiara estaba agachada, escuchando.
* * *
El día dio paso a la noche.
Tasslehoff se despertó sobresaltado y comprendió que se había quedado dormido. Habían pasado horas.
El sanctasanctórum del Amo de la Noche bullía de actividad. Fesz y los otros dos chamanes estaban muy ocupados metiendo objetos dentro de pequeñas cajas de embalaje, así como en mochilas. Media docena de guardias se había apostado más cerca y parecía aguardar órdenes. El Amo de la Noche se encontraba en medio del campamento, dirigiendo y dando instrucciones. La larga mesa estaba vacía de libros y componentes de hechizos.
El sumo chamán lucía un atuendo ceremonial, con ristras de plumas y campanillas que colgaban de su astada cabeza como cintas, y una capa de color rojo oscuro echada sobre sus anchos hombros.
—¡Eh! ¿Qué pasa aquí? —preguntó Tas amablemente mientras se acercaba a Dogz, que se afanaba en empaquetar sus pertenencias.
El minotauro se volvió hacia el kender.
—El Amo de la Noche dice que casi es el tiempo señalado —respondió solemne—. Vamos a trasladarnos a un nuevo campamento durante la noche a fin de ocultar nuestro paradero a los humanos y kiris que avanzan hacia esta posición.
—¡Buena idea! —dijo, entusiasmado, el kender tras asimilar la información.
Al ver a Tas, Fesz se acercó presuroso. Los ojos del chamán brillaban por la excitación.
—El Amo de la Noche ha dado permiso para que nos acompañes —anunció Fesz—. No sabes qué gran privilegio es para uno de tu raza. Por lo general, las únicas personas que están presentes mientras se lleva a cabo el hechizo son el Amo de la Noche, los Tres Supremos y la víctima que ha de ser sacrificada. Pero cree que un kender, un representante de esa raza conocida por su buena suerte, y en especial un representante perverso, tiene por fuerza que agradar a Sargonnas.
Los ojos de Tas fueron veloces hacia Kitiara. La guerrera estaba de pie en la jaula, inmóvil, con los ojos muy abiertos y atenta a lo que se decía.
—Me siento halagado —manifestó Tasslehoff, hinchado de orgullo—. Más que halagado, realmente. Estoy abrumado. Por pequeño que sea el papel que se me asigne en el gran drama venidero, me siento muy agradecido. De hecho, me gustaría decirle al Amo de la Noche lo profundo de mi agradecimiento.
El kender echó a andar hacia el gran chamán, pero Fesz lo agarró por el cuello de la túnica y tiró de él, haciéndole retroceder.
—No creo que sea un buen momento para hablar con el Amo de la Noche, cuando otras muchas cosas importantes ocupan su mente —dijo Fesz bajando la voz.
—Oh, bien pensado.
El kender siguió con la mirada a dos guardias que se dirigían a la jaula de madera. Sacaron a la fuerza a Kitiara Uth Matar, que chillaba y lanzaba patadas. Cuando la tuvieron fuera, procedieron a encadenarle las piernas con grilletes y le ataron las manos a la espalda.
—Si creéis que voy a dejar que me sacrifiquéis a un estúpido dios de la oscuridad, por no mencionar el permitir que un maldito kender venga y presencie el espectáculo, estáis soñando. Y vais a tener un despertar muy brus…
Los guardias le pusieron una mordaza a Kitiara, silenciándola a mitad de frase. Tasslehoff lo sintió, porque tenía curiosidad por saber cómo demonios Kit pensaba que estaba en situación de despertar bruscamente a alguien, a menos que ese alguien fuera Sargonnas.
El Amo de la Noche había oído la diatriba de Kitiara y su espalda se tensó. Ahora giró sobre sus talones, enfurecido, y se acercó pausadamente a la guerrera de Solace.
—¡Gusano repugnante! —espetó, iracundo, el gran chamán al rostro de Kitiara, perdida su habitual compostura—. ¡No eres digna de mencionar el nombre del Señor de la Venganza! ¡No eres digna de existir en el mismo mundo! Morirás muy pronto, y tu lugar entre los vivos lo ocupará Sargonnas. ¡Serás condenada a su mundo mientras él pasa a través del portal a nuestro plano material!
Fesz, Dogz y los demás estaban mudos de asombro ante la vehemencia del Amo de la Noche. Vacilantes, los guardias taparon a Kit los ojos con una venda, a pesar de los inútiles esfuerzos de la joven por resistirse.
Tas estaba a punto de decir algo inapropiado cuando una voz nueva, inesperada, sonó en la oscuridad:
—¡El hechizo ganaría si la víctima del sacrificio estuviese menos reacia a morir para complacer a Sargonnas!
¡Raistlin! ¡Ésa era la voz del mago! Tas la habría reconocido en cualquier parte, incluso aquí, en medio de este lugar desolado. Kit dejó de forcejear, lo que indicaba que ella, también, había reconocido a su hermanastro.
Pero ¿dónde estaba Raistlin? No se lo veía por ninguna parte.
Los guardias aferraron fuertemente sus armas, nerviosos. Dogz desenvainó la espada ancha en tanto que sus ojos recorrían veloces los alrededores. Los Tres Supremos se agruparon, dispuestos a lanzar un conjuro si era necesario.
Al sonido de la voz, el Amo de la Noche giró veloz en aquella dirección, pero no vio nada. Tas buscó los enormes ojos del gran chamán y se sorprendió al atisbar en ellos, no miedo o incertidumbre, sino un destello de alivio. Era como si el Amo de la Noche hubiese previsto que ocurriría algo así.
—¿Eres tú? —retumbó el dignatario—. ¿Eres ese al que llaman Raistlin, el hermanastro de esta belicosa hembra?
—Sí, soy Raistlin —contestó la voz.
Tas miró en derredor pero no tenía la más remota idea de dónde se escondía el mago.
—Entonces, déjate ver.
Se escuchó una risa queda, áspera, seguida una vez más por la voz incorpórea.
—Creo que no.
El Amo de la Noche guardó silencio durante unos segundos que parecieron muy largos. Tasslehoff iba a decir algo, pero se le anticipó el gran chamán.
—Comprendo —dijo con un ronroneo suave, casi acariciante—. Te has hecho invisible a fin de atravesar el círculo de tropas. ¡Bravo! Me preguntaba cómo ibas a hacerlo. ¿Están muy lejos tus compañeros?
Se notó que Raistlin vacilaba brevemente antes de responder:
—Vengo solo.
—Bien.
—Deja que mi hermana se vaya y yo ocuparé su lugar.
Tasslehoff oyó un grito sofocado y se volvió hacia Kit, que intentaba soltarse de las garras de los guardias. Al parecer, a los minotauros los había puesto un poco nerviosos encontrarse en presencia de una voz incorpórea.
—¡Qué gran idea! —gritó el kender—. Hola, Raistlin. Soy yo, Tasslehoff. ¿Recibiste la botella mágica de mensajes?
—Sí, es una gran idea —corroboró el Amo de la Noche mientras dirigía una mirada furibunda al kender por encima del hombro—. Pero ¿cómo sé que mantendrás tu palabra?
—¿Y cómo sé yo que cumplirás la tuya?
El gran chamán pareció considerar la pregunta de Raistlin. Fesz se acercó y le susurró algo al oído.
—Ah, permíteme que te presente a Fesz, mi primer discípulo y el chamán que me sigue en rango —dijo el Amo de la Noche—. Ve hacia él y deja que te ate las manos. Una vez que lo haya hecho —señaló al minotauro de Lacynes—, dogz llevará a Kitiara al perímetro del campamento y la dejará marchar. Tienes mi palabra.
Dogz cogió las cuerdas que ataban las muñecas de Kitiara. Los dos guardias, que parecían satisfechos de ser relevados de sus funciones, retrocedieron unos pasos.
—De acuerdo —llegó la voz de Raistlin.
Pronunciadas estas palabras, la forma delgada del mago se materializó al lado de Fesz. El chamán lo agarró bruscamente y le ató las muñecas a la espalda con una cuerda.
Debilitado por el esfuerzo de mantener el conjuro de invisibilidad con el que había pasado entre los centinelas que patrullaban por la ciudad muerta, Raistlin cayó de rodillas.
Tasslehoff corrió hacia él.
El Amo de la Noche hizo un gesto de asentimiento a Dogz, que cogió a Kitiara, se la echó al hombro y empezó a cruzar la zona despejada. Poco después la oscuridad se los había tragado.
—¡Raistlin! —gritó Tasslehoff—. Sabía que vendrías… Es decir, si es que te había llegado la botella mágica. La recibiste, ¿verdad?
Una mano cayó sobre el hombro del kender y lo apartó de un empellón. El Amo de la Noche ocupó su lugar y se inclinó sobre el joven mago. El rancio aliento del minotauro lo alcanzó de lleno.
—Así que éste es el poderoso Raistlin —retumbó el gran chamán.
El mago guardó silencio y sostuvo la mirada del minotauro con entereza.
—Este humano no es nada a tu lado, Amo de la Noche —dijo Fesz, despectivo—. ¡Rehúsa incluso luchar por su vida!
—¡No le desatéis las manos! —ordenó el gran chamán—. Si quiere comer o beber, se lo dais. Pero no lo subestiméis. Mantenedlo bajo estrecha vigilancia.
»Levantemos el campamento, rápido. ¡No quiero correr el riesgo de que no dijera la verdad acerca de que ha venido solo!
Los minotauros se apresuraron a obedecer.
Tasslehoff se incorporó lentamente del suelo. Debía obedecerse hasta la última palabra dicha por el Amo de la Noche, lo sabía; pero, aun así, el perverso Tas pensó que al gran chamán no le vendría mal aprender a tener modales. Mientras se frotaba el hombro dolorido, el kender se acordó de su jupak…
* * *
Dogz no había ido muy lejos cuando uno de los soldados llegó a todo correr para darle alcance.
Se encontraban en otra parte de la ciudad muerta, cerca de las ruinas de un pórtico y los restos de una pared desmoronada.
—Del Amo de la Noche —dijo el soldado, al tiempo que le tendía a Dogz un mensaje escrito en un trozo de pergamino.
«Mata a la humana», decía la nota. La letra era inconfundible; pertenecía al Amo de la Noche, sin lugar a dudas.
Dogz titubeó. La humana, echada sobre su hombro, intentaba gritar y patalear sin demasiado éxito. El corpulento minotauro soltó a Kit en el suelo y plantó una de sus pezuñas sobre la joven para impedir que rodara sobre sí misma.
—Tengo que hablar con la prisionera —dijo Dogz—. Espérame.
El soldado retrocedió y se perdió en las sombras.
Dogz miró en derredor. A pocos pasos había una columna rota y arrastró a la joven humana hacia ella. Luego cogió un rollo de cuerda que llevaba al cinto y ató a Kit a la columna; hecho esto, le quitó la venda que le tapaba los ojos.
La joven lo miró interrogante.
—Me han ordenado que te mate —informó el minotauro sin andarse con rodeos.
Los oscuros ojos de Kit le sostuvieron la mirada, desafiantes.
Dogz echó un vistazo por los alrededores hasta encontrar un bloque grande de piedra y tomó asiento en él, despacio. La orden de matar a la humana lo incomodaba; en primer lugar, porque la mujer había sido amiga de Tassehoff antes de que el kender se volviera perverso; y, en segundo lugar, porque el Amo de la Noche había dado su palabra de que la humana quedaría en libertad y podría marcharse.
Tanto lo primero como lo segundo lo desazonaban por igual, y el minotauro permaneció sentado largo tiempo, reflexionando. Por fin se incorporó y se acercó a la joven.
—No te mataré esta noche —anunció lacónico. Cogió la venda para taparle de nuevo los ojos, pero antes añadió—: Y no te llevaré de nuevo con el Amo de la Noche. Te dejaré aquí hasta que regresemos. Después decidiré qué hacer.
Kitiara se debatió furiosa contra las ataduras, e intentó hablar. Dogz hizo una pausa, vacilante.
—Si intentas gritar te partiré la cabeza —le advirtió. Luego le quitó la mordaza.
—No…, no me importa lo que me pase a mí —balbuceó Kitiara con voz ahogada.
El minotauro esperó a que añadiera algo más.
—Me preocupa Raistlin —continuó la joven—. Es mi hermano. ¿No puedes hacer nada para ayudarlo?
Dogz levantó la mordaza, dispuesto a taparle la boca.
—¡Espera! —pidió Kit con un grito contenido.
Hubo una pausa durante la cual el minotauro la miró con desdén.
—Raistlin será la víctima —explicó Dogz—. Es su privilegio traer a Sargonnas, dios de los minotauros, a este mundo. —Una vez más, hizo intención de ponerle la mordaza.
—Muy bien, entonces olvídate de Raistlin —dijo, desesperada, Kitiara.
Dogz se quedó parado. La cabeza de la joven era un torbellino de ideas. Recordó la conversación que había oído entre Dogz y Tas acerca de la amistad y la traición. Aquello le dio una idea. Quizá fuese la única oportunidad para Raistlin.
—Tú…, tú eres amigo de Tasslehoff, ¿verdad?
—Sí —admitió Dogz en voz queda.
—Entonces, entrégale una cosa de mi parte.
Le dijo de qué se trataba. Los ojos del minotauro se abrieron como platos.
Dogz se alejó unos pasos de Kit; luego giró sobre sus talones y pateó el suelo frío, cubierto de ceniza. Permaneció inmóvil varios minutos con los ojos de la joven fijos en él. Kitiara comprendió que había dado en el blanco. Por extraño que pudiese parecer, el minotauro se consideraba amigo de Tas.
Lentamente, Dogz bajó la mordaza. Kitiara le dijo dónde guardaba el objeto. Él lo encontró donde le había indicado; era una cosa pequeña que nadie había advertido cuando la habían registrado antes y en la que nadie repararía si Dogz la llevaba encima. El minotauro metió el pequeño objeto bajo el cinturón y luego, bruscamente, alzó la mordaza y la ató con fuerza sobre la boca de Kitiara.
Sus ojos se prendieron en los de la mujer un momento antes de tapárselos con la venda.
Poco después, se encontraba con el soldado y le ordenaba que se quedara y protegiese a Kit con su vida.
Acto seguido, Dogz echó a correr para alcanzar al Amo de la Noche y su séquito.