12

El Pozo de la Muerte

Por la mañana temprano, antes de partir para Atossa, Tasslehoff bebió una dosis doble de la poción. Comentó que empezaba a gustarle su sabor, cremoso y un tanto dulzón, y Fesz no tuvo que insistir mucho para que se lo tomara todo.

Debido a su familiaridad con el kender, Dogz fue designado para acompañarlos en su viaje a Atossa y desde allí a Karthay. Su misión: vigilar a Tas.

—Bueno, llamémoslo salvaguardia —oyó Tas que Fesz decía a Dogz.

Éste se sentía disgustado por la forma en que Tasslehoff se comportaba últimamente, más propia de un ser perverso que de un kender. El corpulento minotauro intentó eximirse de aquel servicio, pero el chamán insistió en que los acompañara.

—Te considera su amigo —dijo Fesz con sagacidad—. Además, es una orden que te doy.

En media jornada los tres cubrieron la distancia que separaba Lacynes de Atossa; iban en un carruaje real arrastrado por un tiro de lustrosos corceles negros. Tanto por ostentación como por protección, una tropa de soldados minotauros, equipados con armaduras completas, cabalgaba al lado levantando nubes de polvo. La calzada era pedregosa y llena de baches, y los dos minotauros y el kender rebotaban en sus asientos cada dos por tres.

A través de las ventanillas del carruaje Tasslehoff divisaba un terreno desértico y árido. Entre el ruido, el polvo, el agobiante calor y el monótono paisaje, no era un viaje agradable, en opinión de Tas. Sin embargo, al contrario que Fesz y Dogz, el kender disfrutó con los brincos y sacudidas del carruaje.

Llegaron a mediodía, y fueron recibidos con gran pompa y agasajo. La delegación saludó a Fesz con el respeto debido a un alto dignatario. Los minotauros del comité de bienvenida observaron a Tas con curiosidad. Dogz se mantuvo en segundo plano, ceñudo.

Un minotauro, que llevaba una ostentosa insignia y al que acompañaba un esclavo humano, hizo todo un alarde en adular a Fesz y lo invitó a un banquete en su honor. Pero el chamán, que estaba ya de bastante mal humor por el calor y el ruido soportado a lo largo del incómodo viaje, pasó de largo ante el otro minotauro e insistió en ver de inmediato al prisionero humano; el que no se había escapado, puntualizó de manera intencionada.

—¡Sí, de inmediato! ¡O rodarán cabezas! —añadió Tasslehoff en un tono que no admitía réplica.

* * *

—Es él —retumbó Dogz—. Es uno de los humanos que iban en el barco. —Luego añadió, casi con tono de culpabilidad—: Supongo que debimos matarlo allí mismo, en lugar de arrojarlo al mar.

—Desde luego —dijo Tas, un tanto malhumorado—. Fíjate las molestias que está causando ahora. Si me hubieses preguntado, te habría dicho: «mátalo y acabemos de una vez». No dejes para mañana lo que puedas hacer hoy… sobre todo cuando se trata de matar a alguien, es lo que digo siempre. Claro que, por entonces, yo no era realmente perverso, y puede que no hubiese dicho exactamente: «mátalo y acabemos de una vez». Pero, viéndolo en retrospectiva, tienes toda la razón, Dogz.

—¿Cómo dijiste que se llama? —preguntó Fesz mientras ladeaba la cabeza y observaba al humano.

Se encontraban ante la celda de Sturm Brightblade. El solámnico estaba sentado en una silla, de cara a ellos, con las manos atadas tras el respaldo con una cuerda. Sturm tenía algunos cortes y magulladuras, vestigios, probablemente, de recientes palizas. Aun así, saltaba a la vista que los guardias minotauros habían intentado restablecerlo a fin de que tuviese un aspecto más presentable para la inusitada visita de este importante emisario del Amo de la Noche.

Sturm los miró ceñudo. Al principio se sorprendió y sintió alivio al ver a Tasslehoff, pero el kender no lo había saludado y su actitud hacia él era cautelosa y reservada. Sturm contempló, desconcertado, cómo Tas sostenía una conversación con los minotauros en quedos susurros de complicidad. Ciertamente, el kender se comportaba de un modo muy raro. Tas eludió en todo momento la mirada del joven solámnico.

¿Qué se traería entre manos?

Sturm reparó en que uno de los minotauros era el ejemplar más extraño que había visto en su vida. Corpulento y con grandes cuernos, era sin duda algún dignatario o sumo sacerdote. El hombre toro iba vestido con pieles y plumas y su porte era solemne y digno.

Sturm tuvo la clara impresión de que Tas actuaba como asistente o acompañante de este minotauro.

—Sturm Brightblade —contestó Tas a la anterior pregunta de Fesz, escupiendo despectivamente, de la forma que había visto hacer a algunos minotauros—. Cree que es un Caballero de Solamnia, pero no lo es en realidad. Otro ejemplo lamentable de ambición mal encaminada, si te interesa mi opinión. Es una larga historia y no estoy seguro de que quieras que entremos a fondo en ella, pero, por lo que he podido llegar a entender, todo empezó con su padre y…

—Veámoslo más de cerca —gruño Fesz, interrumpiendo al parlanchín kender.

Los guardias minotauros se apresuraron a obedecer. La puerta se abrió, y Tas y Fesz pasaron a la celda.

Dogz esperó fuera, indiferente hacia toda la situación.

El chamán se acercó a Sturm y lo estudió con el entrecejo fruncido. Tas hizo otro tanto, esperando que Fesz reparara en lo bien que imitaba cada movimiento suyo. El kender levantó el rostro hacia Sturm al tiempo que ladeaba la cabeza, igual que hacía el minotauro.

Sabiendo que era un error reaccionar de manera impulsiva en esta prisión, Sturm decidió permanecer callado, considerar este nuevo giro en la situación, y estar alerta a cualquier indicio que apuntara cuál era el juego del incorregible kender.

—Un gran error —dijo Tasslehoff con desdén—. Salta a la vista que han estado torturando a este individuo, lo cual es una pérdida de tiempo monumental. Habría muerto antes que romper su código de honor. Esto es válido también en el caso de Kitiara, si no te lo he mencionado antes. Es una pérdida de tiempo torturarla. Sólo que, en su caso, no tiene nada que ver con el honor. Es simple testarudez. Cuando lleguemos a Karthay, se lo diremos al Amo de la Noche, si no lo ha deducido por sí mismo. Cosa que, probablemente, ya habrá hecho, siendo como es el Amo de la Noche y todo lo demás.

Sturm escuchaba con atención. ¿Qué galimatías era esta cháchara del kender sobre Kitiara, Karthay y alguien llamado el Amo de la Noche?

—Sobre todo, es una pérdida de tiempo torturar a Sturm si todo cuanto vais a hacer es darle puñetazos, patadas y alguno que otro corte. Sturm pertenece a un rancio linaje de tontas tradiciones solámnicas, y no responde a la tortura física corriente del mismo modo que lo harían algunos humanos. Ahora bien, si dependiera de mí, haría algo un poco más imaginativo.

Fesz había pasado al lado de Sturm y ahora paseaba por el fondo de la celda, a espaldas del prisionero. El chamán inhaló profundamente, de manera que sus ollares se dilataron. Ladeó la cabeza astada. Fesz ya había olvidado a Sturm y se dedicaba a aprender de memoria el olor, todavía persistente, del otro humano, el llamado Caramon, el hermano de Raistlin.

Tasslehoff metió la mano en un bolsillo y rebuscó algo. Sacó unas tijeras pequeñas y, con la otra mano, agarró un extremo del largo bigote de Sturm.

—Esto es lo que yo haría —gritó triunfalmente, al mismo tiempo que cortaba la punta del bigote que sostenía.

Sturm dio un respingo, pero no dijo una palabra y se limitó a mirar colérico al kender.

—¡Sí! —Tas sostuvo en alto un mechón de pelos castaños y se lo mostró a Fesz con aire ufano—. ¡Esto es lo que yo llamo tortura! Éstos solámnicos se sienten muy orgullosos de sus bigotes. ¡Oh, muy orgullosos, vaya que sí!

—Se volvió hacia Sturm con una sonrisa exuberante. —Hacía mucho tiempo que deseaba hacer esto. ¡Sí, mucho, mucho tiempo!— lo zahirió el kender. —Te crees muy importante y valiente porque puedes dejarte crecer un bigote largo. Bueno, yo también podría, si quisiera. Podría tener un bigote más largo que un copete. Yo…

—Quiero ver dónde está encerrado el kiri —retumbó Fesz, interrumpiendo la cháchara de Tas—. Y el lugar donde el otro humano fue visto por última vez antes de que desapareciese.

—¡Sí, excelencia! —dijo el guardia, que se apresuró a escoltarlos hacia la puerta. Cogió al kender por los hombros y lo condujo fuera de la celda.

El perverso kender se retorció entre las manazas del guardia y gritó por encima del hombro a Sturm, que tenía los labios apretados:

—¡Y supongo que crees que vinimos hasta aquí sólo para verte, señor Bigote Largo! Ja! Lo que pasa es que nos pilla de camino hacia Karthay, donde nos reuniremos con el Amo de la Noche para hacer un hechizo importante, grande, enorme, que traerá a Sargonnas a este mundo. ¡Ah! ¿He mencionado que Kitiara Uth Matar ya está allí, prisionera, de forma que tenemos en nuestra lista gente más importante que tú a la que torturar…?

El guardia minotauro echó a andar pasillo adelante. Fesz lo siguió, empujando a Tas delante de él para obligarlo a caminar.

Dogz se quedó un momento mirando a Sturm. El minotauro se rascó la mejilla con aire meditabundo, pensando que, realmente, debería haber matado a los dos humanos cuando tuvo ocasión de hacerlo. La próxima vez no cometería el mismo error. Ahora estaba metido hasta el cuello en cosas que no entendía. Con un suspiro, Dogz fue en pos de Fesz, Tas y el guardia.

Sturm se quedó solo, con medio bigote, y preguntándose qué estaba ocurriendo.

Los tres minotauros y Tas se dirigieron al final de uno de los oscuros corredores, donde había un único prisionero tras los barrotes, encadenado a una pared lateral de la celda.

En el camino, Fesz explicó a Tas que el cautivo era un kiri, uno de los legendarios hombres pájaros que vivían en las remotas zonas montañosas de Mithas. Los kiris eran enemigos implacables de los minotauros, y rara vez podía vérselos en cautividad.

—Tu antiguo amigo, Caramon, era el encargado de servir comida y agua a los otros prisioneros —dijo Fesz—. Fue visto por ultima vez frente a la celda del kiri. Después desapareció sin dejar rastro… como por arte de magia.

Tasslehoff respondió que, si estuviesen hablando de Raistlin, el hermano gemelo de Caramon, entonces deberían tener en cuenta cualquier hipótesis: hechizos de invisibilidad, viaje en el tiempo, incluso la huida bajo el disfraz de un escurridizo ciempiés. Pero, tratándose de Caramon, el kender estaba seguro de que la magia no tenía nada que ver en el asunto.

—El tal Raistlin debe de ser un mago muy poderoso —retumbó Fesz, impresionado.

—Sí, mucho —se mostró de acuerdo Tas, aunque, para sus adentros, añadiera: «a pesar de que no es realmente mago… todavía». En voz alta agregó—: Tan poderoso como el que más. Ni siquiera me atrevo a conjeturar cuál es su poder, porque, mientras estuviese haciendo la conjetura, probablemente Raistlin habría aprendido uno o dos hechizos más y se habría hecho más poderoso.

Cuando llegaron a la celda del kiri, Tas sufrió una desilusión. Salvo por las piernas, que eran, indiscutiblemente, semejantes a las de un ave, el prisionero no tenía mucho parecido con un pájaro. El kiri había recibido una soberana paliza y sus brazos colgaban fláccidos a los costados. Era un espectáculo patético.

Una leve crispación descubrió a Tas que el kiri seguía con vida, aunque, por su aspecto, parecía más muerto que vivo.

Cuando Dogz se inclinó y susurró al kender que las heridas infectadas en la espalda del kiri se debían a que le habían arrancado las alas, Tas explotó:

—¿Qué? —Tasslehoff se volvió hacia el guardia de la mazmorra y le lanzó varias patadas a las espinillas—. ¡Se me presenta la única oportunidad en mi vida de ver a un kiri, y vosotros lo hacéis picadillo y le arrancáis las alas! Sin las alas, su aspecto es prácticamente el de un humano corriente. ¡Para esto no merecía la pena el viaje a Atossa! Por lo menos, pudisteis esperar hasta que…

Fesz apartó a Tas del estupefacto guardia, cuyo primer impulso fue partirle la cabeza al kender para enseñarle una lección.

El guardia echó a andar pasillo adelante, volviendo sobre sus pasos. Dogz fue tras él y le explicó en voz baja que el kender había estado tomando una poción de maldad por orden del chamán y que tal comportamiento era de esperar, e incluso que alentar.

Una vez que Fesz consiguió calmar a Tasslehoff, el chamán paseó despacio a lo ancho del corredor. Miró al desdichado kiri un momento y a continuación estudió el interior y el exterior de la celda, repasando con la vista el suelo, las paredes y el techo. Se agachó sobre una rodilla, y con sus manos, grandes y fuertes, comprobó la solidez del suelo de piedra. Pasó los dedos por las grietas de la pared. Ladeó la cabeza, cerró los ojos y aguzó el oído a fin de captar algún sonido fuera de lo normal. Luego volvió a abrir los ojos; una profunda arruga le cruzaba el entrecejo.

—Ya hicimos todo eso —dijo el guardia a Dogz con acritud; los dos minotauros se habían detenido unos cuantos metros más adelante en el corredor y observaban al chamán—. Tampoco sacamos nada en claro.

Fesz alzó bruscamente la cabeza y lanzó al guardia una mirada virulenta; sus enormes cuernos casi rozaban el techo. Al comprender que el chamán había oído sus palabras, el guardia agachó la vista al suelo.

Fesz retrocedió un paso e invitó a Tas a echar un vistazo.

El kender estaba ansioso por hacer una comprobación por sí mismo. Había observado al chamán con gran atención. En primer lugar observó un instante al kiri. Luego examinó el interior de la celda, lanzando miradas penetrantes a uno y otro lado. No se veía mucho con aquella luz mortecina. Por último examinó el corredor. Se arrodilló en el suelo de piedra y lo tanteó, buscando algo inusual. Pasó los dedos por las paredes. Al igual que Fesz, ladeó la cabeza, cerró los ojos y aguzó el oído.

Le pareció escuchar un apagado crujido en alguna parte.

—¿Caramon no dejó nada… ni el más leve indicio de una pista? —preguntó el kender.

—Nada —refunfuñó el guardia—. Sólo dos cubos en los que había llevado la comida y el agua. Estaban volcados.

Fesz observó al kender con atención.

Tas empezó a pasear en círculo y completó el recorrido parándose de nuevo frente a la celda. Miró a Fesz de soslayo. Luego volvió a mirar al kiri. Despacio, alzó la vista hacia el techo, que tenía una altura superior a la de Caramon, aunque no mucho más.

Aproximadamente un par de cubos y la longitud de un brazo, calculó Tas.

—Creo… —empezó el kender.

—¿Sí? —instó, anhelante, Fesz.

—Creo que lo que hay que hacer es castigar a Sturm Brightblade —declaró Tas en voz alta.

—¿Castigar a Sturm Brightblade? —repitió el chamán en un tono que denotaba su desconcierto.

—Es una cuestión de principios —explicó Tasslehoff, alzando aún más la voz—. El asunto es que Sturm debía de saber que Caramon iba a intentar huir, y puesto que se niega a colaborar en lo más mínimo…

—Ya se ha hecho todo lo posible para sacarle información con la tortura —expresó el guardia desde su posición, unos metros más adelante del corredor.

—¡Todo lo posible! —explotó el kender—. ¿Tienes la osadía de decirme que habéis hecho todo lo posible?

Dogz resopló, pero contuvo la lengua. Aunque el guardia no era de los que aprenden con rapidez, sí se dio cuenta de que le convenía no decir nada más.

Tasslehoff se volvió hacia Fesz.

—¿Tenéis los minotauros algún método de ejecución que sea realmente especial? —le preguntó con solemnidad.

Fesz consideró la pregunta, encantado de que Tas encaminara sus ideas hacia asuntos tan encomiables.

—Bueno —respondió despacio el chamán—, el Pozo de la Muerte es un espectáculo particularmente cruel, y que a mí, antes de instalarme en Karthay al servicio del Amo de la Noche, siempre me gustó presenciar.

—¿El Pozo de la Muerte? —susurró el kender. Le gustaba cómo sonaba eso.

—Un baile mortal en torno a unos agujeros infernales de fuego líquido —explicó el chamán a grandes rasgos—. Una forma de morir que resulta aún más humillante por el hecho de llevarse a cabo en público, para diversión de hordas de espectadores que observan desde las gradas.

—¡El Pozo de la Muerte! —exclamó Tas, regocijado, con los ojos muy abiertos—. ¡Eso es! ¡Ése es el castigo que me gustaría se impusiera a ese presumido solámnico!

—El único problema es que tenemos que estar en Karthay dentro de tres días —retumbó Fesz.

—¡Tres días! —repitió el kender, pronunciando con énfasis cada palabra—. ¿Y por qué no podemos meter al viejo Sturm en el Pozo de la Muerte mañana por la mañana y zarpar después, a mediodía?

—No veo por qué no —aceptó Fesz—. Pero debemos apresurarnos a hacer los preparativos.

—Bien. Consideraría un privilegio personal ver que Sturm tiene su merecido. Además, siento una gran curiosidad por todos los pozos, ya sean de muerte o corrientes…

Fesz se había puesto ya en movimiento.

Tras echar una ojeada compasiva al kiri y un rápido vistazo al techo, Tas siguió presuroso al chamán.

El hombre malherido sufrió una leve convulsión.

Dogz resopló.

Al pasar delante del guardia, Tas se paró y le propinó una fuerte patada en la espinilla.

* * *

A la mañana siguiente, un centenar de hombres toros se apiñaba en el pequeño anfiteatro semicircular que se alzaba a un lado del Pozo de la Muerte.

Los espectadores manifestaron su impaciencia con resoplidos y pataleos mientras esperaban la llegada de los cargos públicos, sin cuya presencia no podía dar comienzo el duelo a muerte entre el campeón local, un minotauro cruel llamado Tossak, y el prisionero humano, el solámnico, Sturm Brightblade.

En un desfile ceremonioso, una docena de funcionarios y autoridades de la prisión acompañaron a Dogz, Tasslehoff y Fesz, que entraron en el recinto y ocuparon sus asientos en un lugar privilegiado de las gradas. Los espectadores estiraron el cuello para mirar embobados el hecho insólito de que un kender ocupase un asiento junto a un emisario del Amo de la Noche. Como requería la ocasión, Tas se sentaba muy erguido, adoptando el gesto más fiero y ceñudo de que era capaz.

A sugerencia del perverso kender, Tasslehoff Burrfoot, a Sturm se le había advertido la noche previa que tendría que disputar un combate a muerte al día siguiente. Recibió la noticia con actitud impasible.

La parte positiva fue que le soltaron las manos y le dieron una buena cena y un catre para dormir. Los minotauros prometieron que combatiría con el arma que él eligiese. Tras considerar las diferentes opciones que le ofrecieron, Sturm escogió una espada larga, de doble filo, con empuñadura labrada. Fuera cual fuere el resultado del combate venidero, Sturm juró que causaría una buena impresión.

Magullado y debilitado por la tortura y los días de cautividad, el joven solámnico intentó encontrar una explicación a lo ocurrido. No alcanzaba a entender por qué Tas colaboraba con los minotauros. ¿Cabía la posibilidad de que el kender se hubiese aliado realmente con ellos? A pesar del cansancio, Sturm permaneció despierto la mitad de la noche sin llegar a ninguna conclusión definitiva.

Por la mañana, siguiendo un hábito arraigado en él, se llevó la mano al bigote para darse unos tirones, con aire pensativo. Sus dedos se cerraron en el aire. Sturm se frotó la mejilla mientras recordaba el regocijo del kender al cortarle la mitad del bigote. Sintió que el rostro le enrojecía por una cólera repentina, y su determinación de luchar, y luchar bien, cobró firmeza.

Una hora más tarde Sturm se encontraba al final de un túnel, con la espada empuñada firmemente en la mano. A una señal de un guardián minotauro, echó a andar por el angosto pasaje. Al aproximarse a la entrada del pozo, sintió la primera bocanada de aire caliente.

Entró entonces en el palenque, y vio lo que su guardián había descrito como el Pozo de la Muerte. En realidad era un espacio cóncavo, como un enorme cuenco, que emitía una temperatura extraordinariamente alta producida por alguna fuente geotérmica subterránea. Dicha fuente subterránea se había abierto paso hasta la superficie, en el fondo del cuenco; se trataba de lava fundida que burbujeaba y bullía, y, de vez en cuando, vomitaba bocanadas de gases incandescentes. Unas isletas de roca negra sobresalían del ardiente líquido rojo, y estaban conectadas por puentes que se arqueaban muy por encima del pozo de lava. Una caída desde ellos significaba la muerte segura.

El calor emitido por la lava abrasaba la piel de Sturm. Mientras recorría con la mirada el entorno del pozo, tuvo que taparse parcialmente los ojos con la mano para escudarlos de la brillantez y el calor intenso.

Buscó entre la multitud que abarrotaba las gradas, en el lado opuesto del pozo, pero no vio rastro de Tasslehoff entre las filas de minotauros sentados. El griterío y las pullas atronaban sus oídos, en tanto que el abrumador olor de la multitud le inundaba las fosas nasales.

Directamente frente a él, otro túnel desembocaba en el palenque, con el vano envuelto en las sombras. Mientras Sturm lo observaba, una figura astada emergió de la oscuridad, ocupando casi toda la entrada, y salió al exterior.

Sturm calculó que su oponente alcanzaba al menos los dos metros veinticinco de estatura. Sus cuernos, que sumaban otros sesenta centímetros a su talla, estaban encerados y relucientes.

Una mata de pelo rubio claro le caía sobre los hombros, y en las partes de su cuerpo expuestas a la vista crecía una espesa pelambre. Dos anillos grandes traspasaban una de sus orejas; los músculos se marcaban en su inmenso torso.

En una mano llevaba una especie de guantelete de hierro, de un tipo único y muy apreciado por los campeones minotauros, con nudilleras y una hoja de acero adosada en la articulación del pulgar. En la otra mano sostenía un espadón con uno de los filos aserrado.

—¡Tossak! ¡Tossak! ¡Tossak! —clamaba la multitud.

—¡Sturm! ¡Sturm! ¡Sturm! —coreó una voz de timbre agudo, que se distinguía entre los vozarrones de los minotauros.

Sturm la reconoció como la de Tasslehoff. Tossak saludó a la muchedumbre con un leve cabeceo arrogante. Luego el enorme minotauro volvió la mirada hacia Sturm, abrió el feo hocico y lanzó un fiero bramido de desafío.

Con una rapidez que sorprendió al solámnico, Tossak cargó contra él, saltando ágilmente de isleta en isleta hasta llegar al puente al otro lado del cual se encontraba Sturm.

Una vez más, el campeón minotauro bramó desafiante al tiempo que blandía el espadón para enfatizar su reto.

—¡Tossak! ¡Tossak! ¡Tossak! —coreó la multitud.

Sturm se sentía mareado. El asfixiante calor, la rugiente muchedumbre y el aullante guerrero minotauro, todo ello combinado hizo que se tambaleara. Sturm sacudió la cabeza para despejarse. A continuación, el solámnico sorprendió a todos por la velocidad con que se movió… alejándose de Tossak.

Saltando a través de una isleta de roca negra, el solámnico se colocó en otro puente desde el que veía bien a Tossak, pero que le ofrecía seguridad contra un ataque inmediato. Los principios de la caballería incluían la prudencia, razonó el joven, y, en este caso, eso significaba ganar tiempo mientras discurría la mejor forma de luchar con el enorme hombre toro.

Al ver que el humano retrocedía, Tossak resopló iracundo y pateó el suelo con sus hendidas pezuñas.

—¡Sturm! ¡Sturm! ¡Sturm! —entonaba Tasslehoff.

Sturm se arriesgó a echar un vistazo a la muchedumbre. Allí, casi en el centro del público, estaba sentado el kender, metido entre dos minotauros, uno de los cuales era el mismo que había visto con Tas ayer, el chamán.

Tas agitó la mano alegremente, saludando al solámnico.

Antes de que Sturm enfocara de nuevo su atención en el palenque, Tossak se puso en movimiento y volvió a brincar de isleta en isleta, ajeno, al parecer, al calor que envolvía el pozo y abrasaba los ojos de Sturm.

El hombre toro se detuvo otra vez a corta distancia del solámnico, al otro lado del puente donde se encontraba Sturm. De nuevo, bramó desafiante.

Una vez más, el humano se giró y corrió en dirección opuesta, saltando sobre las isletas rocosas y atravesando puentes hasta situarse tan lejos de Tossak como le era posible sin salirse del palenque.

El calor estaba agotando las fuerzas de Sturm. Empapado de sudor, el solámnico luchó por mantenerse alerta. Bajo sus pies, la ardiente lava burbujeaba y vomitaba gases.

—¡Tossak! ¡Tossak! ¡Tossak!

—¡Sturm! ¡Sturm! ¡Sturm!

Para entonces, el campeón minotauro estaba convencido de que su oponente era un cobarde. Puso los ojos en blanco y se encogió de hombros, gesto que provocó nuevos vítores de la muchedumbre. Se giró y se dirigió hacia el humano sin prisa, atravesando las isletas de roca y los puentes hasta llegar a corta distancia del solámnico, al otro extremo de un corto puente de piedra.

De nuevo, Tossak blandió su arma en el aire, gritó y gesticuló.

La multitud prorrumpió en estruendosos vítores… y en ese momento Sturm se lanzó a la carga a través del puente, con la espada extendida y apuntando directamente al minotauro.

Lo único que pensó Sturm fue lo despacio que parecían moverse sus piernas, lo pesada que sentía la espada en sus manos y que pronto ya nada tendría importancia porque estaría muerto. El solámnico no estaba precisamente en las mejores condiciones físicas para luchar contra un minotauro en un combate a muerte. Después de pasar varios días en el mar con la vida pendiendo de un hilo y otros cuantos más sufriendo los malos tratos en la prisión de Atossa, Sturm se sentía como si fuese vadeando a través de un lago tupido de hierbajos.

Durante un instante, sin embargo, la ventaja estuvo de su parte. No esperando la carga, distraído por el clamor de la multitud, y sin acabar de creer lo que estaba haciendo Sturm después de su aparente cobardía previa, Tossak no reaccionó al ataque de su oponente hasta el último segundo.

Entonces, casi como por una acción refleja, el minotauro alzó la mano del guantelete y frenó el golpe de Sturm. El sonido del acero del solámnico al chocar contra el guantelete metálico levantó ecos en el palenque. El arma del caballero cayó al suelo, se deslizó sobre el puente y se balanceó en el borde.

Sturm se precipitó sobre ella en tanto que Tossak, ahora en serio, arremetía contra él. El humano cogió la espada justo a tiempo de revolverse y alcanzar al minotauro en un muslo.

Tossak aulló de rabia y retrocedió un poco, pero sólo un breve momento. Luego se abalanzó hacia adelante y, con la mano del guantelete, aferró la espada de Sturm, se la arrancó de un tirón, y la arrojó al pozo, donde se sumergió en el líquido ardiente.

La multitud demostró su aprobación con un clamor.

Tossak se limpió la sangre de la pierna y la saboreó mientras miraba con fijeza al solámnico. Acto seguido avanzó hacia él al tiempo que blandía el pesado espadón. Sturm se apartó del borde del puente gateando mientras buscaba desesperadamente un hueco.

El campeón minotauro blandió el espadón y trazó medio arco; la hoja de acero pasó a escasos centímetros de la frente de Sturm. Cuando Tossak arremetió otra vez, el solámnico eludió el ataque agachándose, y respondió con un golpe lateral que tiro al minotauro sobre el puente y lo hizo soltar el espadón. Antes de que Tossak, más sorprendido que dolorido, pudiese reaccionar, Sturm se las había ingeniado para propinar una patada al arma, que cayó por el borde al pozo de lava.

Un sordo retumbo de excitación se alzó en la multitud.

Incorporándose de un salto, Tossak bramó encolerizado y humillado y se abalanzó sobre Sturm, que retrocedió tambaleante.

Un golpe demoledor alcanzó al humano en el rostro y lo derribó. Una patada lo hizo rodar por el puente; se agarró al borde justo a tiempo de evitar la caída. Sturm intentó ponerse de pie, pero Tossak estaba a su lado; el minotauro cerró una manaza en torno al tobillo del humano y, alzándolo en vilo, lo sostuvo sobre el pozo de fuego ííquido.

Retorciéndose en el aire, agitando los brazos en vano, Sturm miró abajo y sólo vio la ardiente lava borboteante.

Un intenso calor lo envolvió.

Tossak levantó la cabeza en gesto triunfante, mostrando a la multitud su presa, suspendida sobre el pozo. El bestial semblante del minotauro se ensanchó con una mueca retorcida. Inhaló profundamente y soltó un bramido ensordecedor.

La multitud respondió con un clamor estruendoso.

El campeón minotauro levantó la mano enfundada en el guantelete y accionó el mecanismo que liberaba la daga adosada al pulgar. La hoja curvada saltó con un chasquido. El hombre toro tensó el brazo y se dispuso a asestar la cuchillada que acabaría con la vida de su indefenso oponente.

* * *

Tasslehoff había seguido el combate con intensa fascinación. Pero tenía la sensación de que faltaba algo al espectáculo, algo que igualase las posibilidades de ambos contendientes, estando así las cosas. El kender rebulló en su asiento, esperando con impaciencia un giro inesperado en los acontecimientos.

Tossak sostuvo en alto a Sturm y lo mantuvo suspendido sobre el borde del puente, dispuesto a dejarlo caer en el Pozo de la Muerte. Mientras el gigantesco minotauro abría la afilada cuchilla de su guantelete y hacía gestos a la multitud indicando que Sturm iba a encontrar la muerte, Tas reparó en una bandada de sombras que volaban sobre el palenque.

Los demás espectadores lo advirtieron al mismo tiempo.

Y también Tossak.

* * *

Un garrote curvo, dirigido con precisión, alcanzó a Tossak en el brazo que sostenía a Sturm, en tanto que otro, éste rematado con púas, se estrellaba contra su rostro.

Al llevarse las manos a la cara, Tossak soltó a Sturm, que se precipitó hacia la ardiente lava. Pero una figura se zambulló en picado bajo él y lo cogió. El aturdido solámnico sintió que lo levantaban en el aire.

Estalló un caos de gritos encolerizados.

De pie, boquiabierto, Fesz contemplaba la escena estupefacto, tembloroso. La huida del otro humano sólo podía interpretarse como un mal presagio, sobre todo cuando esta ultima se producía estando tan próxima la fecha señalada por el Amo de la Noche para la venida de Sargonnas.

Tas brincaba excitado, mirando los acontecimientos con los ojos abiertos como platos.

—¡Allí está! —gritó a Dogz y a Fesz mientras señalaba una figura musculosa, con el cabello castaño, que iba colgada de las garras de uno de los kiris—. ¡Ése es el individuo del que te hablé! ¡Es Caramon!

Un guardia corrió hacia el grupo de asalto blandiendo un tridente, y arremetió trazando un amplio arco, con la esperanza de alcanzar a alguno de los odiados hombres pájaros.

Dos garrotes de púas lo golpearon de manera simultánea. El minotauro se fue de bruces y, con un grito espeluznante, cayó en la lava mientras los kiris remontaban el vuelo y se alejaban del palenque.

Erguido en el puente, con la sangre manando de las heridas que le dejarían marcado para siempre el rostro con cicatrices indelebles, Tossak agitaba el puño del guantelete hacia el cielo.

* * *

En Karthay, el Amo de la Noche empezaba a estar preocupado por el número creciente de malos auspicios.

Ya había llegado a la conclusión de que era una pérdida de tiempo torturar a la joven humana. Lo que es más, no tenía un interés particular en hacerlo.

Tenía planes más importantes para ella. Serviría de cebo para los otros humanos que, según los informes, merodeaban por la zona. Si esto no funcionaba, sería útil para el hechizo que traería a Sargonnas al mundo: sería la víctima propiciatoria.

La joven había sido un fastidio desde el primer momento, cuando se la localizó espiando por el perímetro del campamento del Amo de la Noche, en las ruinas volcánicas de lo que antaño había sido la legendaria ciudad de Karthay.

De algún modo, aunque apenas alcanzaba la mitad de la talla media de un minotauro, la humana se había defendido bien contra ellos, atravesando el cuello de uno de los soldados con su espada y cortándole a otro la mano antes de ser reducida. Mientras la arrastraban hacia el campamento profirió insultos y después se negó en redondo a decir una sola palabra al Amo de la Noche acerca de sí misma o su misión.

Sólo gracias a su extensa red de espías y asesinos, el Amo de la Noche descubrió que era la hermanastra del joven mago Raistlin de Solace, Kitiara Uth Matar. Y, si Kitiara estaba en Karthay, Raistlin Majere no andaría muy lejos.

La joven quedó retenida en un calabozo improvisado, una jaula grande hecha con listones de madera, que había sido llevada de Lacynes para meter animales. La instalaron cerca del campamento. Al principio había sido un incordio, mostrándose violenta y rabiosa, insultando y escupiendo constantemente a los minotauros que estaban de guardia junto a la jaula. El Amo de la Noche la había tenido sin comer desde hacía varios días, y ya empezaba a calmarse un poco.

Pero no era Kitiara Uth Matar quien preocupaba al Amo de la Noche.

Era la sensación, como un peso en el corazón, de que algo iba terriblemente mal. Primero había sido el kender y sus dos compañeros humanos que habían comprado la jalapa al renegado Argotz. Este último había recibido su merecido, y el kender había sido capturado y transformado en un ser perverso y un colaborador leal. Fesz respondía por Tasslehoff Burrfoot y ambos venían de camino a Karthay.

En cuanto a los dos humanos, se suponía que deberían haberse ahogado en el Mar Sangriento; sin embargo, de algún modo habían sobrevivido y habían sido llevados prisioneros a la cárcel de Atossa. Por desgracia, el Amo de la Noche se había enterado de ello demasiado tarde. Con un método tan misterioso que los oficiales de prisión todavía no habían logrado descifrar, uno de los humanos se las había ingeniado para escapar. Éste era el hermano gemelo de Raistlin, Caramon. Un mal asunto.

Por si eso fuera poco, ahora llegaba la noticia de que el otro humano había huido también… de un modo sorprendente. Condenado a morir en el Pozo de la Muerte, el Caballero de Solamnia en ciernes, un tal Sturm Brightblade, había sido rescatado en el último momento mediante un ataque por aire de los kiris. A pesar de los esfuerzos de los soldados minotauros, los kiris habían escapado hacia el norte, a su fortaleza secreta de las montañas.

Según el informe de Fesz, el perverso kender, Tasslehoff Burrfoot, juraba haber visto a Caramon Majere dirigiendo la audaz operación de rescate efectuada a plena luz del día.

Los dos humanos, Caramon y Sturm, debían de haber fraguado alguna clase de alianza con los hombres pájaros, enemigos atávicos de los minotauros.

Eso, reflexionó el Amo de la Noche, era realmente inquietante.

Los informes de estos acontecimientos habían causado desasosiego entre los miembros del Círculo Supremo. Por otro lado, los orughis se mostraban reacios a poner al mando de los minotauros un gran número de tropas. Las tribus de los ogros habían sido categóricas en las conversaciones y se habían negado de plano a participar en el proyecto de esclavizar al mundo hasta tener evidencia de la existencia de Sargonnas.

Las alianzas acordadas con otros empezaban a tambalearse.

El Amo de la Noche se agachó y cogió del suelo un puñado de ceniza; luego abrió los dedos y dejó que el polvo gris se deslizase entre ellos. Estaba en una ciudad petrificada, con escalinatas que no llevaban a ninguna parte y columnas que no sostenían nada. Cerca de la titilante lumbre había una mesa grande y una silla. Un estante contenía libros y retortas con ingredientes para hechizos. El habitáculo era más un conglomerado de muebles que una habitación propiamente dicha, sin paredes, puertas ni techo. Estaba en medio de las ruinas, abierto al negro e intimidante cielo.

Esta parte de la desaparecida ciudad había sido en el pasado la entrada a la gran biblioteca. Ahora no era más que un pedazo de fría roca volcánica.

El viento nocturno agitó las plumas y campanillas que adornaban el tocado del Amo de la Noche. Volvió la vista hacia la joven humana metida en la jaula de madera. A pesar de no haber comido desde hacía días, Kitiara rebosaba energía y paseaba incansable de extremo a extremo de su improvisada celda.

Los ojos del Amo de la Noche fueron hacia sus dos acólitos de alto rango, los dos miembros de los Tres Supremos que se habían quedado en la isla cuando Fesz viajó a Mithas. Estaban apiñados el uno contra el otro, cubiertos con una manta, y dormían sentados.

Los soldados minotauros patrullaban por el perímetro del campamento.

El Amo de la Noche suspiró; alzó la vista al firmamento, a las lunas y las estrellas.

Tres días más, dos noches más.

Faltaba poco para el amanecer. Un par de horas más de frío entumecedor y después, tras la salida del sol, volvería el implacable calor. El Amo de la Noche estaba preocupado, pero su fe en Sargonnas permanecía firme. Se arrebujó en la capa, se tumbó en el frío suelo y se quedó profundamente dormido.