El kender perverso
La poción funcionó a las mil maravillas. Era incuestionable que Tasslehoff Burrfoot se había convertido en un kender perverso. No cabía la menor duda. De la cabeza a los pies, Tas era malvado a carta cabal.
Los guardias minotauros no estaban muy seguros de que el kender nos les gustara más como era previamente, antes de que Fesz, el chamán y emisario del Amo de la Noche, le diera la poción que había pervertido su verdadera naturaleza.
Por supuesto, ya no podían considerarse guardianes de Tasslehoff en el sentido estricto de la palabra. Orgulloso de su recién adquirida maldad, Tasslehoff pasó de ser prisionero a huésped de honor del rey minotauro. Ocupaba un privilegiado aposento en la planta alta de palacio, un cuarto amplio y lujoso con un balcón que se asomaba a la sucia y abarrotada ciudad de Lacynes.
Al otro lado del pasillo había otra habitación privilegiada, aún más lujosa y amplia, que le había sido asignada a Fesz, ya que el chamán necesitaba estar cerca de Tas a causa de su creciente amistad y frecuentes consultas.
Un reducido número de guardias minotauros permanecía todavía a la puerta del cuarto de Tas, en el pasillo. Tenían orden de impedir que el kender abandonara la estancia sin escolta o autorización, pero también se les ordenó que no actuasen como guardias. Por el contrario, su comportamiento debía ser amistoso y tenían que satisfacer todos los requerimientos de Tas, sin excepción.
El kender perverso era diez veces más cargante de lo que había sido el kender bueno; es decir, si el apelativo de «bueno» podía haberse aplicado a Tas alguna vez, para empezar. Era opinión generalizada entre los guardias que, más que latoso, Tas era manifiestamente…, en fin, malo.
Puesto que los guardias estaban para obedecer sus órdenes, Tas se aseguró de mantenerlos ocupados en satisfacer hasta el último de sus caprichos. Y tenía muchos; al parecer, uno cada minuto del día.
En su maldad, Tas decidió que tomaría tres baños calientes diarios a intervalos marcados con exactitud. Era un trabajo pesado, aun para los guardias minotauros, subir con los cubos de agua caliente los varios tramos de escalera que conducían al privilegiado cuarto de invitados, tres veces al día.
¡Y pobres de ellos si el agua no estaba bastante caliente! En tal caso, Tas montaba en cólera y los golpeaba en la cabeza con el cubo vacío o intentaba sacarles los ojos con una barra de cortina, la mejor arma que tenía a su disposición. O les lanzaba una increíble retahila de insultos. Algunos de los guardias tenían que hacer grandes esfuerzos para contenerse y soportar que un kender los insultara y les diera órdenes. Pero no les quedaba más remedio que aguantarse y, tras los golpes y los insultos, se escabullían y empezaban otra vez desde el principio, rogando que, esta vez, el agua estuviese suficientemente caliente.
Puesto que estaba un poco aburrido de pasarse día tras día encerrado en sus lujosos aposentos, Tasslehoff decidió también que quería que se remozara la habitación y se pintara de otro color más a su gusto. No le hacía gracia el actual tono blanquecino, pero le costaba decidirse por el color, o colores, que debería darse a la habitación.
En primer lugar ordenó a dos de los guardias que la pintaran en una tonalidad índigo… y que estuviese lista para el anochecer. Después, al mirar el profundo azul índigo que cubría paredes, techo y suelo, se sintió adormilado y, en consecuencia, llegó a la conclusión de que ese color producía un efecto aletargador en exceso.
Por consiguiente, ordeno a los mismos dos guardias que volviesen a pintar la habitación en un vivo tono carmesí; y tenía que estar lista para el anochecer del día siguiente.
Los guardias rezongaron y maldijeron en voz baja, sobre todo porque Tas los golpeó con la punta de la barra, les machacó la cabeza, y los reprendió todo el tiempo mientras trabajaban como esclavos para acabar en el plazo señalado.
El brillante carmesí mantuvo al kender en vela toda la noche. Por lo tanto, Tas decidió que el suelo podía dejarse en carmesí, siempre y cuando se lo cubriera con algunas alfombras —de todos modos, tampoco se fijaba mucho en el suelo cuando estaba tumbado—, pero las paredes debían tener un color más fundamental, como el naranja, en tanto que el techo habría de ser un tono básicamente maligno, como, por ejemplo, un negro azabache.
Seleccionó a los dos mismos guardias minotauros, ya que habían hecho tan buen trabajo —y también tan mal trabajo— las dos primeras veces, para que volviesen a pintar el cuarto.
Todos los guardias se quejaban amargamente entre ellos por lo que les hacía Tasslehoff. Cuando quiera que entraran en la habitación de Tasslehoff, ya fuera por un motivo u otro, rara era la vez que no recibían el impacto de algún objeto arrojado, o eran zancadilleados por detrás, o se iban de bruces al tropezar con un cable tendido en su camino. Los insultos —los peores que se le ocurrían a Tas y que aludían, en un sentido u otro, a vacas simplonas o a cabestros de cuernos afeitados— se sucedían de manera continua. Rechazaba la comida que le llevaban y se la arrojaba a la cara.
Dogz, el único minotauro que se las componía para evitar que lo golpeara o insultara, recordaba con tristeza al buen Tasslehoff de antaño, antes de que se volviese perverso.
—Tasslehoff Burrfoot goza del favor del Amo de la Noche —manifestaba Fesz, y los guardias minotauros no osaban llevarle la contraria.
Para el chamán, el comportamiento hostil y agresivo de Tas era la prueba palpable de que el kender se había vuelto malo. Y, si su odioso comportamiento no era evidencia suficiente, Tasslehoff también se había mostrado extremadamente complaciente a la hora de contar un montón de detalles sobre el joven e inteligente mago de Solace que lo había enviado a Ergoth del Sur para obtener la peculiar jalapa del minotauro herbolario.
Tas también le dio pelos y señales de sus buenos amigos, Flint y Tanis el Semielfo, y de su tío Saltatrampas, y de aquella vez en la que Tas había estado a punto de capturar a un mamut lanudo sin ayuda de nadie. Le habló sobre los pobres Sturm y Caramon, quienes, probablemente, a estas alturas eran poco más que esqueletos picoteados por peces espinosos en el fondo del Mar Sangriento. En fin, ¡adiós con viento fresco a esa basura! Los dos eran honrados y cabales y no encajarían con el nuevo punto de vista que tenía el kender del mundo como algo que debía conquistar, pisotear y machacar.
La verdad es que a Tas le encantaba hablar de sus amigos, o mejor dicho, «ex amigos», como se corregía a sí mismo de vez en cuando. En especial le gustaba referirse a Flint Fireforge, el enano. Tanto era así, que en ocasiones Fesz tenía que echar el brazo sobre los hombros del kender y suavemente, con sutileza, llevarlo de nuevo al tema de Raistlin Majere, el enemigo de los minotauros y, por ende, como le recordaba el chamán, enemigo de Tas.
En quien más interés tenía Fesz era en Raistlin Majere, ese humano que estudiaba para ser hechicero y que quería conseguir la raíz de jalapa porque había topado con un conjuro en algún texto antiguo.
—Oh, puedes apostar a que Raistlin es muy listo —le dijo Tas—. Un mago muy bueno, considerando que no ha pasado todavía la Prueba, pero no me preguntes qué Prueba es ésa, pues se trata de algo muy secreto y, aunque sé más detalles sobre ella que el resto de la gente, mi boca está sellada. Si Raistlin se imagina dónde ha ido a parar la jalapa (es decir, que la planta y yo estamos en Villaminotauro), sin duda se encuentra ya de camino hacia aquí. Querrá recobrar la jalapa, y puede que también quiera rescatarme a mí… ¡ja! Probablemente Tanis y Flint lo acompañan. ¡Chico, a Flint le va a dar de patadas ver lo malo que me he vuelto antes de que lo mate!
»Pero tienes razón, Fesz; Raistlin es la verdadera amenaza. Creo que lo mejor será que tú y yo empecemos a planear el modo de echarle el guante, y ahogarlo y acuchillarlo y luego, tal vez, hacer algo realmente perverso con su cadáver, como… no sé. Tú tienes más experiencia que yo en estos asuntos. ¿Qué sugieres?
Cada vez que el kender se sentía realmente excitado, como en esta ocasión, empezaba a pasear de un lado a otro de la habitación y esbozaba una mueca inconfundiblemente maligna. Esto complacía a Fesz sobremanera. Lo que es más, por lo general era el momento propicio para darle al kender otra dosis de la poción que mantendría su naturaleza perversa mientras siguiera bebiéndola.
Hacia ya una semana que Tas se mostraba extremadamente cooperativo y muy perverso. Fesz había escrito cuanto le había contado el kender acerca de Raistlin y de la jalapa; luego enviaba un resumen de lo que había descubierto al Amo de la Noche, a la isla de Karthay. Aun cuando Tas era malvado, no por ello había perdido su insaciable curiosidad, y suplicó a Fesz que le revelara cómo se las arreglaba para comunicarse con el Amo de la Noche.
Una tarde en la que se sentía particularmente indulgente con Tas, el chamán llevó al kender a sus aposentos para mostrarle dónde vivía.
—¡Eh! ¿Cómo es que tienes una habitación más grande que la mía? —preguntó Tasslehoff mientras miraba indignado en derredor—. Tienes cuadros más bonitos y ventanales más grandes. ¡Y además, son dos! Me encanta la combinación de colores que has escogido: una sencilla mezcla de marrón y verde oscuro, como árboles y hojas. De hecho, me recuerda un bosque. Esos estúpidos guardias me han hecho un lío con el carmesí y el azul y el naranja. Cuando regrese, les voy a decir un par de cosas y se van a enterar.
Fesz puso el brazo en torno al incorregible kender perverso, con quien se sentía más y más afín, y lo condujo hasta el alféizar de una de las ventanas. En él había un gran jarro de cristal con abejas inusualmente grandes que tenían aguijones inusualmente largos. Se movían sin cesar dentro del jarro y producían un ruidoso zumbido.
—Estas abejas llevan mis mensajes al Amo de la Noche —dijo el chamán mientras observaba con atención la reacción de Tas—. Pueden volar a grandes distancias y transmiten los mensajes por medios telepáticos, ya que son inteligentes. Por supuesto, tienen otros usos más dañinos —agregó con un guiño malicioso—, pero son muy eficaces para una comunicación rápida y fiable.
Por una vez en su vida, Tas se encontró sin palabras. Estaba boquiabierto. En sus viajes jamás había oído que existieran tales criaturas.
Con un ademán ostentoso, el chamán desenroscó la tapa del jarro y dejó que las abejas salieran de él. Se quedaron cernidas un instante, a pocos centímetros del recipiente, antes de formar un enjambre y remontarse en medio de un zumbido, para después dirigirse hacia el este.
—¡Guau! —exclamó Tas—. Cuando volvía de Ergoth del Sur envié un mensaje mágico a Raistlin que, dicho sea de paso, debió de ser el modo como se enteró dónde estamos. Pero sólo disponía de esa estúpida botella que tuve que arrojar al océano, y a saber si no se hundió hasta el fondo del mar. Si hubiese tenido abejas como éstas, habría podido… Aunque ¿dónde las habría puesto? No creo que sea una buena idea llevarlas en mi mochila, por si el jarro se rompe, y…
Complacido por la ininterrumpida fuente de información del kender, Fesz escribió esta nueva confidencia mientras Tasslehoff continuaba con su incansable cháchara. Sería parte de su siguiente informe al Amo de la Noche.
Para entonces, el chamán tenía una descripción muy detallada de Raistlin Majere, así como del semielfo y del enano que probablemente lo acompañaban. Percibía cuáles eran las faltas y debilidades del joven mago. Asesinos disfrazados —cualquier minotauro llamaría mucho la atención— habían sido enviados a Solace en caso de que el tal Raistlin estuviese todavía allí. Pero, si el mago estaba de camino a las islas de los minotauros, el Amo de la Noche estaría prevenido y preparado.
Este Raistlin no representaba una verdadera amenaza, de eso estaba seguro; pero tampoco venía mal estar alerta.
Al octavo día de la transformación perversa del kender, Fesz entró en los aposentos de Tas con expresión de desconcierto. Llevaba un pergamino en el que había transcrito un mensaje. Dicho mensaje lo enviaba el Amo de la Noche a Fesz por mediación de las abejas inteligentes.
Feliz como siempre de ver a su amigo, Tas empezó a dar brincos y lo recibió con un pomposo saludo que había inventado. Luego se apoderó del mensaje que llevaba Fesz en la mano.
Hemos capturado a una mujer en la playa. Iba bien armada y es una guerrera, evidentemente. Rehusa decirme su nombre o cómo y por qué ha venido aquí. La retenemos para sacrificarla. Sospecho que es la que esperábamos. Pregunta al kender si la conoce.
El Amo de la Noche
—Las abejas trajeron este mensaje hoy —dijo Fesz con el entrecejo fruncido en un gesto pensativo—. ¿Tienes idea de quién puede ser esta mujer?
Tas no tuvo que pensarlo mucho.
—¡Vaya, ésa tiene que ser Kitiara! —exclamó—. Aunque no comprendo cómo ha conseguido llegar tan pronto a Karthay.
—¿Quién es Kitiara?
—Kitiara Uth Matar —repuso Tas—. ¿No te he hablado de ella? Bueno, tiendo a olvidarme de Kit porque sólo es hermanastra de Raistlin. Pero, si está aquí, debe de ser porque Raistlin se puso en contacto con ella, de manera que él no puede andar muy lejos…
Fesz escribió todo tan deprisa como le fue posible.
* * *
Fesz y Tas se hicieron tan buenos amigos que a veces, al caer la tarde, subían a un carruaje tirado por esclavos humanos y hacían recorridos turísticos por Lacynes. El chamán se había dado cuenta de que estas amistosas excursiones propiciaban siempre la locuacidad de Tas, aunque, a fuer de ser sincero, tampoco hacía falta mucha persuasión para conseguir que el kender charlara por los codos, y Fesz descubría más y más cosas acerca del aspirante a mago, Raistlin.
Ni que decir tiene que la pareja siempre iba acompañada por uno o dos guardias que mantenían una distancia prudencial, y no sólo por motivos de protocolo, sino porque tampoco querían que Tasslehoff les arrojara piedras o, en otros casos, les lanzara pullas.
Con estas excursiones Tas llegó a conocer la ciudad de punta a cabo. Sobre todo le gustaban los sitios desagradables y malolientes, como los corrales de esclavos o el estadio de los juegos.
Había varios corrales de esclavos repartidos alrededor de la ciudad. Eran unos pozos profundos excavados en el suelo y servían como toscos alojamientos en los que se hacinaban los miles de esclavos que realizaban los trabajos cotidianos de Lacynes. Durante el día, estos corrales los ocupaban sólo alrededor de un centenar de esclavos, ya fuera porque estaban demasiado enfermos o eran demasiado jóvenes para trabajar. Su número aumentaba hasta los setecientos, más o menos, en cada pozo al llegar la noche, cuando aquellos que todavía seguían vivos tras una ardua jornada de trabajo regresaban para descansar.
Casi todos ellos eran personas capturadas por piratas minotauros y que después habían sido vendidas por tratantes profesionales; otros estaban allí cumpliendo condena por algún crimen cometido. De vez en cuando se veía a un desafortunado elfo o un minotauro que había incurrido en algún acto deshonroso, pero kenders no había ninguno. En Lacynes, observó Tas, la raza oprimida que predominaba era la humana.
Docenas de guardias minotauros se apostaban por el perímetro de cada corral. El único acceso era una amplia rampa por la que cada mañana subían los esclavos en columnas de frente de seis o siete, y por la que volvían a bajar a la caída de la noche. Para evitar una insurrección, varios muros de retención bordeaban los pozos. Estos parapetos podían derribarse, de manera que toneladas de tierra se desplomarían sobre cualquier muchedumbre levantisca.
Tas quedó muy impresionado por uno de los corrales de esclavos que visitó. Alabó lo ingenioso de su sistema e hizo un montón de preguntas.
—Si alguna vez regreso a Solace —le dijo a Fesz, y añadió con premura—: y no es que me apetezca mucho, porque lo estoy pasando estupendamente en Lacynes. Pero, si regreso allí, creo que sería una buena idea instalar un corral de esclavos como éste en medio de la ciudad. Eso les enseñaría una lección. Claro que Solace está construida en las copas de los vallenwoods y, técnicamente hablando, no estoy seguro de que pueda instalarse un corral sobre los árboles, así que es un pequeño problema que tendré que resolver. Pero estos corrales me gustan. ¡Vaya que sí!
El kender estaba de pie en una pasarela desde la que se asomaba al pozo y contemplaba a una multitud de esclavos, algunos de los cuales estaban obviamente enfermos o malheridos y yacían hechos un ovillo en el suelo, en tanto que otros se empujaban y luchaban entre sí. Se fijó en un humano de hombros anchos, vestido con unas ropas destrozadas pero todavía identificables como de origen solámnico, que se abría paso con aire orgulloso entre la muchedumbre apiñada. Al otro extremo del corral, divisó a una clérigo que estaba agachada sobre una rodilla y prodigaba cuidados a uno de los esclavos enfermos.
Uno de los guardias minotauros se acercó demasiado a Tasslehoff. El kender levantó un codo y, de manera accidental, lo empujó por encima de la barandilla de la pasarela; el minotauro se precipitó al fondo del pozo, unos quince metros más abajo. Los esclavos se apartaron con rapidez, y el guardia aterrizó en el suelo con un escalofriante crujido.
—¡Vaya, lo siento! —se disculpó Tas mientras miraba a Fesz con aire contrito—. Tenía curiosidad por saber qué ruido hacía un minotauro al caer de cabeza varios metros.
El indulgente chamán respondió con una sonrisa tan aviesa como la del kender.
El estadio era impresionante por su arquitectura, bien que los juegos en sí resultaban un tanto aburridos para el gusto de Tasslehoff, al tener que limitarse al papel de espectador. Miles de esclavos habían trabajado bajo el látigo para construir la inmensa estructura de piedra, con sus altas paredes, sus imponentes accesos y cómodas gradas. Muchos miles más habían muerto en las bárbaras competiciones que tenían lugar sobre la arena, dos veces al mes, y que atraían a toda la población de la ciudad, tal era el fanatismo de los minotauros por su deporte nacional, en el que dos gladiadores se enfrentaban en una lucha a muerte.
Tas y Fesz pasaron una tarde soleada en el palco reservado para el rey y sus invitados, cerca de la arena del estadio y justo enfrente de la rampa de acceso, que ascendía desde las catacumbas donde aguardaban su turno los gladiadores.
Un humano, escoria de su raza, luchaba contra otro humano de su misma catadura. Ambos vestían prendas exiguas que apenas los cubrían, y blandían armas de aspecto temible. Uno y otro eran rápidos y musculosos.
Aunque le hubiese ido la vida en ello, Tasslehoff no habría sido capaz de distinguir el uno del otro. Le costó un gran esfuerzo mantener abiertos los adormilados ojos a todo lo largo del brutal combate que duró lo que a él le parecieron horas.
Una muchedumbre escandalosa, de minotauros y piratas humanos que no cesaban de vitorear, lanzar pullas y gritar, abarrotaba el coliseo. Reinaba un ambiente festivo. Algunos de los hombres toros iban acompañados por sus esposas e hijos. Todos aclamaban entusiasmados a su favorito. Muchos habían hecho apuestas.
Uno de los humanos esquivó la arremetida del otro, lo golpeó en la cara con el escudo y le atravesó el cuello con la espada. El público prorrumpió en gritos, exigiendo que decapitara al perdedor. El vencedor complació sus deseos y después recorrió el perímetro de la arena llevando en alto el sangriento trofeo, gesto que enardeció al enfervorizado público.
—Por cierto —dijo Tas con un bostezo—, eso me recuerda que me gustaría recuperar mi jupak. Es la única arma que llevo y, además, tiene para mí un valor sentimental.
—¿Dónde está tu jupak? —retumbó Fesz, solícito.
—Junto con mi mochila —explicó el kender— que, como todo lo demás que poseía, me fue confiscada. Me encantaría recobrarla.
—¿Te gustaría que se te devolviera todo? —preguntó el chamán.
—Puedes apostar a que sí.
Fesz dijo que no veía mal alguno en ello, y Tas sonrió.
Al día siguiente fueron al astillero. El kender lo encontró muy interesante. Saltaba a la vista que los minotauros estaban muy ocupados preparándose para una gran guerra o algo por el estilo. En los muelles se amontonaban pilas de tablones. Cientos de esclavos humanos, vigilados por minotauros de gesto severo y equipados con armas, se afanaban como hormigas, manejando herramientas tales como azuelas, serruchos y taladros.
—El trabajo continúa por la noche —explicó Fesz—, bajo la luz de las antorchas. Tenemos que estar preparados para cuando Sargonnas entre en el mundo.
Tas asintió con un cabeceo. Conocía lo que Fesz, el Amo de la Noche y todo el reino minotauro planeaban. El chamán le había hablado del proyecto poco a poco, contándole hoy una cosa y mañana otra, como había hecho Tas con respecto a Raistlin Majere.
La jalapa era parte de un conjuro misterioso que el sumo sacerdote de los minotauros se proponía realizar a fin de abrir un portal por el que el dios del Mal entrara al mundo material. Sargonnas conduciría al reino minotauro hacia su obsesiva meta de conquistar y subyugar a las razas inferiores de Ansalon; es decir, a cualquiera que no fuese minotauro.
Por lo que Fesz le contó a Tas, estaba previsto que el conjuro se llevaría a cabo cuando el sol, las lunas y las estrellas formasen una configuración especial en el cielo.
—Será pronto —anunció Fesz—. Muy, muy pronto.
Naturalmente, al ser él mismo perverso, Tas se sentía muy excitado ante la próxima llegada del dios maligno y esperaba conocer a Sargonnas. Ésa era una de las razones por las que el kender se esforzaba tanto en hacerse amigo de Fesz.
—¿Estás seguro de que los minotauros pueden apoderarse de todo el mundo sin ayuda de otros? —preguntó Tas con franqueza y una expresión preocupada y pensativa. Recorrió con la mirada el astillero, con todas las galeras de guerra casi terminadas. Eran impresionantes, pero no había que olvidar que en el mundo había muchos humanos, enanos, elfos, kenders, gnomos y miembros de otras razas. Quizá los minotauros llevaban tantos años aislados en estas islas remotas que ignoraban la enorme oposición a la que se enfrentarían.
—Bien pensado, Tas —dijo Fesz, que bajó el tono de voz a un quedo retumbo y echó un vistazo cauteloso por encima del hombro—. No. Aunque somos una raza fuerte, necesitamos y buscamos aliados. Hemos hecho algunos pactos con los ogros y con sus parientes acuáticos, los orughis. También se han realizado algunos contactos diplomáticos de acercamiento con los trolls, a pesar de ser una raza muy desorganizada, así como también con ciertas tribus bárbaras. Asimismo, contamos con ciertos… eh… elementos por completo desconocidos para ti. No estoy autorizado para hablarte de ellos, pero sí te diré que jugarán un papel muy importante en el despliegue de los planes de invasión por nuestras fuerzas combinadas.
—¿Y qué pasa con los kenders? —inquirió Tas, enfadado—. ¿No crees que podrían contribuir a la causa?
—Vaya, tienes razón —reconoció Fesz, un tanto desconcertado—. No sé por qué se os ha excluido. Podéis prestar una gran ayuda, si todos son más o menos como tú. Sabemos muy poco sobre tu raza, ¿comprendes?, y, hasta ahora, no se nos había ocurrido esa posibilidad.
Tas se hinchó de orgullo.
—Tal vez pueda interceder por vosotros ante mis congéneres —se ofreció—. Después de todo, soy una figura de cierto renombre en Kendermore. O, al menos, lo era la última vez que estuve allí, antes de mi época de «ansia viajera». Y mi tío Saltatrampas goza de tanta popularidad que ya es casi una leyenda. —Tas frunció el entrecejo al ocurrírsele una idea—. Aunque no estoy muy seguro de que tío Saltatrampas quiera asociarse con nosotros, porque es muy extravagante a la hora de escoger amigos, por no mencionar a los enemigos. —El kender reflexionó un instante y después su rostro se animó—. ¡Pero, puesto que no he vuelto allí desde hace algún tiempo, es más que posible que tío Saltatrampas ya no viva en Kendermore y, en consecuencia, no nos plantee el menor problema!
—Bien —dijo Fesz con prudencia—, me ocuparé de que el Amo de la Noche conozca todo lo concerniente a la raza kender y su… eh… potencial como aliada.
—Y dile que fue idea mía —apuntó Tas con una sonrisa radiante.
Fesz asintió con un cabeceo y tomó nota por escrito.
Cuando regresaron del astillero, Dogz los estaba esperando con un comunicado del rey. Dogz le entregó el mensaje a Fesz, pero ni siquiera miró a Tasslehoff. El minotauro eludió los ojos, como si se sintiera avergonzado de su amigo kender.
Tas se asomó por encima del hombro del chamán para leer el contenido del mensaje:
Dos humanos capturados cerca de Atossa. Uno de ellos escapó de manera inexplicable, tal vez por medios mágicos. ¿Podría tratarse del tal Raistlin que estás buscando? Informa de inmediato al Círculo Supremo.
El rey
Fesz miró interrogante a Tasslehoff.
—No sé —dijo el kender—, pero no creo que se trate de Raistlin. La nota habla de dos humanos. Él es el único humano del grupo, pues Flint es enano, y Tanis, elfo. —Bueno, en realidad es semielfo, pero no le gusta que le recuerden su ascendencia humana. Así que no creo que sea Raistlin.
Fesz frunció el entrecejo.
—¡Eh, espera un momento! —exclamó Tas, excitado—. Quizá sean Sturm y Caramon. Los dos son humanos. Se supone que habían muerto, y dudo que ninguno de ellos sepa algo de magia, pero tal vez Raistlin le enseñó a Caramon algunos trucos cuando eran niños, o algo por el estilo. Apuesto a que son ellos. ¡Chico, qué sorpresa! Sturm y Caramon vivos. Me pregunto cuál de los dos se habrá escapado.
—Sturm y Caramon —retumbó el chamán—. Eran los dos humanos que fueron arrojados al Mar Sangriento, ¿no?
—Exacto.
—Aun suponiendo que estén vivos, ¿por qué Raistlin iba a enseñar magia a Caramon cuando eran pequeños? —se preguntó Fesz.
—No lo sé —repuso el kender—. Salvo, quizá, porque son hermanos gemelos.
—¡Hermanos! —chilló el chamán minotauro. Su grito sobresaltó incluso a Dogz. Fesz tuvo que hacer un gran esfuerzo para bajar la voz y mantener un tono calmado—. ¡No me habías dicho que Raistlin tenía un hermano!
—Nunca me lo preguntaste —replicó Tas, encogiéndose de hombros—. Además, creía que Caramon había muerto. ¿Acaso importa que Raistlin tenga un hermano? Te dije que tiene una hermana, ¿no? Bueno, en realidad, una hermanastra, si quieres preci…
—¡Espera! —Fesz levantó la mano y luego, con un hondo suspiro de cansancio, sacó la plumilla y empezó a garabatear algo en un trozo de papel. Hizo una pausa, pensativo, y miró a Tas. Haciendo un esfuerzo extraordinario para no perder la paciencia, dijo—: Antes de que sigas con esto, aclaremos una cosa: ¿tiene Raistlin algún hermano o hermana más de quien no hayamos hablado todavía?
—No —contestó Tas, malhumorado, sin entender por qué Fesz parecía sentirse molesto—. Al menos, no que yo sepa.
—Sólo Kitiara y Caramon.
—Ajá.
El chamán hizo otra rápida anotación y después se metió la nota en un bolsillo.
—Me pregunto cuál de los dos escapó, Sturm o Caramon… —musitó Tasslehoff.
—Tendremos que ir a Atossa para descubrirlo —declaró Fesz.
Tas, feliz, sonrió de oreja a oreja.
—Después de que haga acto de presencia ante el Círculo Supremo —se apresuró a añadir el chamán.
—¡El Círculo Supremo… guau! —exclamó Tasslehoff—. No conozco ningún círculo que sea supremo en nada. ¡Estoy impaciente!
A sus espaldas, Dogz posó su mano, enorme y pesada, sobre el hombro del kender.
—Lo lamento de veras, amigo Tas —dijo Fesz con manifiesta sinceridad—, pero he de ir solo. A los del Círculo Supremo no les complacería que llevase un kender allí.
* * *
Alrededor de la gran mesa redonda de roble, en la sala principal de palacio, se encontraban ocho minotauros de severos rostros; nueve, incluyendo al rey, que se había desplazado desde su residencia oficial, en la ciudad meridional de Nethosak, para asistir a este cónclave de emergencia. En tanto que los demás parecían simplemente disgustados, el bestial semblante del rey estaba crispado por una cólera asesina que apenas lograba contener. El soberano tenía otras cosas importantes de las que ocuparse y no le hacía ninguna gracia esta interrupción en su programa.
Partiendo de la izquierda del rey, y siguiendo en el sentido de las agujas de un reloj, el primero de los ocho miembros del Círculo Supremo era Inultus, que estaba al mando de la policía militar y civil. Lucía una abultada colección de insignias y bandas que proclamaban su rango. Junto a él se hallaba Akz, el comandante de la flota, cuyo apodo era Attacca, aunque nadie osaba llamárselo a la cara. Akz detestaba a Inultus, y viceversa. Eran enemigos declarados, pero estaban obligados a cooperar en asuntos políticos para mayor gloria del reino. Ninguna prenda cubría el ancho torso musculoso de Akz. Su único atavío era un ceñidor de cuero, adornado con joyas, que se ajustaba como un taparrabos.
Al lado de Akz estaba sentado el mayor de los presentes, un minotauro velludo, con mechones de cabello canoso, llamado Victri. Era el representante de los minotauros campesinos que cultivaban la tierra y mantenían las aisladas granjas de administración pública, repartidas por todas las escasas zonas fértiles de las islas. Aunque muchos de los arrogantes guerreros despreciaban a los minotauros agricultores, éstos eran esenciales para la economía y estabilidad del reino. Además, Victri era el miembro más antiguo del Círculo Supremo. Todos conocían su reputación de persona honorable y sabia. Aparte de todo eso, Victri era un feroz guerrero que se había distinguido en las batallas. Vestido como un labrador, Victri llevaba más prendas que cualquier otro miembro del Círculo Supremo, incluida una especie de capa corta con la que se cubría los bestiales hombros.
Junto a Victri se encontraba Juvabit, un historiador y erudito en una sociedad que no valoraba mucho las profesiones intelectuales. Aunque, para los patrones minotauros, Juvabit era un intelectual, su apariencia no se diferenciaba de la del resto, con su feo hocico, cuernos curvos, y pezuñas hendidas. Lo único que daba a entender su rango era una borla, tejida con finas hebras de oro, que llevaba colgada en un hombro. Era el distintivo de la Orden del Rey, el galardón más insigne de la nación, y Juvabit era el único entre los presentes en la sala que lo había ganado por merecimientos. Aquello hacía a Juvabit aún más insolente que los demás, seguro en su convicción de que sus colegas del Círculo Supremo eran estúpidos y que no sólo los superaba en inteligencia, sino que podía defenderse contra cualquiera de ellos en un combate mano a mano.
A la izquierda de Juvabit estaba arrellanado Atra Cura, con el inmenso corpachón desbordándose por el amplio sillón que ocupaba. La tarea de Atra Cura era controlar a los piratas minotauros y humanos que recorrían los mares cercanos, a fin de sacar un porcentaje de sus botines para el rey —y un porcentaje de ese porcentaje para sí mismo—, y también mantener a raya a las facciones piratas rivales. No sería inexacto decir que el propio Atra Cura era el pirata más fiero y sanguinario de todos. Era el único miembro del Círculo Supremo que vestía ropas llamativas de tonos vivos y decoradas con gemas magníficas. Llevaba sus armas, varios sables y cuchillos, repartidas de manera ostentosa por su atuendo.
La única mujer del grupo, Kharis-O, era la cabecilla designada de una banda de amazonas nómadas, llamada el Clan Independiente, que menospreciaba a los hombres y vivía fuera de las ciudades. El Clan Independiente, que tenia seguidoras en todas las islas principales de los minotauros, así como también en la mayoría de las menores, rara vez se injería en los asuntos de otros sectores más organizados de la sociedad, y a la inversa; pero nadie dudaba de su lealtad a la raza de los minotauros. Podía contarse con ellas en tiempos de guerra, y su fiereza y valor en el campo de batalla se igualaba a los de los guerreros varones. Nada en el rostro, excepcionalmente feo, de Kharis-O apuntaba su condición femenina. De hecho, no hacía la menor concesión a su género en cuanto al atuendo. Vestía polainas de cuero ajustadas, bajo una faldilla, también de cuero, y gruesas sandalias claveteadas. Estaba en su asiento, mirando a todos con gesto ceñudo, pero sin decir nada.
Los últimos dos miembros del Círculo Supremo eran Bartill y Groppis. Bartill era el jefe de los gremios de arquitectura y construcción, y, por ende, uno de los minotauros más poderosos del reino. Todo el mundo procuraba estar a bien con él y tenía cuidado de no granjearse su enemistad.
Groppis, aliado inveterado de Bartill en cualquier debate, era el administrador de la tesorería, y tan trascendental en la jerarquía como Bartill. Era él quien recaudaba impuestos, guardaba a buen recaudo los botines, y llevaba las cuentas estrictas del erario público, distribuyendo los estipendios conforme a las decisiones autócratas.
El noveno era el propio rey, en su decimocuarto año de mandato. El monarca hacía gala de la arrogancia propia de su cargo y la superioridad física pareja a él. A fin de mantener su posición, el rey se enfrentaba anualmente a su contrincante más fuerte en un combate singular celebrado en el coliseo. Durante catorce años, el rey actual había retenido su rango con mano de hierro, aplastando, acuchillando, haciendo pedazos o estrangulando con sus propias manos a todos los aspirantes. La fina banda de plata, adornada con pequeños diamantes, que le ceñía la frente como un símbolo de su rango, pasaría al siguiente rey cuando lo derrotara… si es que alguien lo hacía.
El monarca y los otros ocho miembros del Círculo Supremo miraron ferozmente a Fesz, y exigieron saber cómo progresaban los planes del Amo de la Noche y si las insólitas noticias llegadas de Atossa significaban alguna clase de retraso.
—Saldré para Atossa en persona por la mañana —repuso el chamán con firmeza— y desde allí seguiré hasta Karthay para ayudar al Amo de la Noche con los últimos preparativos.
—¿El humano que escapó de la prisión es el misterioso mago que has estado buscando? —preguntó Akz, el comandante de la armada—. No pienso movilizar mi flota a menos que existan las suficientes garantías de que nada frustrará los planes del Amo de la Noche de traer a Sargonnas a este mundo.
—Se han destinado grandes sumas al proyecto del Amo de la Noche —puntualizó el administrador de la tesorería, Groppis.
—En cuanto a mí —intervino Atra Cura, representante de los piratas—, ni que decir tiene que creo y confío en el Amo de la Noche, pero algunos seguidores de mi federación libre tienen sus propias ideas y exigirán algo más que mi palabra para seguir adelante con el plan.
Los demás mostraron su conformidad con murmullos y cabeceos.
Fesz no respondió de inmediato. Puso las manos sobre la mesa y mantuvo los ojos fijos en ellas, con los párpados entrecerrados para ocultar su iracunda expresión. Sin embargo, se las ingenió para recuperar la calma y respiró hondo.
—Soy uno de los tres chamanes elegidos del Amo de la Noche —comenzó Fesz con un retumbo quedo, ominoso—, y no tengo por qué dar respuestas a unas preguntas dictadas por inquietudes y ansias individuales. Vuestros insignificantes temores deshonran a todos los minotauros y a vuestra posición como miembros del Círculo Supremo.
»El Amo de la Noche os ha informado que ejecutará un hechizo extraordinario para traer a Sargonnas, Señor de la Venganza, a este mundo. Se han hecho muchos gastos y preparativos en este hechizo. Y todo tendrá lugar conforme al plan, cuando se produzca la conjunción requerida en los cielos, de aquí a cuatro días, a primeras horas de la noche, cuando las estrellas estén en su cénit.
Hubo algunos respingos entre los miembros del Círculo Supremo. Hasta ahora, el Amo de la Noche no había revelado el momento preciso para la ejecución del conjuro. El que Fesz hiciese mención de la fecha y hora exactas tuvo el resultado apetecido de hacer desaparecer toda preocupación u oposición entre los líderes reunidos.
—¿Qué me dices del prisionero huido? —preguntó el rey.
—No creo que sea el humano llamado Raistlin —repuso el chamán respetuosamente—. Pero en mi viaje de regreso a Karthay haré una parada en Atossa para asegurarme.
—Entonces ¿dónde está ese tal Raistlin?
—Eso lo ignoro —admitió Fesz—. Tal vez, después de todo, no venga. Quizá le hemos dado más importancia de la que tiene realmente. Sea como sea, no creo que Raistlin Majere represente más que una molestia insignificante, como un mosquito en las nalgas de un mamut lanudo.
Los ocho miembros del Círculo Supremo rieron divertidos ante la mención de Fesz de un viejo refrán minotauro. El rey parecía satisfecho.
—¿Y el kender? —quiso saber el soberano—. ¿Sigue bajo los efectos de la poción?
—Sin la menor duda —retumbó Fesz mientras movía la cabeza arriba y abajo—. Y ha resultado ser muy útil como aliado. Pienso llevarlo conmigo a Atossa y Karthay y espero persuadir al Amo de la Noche de que podría desempeñar un papel en el ritual.
El soberano no parecía muy convencido.
—No temas —dijo el chaman suavemente—. Antes de partir, me aseguraré de que la dosis de su poción sea doble.