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Tío Nellthis

Desde hacía seis días, los hombres contratados por Nellthis intentaban encontrar el rastro del esquivo leucrotta que, al parecer, estaba cazando los animales del bosque al este de Lemish, cerca de las estribaciones de una pequeña serranía.

De todas las criaturas insólitas de Ansalon, el leucrotta era una de las más raras; tan rara, que Nellthis no daba mucho crédito a los informes de su presencia tan cerca de su feudo.

Envió a un leal subordinado, un personaje de hombros anchos llamado Ladin Elferturm, su mejor cazador, a la cabeza de un grupo de doce hombres fuertes y decididos que acecharían a la criatura.

Cuando estaba en compañía de mujeres, en fiestas o pequeñas reuniones, Elferturm parecía un patán aturullado que no sabía mantener una conversación. Pero en el bosque o en los montes se encontraba en su elemento, con los sentidos alertas al más leve matiz, sonido u olor. Nadie lo superaba con el arco largo; es decir, nadie salvo el propio Nellthis.

Aun dando por ciertos los rumores, si el leucrotta rondaba por los alrededores, seguirle el rastro sería complicado. Las huellas del animal eran prácticamente idénticas a las de un ciervo, y los bosques de esta zona estaban plagados de venados. Al segundo día, Ladin Elferturm creía las historias de los campesinos, ya que había encontrado los restos de varios gamos y ciervos desgarrados por unos dientes afilados y aserrados, y después devorados a medias. Al cuarto día, estaba seguro de que podía distinguir las huellas del leucrotta de las de otros animales salvajes del área y que él y sus hombres iban tras la enorme y peligrosa criatura.

En la mañana del sexto día, Ladin Elferturm se puso en cuclillas y, con las puntas de los dedos, comprobó la humedad de la huella que había a sus pies. Sus almendrados ojos, enmarcados por el corto y negro cabello y la barba bien cuidada, se alzaron para observar la profunda y sinuosa garganta que tenía delante. Sabía que esa garganta, un cañón angosto flanqueado por paredes verticales y por el que serpenteaba el lecho de un arroyo temporal, tenía una sola salida, a menos de kilómetro y medio hacia el norte.

Mediante señales, Ladin Elferturm dividió a sus hombres en dos grupos y envió a uno de ellos al otro extremo de la garganta, atravesando el inclinado terreno boscoso, para vigilar la salida. Después dio un mensaje a uno de sus hombres para que se lo llevara a Nellthis. Hecho esto, Elferturm y los restantes hombres prepararon un campamento. El cazador, satisfecho de sí mismo, esperó la llegada de su señor.

Nellthis apareció en el campamento menos de cuatro horas después, acompañado, como Ladin Elferturm había anticipado, por su sobrina, Kitiara Uth Matar, y varios sirvientes leales. Todos vestían ropas similares e iban bien equipados para la caza. Con su cabello corto y negro como ala de cuervo y su caminar ágil y seguro, Kit no se distinguía de los hombres que se acercaban presurosos hacia Elferturm para conferenciar.

Impaciente en estos últimos días, Nellthis había salido a galope de su pequeño castillo inmediatamente después de tener noticias de que el leucrotta estaba atrapado. Ahora su actitud era enérgica y autoritaria. Bramó unas órdenes, y los hombres corrieron presurosos a ocupar posiciones, algunas cercanas y otras distantes, y se situaron vigías en varios puntos en lo alto de las paredes de la garganta.

Elferturm había hecho su trabajo y lo había hecho bien. El cazador miró de soslayo a Kitiara y vio su rostro ruborizado por la excitación, sus oscuros ojos pendientes de su tío mientras éste iba de un lado a otro, disponiendo a sus hombres para la caza. Kit ni siquiera se dignó hacer un gesto de saludo a Elferturm.

En cuestión de minutos, la partida de caza estaba preparada y volvió a montar en los caballos. Nellthis había elegido dos hombres, así como también a su sobrina, para que lo acompañaran. Los cuatro empezaron a descender cautelosamente hacia la garganta.

La tarea de Elferturm era mantener la vigilancia desde la zona alta. No lo sorprendió que lo dejaran atrás, pero no pudo menos de sentirse molesto. Elferturm se consideraba mejor tirador que su señor, si bien todos sabían que era al contrario, y había esperado, contra toda esperanza, tener la oportunidad de demostrar su destreza ante Kitiara acabando con el leucrotta

* * *

Nellthis y Kitiara, seguidos por los otros dos, cuya principal responsabilidad era portar las armas y suministros, condujeron despacio a sus caballos cuesta abajo, hacia la angosta garganta. Mientras Kit vigilaba, su tío desmontó y examinó un rastro de huellas recientes marcadas en la arena, cerca del somero arroyo. Le sonrió a la muchacha con feroz satisfacción y les indicó por señas, a ella y a los dos hombres, que ataran los caballos, y procedieron a pie con el mayor sigilo posible.

Nellthis de Lemish llevaba su arco favorito, hecho con madera de tejo y cáñamo y cuya longitud igualaba su altura. Colgadas al hombro llevaba varias flechas, con los astiles de abedul, los penachos de plumas de ganso y las puntas de hierro untadas con veneno. Kitiara llevaba el arco largo con el que había estado practicando; era más corto que el de su tío, para un más fácil manejo, y tenía en el centro un agarre forrado en piel.

Avanzaron garganta adelante, moviéndose con ligereza entre las piedras y procurando permanecer ocultos tras matorrales o afloramientos de granito. Nellthis y Kitiara se separaron, uno a cada lado de la garganta, seguidos por su correspondiente ayudante.

Nellthis iba ligeramente adelantado a los demás. Al internarse en el cañón, divisaron a los otros hombres, en lo alto de las paredes, apostados a intervalos. Kit sabía que su tío estaba disfrutando de este momento. Una gran estancia del castillo estaba reservada para sus trofeos de caza. Nellthis se preciaba de haber prometido que, algún día, tendría un ejemplar disecado de cada especie de bestia que habitaba la faz del continente. El hecho de que hubiesen transcurrido meses sin que Nellthis hubiera cobrado una nueva pieza que añadir a su ya impresionante colección hacía aún más intenso su anhelo por llevar a buen fin esta cacería.

Kitiara observó cómo su tío, pegado contra la pared opuesta, aguzaba ojos y oídos para captar la menor señal de la presencia de la criatura atrapada en la garganta. Kit sabía que la caza del leucrotta dejaría satisfecho a su tío durante muchos meses.

En ciertos aspectos, Nellthis era un tipo cómico. De talla muy baja y constitución fornida, y con un incongruente bigotillo, era, sin embargo, muy vanidoso y exigente en cuanto a su apariencia. Como una princesa consentida, era capaz de pasarse horas eligiendo el color y el estilo de su atuendo. Tenía a su servicio a un sastre únicamente para que le proporcionara lo último en la moda.

Kit sabía que, a sus espaldas, Nellthis era motivo de mofa por sus rabietas, su glotonería y su hábito de beber más de la cuenta que lo hacía quedarse dormido temprano y no levantarse casi nunca hasta pasado el mediodía. Nellthis era lo bastante acaudalado para permitirse el lujo de tener lo que quisiera, no sólo en cuanto a comida, bebida y servidumbre, sino también en cuanto a comodidades y caprichos.

A pesar de que no era partidaria de la indolencia, Kit respetaba la autoridad y habilidad ejercidas por su tío para obtener hasta el último antojo. Lo que es más, valoraba a Nellthis como un vínculo con su padre, aún cuando no existía consanguinidad entre ellos. Nellthis era cuñado de Gregor Uth Matar. Kit no había llegado a conocer a su tía, que había muerto de parto, así como el recién nacido. Pero sabía que Nellthis había mantenido contacto fielmente con Gregor mientras éste vivió en Solace, y sospechaba que su tío era uno de los contados familiares a los que su padre había podido pedir «créditos temporales» en favor de su esposa e hija.

Después de la desaparición de Gregor, Nellthis había seguido en contacto con Kit a lo largo de los años. Y ahora, aburrida de Solace y desencantada con Tanis, Kitiara había venido a pasar una temporada con él.

Mientras tío Nellthis avanzaba con cautela, pegado contra la pared de la garganta, Kit se maravilló de su destreza como tirador y cazador a despecho de su disoluto estilo de vida.

Un crujido los puso alerta a los dos. Nellthis hizo un gesto con el brazo a Kitiara, quien, siguiendo su ejemplo, aprestó el arco. Muy despacio, moviéndose uno a cada lado del cañón, bordearon un doble recodo que desembocaba en una zona más amplia de la garganta; en el lado de la joven había un gran arbusto espinoso.

Casi de manera simultánea, tío y sobrina divisaron la profunda hendedura abierta en la roca de color ocre que formaba una cueva. Desde su interior, dos feroces ojos rojos los observaban con tal intensidad que parecían traspasarlos. Nellthis, que estaba en el mismo lado de la oscura abertura, se quedó inmóvil, en tanto que Kitiara se agazapaba en el suelo.

Los dos contemplaron, no sin cierto pavor, cómo una criatura gigantesca salía a la luz del día, como si los desafiase. El leucrotta alcanzaba los dos metros y medio de alto y rondaba los tres de largo; su cuerpo era semejante al de un gran venado y su cabeza parecía la de un monstruoso tejón y era negra como la brea, en tanto que el resto del cuerpo tenía un profundo tono pardo. Sus pezuñas estaban hendidas y su cola, terminada en un penacho de crines, recordaba la de un león.

Tenía abiertas las fauces, goteando baba y dejando a la vista hileras de dientes puntiagudos. Incluso desde la distancia, Kitiara podía percibir el fétido olor que exhalaba. Un leucrotta es tan notorio por su repulsivo aliento como por su fealdad, y tal vez ésta sea una de las razones por la que lleva una vida solitaria y tiene preferencia por lugares desolados.

Mientras la criatura permanecía allí erguida, observándolos de manera ominosa, Nellthis hizo un gesto a los dos hombres que iban detrás para que se adelantaran por el lado de Kitiara. Uno de ellos se situó cerca de Kit, sosteniendo en ristre espadas y trastos de caza. El otro tenía asignada la peligrosa tarea de avanzar arrastrándose sobre el estómago, con una red grande y resistente aferrada en las manos, que debería arrojar sobre la criatura para atraparla.

El leucrotta pareció advertir las maniobras de sus cuatro adversarios pero, inexplicablemente, no hizo el menor intento de atacar. Merced a su imponente tamaño habría podido, sin duda, sobrepasarlos y darse a la fuga. En cambio, se limitó a permanecer parado en el mismo punto, aguardando a que los depredadores humanos tomaran la iniciativa.

En un único y veloz movimiento, Nellthis se incorporó, encajó una flecha en el arco, apuntó y disparó al leucrotta. Mientras lo hacía, Kit también se irguió y encajó una de sus flechas, en tanto que el hombre de la red echaba a correr hacia adelante para lanzarla sobre la peligrosa bestia.

Todos actuaron con décimas de segundo de retraso respecto al leucrotta, que ya había elegido a su víctima. Con una celeridad pasmosa, la criatura saltó sobre el hombre de la red mientras éste la arrojaba y daba media vuelta para retroceder. Con la red rodeándole parcialmente la cabeza, el leucrotta alcanzó al hombre, abrió sus enormes y poderosas mandíbulas, mordió a través de la red y decapitó al infortunado ayudante con una dentellada brutal. La sangre salió a borbotones y salpicó a Kit y a Nellthis mientras el leucrotta sacudía a su víctima salvajemente y arrojaba después el cuerpo contra la pared del cañón como si fuese un muñeco roto.

La flecha de Nellthis, que se había clavado en un flanco de la bestia, tenía una apariencia endeble, ridicula. Kitiara había fallado su disparo. Tío y sobrina habían encajado nuevas flechas en sus arcos cuando el leucrotta se metió detrás de los arbustos espinosos para protegerse parcialmente de un ataque.

Nellthis y Kit observaron, vacilantes, al inmenso animal, cuyos ojos se clavaban en ellos.

De repente, la criatura abrió las fauces e hizo un ruido penetrante y repetitivo que tapó todos los demás sonidos y casi resultó doloroso a los oídos de Kit. Moviendo las fauces con rapidez, el leucrotta continuó emitiendo el penetrante sonido durante lo que parecieron interminables momentos, sin abandonar su posición protegida.

—¿Qué hace? —siseó Kit a Nellthis, desde el otro lado del cañón.

—Nos está lanzando pullas —repuso Nellthis en voz baja, sin que hubiese en su voz el menor atisbo de temor—. Se jacta de sus víctimas.

—¿Entiendes su lenguaje? —preguntó Kit, pasmada.

Un brillo divertido iluminó los ojos de Nellthis.

—No —admitió con una risita—. Sólo son suposiciones.

El leucrotta movió de nuevo las mandíbulas y emitió otra serie de sonidos penetrantes e ininteligibles. Arriba, en lo alto de las paredes de la garganta, Kit divisó a los arqueros de su tío, quienes, atraídos por el ruido, tomaban nuevas posiciones. A pesar de tener apuntadas sus armas, conocían lo bastante a su señor para no dispararlas, a menos que fuera absolutamente necesario. La presa era de Nellthis.

—Creo que dice: «me comeré primero al hombre gordo y después a la sabrosa jovencita» —dijo Kit a su tío mientras esbozaba una de sus peculiares sonrisas sesgadas. Nellthis le devolvió la sonrisa.

De improviso, en lo alto del barranco, resonaron unos chillidos haciendo eco a los del leucrotta.

Kit recorrió con los ojos muy abiertos lo alto del risco, convencida de que había aparecido en escena un compañero de la bestia. Nellthis, perdida la concentración, alzó también la vista. El propio leucrotta hizo una pausa en su diatriba y levantó la cabeza, a la par que olfateaba el aire buscando el efluvio de un intruso.

La mirada de Kit se detuvo finalmente en Ladin Elferturm, que sonreía orgulloso por su perfecta imitación mientras indicaba por señas a Kit y a su tío que se acercaran y mataran a su presa aprovechando que estaba distraída.

Por desgracia, la bestia había vuelto a poner su atención en los cazadores y, antes de que Kit o su tío tuvieran tiempo de reaccionar, el leucrotta salió de un salto de su refugio.

Nellthis supo que no tenía oportunidad cuando se giró para disparar una flecha a la inmensa figura que se precipitaba sobre él. Apuntó hacia arriba, rodó sobre sí mismo en una maniobra sorprendentemente rápida para un hombre de constitución tan oronda, y sintió en la espalda el fuerte impacto de la arremetida de la bestia. Momentáneamente aturdido, Nellthis se incorporó sobre las rodillas con gran esfuerzo, se recostó tambaleante contra la pared del cañón y encajó otra flecha en su arco.

Mientras se ponía de pie a duras penas, vio al leucrotta tumbado de costado en el suelo, a varios pasos de distancia, retorciéndose en medio de convulsiones y sacudiendo la cabeza, de la que chorreaban babas y sangre apestosa. Una flecha, la suya, se había hincado en el vientre de la criatura, mientras que otra, la de Kit, sobresalía por el cuello. La joven se recostó en la pared, evidentemente aturdida, pero ilesa. No sin esfuerzo, hizo un gesto con la cabeza para tranquilizar a su tío.

Nellthis se adelantó. Le dolía mucho la espalda, pero más fuerte era la sensación de euforia por haber acabado con el animal. Se quedó inmóvil un instante, de pie junto a su presa, en actitud dominante; luego le disparó otra flecha al cerebro. Casi al instante, el leucrotta exhaló su último aliento.

Kitiara se acercó a la monstruosa bestia y la contempló fijamente; en la muerte, seguía siendo tan fea y formidable como en vida. El ayudante que había sobrevivido se acercó presuroso a ellos. Agitó al aire su sombrero puntiagudo, una señal que provocó los clamorosos vítores de quienes estaban en lo alto del barranco.

—Supongo que debería darte las gracias por salvarme la vida —dijo Nellthis en un tono casi circunspecto.

—¿Te sientes decepcionado, tío? —preguntó Kit—. No creo que mi flecha lo matara. Más bien fue la acción conjunta de las dos… La tuya y la mía.

El hombre miró a su joven sobrina, a sus oscuros ojos de expresión solemne, y supo que no lo habría dicho si no hubiese estado convencida de que era cierto.

—Sí, las dos —confirmó, con una oleada de satisfacción.

Elferturm descendió a trompicones por la pared de la garganta; fue el primero de la partida de cazadores en reunirse con ellos. Sacó pecho, dándose importancia.

—Buena caza —los felicitó.

La expresión radiante de Nellthis desapareció. Sé volvió hacia su jefe de rastreadores.

—No gracias a ti —gruñó—. La próxima vez que se te ocurra alguna estrategia que te parezca aconsejable, asegúrate de haberme puesto al corriente con anterioridad o será la última cacería en la que participarás en Lemish.

Elferturm enrojeció hasta la raíz del cabello mientras Kit y su tío le daban la espalda y se alejaban.

Horas más tarde, después de sacar a rastras del cañón a la pesada criatura, amarrarla en unas resistentes angarillas tiradas por los caballos y enterrar al infortunado hombre que había perdido la vida, Nellthis, Kit y la partida de cazadores entraron victoriosos en el patio del castillo.

Todos los sirvientes y empleados de Nellthis se arremolinaron para felicitar a su señor, que dio órdenes para celebrar una fiesta esa noche. Resultaba cómico, con su figura rechoncha, verlo allí plantado, muy erguido, hinchado de orgullo, mientras restaba importancia a las magulladuras de su espalda. Dijo a cuantos lo escuchaban que su sobrina tenía tanto mérito como él en la obtención del trofeo.

Apartada a cierta distancia, Kit lo observaba con una mezcla de afecto y regocijo. Estaba a punto de dirigirse a su habitación cuando vio que Nellthis reparaba en una oscura figura asomada tras la cortina de una ventana; el misterioso personaje le hizo una seña. Kit no logró atisbar quién era, pero Nellthis se apresuró a dar las órdenes oportunas para la conservación de la pieza abatida y se disculpó ante Kit y los demás para retirarse a descansar. Se encaminó rápidamente hacia la cercana entrada de la cocina del castillo y desapareció tras la puerta de roble.

Ésta no era la primera vez que Kitiara había notado un comportamiento semejante por parte de su tío. Nellthis parecía estar envuelto en un montón de asuntos misteriosos estos días. Kitiara intentaba imaginar en qué ocupaba su tiempo cuando no se lo veía a veces durante días enteros. Había tratado de sonsacarle, pero sin resultado. Ésa era una de las cosas que le gustaban de su tío: su aire perpetuo de conspirador. Si quería mostrarse reservado, era asunto de él, aunque Kit pensaba que, llegado el momento, podría intentar en serio descubrir el misterio.

—Fue tu flecha la que lo mató, Kitiara Uth Matar —dijo Ladin Elferturm, que apareció a espaldas de la joven y la cogió del brazo desmañadamente. El cazador buscó en los ojos de Kit el atisbo de una mirada alentadora.

—Fueron las dos flechas —repuso la joven, lacónica, mientras se libraba de su mano de un tirón—. Y, aun en el caso de que Nellthis no fuera mi tío, pensaría que es desleal por tu parte decir eso a sus espaldas cuando sabes lo importante que es el trofeo para él. —Empezó a alejarse.

Elferturm la aferró con fuerza por la muñeca, deteniéndola.

—¿Qué te ha pasado, Kitiara? —inquirió, intentando hablar en un susurro pues sabía que su voz era tosca y fuerte, y todas sus palabras equivocadas, para esta animosa mujer—. Creí… Creí que había… eh… algo entre nosotros —farfulló.

Kitiara estaba a punto de replicar con aspereza cuando alguien agarró a Elferturm por detrás y lo obligó a darse media vuelta. Era Kurth, el herrero del castillo, que miraba ceñudo al cazador. El alto y musculoso herrero apretó con nerviosismo los puños contra los costados mientras hablaba. Llevaba puesto todavía el mandil, ya que venía directamente de la forja.

—Te advertí que dejases de molestar a Kitiara, Ladin —dijo, contundente, Kurth—. Es mía y no le interesan un bledo los tipos como tú.

—Estoy harto de que te metas en mis asuntos —replicó Elferturm, sacando pecho contra el de Kurth. Los ojos de los dos hombres se trabaron en una mirada asesina.

El cazador había soltado a Kitiara, que retrocedió centímetro a centímetro. Se habían olvidado de ella totalmente, enfrascados en empujarse y amenazarse el uno al otro.

«Allá se las entiendan», pensó la joven. Estaba harta de los dos. Eran unos asnos, siempre gritando su nombre y proclamando su amor. Kitiara había logrado escabullirse y desaparecía tras la puerta de la cocina cuando Kurth lanzó su primer puñetazo, falló, y Elferturm reaccionó con un gancho que alcanzó al herrero en la prominente barbilla.

* * *

En las profundas entrañas del castillo de Nellthis, en un pequeño cuarto de los sótanos donde se almacenaban los vinos más caros, con la puerta atrancada desde el interior pese a que el servicio tenía prohibida la entrada, Nellthis de Lemish mantenía una conferencia. Estaba sentado a una mesa de madera, iluminada por una única vela que ardía con una llama azulada. El aire en la habitación estaba cargado y olía a húmedo, y la vela chisporroteaba como si faltara oxígeno. Las arañas se arrastraban sobre los botelleros.

Además de Nellthis, otros tres personajes asistían a la reunión; aunque, tal vez, sería más acertado decir tres lóbregas figuras. Resultaba imposible confirmar si eran o no humanos, puesto que las ropas los cubrían de la cabeza a los pies y se mantenían en las sombras a pesar de la mortecina luz que arrojaba la vela.

Uno de ellos, alto y delgado, llevaba una capucha que le caía sobre la frente y en torno al rostro, de manera que poco era lo que podía distinguirse de sus rasgos, salvo los ojos, unas meras rendijas verdes. Fue él, un varón a juzgar por el timbre de la voz, quien tomó la iniciativa en la conversación con Nellthis y quien parecía tener autoridad sobre los otros dos.

Uno de estos últimos, una figura encorvada, casi jorobada, se encontraba cerca del encapuchado, pero apenas dijo nada salvo alguna que otra palabra cortante en un dialecto norteño que el propio Nellthis no supo interpretar.

El tercero era el más peculiar y el que, a juzgar por la vigilante actitud de los otros, era objeto de curiosidad y temor a partes iguales. Se había situado en un rincón del pequeño cuarto, un rincón envuelto en sombras y cuajado de telarañas. Nellthis sabía que no debía mirarlo descaradamente, así que se limitó a echar ojeadas discretas a este componente del trío, que vestía una túnica larga y oscura, embozo y una máscara.

La parte posterior de su vestimenta ondulaba cada vez que se movía o cambiaba de postura, poniendo de manifiesto la existencia de alguna clase de apéndice. Cosa extraña, cuando el movimiento de las ropas dejaba atisbar brevemente alguna parte de su cuerpo, parecía que éste brillara, como si la luz de la vela se reflejase en escamas jaspeadas. A despecho de la oscuridad que lo envolvía, sus ojos relucían con un brillo rojo como la sangre. Nellthis no logró distinguir su rostro, pero no podía menos de dar un respingo cada vez que oía el revelador chisporroteo, seguido del sulfuroso olor, ocasionados por la baba acida del espantoso ser.

Nellthis se tomó su tiempo en examinar los mensajes e informes extendidos sobre la mesa frente a él. Leyó cuidadosamente cada una de las instrucciones y después las releyó para estar seguro de su contenido. Los otros tuvieron que ser pacientes con su actitud precavida, aunque, después de casi media hora de espera, la figura del rincón rebulló y emitió un ominoso ruido sordo y prolongado. Más baba salpicó el suelo y levantó vapores corrosivos en la enmohecida atmósfera del sótano.

Por fin Nellthis pareció satisfecho y, con un ademán pomposo, estampó su firma en cada uno de los documentos. Cuando hubo terminado, los recogió, los enrolló juntos y se los entregó a la figura alta de la capucha.

—Nuestra Señora estará satisfecha —dijo el embozado sin la menor emoción—, y tú serás recompensado.

—Servirla es mi mayor recompensa —repuso Nellthis con actitud grandilocuente.

Los tres, incluso el siniestro personaje del rincón, hicieron una respetuosa reverencia. Nellthis se dirigió hacia una de las estanterías de vino y tiró de dos botellas de la hilera superior. El anaquel se deslizó hacia adelante sin hacer ruido. En la parte posterior, la pared se abrió, dejando a la vista un corredor angosto que pasaba por debajo del patio del castillo y subía a la superficie varios kilómetros más allá, en un bosquecillo aislado. Los tres pasaron agachados bajo la arcada y se dirigieron a una oscura escalera descendente. El del rincón fue el último en salir. Nellthis reparó en las fauces de la criatura y en la cola espinosa, y no pudo contener un escalofrío.

Pero el momento de debilidad pasó y, minutos más tarde, Nellthis había cerrado la bodega y se frotaba las manos satisfecho mientras remontaba los tramos de la escalera de piedra que conducía a sus aposentos.

* * *

Kitiara estaba tumbada boca arriba en el enorme lecho de la lujosa habitación que Nellthis le había destinado, en lo alto de la torre norte. Ociosamente, recorrió con la mirada el fino artesonado del techo.

Durante los casi tres meses que llevaba con su tío, Kit había estado inactiva, algo infrecuente en ella, aparte de haber sostenido un duelo y tener tres o cuatro amantes. También había dedicado el tiempo a perfeccionar sus conocimientos de tiro con arco, así como el manejo del vergajo. Pero Kitiara no se había aventurado fuera de los dominios de Nellthis y había dejado de lado sus actividades como mercenaria.

Se sentía descontenta. En momentos como éste y a despecho de sí misma se preguntaba qué estaría haciendo Tanis. ¡Condenado semielfo mojigato! Y, sin embargo, de algún modo, conseguía a menudo introducirse en sus pensamientos.

Kit se preguntó también qué se traería entre manos su tío, y este asunto era más inmediato. Aunque Nellthis no había visto ni tenido noticias de Gregor desde hacía años, todavía sacaba provecho de esa conexión, desde el punto de vista de Kitiara. Los dos hombres no habían llegado a conocerse demasiado a fondo, pero a Nellthis le gustaba insinuar que ambos habían estado involucrados en, al menos, una acción al margen de la legalidad. Hubo un tiempo en que las dos familias habían vivido muy unidas. Décadas atrás, tío Nellthis, impetuoso e independiente, había roto los lazos familiares y había establecido su hacienda en las afueras de Lemish.

Había algo extraño en Nellthis; algo escurridizo e inquietante. Nadaba en la abundancia y tenía muchos sirvientes y, no obstante, apenas trabajaba y sus campos producían sólo una cosecha modesta de maíz y simiente. Kit no alcanzaba a comprender cómo sostenía el tren de vida que llevaba.

Últimamente, Nellthis había estado moviéndose mucho, haciendo frecuentes viajes cortos a villas y pueblos cercanos. Cuando regresaba, había advertido Kit, traía siempre a uno o dos campesinos robustos que pasaban a engrosar las filas de sus sirvientes. En la actualidad debía de haber docenas de ellos. —Kitiara había perdido la cuenta— y parecía que no tenían mucho que hacer durante las horas diurnas.

A veces Nellthis desaparecía en el interior de su propio castillo. El edificio era una vieja estructura laberíntica, con varios anexos, incluidos un granero y un establo. Aun así, había veces en que Kitiara deambulaba por la mansión horas enteras en una inútil búsqueda de su tío hasta que, de repente, al volver una esquina, topaba con él, allí parado, como si la hubiese estado esperando, y sonriéndole burlón.

Kit sabía de sobra que no le convenía andar curioseando y esperó a que llegara el momento oportuno, vigilante, paciente. Nellthis siempre se había portado bien con ella y le había ofrecido su generosa hospitalidad cada vez que, sin previo aviso, aparecía para hacerle una visita. Kit había encontrado en el castillo un refugio cómodo en cada ocasión que le convenía o apetecía.

Sonó una llamada en la puerta que la sacó con brusquedad de sus reflexiones. Se levantó de un salto y abrió, mostrando una actitud brusca. Casi esperaba ver a uno de sus pesados pretendientes, el vencedor del combate a puñetazos, con el rostro tumefacto y las ropas heroicamente desgarradas.

En cambio se encontró cara a cara con un kender y, detrás de él, vigilándolo con nerviosismo, asomaba uno de los sirvientes de Nellthis, el cejijunto Odilon. El copete del kender iba sujeto a un lado de la cabeza y le colgaba casi hasta las rodillas; tenía el cabello claro y era más bajo y mayor que Tasslehoff Burrfoot. Kit no lo conocía.

Sonriendo de oreja a oreja, el kender le tendió un pequeño pergamino enrollado y sellado con cera. El sello no estaba roto, advirtió Kitiara, sorprendida, dada la notoria curiosidad de los miembros de esta raza. Por consiguiente, debía de pertenecer a una de las estirpes de kenders mensajeros, cuya fiabilidad era tan imprevisible como notoria su curiosidad.

Kit fue a coger la carta, pero el hombrecillo, tornando su expresión sonriente en otra seria, apartó la mano y los dedos de la joven se cerraron en el aire.

—¿Kitiara Uth Matar? —preguntó el kender con aire importante—. Porque si eres Kitiara Uth Matar, oriunda de Solace pero sin domicilio fijo, aunque residente en la actualidad en Lemish, entonces traigo un mensaje de suma urgencia.

Kitiara asintió con gesto impaciente y extendió la mano otra vez.

El kender volvió a sonreír y le tendió de nuevo el rollo de pergamino. En esta ocasión, Kit fue más rápida; se apoderó del mensaje y lo apretó contra sí antes de que el kender tuviese oportunidad de retirarlo.

Impertérrito, el sonriente kender hizo intención de entrar en la habitación, pero la joven se adelantó, plantándose en el umbral, y le cerró el paso con habilidad.

—Deber cumplido —gorjeó, alegre, el hombrecillo—. Me llamo Rocío de Álamo y he viajado más de trescientos kilómetros con el único propósito de entregar este mensaje en particular, aunque, por supuesto, tengo muchas más cosas que hacer en este rincón del mundo. Tengo una hermana que vive a sólo un día de viaje a pie, hacia el este. Al menos, la considero como una hermana y la quiero como a tal, pero en realidad es una prima. Y hay una famosa caverna encantada que siempre he querido visitar; está señalada en uno de mis mapas. Es un lugar muy secreto; nunca le he hablado a nadie de él, pero creo que a ti podría contártelo, sobre todo si me dejas leer esa carta que ha despertado mi curiosidad después de transportarla tan largo trecho. —Rocío de Álamo se movía a uno y otro lado buscando un hueco por donde colarse en la habitación.

El criado de Nellthis, Odilon, se adelantó, agarró al kender por el cuello de la camisa y se lo llevó casi a rastras. Mientras desaparecían por la tortuosa escalera, Rocío de Álamo levantó una mano en la que sostenía una gema colgada de una cadena, en tanto que continuaba con su cháchara.

—Oh, no te preocupes. ¡No tienes que pagarme nada! El joven mago (al menos él dijo que era mago, aunque me pareció demasiado joven para serlo) me entregó una generosa cantidad de dinero y añadió este extraño y deslumbrador colgante como propina. Espero que sea mágico, pero con los hechiceros nunca se sabe. Conocí una vez a uno que tenía un peculiar sentido del humor, y… ¡oh, tengo que irme! Estaré un rato en la cocina, tomando un bocado, por si quieres que lleve algún mensaje de vuelta a Solace. Aunque no regresaré allí de inmediato… De hecho, no pasaré por esa zona hasta el año próximo, pero… Kitiara cerró la puerta sin que se hubiese borrado la sonrisa que esbozó al reconocer el colgante; era una baratija vulgar y corriente que había pertenecido a su madre y que Raistlin había conservado como recuerdo. Su hermano sentía una extraña debilidad por los kenders y era, de toda la gente que ella conocía, una de las pocas personas que confiaría en uno de estos hombrecillos la entrega de cualquier mensaje, y menos si se trataba de uno importante. En este caso, al menos, su confianza había sido recompensada.

Tras sentarse al borde de la cama, Kit abrió la carta y empezó a leer. La sonrisa se tornó pronto en un gesto consternado. La joven volvió a leer el corto mensaje y después permaneció sentada largo rato, pensando, pero sin llegar a un plan concreto de acción.

* * *

La luz de la luna alumbraba el dormitorio cuando, finalmente, Kit se incorporó con el firme propósito de encontrar a tío Nellthis y pedirle consejo.

Esta vez no le fue difícil dar con él. Estaba en sus aposentos, sentado ante un gran escritorio y rodeado por un montón de cartas e informes. Una lámpara de aceite emitía un fulgor dorado. A pesar de lo avanzado de la hora, Nellthis parecía estar trabajando afanoso, en esa forma desconcertante que tenía de ocuparse en algo. No obstante, alzó la vista de los papeles como si la hubiese estado esperando y dejó a un lado la pluma. A Nellthis, que no tenía descendientes, le gustaba tratar a Kitiara como a una hija y siempre acogía su presencia con afecto.

Kitiara le contó que había recibido una carta de Raistlin por mediación de un kender. Nellthis ya estaba enterado de la llegada de Rocío de Álamo, quien se había invitado a sí mismo a cenar en el castillo. Demostrando sus dotes de comerciante, el kender había convencido al cocinero para que escribiese cartas a sus parientes repartidos por diversas zonas de Ergoth del Sur. A despecho de lo avanzado de la hora, el cocinero seguía en la cocina redactando sus cartas con diligencia, cosa que llevaba su tiempo y bastante ayuda por parte de Rocío de Álamo, ya que el cocinero jamás había asistido a la escuela y era prácticamente analfabeto.

—Sospecho que nuestro invitado kender estará aquí todavía a la hora del desayuno —se chanceó Nellthis.

Pidió ver la carta de Raistlin. Kit se la entregó y esperó mientras su tío la leía con el entrecejo fruncido.

Nellthis no conocía personalmente a Raistlin, aunque estaba muy interesado en él. Siempre preguntaba a Kit por sus hermanastros cuando la joven iba a visitarlo. Nellthis no conocía a ninguno de los otros compañeros que se mencionaban en la carta, aunque también había oído alguno que otro comentario sobre ellos; en especial, del semielfo llamado Tanis. Su expresión, a la luz de la lámpara de aceite, denotaba que el contenido de la carta lo había preocupado tanto como a su sobrina.

—¿Crees que puede haber ocurrido esto? —preguntó por último mientras dejaba el mensaje sobre la mesa—. ¿No es posible que tu hermano esté equivocado?

—Sí, muy posible —repuso, sombría, Kitiara—. Pero tiene la desagradable costumbre de dar en el clavo. Y lo que cuenta respalda sus suposiciones, ¿no te parece?

Nellthis asintió con la cabeza.

—¿Qué puedo hacer? Estaba planeando marcharme para atender mis asuntos, pero supongo que ahora tendré que ocuparme de esto —dijo Kit con un tono enojado que no lograba disimular su preocupación. El hábito de ocuparse de sus hermanos más pequeños estaba demasiado arraigado para desprenderse de él con facilidad—. Caramon daría su vida por mí; lo sé. He de hacer algo, pero ¿cómo puedo reunirme con ellos? Si Raistlin está en lo cierto, la respuesta se encuentra a miles de kilómetros de distancia; un prolongado viaje a caballo, y otro no mucho más rápido y diez veces más peligroso por mar. Aun suponiendo que Raistlin tenga razón y pueda ponerme en contacto con ellos, cuando llegue allí…

Paseó de un lado a otro de la habitación, frustrada y rabiosa. Nellthis tamborileaba con los dedos en el escritorio; sus labios estaban apretados en un gesto de concentración. Poco a poco, su semblante se iluminó.

—Si hubiese algún modo de hacerlo —murmuró Kitiara mientras golpeaba con el puño en la palma de la otra mano.

—Tal vez lo haya —insinuó Nellthis en un tono tan astuto que la joven se detuvo y lo miró con atención. Su tío tenía los ojos entrecerrados; había dejado de tamborilear en el escritorio y sus manos estaban unidas por las puntas de los dedos, formando un ángulo.

—¿Cuál? —se interesó ella, inclinándose sobre la mesa—. ¿A qué te refieres, tío?

—Tal vez haya un modo —repitió Nellthis—, pero será difícil de arreglar.

—¿Dinero? Tengo algo, pero puedo conseguir más. Mi palabra será mi garantía.

Nellthis agitó la mano para indicar que ése no era el problema.

—Tengo dinero de sobra.

—¿Tiempo? ¿No hay tiempo suficiente?

Una vez más, su tío agitó la mano en un gesto negativo. Tenía la mirada prendida en el techo, en una actitud reflexiva.

—¿Qué, entonces? —demandó Kitiara.

—Es difícil —reiteró, frunciendo los labios—. Pero quizá pueda arreglarse. El viaje en sí no requerirá dinero, sólo coraje y buena suerte.

Aunque Kit no alcanzaba a imaginar lo que tenía en mente su tío, se dio cuenta de que hablaba en serio. Y, en asuntos concernientes a la familia, confiaba en tío Nellthis todo lo que Kitiara Uth Matar era capaz de confiar en alguien. A pesar de que el viaje parecía imposible y a la joven no se le ocurría ningún modo en que pudiera realizarse en tan corto espacio de tiempo, se encontró creyéndole cuando dijo que quizás era posible arreglarlo. Le dedicó una sonrisa cálida y ambigua.

—Si tú puedes proporcionar la buena suerte, yo tengo el coraje —afirmó. Luego añadió con más serenidad—: Haré lo que sea preciso y te compensaré de un modo u otro.

—Vamos, vamos, Kitiara. —Nellthis la miró fijamente y bajó el tono de voz—. Lo único que espero a cambio es tu gratitud. Oh, antes de que lo olvide —añadió con indolencia mientras cogía de encima del escritorio una botella pequeña, que contenía un líquido incoloro, y se la tendía—, aquí tienes un recuerdo de tu participación en la caza del leucrotta. Di instrucciones al hombre encargado de disecar la cabeza para que lo guardara… especialmente para ti.

—¿Qué es? —preguntó la joven, que miró con desconfianza el espeso líquido envasado en el pequeño recipiente de cristal de aspecto inocuo.

—Una redoma con saliva de la criatura —explicó Nellthis—. Conforme a la leyenda, es un antídoto efectivo para los filtros de amor. A juzgar por el divertido episodio que tuvo lugar en el patio, creo que a ti te será más útil que a mí.

La mirada escéptica de Kit fue de su tío a la redoma. La expresión de Nellthis era indescifrable.

—Cógelo —la instó—. Puede que algún día te venga bien.

Kitiara le dirigió otra de sus sonrisas sesgadas mientras se guardaba el pequeño recipiente.

—Ahora debemos apresurarnos —dijo Nellthis. Cogió la pluma y garabateó una nota. Dobló el papel, se lo metió en un bolsillo y se levantó de la silla—. Tenemos cosas que hacer… Hay unos amigos míos a los que debes conocer y has de preparar tu equipaje. Tendrás que darte prisa si quieres estar en marcha a la salida del sol.