CAPÍTULO XXXII

¡Vuestro amor! ¡Vuestras vidas! ¡Vuestras almas!

Lakla no había tomado parte en la conversación desde que habíamos entrado en sus aposentos. Se había limitado a permanecer sentada al lado de O’Keefe. Mirándola disimuladamente, pude sorprender en su cara aquel gesto que adoptaba cuando entraba en la misteriosa comunión con los Tres. De repente se desvaneció, se levantó rápidamente e interrumpió la charla del irlandés sin más ceremonia.

—Larry, mi vida —dijo la doncella—. ¡Los Silenciosos nos llaman!

—¿A dónde hemos de ir? —le pregunté; el rostro de Larry se iluminó por el interés.

—El momento ha llegado —dijo ella, luego dudó—. Larry mi vida, rodeadme con vuestro brazo —de repente le fallaron las rodillas—. Algo muy frío me retuerce el corazón… y estoy asustada.

Al oír que él lanzaba una exclamación de preocupación, se rehizo y rió flojamente.

—Es por el amor que siento por vos. Tanto amor hace que sienta igual miedo, le dijo.

Sin más palabras, el irlandés se inclinó y la besó; en silencio salimos de las habitaciones, él aún rodeándola por la cintura con su brazo, las dos cabezas, una de dorados bucles y otra de negros rizos, juntas. Muy pronto nos encontramos frente al bloque de piedra púrpura que ofrecía la entrada al santuario de los Silenciosos. La joven apretó casi sin fuerzas; al ver que el bloque no cedía, hizo un nuevo esfuerzo que provocó que su cabeza retrocediera, lanzando todos sus dorados bucles hacia la espalda. El bloque cedió, y una vez más la luz opalescente inundó el pasillo, bañándonos con su brillo.

Igualmente impresionado que la primera vez, penetré en aquella sala, bañada por luminosas cascadas que caían de las altas y talladas paredes; me detuve, y cuando mis ojos se hicieron a aquel resplandor, miré hacia arriba… directamente a las caras de los Tres. Sus brillantes ojos se centraron sobre la doncella, y sus miradas se enternecían al igual que había sucedido la primera vez. La joven sonrió y pareció escuchar.

—Acercaos —nos dijo—. Acercaos a los pies de los Silenciosos.

Avanzamos, hasta que llegamos al borde del estrado. La brillante niebla se aclaró, mientras las inmensas cabezas se inclinaban hacia nosotros. A través de la niebla entreví los inmensos cuellos y los gigantescos hombres cubiertos por paños hechos de un pálido fuego azul.

Volví a prestar atención a lo que sucedía a mi alrededor, pues Lakla estaba respondiendo en voz alta a una pregunta sólo escuchada por ella, y percibí que lo hacía en nuestro beneficio; ya que, cualquiera que fuese el tipo de comunicación entre aquellos y la doncella, evidentemente el habla era innecesario.

—Se le ha sido comunicado —estaba diciendo—, tal y como ordenasteis.

¿Me pareció ver un relámpago de dolor cruzar los inmensos ojos? Dudando de ello, miré hacia el rostro de Lakla y vi que aumentaban el presentimiento y la perplejidad. Durante unos instantes permaneció en una actitud de escucha. De repente la mirada de los Tres se apartó del rostro de ella y miraron hacia O’Keefe.

—Así hablan los Silenciosos a través de Lakla, su doncella —la voz de la joven retumbó por toda la sala—. Vuestro mundo exterior se encuentra a las puertas del infierno. Sí, incluso un infierno peor que aquel que pasó por vuestra imaginación, Goodwin, y del cual aún percibimos rastros en vuestra mente. Por que jamás sobre la Tierra, nunca sobre la Tierra, encontrará el hombre medios de destruir al Resplandeciente.

La joven escuchó una vez más… y el presentimiento se convirtió en terror.

—Los Silenciosos dicen —continuó hablando—, que ni ellos saben si poseerán el poder suficiente para destruirlo. Ha absorbido energías que desconocemos y que han pasado a formar parte de él; y aún está concentrando nuevos poderes —se detuvo mientras el temor invadía su voz—, otras energías, fuerzas que vosotros conocéis y que describís con ciertas palabras… odio, y orgullo y ansia y muchas otras fuerzas tan reales como las que contiene el keth; y entre todas, el terror… el arma definitiva —una vez más se detuvo—. Pero de entre todos esos poderes, el único que puede superar a todos ellos es esa fuerza que llamamos… amor.

—Me gustaría ser el que le hiciera sentir un poco más de terror a esa bestia —me susurró Larry en nuestro inglés.

Las tres inmensas cabezas se inclinaron un poco más… yo jadeé y Larry se puso un poco más blanco, mientras Lakla lo miraba asintiendo.

—Me dice, Larry, le dijo —que habéis puesto el dedo en la llaga ¡ya que es a través del miedo como los Silenciosos piensan derrotar al Resplandeciente!

La mirada que me dirigió Larry estaba llena de interrogantes, al igual que la que yo le devolví. ¿Quiénes eran en realidad esos Tres, capaces de leer en nuestras mentes con la misma facilidad que si fueran libros abiertos? No pude entretenerme en tales conjeturas, pues Lakla volvió a hablar.

—Esto, dicen ellos, es lo que va a suceder. Primero llegarán sobre nosotros Lugur y Yolara, con todas sus huestes. A causa de su propio temor, el Resplandeciente permanecerá agazapado en su antro; ya que, a pesar de todo, el Morador teme a los Tres, y sólo a los Tres. Con sus huestes, la Voz y la sacerdotisa intentarán conquistar nuestro hogar. Si lo consiguen, serán lo suficientemente fuertes como para destruirnos a todos; ya que si ocupan esta morada, eliminarán todos los temores del Morador y habrá llegado el fin de los Tres.

»Entonces el Resplandeciente será verdaderamente libre; ¡libre para salir al mundo y llevar a cabo sus planes!

»Pero si no consiguen conquistar estas tierras… y si el Resplandeciente los abandona, tal y como hizo con sus propios taithu… entonces los Tres se verán libres de parte de su condena; podrán atravesar el Portal, buscarán al Resplandeciente más allá del velo y lo golpearán con el terror, destruyéndolo».

—Está clarísimo —me murmuró O’Keefe al oído—. Quebranta la moral y golpea. He visto esto una docena de veces en Europa. Mientras se mantengan firmes, no tendrás nada que hacer; rómpeles la moral… y se acabó. Y en ambos casos siguen siendo las mismas tropas.

Lakla lo había estado escuchando. Avanzó hacia él y lo tomó de las manos, con una esperanza salvaje brillando en sus ojos… una esperanza aun tímida.

—Dicen —gritó—, que nos dan una oportunidad. Recordando que el infierno que se cierne sobre vuestro mundo depende de esta lucha, nos dan una oportunidad… Elegid permanecer firmes y combatir contra los ejércitos de Yolara… y nos ayudarán firmemente. Elegid la huida… ¡y si así lo decidís, ellos les mostrarán otra vía para salir al exterior!

O’Keefe había enrojecido violentamente mientras ella hablaba. La tomó por los hombros y la miró intensamente a los ojos. Al mirar hacia arriba, vi que aquella Trinidad los observaban intensamente… imperturbablemente.

—¿Qué decís, mavourneen? —le preguntó Larry suavemente.

La doncella asintió temblando levemente.

—Vuestras palabras son las mías, Oh el único al que amo —susurró—. Marchad o permanaced firmes: yo permaneceré a vuestro lado.

—¿Y usted, Goodwin? —me preguntó el irlandés. Yo me encogí de hombros… después de todo no tenía de qué preocuparme.

—Depende de usted, Larry —le respondí, sabiendo que él me habría respondido con las mismas palabras.

El miembro de los O’Keefe se alzó en toda su altura, cuadró los hombros y miró directamente a los gigantescos ojos que nos observaban.

—¡De aquí no se mueve nadie! —dijo.

Con vergüenza he de reconocer que en aquel momento aquellas palabras me parecieron poco importantes e incluso de mal gusto. Me alegra recordar que me guardé mi opinión para mí mismo. La cara con la que Lakla miraba a Larry estaba resplandeciente de amor, y aunque la poca esperanza que mantenía se había desvanecido, aún lo miraba con adoración. La mirada imperturbable de los Tres se suavizó, mientras las pequeñas llamas que recorrían sus ojos murieron.

—Esperad —dijo Lakla—. Hay otra cosa que quieren que les respondamos antes de que nos sometan a la promesa hecha… Esperad…

Escucho, y de repente su rostro se puso blanco… tan pálido como los de los Tres; sus maravillosos ojos se desencajaron de terror; su delicado cuerpo comenzó a temblar como una llama al viento.

—¡Eso no! —le gritó a los Tres— ¡Oh, eso no! Larry no… hacedme lo que deseéis… ¡Pero él no! —Elevó sus temblorosas manos hacia la figura femenina—. Permitidme cargar a mí sola con eso —sollozó—. ¡A mí sola, madre! ¡Madre!

Los Tres se inclinaron hacia ella, los rostros llenos de piedad, y de los ojos de la mujer rodó ¡Una lágrima! Larry saltó hacia Lakla.

—¡Mavourneen! —gritó— ¿Cariño, qué te han dicho?

Miró hacia las tres figuras con la mano tanteando la culata de la pistola.

La doncella lo rodeó con sus blancos brazos, y apoyó la cabeza en el pecho del irlandés hasta que cesó su llanto.

—Esto… dicen… los Silenciosos —dijo entre hipidos mientras reunía todo su coraje para hablar—. ¡Oh, mi corazón! —le susurró a Larry, mirando intensamente a sus ojos mientras le sostenía la cara entre las blancas manos—. Dicen… que si el Resplandeciente viniera en socorro de Yolara y Lugur, y si venciera el terror de los Tres… que aún existiría un medio de destruirlo… y de salvar vuestro mundo.

La joven se tambaleó, pero él la sujetó con firmeza.

—Pero ese medio es que… vos y yo… juntos… ¡nos sometiéramos al abrazo del Resplandeciente! Sí, deberemos penetrar en él… amándonos, amando el mundo, siendo conscientes de nuestro sacrificio y sacrificándolo todo: nuestro amor, nuestras vidas, quizá nuestras almas, Oh mi amado; debemos ofrecemos al Resplandeciente… felices, libres, nuestro amor flameando como una bandera ¡Por que será una maldición para él! Pues si lo hacemos, afirman los Tres, el poder del amor que llevaremos con nosotros debilitará durante unos instantes la maldad en la que se ha convertido el Resplandeciente… ¡Y durante esos instante, los Tres podrán atacarlo y destruirlo!

La sangre huyó de mis venas; tan científico como me considero, mi inteligencia rechazó semejante solución contra el Morador. ¿No se trataría, me pregunté, una manera de que los Tres justificaran su propia debilidad? Y mientras así pensaba, elevé la vista y vi que sus ojos, llenos de piedad, miraban en los míos… y supe que habían leído mi pensamiento. De repente, como un remolino que atrapara el cerebro, comenzaron a surgir imágenes en mi mente, de cómo la historia había cambiado por el poder del odio, de la pasión, de la ambición y, sobre todo, por el poder del amor. ¿Acaso no existía una energía dinámica en estas emociones? ¿No había existido un Hijo del Hombre que había arrastrado su cruz a través del Calvario?

—Mi adorado amor —le dijo O’Keefe con tranquilidad—. ¿Os impulsa el corazón a responder ?

—Larry —le dijo ella suavemente—, la respuesta de vuestro corazón es la respuesta del mío; pero deseaba marchar a vuestro lado, vivir con vos… llevar en mi vientre vuestros hijos, Larry… y ver el sol.

Sentí que comenzaban a humedecérseme los ojos; a través de las lágrimas vi que él me miraba.

—Si el mundo está en juego —susurró—, entonces sólo hay una cosa que hacer. Dios sabe que jamás sentí miedo mientras combatía allá afuera… y muchos hombres mejores que yo marcharon hacia la eternidad, destrozados por las balas y las bombas, por esa misma idea; pero esa cosa no está hecha de balas y bombas… pero entonces yo no tenía a Lakla… y esta preocupación es la que me hace dudar.

Se giró hacia los Tres… ¿Y no es cierto que noté en ellos una rigidez, una ansiedad tan fuera de lugar como la divinidad lo está en el ser humano?

—Respondedme a esto, Silenciosos —gritó—. Si Lakla y yo hacemos tal sacrificio ¿Me aseguráis que podréis acabar con esa… Cosa y salvaréis a mi mundo? ¿Estáis seguros de que seréis capaces?

Por primera y última vez, pudimos escuchar la voz de los Silenciosos. Fue el ser masculino de la derecha el que habló.

—Estamos seguros —su voz sonó como las notas más profundas de un órgano, estremecedora, vibrante, apabullante para los oídos como su aspecto lo había sido para los ojos.

Durante unos segundos, O’Keefe los miró fijamente; después, cuadró una vez más los hombros, levantó la cara de Lakla asiéndola por la barbilla y la sonrió.

—¡De aquí no se mueve nadie! —exclamó una vez más, asintiendo en dirección a los Tres.

Los rostros de la Trinidad adquirieron un aspecto tal de bondad que resultó… estremecedor; las diminutas llamas que habían estado ardiendo en sus ojos de azabache se desvanecieron, dejando unos pozos de profunda serenidad, esperanza y extraordinaria felicidad. La mujer se alzó y fijo una tierna mirada en el hombre y la mujer. Sus enormes hombros se elevaron como si hubiera alzado los brazos y los hubiese posado sobre sus dos compañeros. Las tres caras se fundieron durante unos instantes y se separaron. La mujer se inclinó, y mientras así lo hacía, Lakla y Larry, impulsados por alguna fuerza misteriosa, se elevaron hasta el estrado.

De la brillante niebla salieron dos manos, enormemente largas, con seis dedos y sin pulgar, cubiertas de delicadas escamas doradas; definitivamente inhumanas, pero muy bellas en cierto sentido, irradiando poder… ¡Y muy femeninas!

Las manos se extendieron, tocaron las cabezas de Lakla y Larry, las acariciaron y las unieron con extrema delicadeza, como si los estuviera bendiciendo, y se retiraron.

La brillante niebla se elevó ocultando a los Silenciosos. Con el mismo silencio que la vez anterior, salimos del santuario, dejamos atrás el bloque de piedra púrpura, y regresamos a los aposentos de la doncella.

Sólo entonces habló Larry.

—¡Animo, cariño! —le dijo—. El final se encuentra muy lejos ¿Pensáis que Yolara y Lugur tienen el suficiente poder como para provocar todo esto? ¿Lo pensáis así?

La doncella se limitó a mirarle a los ojos, con una mirada rebosante de amor y pena.

—¡Lo son! —murmuró Larry— ¡Los son! ¡Tienen suficiente poder!