CAPÍTULO XXXI

Larry y los Anfibios Semihumanos

Largo había sido su relato, y quizá también haya sido larga mi transcripción; pero no todos los días se levantan las brumas de la historia para contar los sucesos de la temprana Tierra. Y puedo asegurar que nada he añadido, que lo he transcrito tal cual fue relatado, sin omitir palabra. Cierto es que la traducción es bastante libre mientras transcribía las frases y las ideas, pero me he visto forzado a ello en aras de una clara lectura del relato, de mantener vivo su espíritu. Y, he de repetirme en ello, así lo haré en esta narración, mientras lo considere necesario para una correcta transcripción de mis conversaciones con los murianos.

Al levantarme de mi asiento, descubrí que estaba entumecido… tan agarrotado como si hubiera corrido durante largos kilómetros. Larry, al imitarme, emitió un gruñido.

—En confianza, mavourneen —le dijo a Lakla, volviendo inconscientemente al inglés—. ¡Tus caminos no desgastan las suelas de los zapatos, pero agotan igualmente!

La doncella no entendió nuestras palabras, pero sí nuestras exclamaciones; y emitiendo un gritito de disgusto hacia ella misma, nos obligo de nuevo a tomar asiento.

—¡Oh, cuánto lo lamento! —exclamó Lakla inclinándose sobre nosotros—. Lo había olvidado… para los recién llegados el camino es agotador…

Se dirigió corriendo hacia la puerta y emitió una clara y aguda nota hacia el pasillo. En la habitación penetraron dos de los anfibios, a los que ella habló rápidamente. Ambos se inclinaron hacia nosotros mientras remedaban una sonrisa amigable que dejaban al aire unos espantosos y aguzadísimos dientes, y mientras yo los observaba con un asombro que jamás desaparecería en mí, nos asieron de las rodillas y nos sentaron sobre sus hombros, como un padre izando a su hijo, y echaron a andar.

—¡Bajadme! ¡Bajadme, os digo! —la voz de O’Keefe sonaba al mismo tiempo enojada y llena de vergüenza.

Mirando tras de mí, vi que el irlandés luchaba por alcanzar el suelo. El akka se limitó a asegurarlo con más fuerza sobre sus hombros mientras le rugía para tranquilizarlo mirando hacia su enrojecida cara.

—¡Pero, Larry… mi vida! —el tono de Lakla era… maternal—. Estáis cansado y entumecido, y Kra os puede transportar con ligereza.

—¡No quiero ser transportado! —exclamó O’Keefe—. ¡Maldita sea, Goodwin, incluso en este mundo hay cosas inmutables, y para un teniente de la Royal Air Force el ser izado a los hombros y verse transportado como una adolescente es algo que rompe la disciplina! ¡Bájame, tú omadhaun[30], si no quieres que te rompa el culo de una patada! —le gritó a su porteador… que se limitó a gruñir con educación y a mirar hacia la doncella esperando instrucciones.

—¡Pero, Larry… querido! —le dijo Lakla nerviosa— ¡Os dolerá si intentáis andar, y no quiero que os hagáis daño, Larry… mi vida!

—¡Bendito sea el cráneo de San Patricio! —Casi sollozó Larry mientras intentaba una vez más alcanzar el suelo, cosa que fue impedida por el anfibio con otro educado gruñido.

—¡Escuchadme, alanna![31] —le dijo él manteniendo precariamente su paciencia—. Cuando nos vayamos a Irlanda, vos y yo, no vamos a tener a nadie dispuesto a llevarnos sobre los hombros cada vez que estemos cansados ¡Y me estáis acostumbrando mal!

—¡Oh, sí tendremos a alguien, Larry! —exclamó la doncella— ¡Muchos, muchos de mis akka vendrán con nosotros!

—¡Decidle a este perillán que me baje! —exclamó O’Keefe ahora completamente exasperado.

Yo no podía parar de reír, así que me echó una helada mirada.

—¿Pe-ri-llán? —exclamó Lakla.

—¡Sí, perillán —le dijo O’Keefe—, y no tengo ganas de explicaros el significado de tal palabra en mi actual situación, luz de mis días!

La doncella suspiró desalentada. Habló una vez más al akka, que suavemente depositó a O’Keefe en el suelo.

—No lo entiendo —nos dijo—, pero si deseáis caminar, Larry, hacedlo —se giró hacia mí—. ¿Vos también deseáis caminar?

—Yo no —le respondí con firmeza.

—Bien entonces —murmuró Lakla—. Marchad, Larry y Goodwin, con Kra y Gulk, y permitidles que os atiendan. Luego, dormid un poco… porque a no tardar mucho estarán de regreso Rador y Olaf. Y dejadme sentir vuestros labios antes de iros, Larry… mi vida.

Tras el beso, cubrió los ojos del irlandés con sus suaves manos y lo empujó delicadamente hacia atrás.

—Ahora id —nos dijo Lakla—, ¡y descansad!

Sin sentir ni un ápice de vergüenza, me recosté sobre el enorme caparacho de Gulk, y sonriendo observé que Lany, aún cuando se había negado a que lo llevaran en brazos, no renunciaba a la ayuda de Kra, cuyo enorme brazo escamoso lo asía por la cintura, haciendo que prácticamente no tocara el suelo.

Tras atravesar unas cortinas, nos depositaron al lado de una pequeña piscina, llena de agua clara que hasta ese momento habían estado transportando en vasijas. Los dos anfibios comenzaron a desnudamos, y en aquel momento O’Keefe se dio por vencido.

—¡Hagan lo que hagan no podemos detenerlos, Doc! —Gimió—. De todas formas, me siento como si me hubieran hecho pasar por una trituradora; así que, tal y como dice la canción, no me importa… no me importa.

Una vez nos hubieron desnudado, nos sumergieron con gran cuidado en el agua, aunque los akka no nos dejaron retozar durante mucho tiempo. Nos volvieron a sacar de la piscina y comenzaron a frotamos y a untamos con ungüentos aromáticos que extraían de unas jarras.

Creo que de todas las peligrosas, grotescas, trágicas y absurdas experiencias que vivimos en aquel mundo subterráneo, ninguna fue tan surrealista como la que experimentamos con aquellos… ayudas de cámara. Comencé a reír a carcajadas, Larry se me unió, y luego Kra y Gulk imitaron nuestro regocijo con sus profundos gruñidos y aullidos. Más tarde, habiendo acabado sus masajes y aún riendo a su manera, nos tomaron en brazos y nos transportaron a otra sala, cuyas redondas paredes estaban rodeadas por mullidos divanes. Aún con la sonrisa en los labios, me recosté en uno de ellos y caí en un profundo sueño inmediatamente.

Ignoro cuánto tiempo estuve dormido. Un sonido profundo y atronador penetró por la estrecha ventana, reverberó por toda la habitación y me despertó. Larry bostezó y se incorporó medio dormido.

—¡Parece que todos los bombos de todas las bandas de jazz de Nueva York estuvieran sonando a la vez! —me dijo.

Nos precipitamos simultáneamente hacia la ventana y nos asomamos al exterior.

Nos encontrábamos levemente por encima del puente, y teníamos a la vista toda su extensión. Miles y miles de akka se reunían sobre él; y muy a lo lejos sus hordas llenaban los terrenos frente a la caverna en tal número que impedían ver el suelo. El sol se reflejaba sobre las escamas negras y naranjas, haciendo que un fantasmagórico mar de llamas brillara sobre las multitudes.

Sobre una plataforma que se extendía sobre el abismo, se encontraban Lakla, Olaf y Rador. Resultaba evidente que la doncella actuaba como intérprete entre los dos hombres y el gigantesco anfibio que ella llamaba Nak, el Rey de los Batracios.

—¡Vamos! —gritó Lany.

Corrimos a través del portal abierto, atravesamos el Puente del Corazón del Mundo y nos dirigimos hacia el grupo.

—¡Oh! —gritó Lakla—. ¡No quería que os despertarais tan pronto, Larry… mi vida!

—¡Escuchad, mavourneen! —la indignación vibraba en la voz del irlandés—. No voy a consentir que se me vista con pañales y se me acueste en una cuna lejos de cualquier peligro: no lo voy a consentir. ¿Por qué no se me avisó?

—¡Necesitabais dormir! —el tono de voz de la doncella mostraba una indomable determinación. Un brillo casi maternal brillaba en sus ojos—. ¡Estabais cansado y herido! ¡No deberíais haberos levantado!

—¡Necesitaba descansar! —exclamó Larry—. Observadme, Lakla ¿Qué pensáis que soy?

—Sois todo lo que poseo —le respondió la doncella con firmeza—. ¡Y voy a cuidaros, Larry… mi vida! Y no he pensado en otro caso jamás.

—De acuerdo, latido de mi vida; considerando mi delicada salud y mi fragilidad general ¿Consideráis vos que peligraría mi vida si me contarais qué sucede? —le preguntó.

—¡En absoluto, Larry! —le respondió ella con serenidad—. Yolara atravesó el Portal. Estaba muy, muy enfadada…

—¡Se convirtió en lo que es: una mujer diabólica! —murmuró Olaf.

—Rador se encontró con el mensajero —continuó la dorada muchacha con calma—. Los ladala están listos para levantarse cuando Lugur y Yolara dirijan sus huestes contra nosotros. Primero atacarán ellos. Y, mientras tanto, dispondremos a mis akka para hacer frente a los hombres de Yolara. Y para tales preparativos, debemos tener un consejo todos: vos, Larry, y Rador, Olaf, Goodwin y Nak, el señor de los akka.

—¿Os comunicó el mensajero cuando pensaba Yolara dar rienda suelta a su berrinche? —Les preguntó Larry.

—Sí —le respondió—. Se están preparando, y los esperamos dentro de… Y nos dijo el equivalente a treinta y seis horas de nuestro tiempo.

—Pero, Lakla —le dije, la duda que me corroía por dentro me hizo hablar—, ¿no vendrá el Resplandeciente a acompañar a… a sus esclavos? ¿Tienen los Tres el suficiente poder como para hacerle frente?

Vi en sus ojos una dolorosa duda.

—Lo ignoro —me respondió finalmente con sinceridad—. Ya habéis oído su historia. Lo que prometieron fue que nos ayudarían. No sé más… de lo que vos sabéis, Goodwin.

Miré hacia la cúpula desde donde sabía que nos observaba aquella terrible Trinidad; siempre observándonos. Y, a pesar de la tranquilidad y la seguridad que sentí cuando estuve ante ellos, yo también dudé.

—Vale —nos dijo Larry—, vos y yo, tío —dijo dirigiéndose a Rador—, junto con Olaf, aquí presente, vamos a decidir qué parte de la batalla conduciremos…

—¡Conducir! —la doncella estaba asombrada—. ¿Conducir vos, Larry? ¿Por qué no os quedáis con Goodwin y conmigo y observamos todo desde la atalaya?

—Amor de mi corazón —le dijo O’Keefe mientras la miraba con severidad—. He mirado un centenar de veces a la muerte, directamente a los ojos. Sí, y a diez mil pies de altura y con la balas silbando alrededor de la navecita en la que viajaba. ¿Y pensáis que me voy a quedar sentado observando mientras se juega el mayor partido de la historia? ¡No conocéis a vuestro futuro marido, esencia de mi alegría!

Tras esto, nos dirigimos hacia las puertas doradas seguidos por una miríada de soldados anfibios, que desaparecieron dentro de la inmensa fortaleza. Una vez que llegamos a los aposentos de la doncella, tomamos asiento.

—Ahora —dijo Larry—, quiero saber dos cosas antes que nada: Primero ¿Qué numero de tropas puede dirigir contra nosotros Yolara? Segundo ¿Cuántos akka tenemos para hacerles frente?

Rador nos comunicó que Yolara poseían el equivalente a ochenta mil combatientes, sin que tuviera que hacer uso de todas sus reservas. Contra esta fuerza podríamos oponer unos doscientos mil akka.

—¡Y son buenos combatientes! —exclamó Larry—. ¡Por el Infierno! ¿Con tales fuerzas por qué os preocupáis? Hemos vencido antes de que comience la lucha.

—Pero, Larri —le respondió Rador—, os olvidáis de que las fuerzas de élite llevan el keth… y otras armas; y también olvidáis que esos soldados ya han luchado contra los akka, por lo que vendrán bien protegidos contra sus lanzas y sus mazas… y sus jabalinas y espadas pueden penetrar las escamas de los guerreros de Nak. Poseen muchas cosas que…

—Tío —le interrumpió O’Keefe—, una ventaja que ellos tienen es vuestro temor. Mirad, nuestra proporción es superior a dos a uno. Y estoy seguro de que…

¡Sin aviso se cernió sobre nosotros la tragedia!