La joven hizo una pausa mientras se pasaba sus largos dedos por los rizos de bronce. La reproducción selectiva como venganza, pensé mientras la observaba; un antiguo experimento hereditario que, naturalmente, tarde o temprano se produce de forma natural en todos los organismos; resultando al final, evidentemente, tres tipos diferenciados: rubios, morenos, pelirrojos y blancos… ¡pero esto, pensé con un sobresalto, era la descripción detallada de los ladala, los rubios gobernantes, y los pelirrojos como Lakla!
Sin embargo… las dudas comenzaron a azotar mi mente, pero se vieron ahogadas por la voz de la doncella.
—Arriba, muy por encima de donde residía el Resplandeciente —nos dijo—, se encontraba el gran templo, que contenía los santuarios de la luna y el sol. A su alrededor se alzaban otros templos, ocultos tras poderosos muros, cada uno conteniendo sus propios santuarios, rodeados por profundos lagos y gobernados por sus propios sacerdotes. Todos formaban la ciudad sagrada; la ciudad de los dioses de esta tierra…
—Indudablemente, lo que está describiendo es Nan-Matal —pensé.
—Sobre estas tierras miraron los taithu, que ahora no eran más que sirvientes del Resplandeciente, al igual que él había sido mensajero de los Tres —continuó hablando—. Y cuando regresaron, el Resplandeciente les habló, prometiéndoles el dominio sobre todo lo que había visto, sí, su dominio sobre toda la tierra y quizá, en algún futuro, el dominio sobre otros planetas.
»En el Resplandeciente habían nacido el engaño y la astucia; el conocimiento para adquirir todo lo que deseara. Por tanto, les dijo a sus taithu (y quizá esto fuera verdad) que aún no era el momento para realizar conquistas; que debía hacerse con el mundo exterior poco a poco, ya que había nacido en el corazón de la tierra y aún no poseía el poder suficiente para salir al exterior. Entonces les aconsejó sobre lo que debían hacer. Labraron de la roca la cámara en la que os vi por primera vez, y construyeron un camino que es aquel por el que llegasteis aquí.
»Les reveló que la fuerza contenida en la llama lunar era la misma que él poseía, ya que la cámara en la que había nacido era la cámara en la que también había nacido la Luna y sus poderes y sutiles esencias los recibía de esta hija de la Tierra; y les enseñó cómo conseguir que esa sustancia que llena lo que vosotros denomináis el Estanque de la Luna, y cuya entrada se encuentra muy cerca del Velo, colgara sobre los brillantes acantilados.
»Cuando lo hubieron hecho, les enseñó cómo construir y cómo situar las siete luces a través de las cuales la llama lunar llenaría el Estanque de la Luna… siete luces que estarían vinculadas a las siete esferas al igual que sus fuegos estarían vinculados a los fuegos lunares… y les pidió que abrieran un acceso a través del cual pudiera él llegar al estanque. Y todo esto hicieron los taithu, trabajando tan en secreto que ni aquellos de su propia raza que no adoraban al Resplandeciente ni los habitantes de la superficie supieron nada.
»Cuando el paso fue finalizado, lo recorrieron, reuniéndose en el Estanque de la Luna. El fuego de la Luna se derramaba por los siete globos y caía en el estanque; vieron cómo la niebla se elevaba y abrazaba a las siete esferas… y, entonces, elevándose del Estanque de la Luna, tomando forma a partir de la unión de la niebla y la luz, girando con insoportable brillo, apareció… ¡El Resplandeciente!
»¡Casi libre, liberado sobre un mundo que codiciaba!
»Una vez más les pidió que trabajaran, y sus adoradores excavaron el pasillo a través del cual llegasteis al estanque, iluminaron el interior de las piedras y dándose a conocer al rey de la Luna y sus sacerdotes les hablaron con las palabras que les había dictado el Resplandeciente.
»El rey de la Luna sintió miedo cuando vio a los taithu, rodeados por las nieblas protectoras de la cámara del Estanque de la Luna, y oyó sus palabras. Pero, siendo codicioso como era, pensó que aquellos poderes podrían llegar a ser suyos si prestaba atención y que el rey del sol caería a sus pies. Así, él y los suyos sellaron un pacto con los mensajeros del Resplandeciente.
»Cuando apareció la siguiente luna llena y sus fuegos se derramaron sobre el Estanque de la Luna, los taithu se volvieron a reunir en la cámara, fueron testigos de cómo el hijo de los Tres tomaba forma entre los pilares y salía al mundo exterior. Escucharon un poderoso grito, un aullido de terror, de agonía y adoración; silencio, un enorme suspiro… y esperaron, rodeados por la niebla luminosa, por que temían recorrer ahora los caminos que les llevaban al exterior.
»Se escuchó otro aullido… y el Resplandeciente regresó, murmurando con satisfacción, pulsando, triunfante, mientras llevaba consigo a un hombre y a una mujer pelirrojos, de ojos dorados y en cuyos rostros se mezclaban el terror y la felicidad… era algo glorioso y abominable. Y aún sosteniéndolos danzó sobre el Estanque de la Luna… luego se sumergió.
»Ahora debo ser breve. Lat tras lat salió el Resplandeciente, regresando con sus sacrificios. Y tras cada hecatombe se volvía más fuerte… más bello y cruel. Siempre que se dirigía hacia el estanque con sus víctimas, los taithu que eran testigos se sentían más embriagados, más poseídos, más contaminados por el Resplandeciente en sus espíritus. Y el Resplandeciente olvidó lo que les había prometido sobre dominar la superficie… ¡Y con esta nueva maldad, también ellos se olvidaron!
»El mundo exterior fue arrasado por el odio y las matanzas. El rey de la Luna y los suyos, con la guía de los taithu y el apoyo del Resplandeciente, se habían vuelto muy poderosos y el rey del Sol y los suyos fueron eclipsados. Y los sacerdotes de la Luna clamaron que el hijo de los Tres era el dios lunar encamado y que había llegado para vivir entre ellos. Entonces se elevaron las aguas del mar y cuando se retiraron se llevaron con ellas vastas extensiones de tierras. Y la propia tierra comenzó a hundirse. Entonces el rey de la Luna dijo que su dios había llamado al océano para que destruyera todo, por que habían otros que adoraban al sol. Sus seguidores le creyeron y se produjo una gran matanza. Cuando todo acabó, no quedaba sobre la tierra ningún pelirrojo; todos fueron despedazados, hasta los recién nacidos.
»¡Pero las aguas siguieron creciendo, cubriendo la tierra! A medida que la tierra se sumergía, las multitudes huyeron hacia el interior de la Cámara del Estanque de la Luna. Eran lo que ahora llamamos ladala, y recibieron un lugar que habitar y un trabajo que hacer; y se multiplicaron. También llegaron muchos de pelo rubio, y a éstos también se les dio hogar. Se asentaron junto a los diabólicos taithu; y también ellos fueron intoxicados con la danza del Resplandeciente. Aprendieron sus artes… no todo, sólo una parte, pero fue suficiente… Y a medida que el Resplandeciente bailaba con más gracia en el anfiteatro negro, se hacía más poderoso… y las hordas de sus adoradores, que habitaban tras el velo, se hicieron más numerosas.
»Los taithu que no habían seguido al Resplandeciente no vieron esto… no podían. Al hundirse la tierra del exterior, sus propios espacios fueron anegados. Emplearon toda su fuerza y toda su sabiduría en mantener a salvo esta tierra, ya que no recibirían ayuda de aquellos contaminados y enloquecidos por el veneno del Resplandeciente. Y no tuvieron tiempo de acudir a ellos ni de reunirse con la raza terrestre que habían preservado.
»Finalmente, llegó una riada vasta y lenta. Rodó sobre los islotes amurallados de la ciudad de los dioses… que era donde se habían ocultado los pocos que quedaban vivos de mi raza.
»Yo pertenezco a aquel pueblo», dijo mirándome con orgullo, «¡Una de las hijas del rey del Sol, cuya semilla aún vive entre los ladala!»
Mientras Larry abría la boca para hablar, ella levantó una mano con gesto de silencio.
—Esta marea no se retiró —continuó hablando—. Tras un tiempo, los supervivientes, con el rey de la Luna a la cabeza, se reunieron con los que se habían refugiado bajo tierra. Las rocas cesaron de temblar, los terremotos finalizaron y aquellos Ancianos que no habían cesado de trabajar desde que comenzó todo pudieron descansar. Y la ira creció en ellos cuando vieron las acciones de sus diabólicos hermanos. Una vez más acudieron a los Tres… y los Tres comprendieron lo que habían provocado y su orgullo se desvaneció. No podían destruir al Resplandeciente por sí mismos, ya que aún lo amaban; pero instruyeron a los suyos para que deshicieran su obra y para que destruyeran a los taithu descarriados si era necesario.
»Armados con la sabiduría de los Tres fueron en su busca… pero el Resplandeciente era ya demasiado poderoso. ¡No pudieron destruirlo!
»No. Sabía que querían destruirlo y estaba preparado; no pudieron traspasar el velo, ni tan siquiera pudieron cegar los caminos. ¡Ah! Poderoso, poderoso, de gran voluntad y lleno de astucia y crueldad se había vuelto el Resplandeciente. Por este motivo, los guerreros se volvieron contra sus hermanos extraviados y les hicieron perecer, hasta el último. El Resplandeciente no acudió en ayuda de sus siervos a pesar de que lo llamaron, ya que pensaba que ya no le eran de utilidad para sus objetivos; que mientras morían podría descansar y luego danzar con ellos, ya que poseían tan poco del poder y la sabiduría de sus taithu que no merecían que reinara sobre ellos. Y mientras esto sucedía, los morenos y los rubios huyeron y se escondieron y temblaron llenos de terror.
»Los Ancianos se reunieron en consejo, y ésta fue su decisión: que se retirarían de los jardines frente a las Aguas Plateadas… dejando atrás, ya que no podían matarlo, al Resplandeciente junto con sus adoradores. Sellaron el pasaje que conduce al Estanque de la Luna y cambiaron el aspecto del acantilado para que nadie pudiera reconocer su ubicación. Pero dejaron una vía abierta… creo que previendo que algo habría de llegar en el futuro por ese camino… quizá vieron en el futuro vuestra llegada, amigos míos, yo así lo creo firmemente. Y destruyeron todas las rutas a excepción de aquella por la que vosotros tres llegasteis.
»Por última vez acudieron a los Tres… para sentenciarlos. Ésta fue la punición: que aquí deberían permanecer, solos, junto a sus servidores los akka, hasta que llegara el día en que reunieran la voluntad suficiente para destruir a su creación… a la que incluso ahora querían. No serían capaces de encontrarse con la muerte ni podrían redimirse hasta que llegara aquel momento. Esta fue la pena que les impusieron a los Tres por la maldad que habían sembrado a causa de su orgullo y a la que le habían dado un poder indestructible con sus conocimientos.
»Luego marcharon… a una lejana tierra que habían descubierto y a la que no podía acceder el Resplandeciente, y que está más allá de los Negros Precipicios de Doul; una tierra verde…»
—¡Irlanda! —la interrumpió Larry convencido—. Lo sabía.
—Pasó era sobre era —siguió la joven sin prestar atención—. La gente bautizó este lugar como Muria, en honor a su tierra hundida y pronto olvidaron el pasaje que los taithu habían cegado. El rey de la Luna se convirtió en la Voz del Morador, y siempre junto a la Voz se encuentra una mujer de la misma crueldad que el rey de la Luna, que es la sacerdotisa.
»Y muchos han sido los viajes que el Resplandeciente ha hecho a través del Estanque de la Luna… para regresar siempre con sus presas.
»Y ahora, una vez más, vuelve a estar inquieto, buscando espacios más amplios. Les ha hablado a Yolara y a Lugur tal y como hizo con los muertos taithu, prometiéndoles el dominio del mundo. Y se ha vuelto más fuerte, obteniendo el poder de moverse a través de los claros de luna para llegar a donde desea. De esta manera fue capaz de atrapar a vuestro amigo, Goodwin, y a la esposa y la hija de Olaf… y a muchos otros. Yolara y Lugur planean abrirse paso hasta la superficie. ¡Planean subir con sus armadas y aplastar el mundo con el Resplandeciente!
»Y esta es la historia que me ordenaron los Silenciosos que os contara… y así lo he hecho».
Casi sin respiración había escuchado yo esta historia épica de un mundo largamente perdido. Al fin pude encontrar el aliento suficiente como para hacer la pregunta que llevaba grabada en el corazón con tanta fuerza como la amistad de Larry: el objeto de mi búsqueda… el destino de Throckmartin y de todos aquellos que habían pasado a través del antro del Morador, incluida la mujer de Olaf.
—Lakla —le dije—, el amigo por cuya seguridad vine hasta aquí, y todos aquellos que él amaba… ¿No podemos salvarlos?
—Los Tres me han comunicado que no, Goodwin —vi en sus ojos la misma mirada de tristeza con la que había mirado a Olaf—. El Resplandeciente se alimenta de la misma llama de la vida, llenando el vacío con sus propios fuegos y su voluntad. Sus esclavos son sólo cadáveres que viven por su voluntad. La muerte, dicen los Tres, es lo mejor que se les puede ofrecer, y la muerte será para ellos un gran beneficio.
—Pero ellos tienen almas, mavourneen —le dijo Larry—. Y aún viven… en cierta manera. Sea como sea, sus almas no los han abandonado.
Me agarré a la esperanza que emanaba de esas palabras, aún cuando me considero escéptico, ya que la existencia del alma nunca ha sido demostrada por métodos técnicos de laboratorio. Aquellas palabras me recordaron que cuando había visto a Throckmartin, Edith estaba a su lado.
—Fue pocos días después de que se llevara a su mujer cuando el Morador atrapó a Throckmartin —grité—. ¿Cómo, si habían perdido sus vidas y sus voluntades, cómo se pudieron encontrar ambos en medio de aquella horda? ¿Cómo consiguieron reunirse en el antro del Morador?
—Lo ignoro —me respondió lentamente—. Habéis afirmado que se amaban… ¡Y cierto es que el amor es más poderoso que la muerte!
—Hay algo que no consigo entender —nos interrumpió Larry—. Y es que por qué una muchacha como vos os mezcláis con el pueblo de los morenos con tanta frecuencia y diríase que con tanta regularidad, Lakla. ¿No existen jóvenes pelirrojos? ¿Y si los ha habido, qué ha sido de ellos?
—A eso no os puedo responder, Larry —le dijo con sinceridad—. Existió un pacto de algún tipo; quiénes lo sellaron y en qué condiciones, lo desconozco. Pero durante largo tiempo, los murianos temieron el regreso de los taithu y temieron también grandemente a los Tres. Incluso el Resplandeciente temía a aquellos que le dieron la vida… pero sólo durante un tiempo; y ahora está ansioso por hacerles frente… eso lo sé con seguridad. Puede ser que los Tres lo ordenaran; pero no sé ni el cómo ni el porqué. Sólo sé una cosa con certeza: Que aquí estoy y que ¿De qué otro lugar podría haber venido?
—De Irlanda —le respondió Larry prontamente—. Y es allí a donde vais a regresar. Por que éste no es un lugar para que una jovencita como vos resida… Lakla. ¡Con un pueblo parecido a las ranas, y un dios diabólico del tres al cuarto, y mares rojos y con lo único irlandés a mano siendo tú misma, muchacha, y con los Silenciosos rondando por ahí, benditos sean sus buenos corazones. No es lugar para ti, pelirroja, y por el alma de San Patricio, que no vas a tardar mucho en salir de aquí para siempre!
¡Larry! ¡Larry! Si eso hubiera sido cierto… ¡Y si ahora os tuviera a ti y a Lakla a mi lado!