Llegamos a lo que me atrevería a denominar como los aposentos privados de Lakla. Era una habitación mucho más pequeña que el resto de las salas de la fortaleza que habíamos visto; su intimidad quedaba patente no sólo por la suave fragancia que envolvía el ambiente, si no por sus espejos de plata pulida y por varios artículos propios de la belleza femenina que pude observar aquí y allí. Más adelante supe que todos los artículos habían sido confeccionados por los artesanos akka, verdaderos maestros en la orfebrería. Una de las ventanas del dormitorio se abría hasta el suelo, y frente a ella se encontraba un amplio y cómodo sofá cubierto de cojines desde el que se tenía una amplia panorámica del puente y de la boca de la caverna. La doncella se dirigió a él y tomó asiento indicándole a Larry que se sentara junto a ella mientras me hacía un hueco a su lado.
—Y, ahora —nos dijo—, escuchad lo que me han ordenado los Silenciosos que os comunique a cada uno: a vos, Larry, que al conoceros a vos mismo todas las dudas y preguntas quedarán aclaradas, mientras que vuestra alma os aclarará una nueva duda que los Tres os formularán… y de la que desconozco su naturaleza —murmuró—, pero a la que yo, dicen, también he de responder y eso… ¡Me asusta!
Sus grandes ojos dorados se abrieron oscurecidos por el temor; suspiró y meneó la cabeza con impaciencia.
—No es como nosotros, jamás ha sido como nosotros —continuó hablando, lentamente, como si divagara—. Los Silenciosos dicen que era uno de ellos. Pero no que proviniera de la misma raíz que ellos; como nosotros provenimos de una común. Antiguos, antiguos más allá de lo imaginable son los Taithu, la raza de los Silenciosos. Muy lejos, muy lejos de donde nos encontramos, nacieron ellos; de las grandes profundidades, del mismo corazón de la Tierra. Y allí residieron era tras era, laya tras laya tras laya… junto a otros que no eran como ellos, que desaparecieron hace innumerables épocas, y junto a otros que aún moran… abajo… aún en sus cunas.
»Me resulta muy difícil —dudo unos instantes—, muy difícil decir esto… algo que me es difícil expresar… ya que lo poco que sé me lo comunicaron los Tres y apenas pude entenderlo —continuó hablando un poco más rápido—. Hubo algo, en la época en que el sol y la Tierra no eran más que una bruma fría en el… el espacio… algo en estas brumas que tomó forma girando, girando incansablemente, más y más rápido… tomando forma a medida que absorbía más bruma, adquiriendo calor y forma… que formó el planeta tal y como es ahora, junto con otros planetas hermanos que giran a la vez alrededor del sol… algunas zonas de este globo que ardían con furiosos fuegos explotaron, lanzando al planeta hacia su órbita. Una de esas explosiones produjo lo que vosotros conocéis como Luna, aquella porción de planeta salió despedida hacia el espacio, dejando un hueco que es donde residimos ahora. De pequeñas partículas vitales que se arrastraban sobre la superficie nacieron los Silenciosos y los demás… pero no los akka que, al igual que vosotros, proclaman que proceden de arriba… Todo esto es lo que no entiendo… ¿Vos lo entendéis, Goodwin? —me preguntó.
Asentí… ya que lo que la doncella nos había relatado fragmentariamente era en realidad una excelente aproximación a la teoría de Chamberlain Moulton, según la cual una nebulosa coalescente se contrajo hasta producir el sol y sus planetas.
Me sentí asombrado al ser capaz de reconocer esta teoría, pero más sorprendente me resultó la referencia a partículas vitales, ya que se aproximaba a las ideas de Arrenius, el genio suizo, que proclamaba que la vida comenzó sobre la tierra al llegar a esta diminutas esporas que habían viajado a través del espacio impulsándose por medio de la luz y que habían encontrado aquí su hábitat ideal. Más adelante evolucionaron hasta el hombre y otras formas de vida superiores[29]
También me resultó enormemente increíble que aquella antigua nebulosa que había sido la matriz de nuestro sistema solar hubiera creado partículas similares en todo, a excepción de su esencia más sutil, hubieran soportado el cero absoluto del espacio, todos los cataclismos que se sucedieron, y hubieran encontrado en estas cavernas un ambiente adecuado para desarrollar la raza de los Silenciosos y… ¡Sólo ellos sabían qué otros seres!
—Dicen —dijo la doncella con una voz más firme—, dicen que su… cuna… el lugar cercano al corazón de la Tierra en el que nacieron fue un lugar pacífico y que no conocía los cataclismos y desórdenes que asolaban la superficie de este globo. Y dicen que ese era un lugar de luz y que adquirieron su poder y su fuerza del mismo corazón de la tierra… un poder mayor que el que vos y los vuestros jamás seréis capaces de extraer del mismo sol.
»Hace mucho, tanto tiempo que se pierde en la memoria, comenzaron a… a saber, a… a adquirir consciencia de ellos mismos. Y la sabiduría llegó con igual lucidez. Se alzaron de su lugar natal, ya que no querían seguir viviendo junto a los… otros, y encontraron este sitio.
»Cuando la superficie del planeta quedó anegada por aguas en las que sólo vivían diminutos y voraces seres que no conocían más que su hambre y su saciedad, ellos alcanzaron el conocimiento suficiente para poder abrir pasos como aquel por el que hemos viajado y pudieron observar las aguas. Y laya tras laya, era tras era, se movieron por aquellos caminos y esperaron a que las aguas retrocedieran; vieron grandes superficies de cieno primigenio en el que retozaban y se arrastraban seres más grandes, que habían evolucionado a partir de los pequeños seres voraces. Las grandes superficies se elevaron hacia el cielo y una vida verde comenzó a vestirlas. Vieron cómo grandes montañas se elevaban y volvían a desaparecer.
»Incluso la vida verde se agostó y los seres que retozaban y se arrastraban evolucionaron más y adquirieron diversas formas; hasta que llegó el momento en el que las brumas se aclararon y los seres que habían comenzado siendo diminutas criaturas que no eran más que boca y hambre se convirtieron en enormes seres monstruosos, tan enormes que el más grande de mis akka no habría alcanzado a tocarle una rodilla al más pequeño de ellos.
»Pero en ninguno de ellos, en ninguno, existía una consciencia sobre ellos mismos, dicen los Tres; sólo un hambre voraz que los conducía casi a la locura.
»Así que durante incontables eras los Silenciosos no volvieron a recorrer sus caminos, abandonando la idea de desplazarse hacia la superficie de la tierra, al igual que anteriormente se habían desplazado desde su núcleo. Se dedicaron sólo a la búsqueda de la sabiduría… y tras otra era de pensamiento alcanzaron a traspasar aquello que incluso acaba con las sombras; ya que penetraron en los misterios de la vida y la muerte, aprendieron a manejar las ilusiones del espacio, apartaron los velos de la creación y de su gemela la destrucción, y dejaron desnuda la gema flamígera de la auténtica verdad… pero me han pedido que os comunique, Goodwin, que cuando hubieron penetrado hasta el corazón de aquellos misterios, encontraron velo tras velo oscureciendo el camino, y que la gema de la verdad absoluta es una piedra de múltiples facetas ¡Y que nada ha de ser desvelado por completo antes del impensable fin de la eternidad!
»Y se alegraron por esto… por que su conocimiento jamás podrá abarcar los ilimitados márgenes de la eternidad.
»Conquistaron la luz… una luz que se iluminaba a su mandato y que brilla desde la nada que da la vida hasta el todo en el que los seres que son, han sido y serán, tienen que pasar a formar parte en algún momento; una luz que los bañaba limpiándolos de cualquier maldad; una luz que era bebida y comida; una luz que transportaba su vista más allá o les traía visiones del espacio, abriendo muchas ventanas a través de las cuales observaban la vida sobre miles y miles de fértiles planetas; una luz que era la misma luz de la vida y en la que se bañaban, renovándose continuamente. Le dieron luz a las piedras, y de luz negra dieron forma a las sombras protectoras y a las sombras que matan.
»De esta raza se elevaron los Tres… los Silenciosos. Superaban a los demás en sabiduría, así que en los Tres nació… el orgullo. Y los Tres se construyeron esta fortaleza en la cual estamos, y levantaron el Portal y los suyos les dijeron que penetraran en los misterios y que estudiaran todas las facetas de la Joya de la Verdad.
»Entonces llegaron los antepasados de los akka; pero no eran tal y como los conocéis ahora. Y en ellos brillo la chispa del autoconocimiento. Y los taithu, viendo esta chispa no la apagaron, si no que viajaron por los antiguos y largos caminos abandonados y volvieron a observar la superficie de la tierra. Ahora las tierras estaban cubiertas por inmensos bosques y un caos de vida verde pululaba por entre ellos. En los claros de estos bosques, unos seres desarrollaban escamas y garras, luchaban y se devoraban unos a otros, y en el interior de los bosques se movían presencias grandes y pequeñas que mataban y huían de aquellos que podían matarlos.
»Los Silenciosos buscaron el lugar por el que habían entrado los akka y lo cerraron. Entonces, los Tres los aceptaron y los trajeron aquí, y les enseñaron y soplaron sobre la chispa del autoconocimiento hasta que brilló con más intensidad, y en su momento se convirtieron en lo que son ahora… mis akka.
»Los Tres formaron consejo tras este suceso y se dijeron: “Hemos mejorado la vida de estos seres hasta hacerlos inteligentes; ¿por qué no deberíamos crear vida?” —una vez más la doncella se detuvo, con los ojos mirando a la nada y con apariencia de estar sumida en un profundo sueño—. Los Tres quieren hablar a través de mi boca —murmuró—. He aquí sus voces…»
Y, en verdad, con la rapidez y la facilidad que una mente mucho más poderosa toma posesión de otra más débil, ella habló:
—Sí —dijo la dorada doncella con una vibrante voz—. Decidimos que la vida que creáramos debía estar formada por el espíritu de la misma vida, que nos hablara con la lengua de las lejanas estrellas, de los vientos, de las aguas y de todo lo que vive sobre ellas y bajo ellas. Sobre esa matriz universal de la materia, sobre esa madre de todas las cosas que vosotros llamáis éter, nosotros modelamos. No penséis que su fertilidad se ve limitada por lo que observáis sobre la tierra o sobre lo que hubo en tiempos sobre su superficie. Infinitas, infinitas son las formas que da la madre y incontables son sus energías.
»Mediante el uso de nuestra sabiduría habíamos abierto muchas ventanas que miraban al exterior de nuestros dominios, y a través de ellas observamos el rostro de una miríada de mundos, y sobre su superficie estaban los hijos del éter. Incluso los mismos mundos eran sus hijos.
»Observando aprendimos, y aprendiendo dimos forma a lo que vosotros llamáis el Morador, o lo que los sin nombre llaman el Resplandeciente. Le dimos forma con la Materia Universal, para tener una voz que nos desvelara sus secretos, una lámpara que nos iluminara el camino a través de los misterios. Le dimos forma con el éter, y vida con esa luz que aún no conocéis y que quizás jamás conoceréis, y lo llenamos con la esencia vital que visteis palpitar en lo más profundo del abismo y que constituye el pulso del corazón de la tierra. Y le dimos dolor y amor, humildad e intolerable orgullo y de nuestro trabajo nació el Resplandeciente… ¡Nuestro hijo!
»Existe una energía más allá y por encima del éter, una fuerza voluntariosa y sensitiva que golpea como un mar las orillas de las últimas estrellas, que transmite todo lo que transporta el éter, que ve y siente y habla tanto en vosotros como en nosotros, que se encuentra en las bestias, los reptiles y las aves, en los árboles y en la yerba y en todos los seres vivientes, que duerme en la roca y en la piedra, que encuentra su resplandeciente lengua en la joyas y en las estrellas y lo rodea todo, incluso el firmamento. ¡Es lo que llamáis consciencia!
»Coronamos al Resplandeciente con las siete esferas de luz que son los canales entre él y la fuerza sensitiva, para que jamás perdiera su conexión a través de los portales y así fuera uno y realizable con nuestra criatura.
»Pero mientras le dábamos forma, una parte de nuestro orgullo fue transmitido; y al darle voluntad le dimos poder, decisión para ejercer tanto el bien como el mal, para hablar o permanecer silencioso, para que nos comunicara todos los conocimientos que recibía a través de las esferas, o para que permaneciera silencioso y guardara para sí sus conocimientos; y al forjarlo con las inmortales energías lo investimos con la indiferencia. Abierto a toda consciencia, tenía el poder de ofrecer la más absoluta felicidad o el más agónico de los sufrimientos, y todos los sentimientos que forman sus espectros; todos los éxtasis de innumerables mundos y soles y todas las penas. Todo lo que para vosotros simbolizan dios y el diablo… no son negaciones de uno u otro, ya que no existe tal negación ¡Manteniéndolos juntos, creando delicados balances, haciendo que ambos entren en armonía, esa es la verdad!
¡Aquella era la explicación de la mezcla de emociones, de éxtasis y terror, que había visto reflejada en el rostro de Throckmartin y de todos los esclavos del Morador!
Los ojos de la doncella recobraron su brillo, la sensación de hipnosis desapareció de su rostro; aquella profunda voz desapareció y volvimos a oír su familiar tono.
—He estado escuchando mientras los Tres os hablaban —nos dijo—. La creación del Resplandeciente fue una tarea larga, y sobre la superficie de la tierra transcurrieron laya sobre laya. Durante un tiempo, el Resplandeciente se sintió contento de residir aquí, de ser alimentado con la luz, de desvelar frente a los ojos de los Tres un misterio tras otro y de leer para ellos todas las caras de la Joya de la Verdad. A medida que recibía oleada tras oleada de consciencia, ellos dejaron tras sí ecos y sombras de sus conocimientos; y el Resplandeciente se hizo más fuerte, cada vez con más poder sobre sí mismo, en sí mismo. Su voluntad creció y en algunos momentos la voluntad de los Tres no tenía poder, y el orgullo que le había sido transmitido creció y el amor que sentía por ellos, y que sus creadores le habían inculcado, marchitó.
«Los taithu no eran ignorantes del trabajo de los Tres. Al principio fueron unos pocos los que codiciaban la posesión del Resplandeciente y los que exigían que los Tres compartieran sus conocimientos, pero cada vez fueron más. Pero los Silenciosos, en su orgullo, se los negaron.
»Llegó el momento en que su voluntad le perteneció por completo, y se rebeló, dirigiendo su mirada a los amplios espacios que se abren más allá del Portal, ofreciéndose a aquellos muchos que se ofrecieron a servirle. Estaba cansado de los Tres, de su control y de su morada.
»Sin embargo, el Resplandeciente posee limitaciones; incluso nosotros las sufrimos. Puede caminar sobre las aguas, puede atravesar el aire y el fuego, pero no puede viajar a través de la roca y el metal. Así pues, envió un mensaje (por medios que desconocemos) a los taithu que deseaban sus poderes para que le susurraran el secreto de la apertura del Portal. Y cuando el momento fue el preciso, abrieron el Portal y el Resplandeciente los atravesó para llegar a ellos; ya no regresaría a los Tres aunque se lo ordenaran, e incluso cuando lo forzaron descubrieron que había incubado y ocultado un poder que ni ellos podían doblegar.
»Aún así, los Tres podrían haber destruido con su fuerzas las siete esferas; pero no lo hicieron por que ¡Amaban a su criatura!
»Aquellos que recibieron al Resplandeciente construyeron para él el lugar que os he mostrado, y se inclinaron ante él y le ofrecieron su sabiduría. Y cada vez se alejaban más de los objetivos de los taithu… y los conocimientos que recibía el Resplandeciente a través de las siete esferas era cada vez menos bondadoso y constructivo y más diabólico. Le ofrecieron conocimiento y comprensión, sí, pero no ese conocimiento sereno y claro que ilumina los caminos de la recta sabiduría; al contrario, ¡sus luces iluminaban los caminos que conducen a la maldad definitiva!
»No toda la raza de los Tres siguieron el camino del Resplandeciente. Fueron muchos, muchos, los que no fueron cegados por su poder. Así que los taithu se replegaron y vinieron a este lugar, donde nada había, cansados y temerosos y desconfiados. Aquellos que seguían las antiguas enseñanzas les rogaron a los Tres que destruyeran su obra… pero no lo hicieron, pues aún lo amaban.
»El Morador se hizo más fuerte y cada vez les ofrecía menos conocimientos a sus adoradores, pues en esto habían llegado a convertirse; y creció dirigiendo cada vez más su mirada hacia la superficie de la tierra. Le pidió a los taithu que buscaran los caminos y salieran al exterior. ¡Ved! Sobre vosotros se alza una tierra fértil sobre la que reina una raza desconocida, diestra en las artes, que busca y encuentra la sabiduría ¡es la humanidad! Poderosos constructores son, vastas sus ciudades y grandes sus templos de piedra.
»Llamaron a esas tierras Muria y adoraron a un dios llamado Thanaroa, que pensaban era el constructor de todas las cosas y residía más allá. Adoraron a otros dioses, más cercanos y más propicios para sus oraciones y sus rituales: el sol y la luna. Sobre ellos reinaban dos reyes, cada uno con sus consejos y sus cortes. Uno era el gran sacerdote del sol y otro el de la luna.
»El pueblo era pelinegro, pero el rey del sol y sus nobles tenían un pelo como el mío, mientras que el rey de la luna y sus seguidores eran como Yolara… o Lugur. Y me dicen los Tres, Goodwin, que os comunique que esto se debe a que, era tras era, la ley les imponía que si nacía un niño rubio, este fuera dedicado al sol; y si nacía uno moreno, fuera ofrecido a la luna; y que, cuando fueran adultos, sólo yacieran con gente de su propio color. Así siguieron las leyes, hasta que de entre los morenos no nació ningún niño rubio; pero los rubios, al ser más fuertes que ellos, los dominaron.