—Goodwin —continuó finalmente Throckmartin— sólo puedo describirlo como algo hecho de luz viviente. Irradiaba luz; estaba lleno de luz; rebosando luz. Una brillante nube giraba a su alrededor y a través de él en espirales radiantes, tentáculos relucientes, luminiscentes espirales y chispeantes.
«Su cara brillaba con un éxtasis demasiado poderoso para que lo soportara cualquier ser humano, aun cuando se encontraba ensombrecido por una miseria insuperable. Era como si hubiera sido remodelada por la manos de Dios y de Satán, trabajando juntas y en armonía. Ya ha visto su sello sobre mí mismo. Pero nunca lo verá en tal grado como el que se mostraba sobre Stanton. Sus ojos se encontraban completamente abiertos y fijos ¡Como si estuvieran contemplado una visión interior del infierno y el cielo!
»La luz que lo penetraba y lo rodeaba tenía un núcleo, un corazón… algo con una forma levemente humana que se disolvió y cambió, recogiéndose sobre sí misma, giró alrededor de Stanton, se alejó y volvió una vez más. Y mientras su brillante núcleo pasaba a través del hombre su cuerpo pulsaba brillantemente. Mientras la luminiscencia se movía también se movían al mismo tiempo, delicadamente y con serenidad, siete diminutos globos de siete colores diferentes, como siete pequeñas lunas.
»Entonces, Stanton fue repentinamente izado… levitado, sobre las inaccesibles murallas y más allá. La incandescencia desapareció de la luna y la música campanilleante se hizo más débil. Una vez más traté de moverme. Las lágrimas me corrían ahora abundantemente desde los rígidos párpados y trajeron descanso a mis torturados ojos.
»He dicho que tenía la mirada fija. Así era. Pero mi visión periférica abarcaba parte de la pared más lejana del patio exterior. Parecieron que transcurrían eones enteros y, de repente, una radiación se deslizó a través de ella. Pronto la figura que había sido Stanton se desplazó de mi campo de visión. Se encontraba muy lejos, sobre las gigantescas murallas. Pero aun así pude percibir las brillantes espirales que giraban con júbilo alrededor y a su través; creo que preferiría no haber visto su cara en trance más allá de las siete lunas. Un remolino de notas cristalinas y desapareció. Y durante todo ese tiempo, como si recibiera luz desde un pozo de luz abierto, el patio brillaba y emitía fuegos plateados que debilitaban los rayos de luz, aun cuando parecía que formaban extrañamente parte de ellos.
»Finalmente, la luna se aproximó al horizonte. En ese momento se produjo una explosión de sonora; y segundo, y último, grito de Stanton ¡como si fuera un eco del primero! Una vez más me llegó un suave susurro desde la terraza interior. Luego… ¡se produjo un silencio absoluto!
»La luz se desvaneció; la luna se estaba poniendo y con su desaparición recuperé la movilidad. Di un salto hacia los escalones y me precipité hacia arriba, a través de la entrada y en dirección a la piedra gris. Estaba cerrada, tal y como supuse. ¿Pero lo había soñado o había oído, haciéndose eco a su través como si lo oyera a través de vastísimas distancias, un grito triunfante?
»Regresé a la carrera hacia donde se encontraba Edith. Al tocarla despertó, me miró dubitativamente y se levantó sobre una mano.
—¡Dave! —me dijo—. Al final me dormí.
Vio la desesperación reflejada en mi rostro y se puso en pie bruscamente.
—¡Dave! —gritó— ¿Qué sucede? ¿Dónde está Charles?
»Encendí una fogata antes de empezar a hablar. Luego se lo conté todo. Y durante el resto de la noche permanecimos sentados frente a las llamas, rodeándonos con los brazos. Como si fuéramos dos niños asustados».
Abruptamente, Throckmartin extendió sus manos suplicantemente.
—¡Walter, viejo amigo! —gritó—. No me mire como si estuviera loco. Es cierto, absolutamente cierto.
Esperé… Lo conforté lo mejor que pude. Al poco tiempo retomó su historia.
—Nunca —me dijo— un hombre había dado la bienvenida al sol como yo lo hice aquella mañana. Tan pronto como se elevó, regresamos al patio. La murallas sobre las que había visto a Stanton estaban silenciosas y oscuras. La terrazas estaban donde había estado. El bloque gris estaba en su lugar. En el hueco de su base había… nada. Nada… nada había en el islote que se refiriera a Stanton… ni una traza.
»¿Qué debíamos hacer? Precisamente los mismos argumentos que nos habían mantenido allí la noche anterior parecían los adecuados para ese momento… quizá más adecuados. No podíamos abandonarlos a los dos; no podíamos marcharnos mientras existiera la más mínima oportunidad de encontrarlos… e incluso por el amor que sentíamos el uno por el otro ¿cómo podríamos continuar? Yo amaba a mi mujer. Cuánto, no lo supe hasta ese día. Y ella me amaba aún más profundamente.
—Sólo hace falta una noche para cada uno de nosotros —me suplicó—. Querido, deja que me lleve.
»Lloré, Walter. Los dos lloramos.
—Nos enfrentaremos a eso juntos —me dijo.
Y así fue en definitiva como los acordamos…»
—Para eso hace falta un enorme valor, Throckmartin —le interrumpí.
El me miró con ansiedad.
—¿Entonces me cree? —exclamó.
—Le creo —le respondí.
Me tomó de la mano apretándomela hasta casi partírmela.
—Ahora —me dijo—, no tengo miedo. Si yo… si fracaso, ¿vendrá a ayudarme?
Así se lo prometí.
—Lo planeamos cuidadosamente —continuó hablando—, desplegando todo nuestro poder de análisis y nuestros hábitos para el pensamiento científico más reposado. Consideramos minuciosamente los elementos temporales que se dieron en los fenómenos. Aunque los profundos cánticos comenzaban cuando la luna comenzaba a elevarse, habían pasado casi cinco minutos entre su nacimiento y los extraños sonidos susurrantes que provenían de la terraza central. Repasé mentalmente todos los sucesos que se habían producido la noche anterior. Habían transcurrido casi diez minutos entre el primer susurro anunciante y el aumento de la luz lunar en el patio. Y su brillo aumentó durante al menos diez minutos más antes de que se produjera el sonido de las notas cristalinas. De hecho, calculé que se había producido un lapso de casi media hora entre el momento en que la luna se mostró sobre el horizonte y el primer campanilleo.
—¡Edith! —grité— ¡Creo que ya lo tengo! La piedra gris se abre cinco minutos después de la salida de la luna. Pero sea lo que sea que atraviesa su umbral debe esperar hasta que la luna se ha elevado más, o quizá debe venir desde una gran distancia. El asunto se basa en no esperar a que llegue a este lado, si no sorprenderlo antes de que atraviese la puerta. Debemos ir temprano al patio interior. Tú llevarás tu rifle y tu pistola y te ocultarás desde donde puedas controlar la apertura… si es que el bloque se abre. En el instante en que se abra, yo entraré. Es nuestra mejor oportunidad, Edith. Es nuestra única oportunidad.
»Mi mujer puso todo tipo de reparos. Quería acompañarme, pero la convencí de que sería mejor que esperara fuera manteniendo la guardia, preparada para ayudarme en caso de que me viera forzado a salir por aquello que se encontraba al otro lado.
»Media hora antes de que saliera la luna nos dirigimos al patio interior. Yo me quedé al lado de la roca gris. Edith se ocultó tras un pilar roto a unos veinte metros de mí y colocó el cañón de su rifle sobre la piedra para cubrir la entrada.
»Los minutos se arrastraban lentamente. La oscuridad se arrastraba lentamente y a través de las aberturas de la terraza pude ver que el lejano cielo se iluminaba levemente. Con el primer pálido resplandor el silencio del lugar se intensificó, se hizo más espeso, insoportable… expectante. La luna salió, mostró un cuarto de su cara, la mitad, y entonces se mostró en su totalidad, como una burbuja gigante.
»Sus rayos cayeron sobre la pared que se encontraba ante mí y, de repente, sobre las convexidades que le he descrito se iluminaron siete pequeños círculos. Palpitaron, parpadearon y se hicieron más brillantes… brillaron con total intensidad. El gigantesco bloque que se encontraba frente a mí brilló con ellos, plateadas olas de fosforescencia pulsaron sobre su superficie y entonces… la piedra se abrió como si se moviera sobre unas bisagras ¡susurrando levemente mientras se movía!
»Advirtiendo a Edith me introduje rápidamente a través de su umbral. Un túnel se desplegaba ante mí. Brillaba con la misma radiación fantasmagórica de color plateado. Corrí por su interior. El pasaje giraba abruptamente y se desplazaba paralelamente a las murallas del patio exterior y una vez más se inclinaba hacia abajo.
»El pasadizo se interrumpió. Ante mí se alzaba un alto arco abovedado. Parecía abrirse al espacio; un espacio lleno de una niebla lanosa, multicolor y chispeante cuyo brillo crecía a ojos vista. Atravesé el arco ¡y me detuve con un pavor sobrecogedor!
»Frente a mí se encontraba un estanque. Era circular, de unos cuarenta metros de diámetro. A su alrededor se desplegaba un estrecho anillo de brillantes piedras plateadas. Sus aguas eran de un pálido color azul. El estanque con su reborde plateado parecía un gran ojo azul que mirara hacia arriba.
»Sobre su superficie se precipitaban siete radios luminosos. Caía sobre el ojo azul como torrentes cilíndricos; eran como brillantes pilares de luz que se elevaran desde un suelo de zafiro.
»Uno era de un suave color rosa perlado; otro era como el verde de la aurora, un tercero poseía la blancura de la muerte; el cuarto era de un azul madreperla; una reluciente columna de pálido ámbar, un haz de amatista, un eje de plata fundida. Tales eran los colores de la siete luces que brotaban del estanque de la luna. Me acerqué más, anonadado por el pavor. Los haces no iluminaban las profundidades; se movían por su superficie y parecían difuminarse allí, fundirse con ella. ¿Las devoraba el estanque?
»Sobre las aguas comenzaron a precipitarse diminutos destellos de fosforescencia, chispas y destellos de pálida incandescencia. Y muy, muy abajo sentí un movimiento, un color vivo como si un cuerpo luminoso se elevara lentamente.
»Miré hacia arriba, siguiendo la dirección de los pilares brillantes hasta su comienzo. Muy en lo alto se encontraban siete globos brillantes, y era de sus interiores de donde salían los siete rayos. Mientras los observaba su luminosidad aumentó. Eran como siete lunas colgadas de un cielo abovedado. Lentamente aumentó su esplendor y con él aumentó el brillo de los siete haces que se desprendían de ellos.
»Aparté la vista y la dirigí hacia el estanque. Se había vuelto lechosa, opalescente. Los rayos que se precipitaban sobre su superficie parecían llenarlo; estaba vivo con las chispas, los brillos y los centelleos. ¡Y la luminiscencia que había visto elevarse de sus profundidades había aumentado de tamaño y se encontraba más cerca!
»Un remolino de niebla flotaba sobre su superficie. Evolucionó hacia el rayo de color rosa y se detuvo en su interior durante unos momentos. El haz de luz pareció abrazarlo, enviándole diminutos corpúsculos luminosos y pequeñas espirales rosáceas. La niebla absorbió los rayos y aumentó de tamaño ganando sustancia. Otro remolino se dirigió hacia el haz ambarino, se introdujo en su interior y se alimentó de él, luego se desplazó hacia el primero y se fundió con él. Posteriormente, se crearon otros remolinos aquí y allí, con demasiada velocidad como para contarlos; se introdujeron en el abrazo de los chorros de luz, parpadeando y pulsando unos en el interior de otros.
»Más y más grandes crecieron hasta que sobre la superficie del estanque se formó un opalescente y pulsante pilar de niebla creciendo cada vez más; drenando la vida de los siete haces de luz que caían sobre él; drenándola de los veloces e incandescentes átomos del estanque. Desde su centro se acercaba la luminiscencia elevándose de sus profundidades. Y el pilar pulsó, palpitó, comenzó a desplegar tentáculos y zarcillos que palpaban a su alrededor.
»Formándose frente a mí se encontraba Aquello que había andado con la forma de Stanton, que se había llevado a Thora… ¡la cosa que había venido a buscar!
»Mi cerebro entró en acción. Mi mano levantó la pistola y disparó una bala tras otra sobre su brillante superficie.
»Mientras disparaba, la cosa se balanceó y tembló, volviendo a tomar forma. Introduje un segundo cargador en la pistola automática y se me ocurrió otra idea que me hizo apuntar cuidadosamente hacia uno de los globos del techo. Supe que de allí provenía la fuerza que daba forma al Morador del estanque… de los rayos provenía su fuerza. Si podía destruirlos, podría colapsar su formación. Disparé una y otra vez. Si acerté en alguna esfera no le hice daño alguno. Las pequeñas motas que llenaban sus rayos danzaban revueltas con las motas de la niebla. Eso era todo.
»Pero surgiendo del estanque, como pequeñas campanillas, como diminutas burbujas de cristal que explotaran, comenzaron los sonidos tintineantes… su tono aumentó con odio, su dulzura ya perdida.
»Y saliendo del inexplicable remolino surgió una brillante espiral.
»Me rodeó por completo, enroscándose a mi alrededor. En ese momento, me atravesó una mezcla de terror y éxtasis. Cada átomo de mi ser se conmovió de gozo y se estremeció por la desesperación. No había nada impuro en ello, pero era como si el helado corazón del mal y la vehemente alma de Dios se hubieran encontrado en mí. La pistola cayó de mi mano.
»Así que me quedé paralizado mientras el Estanque destellaba y crepitaba; las corrientes luminosas se hacían más intensas y la Cosa radiante que me tenía atrapado brillaba y se fortalecía. Su brillante núcleo tomó forma, pero una forma que ni mis ojos ni mi cerebro pudieron definir. Fue como si un ser perteneciente a otra esfera de existencia hubieran asumido una forma vagamente humana, pero que no fuera capaz de encubrir su parte no humana. No era hombre ni mujer; no era terrenal y andrógino. Incluso cuando fui capaz de adivinar su semblante humano, cambió. Y aún me mantenía atrapado la mezcla de terror y éxtasis. Sólo en un pequeño rincón de mi cerebro residía una zona inmaculada; que se mantenía aparte y observaba. ¿Era el alma? Nunca he creído en algo semejante… pero aun así…
»Sobre la cabeza del cuerpo neblinoso aparecieron repentinamente siete pequeñas luces. Cada una de ellas era del color del rayo bajo el que se encontraba. ¡Supe que el Morador estaba… completo!
»Escuché un grito. Era la voz de Edith. Llegó hasta mí como si ella hubiera escuchado los disparos y me hubiera seguido. Sentí que cada una de mis facultades físicas se unían en un poderoso esfuerzo. Me aparté violentamente del aprisionador tentáculo y éste retrocedió. Me volví para abrazar a Edith y mientras así lo hacía me resbalé… y caí.
»La forma radiante que se mantenía sobre el Estanque saltó repentinamente… ¡y Edith se precipitó en su carrera hacia su interior, con lo brazos desplegados escudándome! ¡Dios!
»Se arrojó hondamente en el interior del resplandor… la Cosa se envolvió a su alrededor. El sonido cristalino aumentó transportado por el júbilo. La luz llenó la forma de mi mujer, la traspasó y la rodeó tal y como le sucedió a Stanton; y se derramó sobre su cara… ¡qué visión!
Pero lo precipitado de su carrera la había llevado hasta el mismo borde del Estanque de la Luna. Se tambaleó; cayó… con el resplandor aún asiéndola, aún remolineando a su alrededor y envolviéndola y atravesándola… ¡en el interior del Estanque de la Luna! Ella se hundió, y con ella se fue el Morador.
Me introduje en el borde. Muy abajo, en las profundidades, aprecié una nebulosa nube brillante y multicolor que descendía; resaltando de su superficie pude ver el rostro de Edith desapareciendo; sus ojos me miraron fijamente ¡Y se desvaneció en la nada!
—¡Edith! —grité de nuevo— ¡Edith, vuelve a mi lado!
«Y entonces la oscuridad me envolvió. Me recuerdo corriendo a través de los trémulos corredores hasta que salí al patio. La razón me había abandonado. Cuando la recobré me encontraba en alta mar dentro de nuestro bote completamente separado de la civilización. Un día más tarde fui recogido por la goleta en la que he arribado a Port Moresby».
—He trazado un plan; debe prestarle atención, Goodwin…
Se tiró sobre su litera y yo me incliné sobre él. El cansancio y el alivio de haber contado su historia habían sido excesivos para él. Se durmió como si hubiera caído muerto.
Durante toda la noche velé a su lado. Cuando llegó la aurora me dirigí a mi habitación para reposar un rato. Pero mi sueño fue una obsesión.
Al día siguiente la tormenta no disminuía. Throckmartin se reunió conmigo a la hora de la comida. Había recuperado gran parte de su viveza.
—Venga a mi camarote —me dijo.
Allí se sacó la camiseta.
—Está sucediendo algo —afirmó—. La marca se ha reducido.
Así era.
—Estoy consiguiendo escapar —me susurró con júbilo—. Sólo ayúdeme a llegar a Melbourne sano y salvo ¡Y entonces veremos quién gana! Por que, Walter, no estoy completamente seguro de que Edith haya muerto… tal y como nosotros entendemos el estar muerto… no como lo están los otros. Hay algo que va más allá de esta experiencia allí vivida… algún gran misterio.
Y durante todo el día me habló de sus planes.
—Naturalmente, existe una explicación natural —me dijo—. Mi teoría es que la roca lunar posee una composición sensible a los rayos de la luna; algo así como el metal selenio a los rayos del sol. Los pequeños círculos de su superficie son, sin lugar a dudas, su agente operante. Cuando la luz los alcanza liberan un mecanismo que abre el bloque, al igual que usted puede abrir las puertas con la luz solar o la eléctrica por medio del ingenioso mecanismo de las células de selenio. Aparentemente, toman su fuerza de la luna llena tanto para abrir la puerta como para convocar al Morador del Estanque. Primero intentaremos concentrar los rayos de la luna menguante sobre los círculos para intentar abrir la roca. Si es así, seremos capaces de investigar el Estanque sin que nos interrumpa lo que… lo que emana de ella.
«Mire, aquí en este mapa se encuentran sus localizaciones. He hecho una copia para usted por si se diera el caso… de que algo me sucediera. Y si me pierdo… deberá venir tras nosotros, Goodwin, con ayuda ¿Verdad que lo hará?»
Una vez más, se lo prometí.
Un poco más tarde, se quejó de tener más sueño.
—Pero sólo se debe a la fatiga —me dijo—. No es como el agotamiento anterior. Todavía debe pasar una hora antes de que salga la luna —finalmente bostezó—. Despiérteme un cuarto de hora antes.
Se derrumbó sobre la litera. Yo me senté a pensar. Me desperté de repente con sentido de culpabilidad. Me había dormido presa de una profunda preocupación. ¿Qué hora era? Eché un vistazo a mi reloj y me precipité hacia la portilla. Había luna llena; el satélite llevaba colgando del cielo hacía más de media hora. Me dirigí a largas zancadas hacia Throckmartin y lo agité por un hombro.
—¡Arriba, rápido, caballero! —le grité.
Se despertó aún con el sueño en los ojos. Tenía la camiseta arrollada sobre el pecho y miré, lleno de asombro, hacia le banda blanca que le rodeaba el pecho. Incluso bajo la luz eléctrica brillaba suavemente, como si estuviera llena de pequeños puntos de luz.
Throckmartin parecía estar medio despierto. Miró hacia su pecho, observó la brillante cinta y sonrió.
—Sí —dijo somnoliento—, se acerca… ¡Para llevarme con Edith! Bien, me alegro.
—¡Throckmartin! —le grité— ¡Despierte! ¡Luche!
—¡Luchar! —dijo— ¡No valdrá de nada; viene tras nosotros!
Se dirigió a la portilla y, como en sueños, apartó la cortina. La luna trazaba un amplio camino de luz a lo largo de la nave. Bajo sus rayos la banda alrededor de su pecho brillaba con más intensidad; emitiendo pequeños rayos que parecían retorcerse.
Las luces de la cabina se apagaron; evidentemente sucedió lo mismo en todo el barco, ya que oí gritos en cubierta.
Throckmartin se mantuvo paralizado en la puerta. Por encima de su hombro pude ver un pilar reluciente recorriendo hacia nosotros el claro de luna. A través de la ventana se precipitó un brillo cegador. Se unió a Throckmartin, envolviéndolos en un sudario de opalescencia viviente; la luz pulsó a su alrededor y lo atravesó. El camarote se llenó de murmullos…
Una oleada de debilidad me atrapó, enterrándome en la oscuridad. Cuando volví a la consciencia, las luces de la nave volvía a brillar.
¡Pero no había un sólo rastro de Throckmartin!