Transportamos a Thora de vuelta a donde Edith nos aguardaba. Le contamos lo que había sucedido y lo que habíamos hallado. Nos escuchó con seriedad, y mientras terminábamos Thora suspiró y abrió los ojos.
—Me gustaría ver la piedra —dijo—. Charles, quédate con Thora aquí.
Atravesamos el patio exterior en silencio y nos paramos frente a la roca. Mi mujer la tocó y retiró la mano al igual que yo había hecho; la adelantó una vez más resueltamente y la mantuvo en su sitio. Pareció estar escuchando. Entonces se giró hacia mí.
—David —dijo mi esposa, y la melancolía que había en su voz me hirió—. David, ¿te sentirías muy, muy desilusionado si nos fuéramos de este lugar… sin intentar encontrar nada más… te desilusionaría?
»Walter, jamás en mi vida he ansiado nada con tanta pasión como ansiaba por descubrir qué ocultaba la roca. Aún así, traté de contener mis deseos y le respondí:
—Edith, no me desilusionaría lo más mínimo si así lo desearas.
»Ella fue capaz de leer mi lucha interna en los ojos. Se volvió hacia la roca gris. Observé cómo la recorría un escalofrío y ¡Experimenté una punzada de remordimientos y vergüenza!
—¡Edith! —Exclamé— ¡Nos iremos de aquí!
»Me miró de nuevo.
—La ciencia es una amante celosa —afirmó—. No, después de todo puede que sea divertido. En cualquier caso, no puedes huir. ¡No! Pero, Dave, ¡yo también voy a quedarme!
»Y su decisión fue inmutable. Mientras nos aproximábamos a los demás, posó una mano en mi hombro.
—Dave —me dijo—, si sucediera algo… bueno, algo inexplicable esta noche. Algo que pareciera… muy peligroso. ¿Me prometes que regresaremos a nuestro islote mañana, si podemos… y que esperaremos hasta que los nativos regresen?
»Se lo prometí impacientemente. El deseo de quedamos y observar lo que sucedería cuando llegara la noche ardía como un fuego en mi interior.
»Levantamos un campamento a una distancia aproximada de setecientos metros de los escalones que conducen al patio exterior.
»El claro que elegimos para acampar estaba bien protegido. No podíamos ser vistos, y nosotros disfrutábamos de una vista clara de las escaleras y de la entrada. Nos retiramos justo después de anochecer y esperamos a lo que pudiera acontecer. Yo me encontraba más cerca de los escalones gigantes; a mi lado se encontraba Edith, luego Thora y por último Stanton.
»La noche cayó. Tras un instante, el cielo oriental comenzó a iluminarse y supimos que la luna se estaba levantando; se hizo más luminoso y el satélite asomó sobre el mar y lo bañó con su reflejo. Eché un vistazo hacia Edith y hacia Thora. Mi esposa escuchaba intensamente. Thora estaba sentada en la misma postura que cuando habíamos regresado a su lado, con los codos sobre las rodillas y las manos cubriendo la cara.
»Y entonces, con la luz de la luna inundándonos, me golpeó una poderosa sensación de somnolencia. El sueño parecía fluir de los rayos y caer sobre mis ojos, cerrándomelos… cerrándomelos inexorablemente. La mano que Edith había colocado entre las mías quedó laxa. La cabeza de Stanton cayó sobre su pecho y su cuerpo osciló como si estuviera borracho. Traté de levantarme… de luchar contra el profundo deseo de dormir que me apresaba.
»Y mientras me debatía, Thora levantó su cabeza como si escuchara; y se volvió hacia la entrada del edificio. En su rostro se reflejaba una desesperación infinita, así como expectación. Intenté levantarme una vez más… y una oleada de sueño me atrapó. Mientras me hundía en la inconsciencia, escuché débilmente un campanilleo cristalino; separé los párpados una vez más con un esfuerzo supremo.
»Thora, bañada en luz, permanecía de pie en la parte superior de las escaleras.
»El sueño me hizo suyo… ¡Me introdujo en el corazón del olvido!
»El alba se abría paso cuando me desperté. El recuerdo me golpeó con fuerza y el pánico me estremeció a causa de Edith; la toqué y mi corazón dio un salto de agradecimiento. Se agitó y se sentó, frotándose los deslumbrados ojos. Stanton yacía a su lado, de espaldas y con la cabeza sobre los brazos.
»Edith me miró presa de un ataque de risa.
—¡Por el Cielo! ¡Vaya sueño! —exclamó.
La memoria le volvió en ese momento.
—¿Qué ha sucedido? —susurró—. ¿Qué nos ha movido a dormir así?
Stanton se despertó.
—¿Qué sucede? —exclamó—. Parecéis como su hubierais visto fantasmas.
Edith me asió de las manos.
—¡¿Dónde está Thora!? —gritó. Antes de que pudiera responder, se había precipitado hacia el exterior de la tienda, llamándola.
—Algo se ha llevado a Thora —fue todo lo que fui capaz de decirle a Stanton.
Juntos fuimos a reunimos con mi esposa, que ahora permanecía parada junto a los grandes escalones de piedra, mirando temerosa hacia la entrada de las terrazas. Allí les dije lo que había visto antes de que me hubiera invadido el sueño. Y juntos nos precipitamos escaleras arriba, a través del patio y hasta la piedra gris.
«El bloque estaba cerrado como lo había estado el día anterior, no existían trazas de que hubiera sido abierto. ¿Sin trazas? En el mismo momento en que pensaba esto Edith cayó sobre sus rodillas ante la piedra y recogió algo que se encontraba a sus pies. Era un pequeño trozo de brillante seda. Lo reconocí como parte del pañuelo que llevaba Thora sobre la cabeza. Edith levantó el trozo. Parecía que el pañuelo había sido cortado con una navaja; unas pocas hebras sobresalían del fragmento… se dirigían hacia la base del bloque. ¡Y pasaban bajo la roca gris!
»¡La roca gris era una puerta! ¡Y había sido abierta y Thora había pasado a su través!
»Creo que durante los minutos siguientes nos volvimos un poco locos. Golpeamos la puerta con nuestras manos, con piedras y palos. Al final la razón regresó a nosotros.
»Goodwin, durante las dos horas siguientes tratamos por todos los medios a nuestro alcance de forzar la entrada a través del bloque de piedra. La piedra aguantó todas nuestras perforaciones. Probamos con explosiones en la base con cargas cubiertas por rocas. No dejaron la menor huella sobre su superficie, malgastando su fuerza, naturalmente, sobre la menor resistencia de las piedras que las cubrían.
»La tarde nos encontró desesperados. Llegó la noche y debimos decidir nuestro curso de acción. Yo quería volver a Ponape en busca de ayuda, pero Edith objetó que esto nos llevaría horas y después de que llegáramos sería imposible el persuadir a nuestros hombres para que regresaran con nosotros por la noche, si es que lo hacían en cualquier otro momento. ¿Entonces, qué podíamos hacer? Estaba claro que sólo nos quedaban una o dos opciones: regresar a nuestro campamento, esperar a nuestros hombres, y a su regreso tratar de persuadirlos para que fueran con nosotros a Nan-Tauach. Pero esto implicaría el abandono de Thora durante un par de días al menos; no podíamos hacer eso, habría resultado demasiado cobarde.
La otra opción consistía en esperar donde estábamos a que llagara la noche; esperar a que la roca se abriera tal y como había sucedido la noche anterior, y efectuar una salida a través de ella y encontrar a Thora antes de que se cerrara de nuevo.
«Nuestro camino se dibujaba claramente ante nosotros. ¡Teníamos que pasar la noche en Nan-Tauach!
»Naturalmente, había discutido el fenómeno hipnótico en profundidad. Si nuestra teoría de que las luces, los sonidos y la desaparición de Thora estaban conectados con los rituales religiosos de los nativos, la deducción lógica era que el sueño lo habían provocado ellos, quizá por medio de vapores. Usted sabe tan bien como yo qué extraordinario conocimiento tienen estas gentes del Pacífico sobre tales cosas. O puede que éste fuera una mera coincidencia y se provocara por la emanación tanto de los gases como de las plantas, causas naturales que han llegado a coincidir en sus efectos junto con las demás manifestaciones, por lo que fabricamos algunos respiradores toscos pero efectivos.
»Mientras caía el ocaso preparamos nuestras armas. Edith era una excelente tiradora tanto con el rifle como con la pistola. Habíamos decidido que mi esposa permaneciera en un lugar oculto. Stanton tomaría posiciones en el lugar más alejado de las escaleras y yo me situaría frente a él y cerca de Edith. El lugar en el que me encontraba estaba a menos de cien metros de ella, y por tanto podía encontrarme tranquilo con respecto a su seguridad ya que tenía a la vista el hueco en el que se encontraba agachada. Desde nuestros respectivos puestos Stanton y yo podíamos controlar la entrada principal. Su posición también le facilitaba la vista al patio exterior.
»Un arrebol fantasmal coronó la luna. Stanton y yo tomamos posiciones. La luna creció con celeridad; el disco se deslizó hasta su cénit y en un momento iluminó con todo su brillo las ruinas y el mar.
»En el momento en que llegaba a su punto más alto nos llegó un curioso y susurrante sonido desde la terraza interior. Stanton quedó rígido y miró con intensidad a través de la entrada con el rifle listo.
—¿Stanton, qué ve? —le pregunté con cautela.
Agitó una mano silenciándome y giré la cabeza en dirección a Edith. Me recorrió un escalofrío. Yacía tumbada sobre un costado; su cara, de facciones grotescas a causa del respirador colocado sobre su boca y su nariz, estaba girada hacia la luna. ¡Se encontraba de nuevo sumida en un profundo sueño!
«Mientras me giraba de nuevo para llamar a Stanton, mi vista pasó sobre los escalones y se detuvo, fascinada. La luz de la luna se había hecho más densa, parecía que se había… rizado; y a través de su luz corrían diminutas chispas y venas de vibrante fuego blanco. Me invadió la languidez. No era la inefable somnolencia que precede a la noche. Drenaba cualquier deseo de moverse. Intenté gritarle a Stanton, pero ni tan siquiera mis labios desearon moverse. Goodwin… ¡Ni tan siquiera podía mover los ojos!
»Stanton se encontraba dentro de mi campo de visión, por lo que observé cómo subía de repente los escalones y se dirigía hacia la entrada. La luz rizada parecía esperarle. Penetró en su interior… y lo perdí de vista.
»El silenció se alargó durante una docena de latidos. De repente, una lluvia de campanilleos hizo que las pulsaciones aceleraran con alegría y las transformaron en diminutos dedos de hielo, y a través de ellos llegó la voz de Stanton… ¡En forma de grito, de un enorme aullido, lleno de un éxtasis insoportable y de un horror inimaginable! Y una vez más se extendió el silencio. Me debatí por liberarme de las ataduras que me atenazaban. No pude. Incluso tenía paralizados los párpados. Tras ellos, mis ojos, secos y doloridos, ardían.
Entonces, Goodwin ¡Vi por primera vez lo inexplicable! La música cristalina entró en un crescendo. Desde donde estaba sentado podía ver la entrada y sus portales de basalto, quebrados y rotos, elevándose hasta lo más alto de la muralla, sesenta metros más arriba, portales destrozados, arruinados… inalcanzables. Por esta entrada comenzó a brillar una luz más intensa. Creció, borbotó, y de ella salió caminando Stanton.
«¡Stanton! Pero… ¡Dios mío! ¡Qué visión!
Un profundo temblor le estremeció. Esperé… esperé.