CAPÍTULO III

La Roca de la Luna

—No intentaré ahora explicarle —continuó Throckmartin— los resultados de las dos semanas siguientes, ni lo que encontramos. Más tarde, si se me permite, le expondré todos estos detalles. Que sea suficiente el afirmar que al final de esas dos semanas había encontrado la confirmación de muchas de mis teorías.

«El lugar, con toda su decadencia y su desolación, no nos había contaminado con toque alguno de morbidad. Quiero decir que ni a Edith, ni a Stanton ni a mí mismo. Pero Thora se sentía muy triste. Era sueca, como ya sabe, y por su sangre corrían las creencias y supersticiones de los nórdicos. Algunas de ellas extrañamente semejantes a las de las tierras más meridionales; creencias sobre los espíritus de las montañas y los bosques, y de las aguas y hombres lobo y seres malignos. Al principio mostró una curiosa sensibilidad a lo que supongo podría denominarse las influencias del lugar. Me dijo que olía a fantasmas y hechiceros.

»Entonces me reía de ella…

»Pasaron dos semanas, y al finalizar este periodo el portavoz de nuestros nativos vino a vernos. La noche siguiente era noche de luna llena, nos dijo. Me recordó mi promesa. Podría regresar a su pueblo por la mañana, y podría regresar tras la tercera noche, cuando la luna comenzara a disminuir. Nos dejaron diversos amuletos para nuestra protección y nos advirtieron solemnemente para que nos mantuviéramos lo más lejos posible de Nan-Tauach durante su ausencia. Medio exasperado y medio divertido vi cómo se alejaban.

»Naturalmente, no podía llevarse a cabo trabajo alguno sin ellos, así que decidimos pasar aquellos días de ausencia de excursión por los islotes del sur del grupo. Marcamos varios puntos para una exploración posterior y durante la mañana del tercer día nos dedicamos a rev isa r la cara oriental del rompeolas para nuestro campamento de Uschen-Tau, planeando tener todo listo para el regreso de nuestros hombres al día siguiente.

»Llegamos a Cierra justo antes del crepúsculo, cansados y listos para acostamos. Edith me despertó un poco después de la diez.

¡Escucha! —me dijo— ¡Acerca una oreja al suelo y escucha!

»Así lo hice y me pareció oír muy, muy lejos, como si llegara desde enormes distancias, un tenue parloteo. Cogió fuerza, se desvaneció y desapareció; comenzó, aumentó de volumen, y se apagó hasta desaparecer en silencio.

—Son las olas rodando sobre las rocas en algún lugar —le dije—. Probablemente nos encontraremos sobre algún lecho rocoso que transporta el sonido.

—Es la primera vez que lo oigo —me replicó mi esposa dubitativamente.

»Escuchamos de nuevo. Entonces, a través del confuso ritmo, muy por debajo de nosotros, nos llegó otro sonido. Vagó a través de la laguna que se extendía entre nosotros y Nan-Tauach sobre las intermitentes olas. Era música de algún tipo; no puedo describir el extraño efecto que tuvo sobre mí. Usted ya lo ha experimentado…

—¿Se refiere a lo que sucedió en cubierta? —le pregunté. Throckmartin asintió.

—Me dirigí a la entrada de la tienda —continuó—, y eché un vistazo afuera. Mientras hacía tal cosa, Stanton levantó la entrada de su tienda y salió a la luz de la luna, mirando hacia el otro islote y escuchando. Lo llamé.

—¡Es un sonido muy singular! —me dijo. Escuchó otra vez—. ¡Es cristalino! Como pequeñas notas emitidas por un cristal translúcido. Como las campanas de cristal en los sistros de Isis en el Templo de Dendarah —añadió con tono casi soñador.

Miramos intensamente hacia la isla. De repente, sobre el rompeolas, moviéndose lenta, rítmicamente, vimos un pequeño grupo de luces. Stanton se rió.

—¡Los muy miserables! —exclamó— Es por eso por lo que querían irse, ¿verdad? ¿No lo ve, Dave? Es algún tipo de festival; ¡ritos de algún tipo que llevan a cabo durante la luna llena! ¡Por eso estaban tan ansiosos por mantenernos apartados!

»La explicación me pareció válida. Sentí una especie de curioso alivio, aunque no era sensible a ningún tipo de opresión.

—Encajemos la derrota —nos sugirió Stanton.

Pero yo no lo acepté.

—Son gente difícil de tratar —le dije—. Si aparecemos en medio de una de sus ceremonias religiosas, probablemente no nos perdonarán jamás. Mantengámonos apartados de cualquier tipo de fiesta familiar de la que no hayamos sido invitados.

—Así es —acordó Stanton.

»El extraño parpadeo aumentó y desapareció. Aumentó y desapareció…

—Es algo… algo muy inquietante —nos dijo Edith muy seriamente—. Me pregunto con qué han producido esos sonidos. Me han asustado casi hasta morirme y, al mismo tiempo, han hecho que me sintiera casi al borde de un inmenso éxtasis.

—¡Resulta extraordinariamente misterioso! —exclamó Stanton.

»Y mientras así hablaba se levantó la entrada de la tienda de Thora y la anciana sueca se recortó contra la luz de la luna. Era del tipo de mujer nórdica fuerte; alta, de grandes pechos, moldeada con las antiguas facciones vikingas. Sus sesenta años se había desvanecido. Parecía una sacerdotisa de Odin adolescente.

»Se mantuvo parada, con los ojos completamente abiertos, brillantes, estrellados. Adelantó la cabeza hacia Nan-Tauach, mirando hacia las luces; escuchó. De repente elevó los brazos y realizó un curioso gesto hacia la luna. Fue un movimiento arcaico; pareció que lo sacaba de una remota antigüedad. Incluso se apreció una extraña sugerencia de poder. Dos veces repitió el gesto y… ¡Las luces se desvanecieron! La anciana se volvió hacia nosotros.

—¡Marchad! —nos dijo, y su voz pareció llegar desde remotas distancias— ¡Marchad de aquí… y rápidamente! Idos mientras podáis. Ha llamado… —apuntó con un dedo al islote—. Sabe que estáis aquí. ¡Está esperando! —Gimió—. Atrae al… al…

»Cayó a los pies de Edith, y sobre la laguna aparecieron una vez más los parpadeos, ahora con una nota mucho más rápida de júbilo… casi de triunfo.

»Velamos durante toda la noche junto a ella. Los sonidos provenientes de Nan-Tauach continuaron hasta casi la hora anterior a la puesta de la luna. Por la mañana Thora se despertó, en apariencia no empeorada. Nos dijo que había tenido pesadillas. No podía recordar en qué consistían… excepto que la habían advertido de un peligro. Estaba extrañamente taciturna, y a lo largo de toda la mañana sus miradas se volvieron una y otra vez, casi fascinadas y casi temerosas, hacia la isla vecina.

»Esa tarde regresaron los nativos. Y esa noche el silencio no se rompió sobre Nan-Tauach ni hubieron luces ni signos de vida.

»Comprenderá, Goodwin, cómo los acontecimientos que le he contado podría excitar la curiosidad científica. Naturalmente, rechazamos cualquier explicación que admitiera lo sobrenatural.

»Nuestros… permítame que los denomine síntomas… pueden explicarse muy fácilmente. Resulta incuestionable que las vibraciones creadas por ciertos instrumentos musicales tienen efectos definitivos y algunas veces extraordinarios sobre el sistema nervioso. Aceptamos esto como la explicación a las reacciones que experimentamos al escuchar sonidos no familiares. El nerviosismo de Thora, sus temores supersticiosos, la había agitado hasta llevarla a un estado de semi sonambulismo histérico. En realidad, la ciencia podría explicar perfectamente su participación en la escena que se desarrolló aquella noche.

»Llegamos a la conclusión de que debe existir un paso entre Ponape y Nan-Tauach conocido por los nativos. Y utilizado por los mismos durante sus rituales. Decidimos que durante la siguiente partida de nuestros trabajadores les seguiríamos inmediatamente hasta Nan-Tauach. Podríamos investigar durante el día, y al llegar la tarde mi esposa y Thora volverían al campamento, dejándonos a Stanton y a mí pasar la noche en la isla, observando desde algún escondite seguro lo que pudiera suceder.

»La luna menguó; apareció media por el oeste y creció lentamente hasta aparecer llena. Antes de que los hombres nos dejaran nos rogaron literalmente que los acompañáramos. Su pesadez nos motivó más a ver lo que sucedía; ya estábamos completamente convencidos de que nos querían ocultar algo. Al final resultó claro para Stanton y para mí; no tanto para Edith que estaba pensativa, abstraída… reacia.

»Cuando los hombres estuvieron fuera de la vista a causa de la curva de la rada, cogimos nuestro bote y nos dirigimos a Nan-Tauach. Pronto su enorme rompeolas se elevó sobre nosotros. Pasamos a través de la bocana con sus gigantescos prismas de basalto tallado y llegamos a tierra junto al dique casi sumergido. Frente a nosotros se extendía una serie de escalones gigantes que conducía a un vasto patio sembrado con fragmentos de pilares caídos. En el centro del patio, más allá de los destrozados pilares, se elevaba otra terraza de bloques de basalto, ocultando, supe en ese momento, aún otro recinto.

»Y ahora, Walter, para una mejor comprensión de lo que sigue… y… y —dudó—. Deberá decidir más tarde si regresa conmigo o, si soy atrapado, a… a… seguirnos… Escuche cuidadosamente mi descripción de este lugar; Nan-Tauach está compuesto literalmente de tres rectángulos. El primer rectángulo es el rompeolas, construido con monolitos tallados y cuadriculados, de una altura de veinticinco metros. Para llegar a la bocana del puerto a través del rompeolas se pasa por un canal marcado en el mapa entre Nan-Tauach y el islote llamado Tau. La entrada al canal se encuentra oculta por densos matorrales de manglares; una vez que se han pasado, el camino se toma claro. Los escalones llevan desde el a mara je de la bocana hasta la entrada del patio.

»El patio está rodeado por otra muralla de basalto, rectangular, que sigue con exactitud matemática las dimensiones de las barricadas exteriores. El dique mide entre cuarenta y cincuenta metros de alto. Originalmente debió ser mucho más alto, pero debieron de producirse hundimientos en algunas de sus partes. La muralla del primer recinto tiene una anchura en su parte superior de veinte metros, y su altura oscila entre veinticinco y treinta metros. Aquí también ha provocado el gradual hundimiento del terreno que algunas partes de la misma cayeran a tierra.

»En el interior de este patio se encuentra el segundo recinto. Su terraza, fabricada del mismo basalto que las murallas exteriores, tiene una altura de treinta metros. La entrada se gana a través de una gran cantidad de brechas que ha practicado el tiempo en sus piedras talladas. Este es el patio interior ¡El corazón de Nan-Tauach! Aquí se encuentra la gran cripta central que se asocia con el nombre de un ser vivo que ha llegado a nosotros a través de las nieblas del pasado. Los nativos dicen que fue el edificio del tesoro de Chau-te-leur, un poderoso rey que reinó mucho antes que sus padres. Como Chau es la palabra del antiguo idioma de Ponape para designar tanto al rey como al sol. La palabra significa, sin duda alguna, Lugar del rey sol. Es la remembranza de un nombre dinástico de la raza que reinó en el continente Pacífico y que ahora ha desaparecido. Es el mismo caso que el de los gobernantes de la anciana Creta, que tomaron el nombre de Minos; o el de los reyes de Egipto, que se llamaron a sí mismos Faraones.

»Y frente a este lugar del rey sol se encuentra la roca de la luna, que oculta el estanque de la Luna.

»Fue Stanton el que descubrió la roca lunar. Habíamos estado inspeccionando el patio interior; Edith y Thora estaban preparando la comida. Yo salí de la cripta de Chau-te-leur para encontrar a Stanton ante una parte de la terraza que estudiaba con perplejidad.

—¿Qué piensa de esto? —me preguntó mientras me acercaba.

Señaló a la pared. Seguí la línea de su dedo y observé un bloque de piedra de aproximadamente veinte metros de alto y unos quince de ancho. Al principio todo lo que observé fue la exquisita precisión con que se unía a los bloques adyacentes. Entonces me percaté de que su color era sutilmente diferente. Estaba matizada de gris y de una sutil y peculiar… falta de vida.

—Tiene más apariencia de carbonato de calcio que de basalto —le dije.

La toqué y retiré precipitadamente la mano, ya que al contacto cada nervio del brazo se estremeció como si un chorro de electricidad congelante lo hubiera atravesado. No fue un frío como el que conocemos. Fue una fuerza heladora (es la frase que suelo utilizar). Una electricidad congelante es la mejor descripción que puedo hacer de ella. Stanton me miró asombrado.

—Así que también lo ha sentido —me dijo—. Dudaba si estaba experimentando una alucinación como la de Thora. Por cierto, observe que los bloques adyacentes se encuentran excesivamente calientes por efecto del sol.

»Examinamos con ansia el bloque. Sus bordes habían sido cortados como por la mano de un grabador de joyas. Se ajustaban a los bordes de los bloques vecinos de tal manera que casi no cabía un cabello entre ellos. Su base estaba suavemente curvada y se ajustaba con tanta precisión como los bordes laterales y el superior al enorme bloque sobre el que reposaba. Y entonces nos dimos cuenta de que las piedras habían sido ahuecadas para seguir la línea del pie de la piedra gris. Había una depresión semicircular que recorría la piedra de un lado al otro. Parecía que esta roca gris estuviera situada en el centro de una copa poco profunda; revelando la mitad y ocultando el resto. Había algo de esta depresión que me atraía, así que me incliné y la palpé. Goodwin, aunque el contrapeso de las piedras que la formaban, como el de todas las piedras del patio era escabroso y envejecido, éste estaba pulido como si su superficie hubiera sido trabajada por las manos de un pulidor.

—¡Es una puerta! —exclamó Stanton—. Gira alrededor de la copa. Eso es lo que hace que la depresión esté tan pulida.

—Puede que tenga razón —le respondí—. ¿Pero cómo demonios podemos abrirla?

»Nos centramos una vez más en el bloque, presionando en sus bordes, empujando sus lados. Durante uno de esos intentos se me ocurrió mirar hacia arriba y grité. Un par de metros por encima y a cada lado de las esquinas del dintel de la roca gris se había formado una pequeña convexidad, sólo visible desde el ángulo en que había mirado a la roca.

»Llevábamos con nosotros una pequeña escala de cuerda y me subí en ella. Las protuberancias no eran aparentemente más que curvaturas cinceladas en la piedra. Posé mi mano en la que estaba examinando y la retiré rápidamente. En la palma de la mano, justo en la base del pulgar, había sentido la misma sacudida que había experimentado al tocar el bloque inferior. Volví a poner la mano en el mismo sitio. La sacudida había venido de un punto de no más de cinco centímetros de diámetro. Recorrí cuidadosamente la convexidad y el calambrazo me recorrió el brazo seis veces más. En la zona curva habían siete círculos de unos cinco centímetros de diámetro, cada uno de los cuales transmitían la sensación que ya he descrito. La convexidad del lado opuesto del bloque ofreció exactamente los mismos resultados. Pero ningún tipo de toque o de presión en tales puntos individualmente o combinándolos nos ofreció la más mínima promesa de movimiento del bloque.

—Y aún así… ellos eran los que lo abrían —afirmó con seguridad Stanton.

—¿Por qué dice eso? —le pregunté.

—No… no lo sé —me respondió dubitativamente—. Pero algo me lo dice así. Throck —continuó hablando medio en serio medio en broma—. Mi mitad científica está luchando con mi mitad puramente humana. La mitad científica me urge a buscar la manera de derribar o abrir el bloque. ¡La humana me empuja con fuerza a no hacer nada por el estilo y a huir mientras pueda!

Se rió otra vez. Avergonzado.

—¿Cuál vencerá? —se preguntó.

Y pensé que por el tono de su voz el lado humano estaba ascendiendo rápidamente.

—Probablemente permanecerá cerrada… a menos que lo volemos en pedazos —le dije.

—Ya he pensado en ello —me respondió—. Y no me atrevería —añadió de manera sobria.

Y al mismo tiempo que yo había hablado pensé lo mismo que él. Fue como si algo atravesara la roca gris y me golpeara en el corazón como si alguien golpeara unos labios pecadores. Nos apartamos con dificultad y nos giramos hacia Thora, que en ese momento llegaba atravesando una brecha en la roca.

—Miss Edith les necesita a la mayor brevedad… —comenzó a hablar… y se detuvo bruscamente.

Sus ojos pasaron de los míos a la roca gris. Su cuerpo se puso rígido; dio unos pasos rígidos hacia delante y entonces se precipitó corriendo hacia el bloque. Pegó el pecho, las manos y la clara contra la misma, la oímos gritar como si su misma alma la abandonara… y observamos cómo se derrumbaba a sus pies. Mientras la levantábamos observé en su cara la misma expresión que cuando oímos por primera vez la música cristalina de Nan-Tauach… ¡Esa mezcla inhumana de sentimientos opuestos!