CAPÍTULO II

¡Muertos! ¡Todos muertos!

Estaba sentado, con la cara entre las manos, en un lado de su litera cuando entré. Se había quitado el abrigo.

—Throck —le grité—. ¿Qué fue eso? ¿De qué está huyendo, hombre? ¿Dónde está su mujer? ¿Y Stanton?

—¡Muertos! —me replicó monótonamente—. ¡Muertos! ¡Todos muertos! —Entonces retrocedí ante sus palabras—. Todos muertos. Edith, Stanton, Thora; muertos o algo peor. Y Edith en el Estanque de la Luna, con ellos, ahogada por lo que ha visto en el sendero de la luna. Eso ha colocado su marca sobre mí. ¡Y me sigue!

Se desgarró su cam isa para abrirla.

—Mire esto —me dijo. Alrededor de su pecho, por encima del corazón, la piel estaba blanca como una perla. La blancura estaba perfectamente definida contra el moreno saludable de su cuerpo. Le rodeaba como un cinturón de aproximadamente seis centímetros de ancho.

—¡Quémelo! —me dijo ofreciéndome su cigarrillo.

Lo rechacé. Hizo un gesto autoritario. Apreté el extremo incandescente del cigarrillo sobre línea de carne blanca. No se acobardó ni apareció olor a carne quemada ni apareció, mientras tiraba el pequeño cilindro, marca alguna sobre la blancura.

—¡Tóquelo! —me ordenó de nuevo.

Coloqué mis dedos sobre la banda. Estaba fría; como mármol congelado. Se cerró la cam isa.

—Ha visto dos cosas —me dijo—. Eso, y su marca. Habiéndolo visto deberá creer mi historia. Goodwin, le repito que mi esposa está muerta, o algo peor; no lo sé. La víctima de lo que ha visto; al igual que Stanton; al igual que Thora. Cómo…

La lágrimas se deslizaron por su marchita cara.

—¿Por qué permitió Dios que nos venciera? ¿Por qué permitió que se llevara a mi Edith? —gritó con una amargura extrema—. ¿Cree que existen cosas más poderosas que Dios, Walter?

Dudé.

—¿Existen. Existen? —sus ojos salvajes me buscaron.

—No sé exactamente cómo define usted a Dios —me las compuse al fin a través de mi asombro para poder responderle—. Si se refiere al poder de saber, trabajando por medio de la ciencia…

Me rechazó con impaciencia.

—Ciencia —dijo—. ¿Qué significa nuestra ciencia contra… eso? ¿O contra la ciencia de los diablos que han creado eso… o que han abierto el paso para que entrara en nuestro mundo?

Con esfuerzo recuperó su control.

—Goodwin —me dijo— ¿conoce bien las ruinas de las Carolinas; las ciudades ciclópeas, megalíticas y los puertos de Ponape y Lele, de Kusaie, de Ruk y Hangolu, y la veintena de otros islotes que se encuentran allí? ¿Conoce en particular las de Nan-Matal y Metalanim?

—He oído hablar de las Metalanim y he visto fotografías —le respondí—. Las llaman la Venecia Perdida del Pacífico. ¿Verdad?

—Observe este mapa —me dijo Throckmartin—. Esto —continuó diciendo—, es el mapa de Christian del puerto de Metalanim y de Nan-Matal. ¿Ve los rectángulos que enmarcan Nan-Tauach?

—Sí —le respondí.

—Aquí —me dijo— bajo estas murallas se encuentra el Estanque de la Luna y las siete luces brillantes que erigen el Morador del Estanque, y el altar y el santuario del Morador. Y allí en el Estanque de la Luna junto a él yacen Edith, y Stanton, y Thora.

—¿El Morador del Estanque de la Luna? —le repetí casi incrédulo.

—La Cosa que vio —me dijo Throckmartin solemnemente.

Una sólida cortina de lluvia barría los puertos, y la Southern Queen comenzó a rodar sobre la creciente marejada. Throckmartin soltó otra profunda expiración de alivio, y apartando una cortina ojeó la noche. Su oscuridad parecía darle seguridad. Cuando se volvió a sentar estaba completamente calmado en todos los aspectos.

El Relato de Throckmartin

—No existen ruinas más maravillosas en todo el mundo —comenzó de manera casi casual—. Colonizaron casi cincuenta islotes y los cubrieron con sus canales cruzados y lagunas de casi quince kilómetros cuadrados. ¿Quién los construyó? Nadie lo sabe. ¿Cuándo los construyeron? Eras antes de la memoria del hombre actual, eso con seguridad. Hace diez mil, veinte mil, cien mil años… lo más seguro es que sean más antiguos.

—Todos estos islotes, Walter, están cuadriculados, y sus playas amenazan con gigantescos diques marinos construidos con bloques de basalto labrados y colocados en el lugar por las manos del hombre antiguo. Cada dársena interior está enfrentada a una terraza de esos bloques de basalto que sobresalen doce metros por encima de los canales poco profundos que hacen meandros por entre ellos. Sobre los islotes tras estas murallas existen fortalezas despedazadas por el tiempo, palacios, terrazas, pirámides; inmensos patios se esparcen por las minas… y todos tan antiguos que parecen marchitar los ojos del observador.

»Se ha producido un gran hundimiento. Puede salir del puerto de Metalanim y alejarse cinco kilómetros y al mirar hacia abajo verá la parte superior de estructuras monolíticas y murallas parecidas y hundidas en el agua a una profundidad de 20 metros.

»Por todas partes, ensartados en sus canales, se encuentran islotes que son baluartes con sus enigmáticas murallas observando a través de los densos manojos de mangles, muertas, abandonadas hace incalculables eras, esquivados por aquellos que viven cerca.

»Usted, como botánico, está familiarizado con la evidencia de que existió un gran continente oscuro en el Pacífico. Un continente que no fue desgarrado por las fuerzas volcánicas tal y como le sucedió a la legendaria Atlantis en el océano Atlántico. Mi trabajo en Java, Papúa y en las Ladrones me hizo tomar la determinación de venir a estas tierras perdidas del Pacífico. Al igual que se cree que las Azores son las cimas de las montañas de Atlantis, yo llegué al convencimiento de que Ponape y Lele y sus islotes de basalto fortificados son los últimos baluartes de la tierra occidental lentamente hundida y que aún se exponen tenazmente a la luz del sol, y que han sido el último refugio y lugar sagrado de los gobernantes de aquella raza que ha perdido su hogar inmemorial bajo las crecientes aguas del Pacífico.

»Creí que bajo estas ruinas podría encontrar la evidencia de lo que buscaba…

»Mi… mi esposa y yo hablamos antes de que nos casáramos acerca de hacer de éste nuestro gran trabajo. Tras la luna de miel nos preparamos para la expedición. Stanton estaba tan entusiasmado como nosotros. Como usted sabe, partimos en barco a finales de mayo para que se cumpliesen mis sueños.

»En Ponape seleccionamos, no sin dificultad, trabajadores (cavadores) para que nos ayudaran. Tuve que ofrecer extraordinarios incentivos antes de poder reunir mi fuerza de trabajo. Las creencias de estos nativos de Ponape son tenebrosas. Pueblan sus bosques, sus montañas y playas con espíritus malignos (les llaman ani). Y están asustados. Amargamente asustados a causa de las ruinas de las islas y de lo que piensan que ocultan. Y yo no guardo dudas ¡Ahora!

»Cuando se les dijo a dónde irían, y cuánto tiempo pensábamos quedamos, murmuraron. Aquellos que finalmente fueron atraídos hicieron algo que pensé entonces que era sencillamente una condición supersticiosa y fue que se les permitiera alejarse durante las tres noches de luna llena. ¡Plujiera a Dios que les hubiéramos prestado atención y nos hubiéramos marchado también!

»Pasamos por el puerto de Metalanim y marchamos hacia la izquierda. Dos kilómetros más allá se elevaba una construcción cuadrangular impresionante. Sus paredes medían más de cincuenta metros de altura y se extendían hacia los lados cientos de metros. A medidas que nos adentrábamos, nuestra tripulación nativa se mantuvo en completo silencio; observaban la construcción furtivamente, llenos de temor. Lo supe por las ruinas llamadas Nan-Tauach, el Palacio de los muros amenazadores. Y por el silencio de mis hombres me acordé de lo que Christian había escrito a cerca de este lugar; de cómo se había elevado sobre sus antiguos cimientos y sus recintos tetragonales de piedra labrada; la mara villa de sus tortuosos callejones y el laberinto de sus canales poco profundos; las macabras masas de sillería observando desde detrás de sus verdes pantallas; las barricadas ciclópeas, y cómo, cuando él se había dirigido hacia sus fantasmagóricas sombras, inmediatamente el regocijo de los guías se había desvanecido y la conversación se había apagado hasta convertirse en murmullos.

Permaneció en silencio durante un breve instante.

—Naturalmente, quise levantar mi campamento allí —continuó en voz baja—, pero abandoné esa idea rápidamente. Los nativos estaban batidos por el pánico. Estaban tan asustados que querían regresar.

—No —me dijeron—, ani muy grande aquí. Vamos a otro lado; pero no aquí.

«Finalmente levantamos nuestra base en un islote llamado Uschen-Tau. Estaba cerca de la isla que quería investigar, pero lo suficientemente lejos como para satisfacer a nuestros hombres. Había un excelente lugar para acampar y una corriente de agua fresca. Levantamos nuestras tiendas y en un par de días el trabajo estuvo en marcha».