¿Así que me encontrás raro? Puede ser, Rolando, puede ser. Además, hacía mucho que no nos veíamos. Sin embargo, debería estar feliz. Y a lo mejor estoy feliz y es precisamente eso lo que me vuelve extraño. ¿Te parece imposible? Estamos tan acostumbrados a las muertes que cuando por ejemplo ocurre un nacimiento nos agarra desprevenidos, o como diría un aficionado local al béisbol (ya ves cómo me voy adaptando) nos «coge fuera de base». Seguramente te estarás preguntando qué ocurrió. Y no te resignás a creer que lo ocurrido sea algo estimulante. ¿Desconfiás, eh? Yo también me he vuelto desconfiado. Y sin embargo el elemento nuevo es una buena noticia: soltaron a Claudia y está en Suecia. ¿No te lo imaginabas, eh? Pues la soltaron y está en Suecia, y ya me escribió y ya le escribí. ¿Qué te parece? Seis años son larguísimos, sobre todo si tenés en cuenta que yo pude zafar, apenitas pero pude, y ella no, ella tuvo que comerse esos seis de mierda, de humillaciones, de pudrición, de delirio. Y ahora decime, ¿cómo iba a gozar de mi libertad, cómo iba a disfrutar de mi trabajo (por fin estoy haciendo algo que me gusta, que se corresponde con mi vocación), del mero hecho de decir en voz alta lo que se me antoja, cómo iba a gozar de mi vida si sabía que Claudia estaba allá, reventada, animosa pero malherida, leal pero terriblemente ansiosa? Tengo treinta y dos años y soy un tipo robusto y sexualmente sano, en pleno vigor. Vos sabés que a esta edad, si sos normal, es imposible pasar seis años sin tener de vez en cuando una mujer. Yo también lo sé y Claudia lo sabe y en sus cartas me lo sugería indirectamente y por otras vías me lo mandaba decir sin ambages: «No te hagas problemas, Angel. Yo te quiero como nunca y sin embargo no puedo exigirte una cosa así. Sos un hombre joven y estás afuera. No podés negarte a lo que espera el cuerpo. Es tu cuerpo. Yo no voy a sentirme agraviada. Jamás. Te lo digo en serio. Por favor, creémelo. Después, cuando yo salga, ya veremos qué pasa. Sí, yo te sigo queriendo como nunca, pero no te quedes sin mujer, no te condenes a vivir sin cuerpo de mujer. Yo sé mejor que nadie cuánto lo necesitás». Y siempre así. Sólo faltó que me transcribiera aquel verso de Vallejo: «Ya va a venir el día. Ponte el cuerpo». Era casi una obsesión en sus cartas y en sus mensajes. Yo le respondía que no se preocupara, que quizá más adelante, pero que ahora no tenía ganas ni deseos ni nada. Y ella de nuevo a insistir. Hasta que al fin se dio una coyuntura no buscada por mí, algo que vino muy naturalmente, y decidí ponerme el cuerpo, o sea que fui a la cama con una muchacha estupenda, y lo hicimos, claro, pero en otro sentido fue un fracaso. Yo miraba mi vaivén, ¿sabés? como si fuera el de otro. Los órganos reaccionan, claro, al contacto de una linda carne contigua; pueden desenvolverse, excitarse, llegar por sí mismos a una culminación, pero yo permanecía ajeno a ese disfrute, yo estaba allá, en una celda remota, murmurándole apoyo a una mujer lejana y mía, consolándola, sin tocarla, de heridas que nunca cerrarán; diciéndole palabras, palabritas aisladas que para nosotros dos tienen el significado de un ritual, son como hitos de nuestra historia privada. Me dirás que eso ocurre con todas las parejas. Ah, pero en esta pareja uno estaba aquí, libre, pero sintiéndose estúpidamente culpable de su libertad, y la otra estaba allá, en clausura y en pugna, acompañada y solitaria, pensando probablemente en mí, en que yo me estaría sintiendo estúpidamente culpable de mi libertad. Y la muchacha que lo estaba haciendo conmigo comprendió de pronto con claridad toda la situación, y la comprendió a pesar de que era de aquí, o quizá por eso mismo, y cuando ya estábamos tendidos y en silencio, mirando el techo, apoyó su mano en mi pierna, y dijo: «No te aflijas, esto te pasa porque eres buena gente», y se levantó y se vistió y se fue sin más, después de darme un beso en la mejilla. Así que imaginate si habrá sido buena noticia para mí saber que, después de seis años, la otra, o sea la única, la castigada, la leal, estaba libre y en Suecia y con amigos. Esta es la historia. Por ahora. Nos hemos escrito, nos hemos telefoneado. Te aseguro que el teléfono no fue el medio ideal de comunicación, porque los dos llorábamos y al final aquello costó un montón de plata, nada más que para escuchar, durante un cuarto de hora, tres monosílabos y cuatro sollozos. Desde el primer momento le escribí que viniera enseguida y le compré el billete de avión, open, para que viaje cuando quiera y pueda. Pero en su respuesta noté cierta reticencia y empecé a imaginar cosas absurdas. Imaginate la libertad que uno tiene cuando se pone a imaginar cosas absurdas. Las razonables tienen que ver con permisos, residencias, pasaportes, etc., pero yo elegí las otras, por lo menos algunas, y las enumeré en mi nueva carta. Y hoy acabo de recibir su respuesta. Dice así, te la leo: «Vos seguís pensando en la Claudia que dejaste de ver hace seis años, pero en esos seis años pasaron muchas cosas y hasta los rostros cambian y esa transformación tiene un ritmo distinto al del simple transcurrir del tiempo. Sé que vos, por ejemplo, tenés el mismo aspecto, sólo que con seis años más. Es lo normal, ¿no? Pero yo, querido, no tengo el mismo rostro. Esta es la reticencia que notaste en mi carta. Y como imaginaste tantas barbaridades, tomé esta decisión: me hice varias fotos, y te confieso que, aunque no lo creas, seleccioné la mejor, y bueno, aquí te la mando, Ángel, quiero que antes de que decidas si debo ir allí o quedarme aquí, veas cómo soy y cómo estoy, veas cómo pasaron esos seis años por mis ojos, por mi boca, por mi nariz, por mis orejas, por mi frente, por mi pelo. Y quiero (vos sabés que soy católica, así que te lo pido por el amor de Dios) que, si de veras me querés y respetás, seas rigurosamente sincero conmigo». ¿Te das cuenta, Rolando, de todo lo que esa carta dice? ¿Podés leer como yo todas las entrelíneas? Por eso te decía hace un rato que a lo mejor estoy feliz y es eso lo que me vuelve un poco extraño. Estar feliz y sin embargo no ser feliz. Ah, pero nunca imaginé que el estar feliz incluyera ¿sabés? tanta tristeza.