Cinco y dos de la mañana. Me estoy levantando. No tengo ganas de moverme. Sin embargo, debo hacer el esfuerzo, he de levantarme y…
… ¿brillar? No creo. Aun así me pongo en pie. Aunque me pueda caer. Me vestiré… bajaré y llegaré hasta la playa, a respirar. Dejaré este dolor de cabeza enterrado en la arena.
Porque hoy es el día.
No saldrás victoriosa, cabeza mía. Hoy es el día.
Ocho y cuarenta y tres de la mañana. Camino de San Diego. Por última vez. Sigo diciéndolo. Vale, esta vez es de verdad. Ya no necesitaré volver más.
No es que el dolor de cabeza haya desaparecido pero no es tan intenso como para no poder conducir.
Me resulta extraño lo ajeno que me siento a todo cuanto me rodea. ¿Es posible que parte de mí se encuentre ya en 1896, esperando a que aparezca el resto? ¿Igual que la mitad de mí que se quedó en el hotel el otro día mientras la otra parte iba camino de San Diego?
Seguro, es probable: ¿Quién soy yo para negar nada a estas alturas?
Nueve y veintisiete de la mañana. La suerte está de mi lado. No había mucho donde elegir pero quizá haya un traje que me valga en la tienda de disfraces. Ahora lo tengo en el asiento del pasajero, envuelto en su funda de papel, dentro de su caja. Espero que a Elise le guste.
Es negro. La chaqueta es una levita. Horriblemente larga, llega hasta las rodillas, por el amor de Dios. El vendedor intentó colarme lo que llamaba un chaqué, pero por el corte (la parte de atrás acababa formando dos colas muy anchas) parecía de uso más bien limitado.
El pantalón (los pantalones, señor) es bastante estrecho, con galones en las costuras laterales. También tengo una camisa blanca de cuello alto, un chaleco beige recto de solapas y una corbata de octágono que cuelga de una banda abrochada con cremallera detrás del cuello. Seguramente pareceré un petimetre. Confío en que todo esto sea apropiado. En el espejo no tenía mala pinta. Ahora las botas bajas, también negras.
Me ha resultado extraño hablar con el vendedor de la tienda de disfraces. Me sentía raro porque me parecía que allí sólo había una parte de mí. Me preguntó para qué quería el disfraz. Le dije que mañana iba a ir a una fiesta de finales del siglo pasado, lo cual no es del todo falso, ahora que lo pienso. Le dije que quería parecer tan auténtico como fuera posible.
¿Durante cuánto tiempo pensaba alquilarlo? Estuve a punto de contestarle: setenta y cinco años. Sólo el fin de semana, le dije.
Ya estaba a punto de marcharme de San Diego cuando caí en la cuenta de que regresar a 1896 bien vestido no me serviría para llenar el estómago. Parece increíble que tampoco hubiera pensado en algo tan básico como disponer del suficiente dinero para salir adelante hasta encontrar un empleo. No sé en qué andaría pensando. ¿Pedirle dinero a Elise? Me muero de vergüenza sólo de pensarlo. Hola, te amo, ¿podrías prestarme veinte dólares? Que Dios te bendiga.
Otra vez, la suerte me acompaña. En la primera tienda de monedas y filatelia a la que fui tenían un certificado de oro de veinte dólares en buenas condiciones. Me costó sesenta dólares pero me sentí de lo más afortunado al encontrarlo. El hombre de la tienda sabía de un certificado de oro de veinte dólares que nunca se había puesto en circulación y yo estuve tentado de comprarlo hasta que me dijo que debía de valer unos seiscientos dólares.
Es un precioso billete con un retrato del presidente Garfield en la parte delantera, un sello rojo intenso y las palabras «Veinte Dólares / en / Moneda de Oro / reembolsables a petición del portador». Por detrás lleva un dibujo brillante de un águila agarrando unas flechas con las garras.
A modo de seguro, también compré un certificado de plata de diez dólares por un precio razonable (me costó cuarenta y cinco dólares) con un retrato de Thomas A. Hendricks (que no sé quién sería) por delante. El tamaño tanto de este certificado como del billete de veinte dólares es bastante mayor que el de los billetes actuales y, por supuesto, su valor será todavía mayor para mí. Por lo tanto, no debería pasar apuros, por lo que al dinero respecta.
Por lo que al dinero respecta. ¡Puaj! Qué antivictoriano.
Supongo que debería haber pasado más tiempo intentando conseguir dinero (sobre todo teniendo en cuenta que todo lo que deje aquí será como tirarlo) pero estaba ansioso por volver al hotel y empezar. El tiempo apremia.
Se me ocurrió una gran idea mientras conducía de vuelta. No me hace falta llevar los auriculares. Escucharé el tocadiscos mientras estoy sentado en la cama con mi traje de final de siglo, escribiendo las instrucciones y esperando a que comience el viaje.
Diez y dos de la mañana. Estoy preparado.
Tengo tantas ganas de empezar que he aparcado el coche detrás del hotel para ahorrar tiempo. Me he duchado, afeitado y peinado. Imagino que durará lo adecuado; no puedo hacer nada si no es así.
Le he quitado las etiquetas a la levita, al chaleco, a la camisa y a la corbata. Dos razones. Una; no me gustaría que nadie las viera en 1896; sería imposible explicarlo. Lo que es más importante, ni siquiera yo quiero verlas. Una vez allí, intentaré deshacerme de todos los recuerdos de 1971. Incluso he raspado las letras del interior de las botas para que no se sepa qué pone; un detalle tan insignificante como ese podría echarlo todo a perder. Fuera calcetines, fuera ropa interior; dan un aspecto demasiado moderno.
Ya está todo listo. Ya no queda nada del presente que pueda venir conmigo; nada evidente, quiero decir. Escribiré las instrucciones a un lado en la cama en lugar de sobre el regazo, como hasta ahora. Seguro que se me cae el lápiz cuando ocurra. Sin auriculares que me interrumpan. Estoy preparado para cambiar ahora mismo.
Mi cerebro no, claro. Ya me ocuparé de eso cuando llegue a mi destino.
¡Ya lo tengo! ¡Seguiré escribiendo instrucciones cuando aparezca allí! Reforzaré mi posición en 1896. Desapareciendo mentalmente de 1971 hasta (ya casi lo estoy viendo) que olvide de dónde vengo y me convierta por completo, en cuerpo y alma, en un habitante de 1896. Me desharé de la ropa y…
¡Santo cielo! ¡Por poco me olvido del reloj de muñeca!
Qué susto. Mejor espero hasta que desaparezca la marca de la correa. Lo estoy metiendo en el cajón de la mesilla de noche para no verlo más. He metido el teléfono debajo de la cama, he puesto la lámpara de la mesilla dentro del armario, he quitado el cubrecama para que así sólo pueda ver el blanco de las sábanas.
Para no perder consistencia voy a seguir poniendo el 19 de noviembre en las instrucciones. Hoy todo tiene lógica añadida porque realmente es 19 de noviembre.
Veamos. ¿Hay algo que haya pasado por alto? ¿Nada? No lo creo. Voy a poner la música.
Último vistazo a mi alrededor. Me despido de todo esto. Hoy.
Once y catorce de la mañana. ¡Otra vez!
Lo mismo… sólo que esta vez más largo. No sólo un destello; ha sido más que sólo un instante entre parpadeos, éste ha durado. Puede que apenas unos pocos segundos (quizá cinco o seis), aun así, dadas las circunstancias, para mi ha valido tanto como si hubiera durado siglos.
El proceso se ha iniciado.
Ocurrió al escuchar el adagio por tercera vez. Estaba escribiendo la instrucción «Me encuentro en esta habitación a 19 de noviembre de 1896». La estaba repitiendo por trigésimo séptima vez cuando el cambio tuvo lugar. La palabra «noviembre» se corta después de las cinco primeras letras, de forma que un rayón de lápiz sale disparado desde la «e», desapareciendo.
De esta manera, puedo estimar cuándo sucedió. El movimiento de la sinfonía ya casi había terminado cuando salí de la absorción. Por lo tanto, debe de haberse producido más o menos una hora después de que comenzara, teniendo en cuenta que el adagio dura veintiún minutos.
Mucho más rápido que la primera absorción.
Lo llamo «absorción» porque a mí me parece que es la mejor manera de describirlo. Es como si, instantáneamente, me metiera dentro. Primero, viene la sensación de ir a la deriva, de una desorientación cada vez mayor. Oigo la música pero es como si ya no me dijera nada. Miro cómo se desplaza el lápiz pero es algo que no tiene nada que ver conmigo. No soy yo el que escribe las palabras que aparecen sobre el papel; se escriben solas. La niebla empieza a espesarse a mi alrededor hasta que mi campo de visión se reduce a la punta del lápiz. La música se convierte en un sonido acolchado y distorsionado, como si me estuviera quedando sordo. Después se apaga del todo. No, no es así. No es que la música se detenga sino que, de repente, estoy fuera de su alcance. Sé que la música continúa. Lo que ocurre es que yo estoy en otra parte y no llega a mis oídos.
Esa otra parte es 1896.
Esta vez fui consciente de que mi cuerpo también estuvo allí. Sentí el colchón o, mejor dicho, un colchón, debajo de mí. Lo cual significa que, si bien la primera vez fue por completo un viaje mental hacia 1896, una conciencia momentánea de estar allí, en esta ocasión estuve presente también en carne y hueso. Físicamente. Estuve tumbado en esta habitación en 1896. Durante cinco o seis segundos, estuve allí íntegramente, en cuerpo y alma.
La sensación de regresar también fue distinta. La primera vez, fue instantánea, casi discordante. En cierto sentido, me tiraron para atrás; no fue nada agradable.
En esta ocasión fue más como… ¿un resbalón? No exactamente. Pero sí parecido. Una sensación física semejante a resbalar hacia atrás a través de una cortina de humo, creo. Saltáoslo. Sólo sé que ocurrió. El caso es que el punto de unión, sea cual sea (un pasillo, una abertura, una cortina de humo) es algo muy próximo y muy estrecho.
Muy accesible también. Siento como si me rodeara mientras estoy aquí sentado, en apariencia en 1971, hablando de él. Lo llamaré Tiempo 2 a falta de una definición mejor. Sólo es un latido del corazón lejos de nosotros en todo momento. No, eso tampoco es correcto. No está lejos de nosotros en absoluto. Permanece a nuestro lado. No somos conscientes de su presencia, eso es todo. Sin embargo, con un poco de esfuerzo, uno puede llegar a tener conocimiento de él y alcanzarlo.
Debo intentarlo una vez más.
Ahora lo siento tan cerca. No sé si debería prescindir del lápiz y el papel. Después de haber escrito las mismas instrucciones centenares de veces se me han quedado grabadas en la memoria. ¿No podría limitarme a tumbarme y repetirlas de carrerilla mientras escucho la música?
Sí, ¿por qué no?
Una y cuarenta y tres de la tarde. Debo grabar esto lo antes posible, antes de que se me olviden los detalles.
El disco se había detenido cuando volví de la absorción, así que no sé cuándo ocurrió.
Sólo puedo decir que ha sido fantástico.
Debe de haber durado más de un minuto. Se me hizo mucho más largo pero no quiero pasarme.
Sin embargo, duró lo suficiente para que me diera tiempo a ver un cuadro colgado de la pared y que ahora ya no está en esta habitación.
Cuando pasó, me di cuenta antes. Parece parte del proceso. Tenía los ojos cerrados pero estaba despierto y sabía que estaba en 1896. Quizá lo «sentía» a mi alrededor; no lo sé. No tuve ningún tipo de duda. Además, hubo una prueba tangible antes de que abriera los ojos.
Antes de verme allí echado, oí un ruido inconfundible y chasqueante. No abrí los ojos porque no quería arriesgarme a perder la absorción. Me quedé sobre el colchón, inmóvil, sintiéndolo debajo de mí, sintiendo mi ropa, sintiendo cómo el aire entraba y salía de mí, sintiendo la calidez de la habitación y oyendo ese ruido extraño y crepitante. Una vez llegué incluso a estirar el brazo, sin pensarlo, para rascarme la nariz, que me picaba. Esto no parece nada del otro mundo, ya lo sé, pero pensad en las consecuencias.
Fue mi primera interacción física con 1896.
Estaba allí, tumbado en esta habitación en 1896. El vínculo era tan fuerte que hasta pude estirar la mano para rascarme la nariz y aun así seguir allí. Por muy banal que fuera la acción, fue un momento prodigioso.
Pese a todo, mi cabeza no se había adaptado todavía a la nueva hora. Eso también parece formar parte del proceso. Para pasar al Tiempo 2 debo abandonar el Tiempo 1 por completo. Pero, una vez que llego a 1896, mi cabeza debe readaptarse al Tiempo 1 para poder integrarme y permanecer allí. Cómo explicar por qué me echaron para atrás la primera vez; porque mi conciencia permanecía hasta tal punto en el Tiempo 2 que yo debía echar el ancla para asirme a 1896. No es la forma más acertada de decirlo. Mejor llamémoslo tejido conjuntivo, que estaría formado, al menos, por el Tiempo 1.
En fin, esta vez he conseguido el suficiente nivel de conciencia del Tiempo 1 para analizar el medio. Porque al final el origen del sonido chasqueante, que al principio me parecía tan difícil de comprender como la teoría de la relatividad de Einstein, se me hizo evidente. Era la chimenea.
Estaba tumbado en la habitación en 1896, escuchando el sonido de las llamas del hogar.
Mi corazón late con fuerza mientras pronuncio estas palabras.
Siento una gran curiosidad por saber cuánto duró todo esto. Siento que un buen porcentaje de conciencia permaneció en el Tiempo 2; de no haber sido así, todavía estaría en 1896. Según esto, mi interpretación de la hora de 1896 debe de ser errónea. Sospecho que no estuve ahí durante tanto tiempo como creía.
Así y todo, me quedara mucho o poco tiempo, llegué a abrir los ojos después de un rato.
Al principio no me atrevía a moverme. Cierto, me rasqué la nariz, pero no fue un gesto deliberado; no ocurrió nada, creo, precisamente porque no fui consciente de ello. Sin embargo, realizar un movimiento deliberado o consciente me parecía más arriesgado, como si supusiera un desafío a la situación en que me encontraba.
Así que no hice nada; permanecí allí estirado, completamente inmóvil, mirando al techo; intenté percibir más sonidos aparte del crepitar del fuego pero no lo conseguí. Aquí surgen dos opciones: o el chisporroteo de las llamas tapaba los demás sonidos o yo no estaba suficientemente allí para oír el resto de ruidos.
La sensación que me queda es que estuve, en un sentido literal, en una bolsa de 1896. Quizá sea así como funciona. Está claro que no puedo demostrarlo; puede que nunca sea capaz. Pero, en este instante, parece una buena explicación: para viajar en el tiempo, uno parte del núcleo (la mente, por supuesto) e irradia su percepción hacia el exterior, la cual afecta primero al cuerpo para, acto seguido, tomar contacto con el medio. Cuando se tiene la sensación de atravesar un plástico bien podría ser el momento en que uno ha conseguido llevar la capacidad de percepción más allá de los límites del cuerpo.
Entonces, en resumen, si mi teoría está bien fundada, yo estaba tumbado sobre la cama en 1896 y oía la chimenea que estaba encendida ese año; pero, al margen de eso, 1971 seguía su curso aún.
Suena como si estuviera delirando. Con todo, ¿por qué lo creo tan fervientemente? ¿Por qué no oía el oleaje de 1896, por ejemplo? Debería haberlo oído con mucha más claridad porque entonces el mar llegaba mucho más cerca del hotel. Aun así no lo oía. Tampoco oía los ruidos de 1971 porque estaba enquistado en mi caparazón de 1896. Fuera de esta protección, no podía oír nada. Esto me indica que mi teoría debe de gozar de cierta solidez.
Dejémoslo ahí. Me sigo desviando de lo esencial.
Repito, no sé cuánto tiempo permanecí ahí tirado mirando al techo. Sólo sabía que estaba en 1896, que la cama que había debajo de mí estaba en 1896, al igual que, quizá, el resto de la habitación. El crepitar del hogar no cesaba, podía ver el techo con toda nitidez y puedo afirmar que no era del mismo color que es ahora.
Al final me atreví a intentar un movimiento físico. Nada trascendental, de acuerdo, pero sí pasmoso, me reitero, dadas las posibles consecuencias. Porque lo hice adrede. Fue voluntario; calculado.
Puse la cabeza sobre la almohada. Antes olvidé mencionar la almohada, pero también estaba allí; en 1896, no me cabe la menor duda. Con increíble lentitud, debería añadir; con suma ansiedad. Asustado por si todo acababa en ese instante y yo era expulsado de nuevo a 1971. La seguridad que tenía (y tengo) de ser capaz de viajar a 1896 no era palpable en aquel momento. Sabía muy bien que estaba allí pero me faltaba la confianza de que podía controlar mi permanencia allí.
Ahora resulta extraño pensar que durante el tiempo que duró aquello no pensé ni por un segundo en Elise ni en el hecho de que ella estaba en el mismo lugar que yo. Puede que no lo hiciera porque Elise no estuviera de hecho en aquel momento. Si mi teoría es correcta, Elise no estaba allí porque yo estaba sólo en un fragmento de 1896, no en su totalidad.
De acuerdo, regresemos a lo importante, una vez más. Puse la cabeza sobre la almohada, muy lentamente.
Entonces vi un cuadro colgado de la pared.
Permitidme describíroslo. Había dos figuras principales: una madre y su hijo, supongo. La mujer llevaba un vestido gris y un mandil blanco. No parecía joven. Tenía el pelo recogido en un moño. Estaba de pie, cerca de su hijo. Tenía las manos sobre los hombros del muchacho. Perdón, no es así del todo. La mujer tenía la mano derecha sobre el hombro izquierdo del hijo. Me había parecido que también tenía la otra mano sobre el otro hombro.
El muchacho era unos diez centímetros más alto que la madre. Vestía un abrigo y sostenía un sombrero con la mano izquierda, lo cual significaba, supongo, que se iba a marchar. Aunque igual era porque acababa de llegar. No, el cuadro no trasmitía esa sensación; representaba una despedida. Ahora recuerdo un paraguas negro a la izquierda de la madre. Estaba apoyado contra algo; no sé qué, no vi con claridad esa parte del cuadro. También había un perro, cerca del paraguas. Sentado en el suelo. De tamaño medio. Imagino que miraba al chico, que se marchaba.
Al otro lado de la imagen había más figuras. Un hombre o una mujer mayor sentada a una mesa; olvidé comentar que la madre y el hijo estaban junto a dicha mesa y que había una silla detrás de la madre. La expresión de la mujer no era de felicidad. El muchacho estaba de perfil. No parecía mirar a su madre. Quizá tuviera que contener sus emociones; tampoco puedo afirmar eso.
Estaba parpadeando para aclararme la vista cuando, de repente, regresé.
Esta vez el regreso fue menos evidente y más lento. Mientras pestañeaba, el cuadro y la pared empezaron a difuminarse y, entonces, por todo el cuerpo, sentí que me arrastraban, como si me estuvieran succionando. Sabía que estaba regresando; duró lo bastante para que me diera lástima marcharme, lo recuerdo. Así que en esta ocasión no debió de ser tan instantáneo.
Entonces supongo que me dormí o que me desmayé o… ¿quién sabe? Sólo sé que cuando abrí los ojos ya había regresado.
Me pregunto qué me hizo volver. ¿Por qué volví si estaba tan integrado allí? ¿Será cuestión de repetirlo? Debo suponer que sí. Parece ser que, del mismo modo que tuve que repetir las instrucciones una y otra vez (diciéndolas, escribiéndolas y pensándolas), voy a tener que afianzar mi permanencia en 1896 viajando allí una y otra vez hasta que me quede definitivamente. Resulta un poco frustrante, ahora que había conseguido sentir la experiencia con tanta intensidad. De todas formas, debo resignarme. Hay que respetar el proceso. Haré lo que sea necesario para que el resultado sea definitivo.
Sin embargo, tengo que regresar de inmediato; de eso estoy convencido. Siento como si estuviera condicionado por el mundo del presente. Sé que no debo, bajo ninguna circunstancia, salir de este lugar y ampliar mi vinculación con la actualidad.
Debo romper y salir de la bolsa lo antes posible.
Más tarde.
Otra vez.
Ha durado varios minutos. ¿Hay… minutos allí… minutos aquí? Cuando… volví… adagio aún sonaba. ¿Volví a ponerlo? No me acuerdo.
Me siento… extraño.
Irreal.
1971… es… como era 1896.
No es real.
Tumbado aquí… es igual que…
Que en 1896. Como si… tuviera que vigilarme a mí mismo.
O perderme.
Curioso.
¿Y si… levanto la cabeza… describir… el cuadro de la pared?
¿Para demostrar que estoy aquí?
Creo que sí.
Siento… impermanencia.
Como si… de verdad fuera… hombre de 1896… intentando alcanzar…
… qué?
Extraña sensación.
No me resisto.
Ya viene.
Dios, siento que llega.
Tengo que… dejar… hablar. Cerrar los… ojos, struir mi…
Mente.
Decir… me… a… Mí… mismo qu…
Me pierdo.
Pesado.
Siento……………… tan pesado.