Prólogo

MI vida es un compás que va haciendo círculos, estoy en medio de charcas a las que tiran piedras y estas los dibujan. Es un conjunto vacío. Ahora empiezo a entender algo de matemáticas. La suerte ha dejado de acompañarme, parece que se ha quedado en el vagón de mercancías, mientras que yo llevo una gran carga pesada de desgracias continuas. Me dirijo a mis vinilos y allí Quincy Jones se pega con Charlie Parker para dejarse oír. Escucho Everything must change donde nada ni nadie permanece sin cambios. Pienso en Edimburgo. Voy a huir. Lo haré sin avisar.

Allí se encuentra Frankie Bruce, mi amigo del alma. Nos conocimos hace cinco años en Madrid, él venía en búsqueda de español y yo encontré en él pura psicología.

He dejado a mi último novio, Andrés; hace el número cuarenta y tres de mis conquistas amorosas, y no es que yo sea una Mata Hari que abandonara todo para aprender la técnica amatoria en Oriente, es que la gente hoy en día es muy fácil y yo tengo adicción a las relaciones. Desde pequeña tengo novio, a veces creo que nací con uno, y he durado mucho en las relaciones, así que se puede decir que soy una mujer estable, pero estable con respecto a la relación más que a la pareja. Todavía no sé por qué le he dejado, a veces pienso que soy un Peter Pan encerrado en un cuerpo adulto aporreando las compuertas de forma subrepticia. También me ayudó mucho encontrar un par de SMS donde le decía a una tal Yoly que deseaba mucho verla esa noche y gemir como gatos en celo bajo la luz de la luna, esto ha hecho que le olvide mejor, con menos dolor. Decidí dejarle porque pienso que éramos muchos para encajar en la agenda, y así tendría más tiempo libre para sus aventuras rápidas, pero ahora en la soledad más absoluta, me pregunto muchas veces por qué le abandoné. A nadie le amarga un abrazo de una persona que era más que un amigo. No puedo abrazarme a mí misma no me llegan los brazos.