EN la asociación conviene destacar diferentes madres asociadas. Todas conforman la asociación, pero cada una tiene sus reglas y su forma de ser que conviene sacar a relucir.
Por un lado tenemos a la madre priora, es aquella madre que da consejos a todas las demás, en el parque se la ve dando la mejor receta de pastel, la que siempre le dice a las demás a qué colegio deben llevar a su hijo y qué «ropita» no aprieta para ir a dormir. Es la madre consejera. Es la primera que se compra el libro: Qué gran invento el chupete o Gasecitos, no por favor. Es la primera que te regala un CD con música de Brahms. En la casa ya no se escucha a Charles Mingus, todo son nanas dormideras, que terminan por drogarte anímicamente.
Madre espiritual es aquella madre que antes de ser madre no ha sido nada, solo un ente que vagaba por el mundo, y no se encontraba a sí misma. Es aquella madre que siempre reparte panfletos con su voz aterciopelada:
—¿Cuándo vas a ser madre? —No entiende una vida sin la maternidad, todo lo que tenía antes le dejó de interesar, sus viejas fotos donde aparecía ella abrazada a un montón de amigos delante de Notre Dame, siempre te niega que se lo pasara bien, y te decía que su vida estaba incompleta hasta que llegó el pequeño Willy.
Madre orquesta es aquella madre que patina con sus niños en el parque, que se tira de cabeza desde el tobogán para hacer antes la prueba y enseñar a su hijo cómo romperse la crisma. Lleva a sus hijos a primera hora de la mañana al colegio y sale corriendo para recogerlos también. Ella está por encima de todas las adversidades. Es una madre MacGyver, no necesita «supernanis» y siempre tiene en el bolso chicles con los que pegar los destrozos que han hecho sus hijos.
Madre paraguas es la madre blanda, la que recibe críticas por todos los lados, y aguanta el chaparrón. Todo parece que lo hace mal, si da de comer al niño entre horas la critican, si le duerme a las diez a todos les parece supertarde. Es la madre agazapada en la madriguera que quiere hacer las cosas cuando nadie la ve. Espera a que todos se duerman. Necesita sentirse cómoda y reforzada por la opinión generalizada, pero tiene a todo el equipo enfrentado.
Madre sacapuntas es aquella madre que siempre ataca a la madre paraguas, le enseña a hacer petit pua, a esterilizar la comida, a colocar al bebito en la posición correcta para que expulse sus pequeños aires. Es la primera que compra la Amukina cuando se van de acampada. Se oyen voces en el supermercado: «Sin Bebito Confort no somos nadie.»
Madre Agónica es aquella madre que no da abasto, desde que se levanta hasta que se acuesta, su vida de madre le queda grande, nunca coge llamadas telefónicas, porque para ella la mujer orquesta nunca ha existido; las tareas se hacen de una en una, y no entiende que se pueda hablar de cosas triviales con un móvil en una oreja y el niño berreando en la otra. Si coges al niño por un lado que no sea por la cabeza te gritará: —Ay, por favor, ten cuidado. —Sus ojos se salen de las órbitas, y le cuesta dejarte sola con él.
Madre sexy es aquella madre que utiliza a su hijo para ligar, sabe que es un filón pasear con él, y ponerle como un lord inglés para que las miradas de los hombres caigan sobre ella. Llevar un niño es como llevar un vestido de Delacroix, sabe que la gente la va a mirar, por eso le pone más guapo que a todos los demás, para ser ella el centro de atención. Es madre egocéntrica, le encanta comprar miradas del resto de madres.
Madre exhibicionista es aquella madre que todo lo que hace el niño lo guarda en álbum, su primer diente, su primera ecografía, su primera saliva, y cuando llegan las demás madres, abre el álbum y disfruta como una chiquilla a punto de estrenar sus zapatos de domingo del historial de su hijo. Le encanta exhibir al pequeño Álvaro, cuando este se está colocando la camiseta, y decir «ohh» en alto. Lleva un altavoz en el bolso para gritar los detalles de su pequeño:
—Mirad su primer gateo, por favor, ni Jesse Owens lo hacía así de deprisa.
Madre escopetá es aquella madre que a la primera de cambio deja el niño con abuelos, amigos, familiares, o personas a quienes les gustan los críos. Dice frases como «solo será un ratito», y si has tenido la suerte de que te lo haya endosado, puede pasar horas contigo, a veces has creído que te lo han dejado de por vida.
Todavía recuerdo una amiga que me contó que tenía unos vecinos cubanos y su niña pasaba horas con ella, mientras sus padres estaban en el trabajo. Un día no fueron a recogerla, y tuvieron que hablar con la policía. Al cabo de semanas volvió la madre alegando que había estado de viaje pero que había quedado con mi amiga en que se la cuidaría. Siempre tengo ese caso en mi cabeza, pero cuando mi amiga viene a buscarlo por fin respiro, no quiero que me pase como a aquella amiga mía, que por unas semanas tuvo una pequeña «okupa» en su casa.
Madre límite, siempre te pone obstáculos que te limitan, si vas a coger al niño, te dice que lo coges mal, cuántas veces habré oído la siguiente frase: «por la cabeza, por la cabeza, que se le está cerrando.» Se lleva muy bien con madre agónica. En ese momento te imaginas una cabeza abierta por donde le están entrando las ideas y le está dando la brisa (si en ese momento estás en la playa), así que tú con tus manos le pones tapas al socavón que debe tener.
Madre en busca del tapón perdido (el tapón mucoso) es de esas madres que, a punto de expulsar al niño, le dijeron en una clase de preparación al parto que lo tendría cuando expulsara el tapón, y se deben creer que es un corcho y están esperando a descorchar la botella. Un día con unos amigos estuvimos buscando el de una amiga toda la noche.
Madre tempestad es aquella madre que si tiene cinco hijos y alguno ha hecho algo mal, comienza a gritar a todos, para averiguar quién ha sido el que ha rociado sus plantas con alcohol de noventa grados, y tú que estás allí porque has ido a hacer la visita cordial de los martes, te trata como si fueras un hijo suyo y te grita tanto que te quedas inmóvil.
Madre «me siento joven» sigue teniendo el espíritu de los noventa, piensa que nada ha cambiado y que puede seguir saliendo hasta las mil, pero cuando está sentada al lado de un bafle se queda dormida, porque el cansancio ha acabado con ella.
Madre modelo es aquella madre a la que todas las mujeres quieren parecerse, esas que salen en las revistas monísimas, con el pelo recién peinado de peluquería, con sus hijos modelos también, perfectamente ataviados con sus mejores galas. Siempre está perfecta, con un marido perfecto, con una casa perfecta y con su perro perfecto.
Madre secretaria general es aquella madre que se diferencia de todas porque es la organizadora de las reuniones extraordinarias y ordinarias. Las ordinarias se hacen en días de diario y se reúnen en parques, llevan a los niños y los temas a tratar son los pequeños incidentes del día a día. Jamás se puede hablar de una película o de un concierto de Travis, porque ninguna conoce nada del momento. No hay tiempo. Las extraordinarias se organizan en domingos, son dos al año, van con los maridos y se tratan temas mucho más serios, como guarderías y sus becas. Se oyen voces como: «Divórciate, entonces consigues así la beca.»
Hay muchas madres que pueden jugar diferentes papeles a la vez, todas ellas tienen algo en común, que les encanta reunirse y comentar las mejores jugadas del bebé. Todas luchan por tener más adeptos en sus asociaciones.
Esa tarde quedé con Frankie, teníamos que elegir una película que nos gustara a los dos, yo quería ir a los cines Ideal, porque me encantan las películas en versión original, pero él dice que lo que quiere es escuchar nuestro idioma, así que cedí, y nos fuimos a los cines de Príncipe Pío, no me gustan los cines que están dentro de grandes comerciales, porque acabas fundiendo la tarjeta. Esos días, las tardes salen caras.
Me puse a la cola y allí estuve esperando a que viniera Frankie, como siempre llegó con diez minutos de retraso, pensé que no llegaría. Apareció con su barba de días, su pelo negro cortado a bocados (ya le estaba creciendo), y sus grandes ojos vivos, repletos de pestañas. Tenía la doble cara que me gusta en las personas: por un lado niño bueno y por otro el pillo con el pelo revuelto. No se le ocurrió otra cosa que bajar con la guitarra, dice que así luego iríamos a un parque, me quería enseñar una canción que había compuesto a Morite, perdón, a Rosario, para ver si a mí me gustaba.
Últimamente nuestras conversaciones estaban totalmente monopolizadas por esa argentina de Bariloche. Me comentó que este verano se quería ir a pasar un mes allí con ella y su familia, a una casa que tenían cerca del lago, y que tenía muchas ganas de conocer la Patagonia. A mí eso me enfadaba algo, era nuestro viaje, siempre le había comentado que juntos iríamos de mochileros y dormiríamos viendo estrellas antes de que nos convirtiéramos en ancianos venerables y que tocáramos las estrellas con un bastón. Cuando me lo estaba contando, me abrazó y me dijo:
—Para ti tenemos los Fiordos, te juro que dentro de año y medio será para ti. —Le sonreí y le dije:
—No tienes que hacer las cosas por compromiso, Frankie, cada uno elige en esta vida lo que de verdad le sale. —Y Frankie me dijo:
—Eres mi mejor amiga, y no te digo mi hermana porque estás muy buena. —Nos echamos a reír, y como castigo elegí la película yo, nos metimos a ver La vida privada de Pippa Lee, con Robin Wright, sí, más conocida por hacer La princesa prometida y la serie Santa Bárbara. Recuerdo esta última porque estuve mucho tiempo mala cuando era pequeña y siempre la veía junto con Webster, para mí esa mujer es como de la familia, creció conmigo.
La película es dura, es una mujer que pasa la mitad de su vida atada a un hombre por culpabilidad; nunca he entendido esta forma de atarme a alguien, en el fondo siempre he sido un espíritu libre, y muy noble, por lo que me pasa como a Keanu Reeves en la película No sé mentir, así que salí del cine diciendo que ya no me llamara Berta, sino que ahora sería Pippa.
Pippa equivalía a ser una mujer de espíritu libre, es decir, en sus años de juventud pasó su vida como una de esas mujeres que quemaban el sujetador en el año 68, ha llegado la liberación a mi vida, pensaba yo. Cuando salimos del cine le pedí a Frankie que por favor me acompañara a HM a comprar un pantalón, al pobre le tenía mareado, pero como seguía con el monotema de Rosario, pues me acompañó gustosamente, era un intercambio de favores, yo le escuchaba y él aguantaba mi indecisión para comprar ropa.
En un momento me dijo:
—Oye, Berta, ¿cuándo vas de compras tú, cuando lo necesitas o cuando de verdad te apetece? —Esas preguntas son las que me gustaban de Frankie, no era un chico como los demás. Contesté:
—Frankie ¿tú me ves eligiendo ropa cuando me falte?, yo todo lo hago por impulsos, como con las parejas, así me va…
De pronto vi una camisa con un estampado muy bonito, que estaba colgada, llamándome con la mirada, me fui a hasta ella y la cogí, y le dije:
—Me encanta, me recuerda a una que tuve cuando tenía nueve años. —Y me contestó:
—Siempre elegimos la ropa, como en las elecciones de pareja, porque alguien que nos ha marcado tiene cosas que nos encantan y recuerdan a una persona que pasó por nuestra vida. —Nunca lo había pensado, pero quizás sea así.
Pensé a quién se parecería Andrés, y recordé que me recordaba mucho a Moisés, mi amor de los catorce años. Le conocí en una terraza, estaba con mis amigas que eran tres años más mayores que yo, y él se acercó hasta la mesa y dijo:
—Yo no quiero limpiar mocos, así que esta cría que se vaya a su casa. —Y tras esa frase dijo—: Es broma tonta, puedes quedarte. —Recuerdo que lo vi como Patryck Swayze, mi amor de adolescencia, le veía rudo, seco, y bastante borde. Si me preguntáis qué vi en él, a día de hoy creo que en el fondo siempre he visto otras personas en los verdaderos interiores de ellos, quizás mucho más nobles de lo que eran, y como os comenté al principio, me gustaría conocer y reencontrarme con esas personas que creé un día para mí en mi cabeza.
No volví a ver a Moisés hasta cuatro años después, me empezó a tratar mejor, también es verdad que ya no era el tipo al que las mujeres adoraban, había decaído su sexapil, así que ahora sus ojos empezaban a verme de otra manera. Su pelo había quedado en la almohada, y su tripa había caído unos centímetros por encima del pantalón.
La vida es como la escalera de una casa antigua, algunos escalones los hallamos rotos, y hay que saltarlos para no caernos. Cuando subimos, vamos encontrando a gente, y debemos tratarles con dulzura porque, un día, cuando dejamos de gustar o de interesar, volvemos a bajar hasta el descansillo y allí están de nuevo, esas personas que se portaron bien con nosotros.
Con Moisés tuve mi primer beso con Like a Prayer de Madonna, me dio el beso más baboso del mundo, pero yo andaba feliz, no me quería quitar esas babas, era como tener las de Swayze; estuve muchísimos días sin dormir, hasta compré la colonia de Cacharel y rocíe mi almohada para seguir con él. Sus amigos le llamaban «posturitas», porque era un tipo seductor, con doce años ya seducía a todas las féminas del barrio. Pensé que tenía una relación con él, por el beso que me había dado, así que todas las tardes me iba a verle a jugar a un parque al baloncesto, era la época de Michael Jordan.
Era un chico compacto, pequeñito, que a mí me volvía loca, al ser pequeñitos los dos, nuestros ojos se miraban a la misma altura. Estuve años enamorada de él, u obsesionada por su torso, lo recuerdo en una piscina un año, y su bañador blanco; hacía despertar en mí lo más provocador del mundo, creo que fue cuando empecé a despertar sexualmente, así que le debo mucho.
La cosa no fue a más, ya que se fue un verano a Galicia y no lo volví a ver, y apareció en mi vida el Negro, le llamábamos así por su tez morena, era un tipo mucho más salado, más natural, pero llevaba esas camisetas de tirantes que marcaban sus bíceps, era pinchadiscos del Star y podíamos pasar horas allí. Recuerdo que pedía toda la discografía del momento para que me la pusiera, desde Revólver, pasando por toda la música funky de entonces. A él le encantaba pinchar para mí, parece que no había nadie en el bar.
Tuve algo con él, pero la cosa no fue a más, porque me aburría mucho. Luego apareció «mi bailarín de discoteca», le llamaba así porque su profesión era bailar como MC Hammer para todas las mujeres del local, y la verdad, a mi lado posesivo no le hacía mucha gracia. Tenía unas abdominales impresionantes. Su U can’t touch this y sus caderas me volvieron loca por un tiempo. Un día recuerdo que todavía no habíamos hablado, y me fui para casa. En la cama empecé a pensar: podría volver, llamé a mi amiga Patricia y con veintiún años las dos volvimos al local en su búsqueda. Había terminado de bailar, y desde lejos me miraba con sus pantalones morunos y su torso al aire, recuerdo que solo llevaba un collar al cuello. Se acercó y me besó en la boca como saludo. Pensé: me encantan los retornos.
La música hizo el resto, retozamos en una pared como fieras en celo. Mi amiga terminó enrollada con el amigo de él. Fue una noche genial. Las dos en la misma pared restregándonos por ella al unísono. Hacer una locura así y que saliera bien, son las cosas que nos divertían a los veinte. Pero en la actualidad, como veréis, todos esos chicos no me interesarían lo más mínimo. A mí Frankie me había gustado mucho por su… (dejadme que lo piense), es inteligente, escucha muy bien, ácido, siempre está cuando le necesitas y tiene inquietudes parecidas a las mías, a los dos nos gusta patinar, el cine de autor… Soy Pippa, y me siento genial. La vida es como un caleidoscopio, hay que combinar muchas personalidades en una para poder sobrevivir en esta jungla.
Salimos de allí para comprarnos algo de comida rápida y sentarnos en el césped y quedarnos horas allí tirados como moscas pegadas a un cristal. Me encantaba eso de estar con él. Era una persona que me daba paz, y yo a él creo que le daba chispa. Aunque éramos distintos, nos complementábamos bien. Me contó que el fin de semana que había pasado con Rosario, había sido divertido, aunque tenía unos amigos James Bond que querían todo el rato analizarle, ya que era consciente de que ese tío estaba loco por ella. Y es que un tipo que se llama Bond y James, salido tiene que ser.
Me dijo que pinchó algo de música en una terraza cerca de la playa, y que era impresionante la cantidad de gente que había y que le pidieron su Myspace para seguir colgando música. Frankie era como un niño mayor, le entusiasmaba todo, a mí me costaba más levantarme de los palos, y es que no tenía esa capacidad de ilusión que ponía él a todas las cosas. Pero estaba aprendiendo, me estaba enseñando mucho de la vida. Nos despedimos con un abrazo, y me dijo:
—No quiero que nadie te haga daño, no mereces eso. —Le di un beso en la mejilla y le dije:
—Ahora eres mi supermán ¿no? —Y añadí—: Frankie, no te preocupes, de verdad, recuerda que ahora soy Pippa. —Y me dijo:
—Tú nunca podrás ser Pippa, no eres una mujer que se deshaga de las personas como chicles. —Y le contesté:
—No, Bam Bam no soy. —Y él se me quedó mirando sin saber de lo que hablaba. A veces con el idioma tenemos muchas lagunas, pero las compensamos hablando en inglés. Me encantó pasar aquella tarde con él, lo necesitaba, y no me daba cuenta hasta que estuvo a mi lado, me he ido haciendo fuerte con el paso del tiempo pero no lo soy tanto, simplemente es la coraza que me he creado para no pasarlo mal.
Recuerdo en el colegio, una profesora me dijo:
—Eres autosuficiente. —No me gustó esa frase, porque nunca me ha gustado ser la típica persona que puede hacer las cosas sin ayuda del otro, pero sin quererlo, me había vuelto así.
No tenía ningún miedo de andar sola por la calle, de volver a las mil de una casa, de ir sola al cine, de viajar sola, aprendí que si quería hacer cosas, tendría que hacerlas sola, porque ahora mi mundo estaba metido en la asociación de Ácido Fólico y yo pertenecía a la asociación de Inmaduras que vagan por el mundo sin brújula. Con Frankie me sentía protegida, era una sensación muy extraña, cuando estaba con él los problemas y la tristeza que tenía impregnada en mi piel desaparecían. Hablábamos sin cesar de la isla, de Rosario…, de pronto sacó su iPhone y comenzó a enseñarme fotos mientras decía:
—Mira qué ojos grises tiene, me encanta, Berta, cuando me sonríe. —La verdad es que la chica era muy guapa, pensaba yo, pero quizás desde unos ojos de enamorado, la belleza se triplica al cuadrado; era una mujer alta, se la veía con formas, y con una piel bastante blanca, como la cerámica.
En ese momento me dijo Frankie:
—Pensaba quedarme en la isla todo el mes. —A lo que yo le contesté:
—¿¡Qué dices, Frankie!?, si trabajas en la academia todo el mes, y también tienes clases particulares. —Y me contestó:
—Lo sé, pero ayer llamé a mi jefe y le insinué que quería quedarme en la isla buscando trabajo, y quizás no volver. —La cara que ponía yo era tan blanca como la pared, le increpé como si fuera mi hijo:
—Mira, Frankie, no hagas tonterías, todo lo que pienses no tienes que decírselo a un jefe porque te adelantas a sus movimientos, estás enseñando demasiadas cartas. —Él me sonreía y me decía:
—Eso lo entiendo perfectamente, en mi país también decimos eso de las cartas, show, ¿verdad? —Eso me enfermaba de él, cuando estábamos discutiendo y todavía tenía ganas de charlar sobre el idioma. Le dije muy seria:
—No eres un niño, tienes treinta y ocho años, no querrás pasarte toda la vida sin trabajos estables, conociendo mundo y con una chica que si te das cuenta se ha ido a la isla sin pensar en ti, ella te coge del cuello y te arrastra a su mundo, pero no se deja llevar al tuyo.
Frankie me escuchaba atento con sus dos ojos como platos, le gustaba escucharme, decía que yo era la sensata de los dos, ya veis, la sensata que se había atado una cadena al pie del cabrón de la historia, y había dejado marcas por toda la acera. Frankie siguió explicándome:
—Estoy enfadado con mi jefe, ¿sabes que le sentó mal que le llamara al teléfono suyo en su tiempo libre? —Y le contesté:
—Normal, no sois amigos, ha confiado en ti y tú le estabas dejando tirado. —Como un niño me dijo:
—Estaba en la playa, unos ojos grises me miraban, Berta, y no quería dormir una noche sin ella, quería estar siempre con ella. —Le contesté:
—Eso es precioso, y me encanta verte así, pero te digo que no la conoces de nada, solo de hace semanas, no sabes si ella solo tiene una ilusión pasajera por ti, y de pronto te veas en septiembre sin trabajo, sin Bariloche, y sin Rosario. —Entonces él me cogió de la mano y me dijo:
—Quiero que os conozcáis, que vengas un fin de semana antes de irte a Croacia. —Le sonreí y le dije:
—Vale, iré a Lanzarote antes de irme a Croacia, pero por favor ten cuidado, la gente no es como tú. —La conversación me había dejado con mal sabor de boca, no me gustaba que Frankie viera mi lado maduro, mi lado más serio, pero estaba teniendo mucho miedo de que le hicieran daño, por eso también le contaba la otra realidad con la que se podía encontrar.
O quizás es que yo tenía ya un concepto demasiado negativo de las relaciones, y eso no me gustaba de mí, porque se perdía todo el encanto de ellas. A los dos nos daba cierto reparo el avión y eso de hacer un viaje juntos sería divertido; siempre le había dicho a Frankie, que James Bond seguro que tenía una colección de amantes de Rosario en el fondo del mar con una bola y una cadena atados.
De pronto a Frankie le hacía reír, me miraba y me decía:
—Eres completamente una escocesa, tienes el humor igual que yo. —Y le dije:
—Por eso quizás nos llevamos tan bien.