CUANDO llegué a clase de inglés, allí estaban mis compañeros, Frankie se estaba retrasando y eso era muy raro en él. Incluso entró Philip, el otro profesor de la clase de al lado, preguntándonos por él; le contestamos que no sabíamos dónde estaba.
Mi cabeza iba a estallar, pensaba en Andrés, en el momento que nos conocimos, en lo segura que me hacía sentir, parecía que iba a durar para siempre, y al final solo duró un rato, y de ese tiempo tampoco lo tuve para mí. Fue de todas. Una ya no era tan joven, en eso no podía engañarme, y el mundo no me estaba regalando las oportunidades que pienso que me merecía. Quizás Andrés era mi única oportunidad y lo que necesitaba era una reforma. Pero no, era mi pensamiento edulcorado para no hacerme daño. Cuando uno tiene un día malo, llegan todas las cadenas de pensamientos sin pedir permiso.
Entró en clase Frankie, le observé con la barbita de días afeitada y con una sonrisa que no le cabía en la cara. Esa cara la reconocía fácilmente porque es la que he puesto yo cuando alguien me ha ilusionado. Nos saludó, y como en esas clases nunca había gramática, comenzamos a hablar de la noche loca de Frankie.
Nos dijo, que le habían invitado a una fiesta, en ese momento me miró y se disculpó porque no me dijo nada. Dijo que la fiesta estaba llena de guapetonas, pero que había una argentina que había venido de Bariloche, una tal Rosario que era una guapetona especial. Nos contó que ella no le hacía ni caso en toda la fiesta y que él, para llamar su atención, se fue a la nevera, cogió dos copas de plástico y una botella de champán y se las metió en el bolsillo. Más o menos, imitó la escena en la pista de tenis de William Holden en Sabrina, pero en él habría más tintes de Oliver Hardy. Frankie era más directo, cogió las copas y se fue derecho al servicio con ella. Le dijo:
—¿Hay una fiesta particular en esa habitación, te vienes? —La chica, con cara de pocos amigos, le contestó:
—Estoy ocupada, ahora no quiero que me molestes. —Pero a medida que pasaba la noche y avanzaban las copas, la argentina le preguntó que si tenía Twitter, Frankie contestó que sí, y ella le añadió con un portátil que había en la fiesta. Le preguntó si alguna vez quería ir al Templo de Debod a tocar la guitarra, que él le enseñaría, ya que estaba estudiando flamenco por YouTube. Ella le dijo:
—¿Y de verdad que se aprenden bien los acordes por ahí? —Frankie dijo:
—Cuando quieras te toco los acordes. —Ella se echó a reír y consiguió que accediera a ir al baño con él.
En YouTube se muestran todas las técnicas para aprender lo que quieras, a hornear un bollo, colocarse un saree indio, tocar la guitarra como en el caso de Frankie. ¿Me podría enseñar YouTube a ligar?, me he preguntado tantas veces.
Con Frankie todos aprendíamos inglés mucho más rápido de lo normal, ya que los temas nos interesaban, ya no hablábamos de Malcom, ni de la crisis del petróleo, ahora hablábamos de la chispa y de la emoción que da cuando ves a alguien que te encanta.
Frankie nos traía emoción a nuestras vidas, todo lo que no pasaba en las nuestras. Le animamos a que pusiera un SMS a Rosario y le escribió:
«Nada… pensando en ti.»
La chica no contestó. Frankie dijo, voy a ponerle otro, creo que a lo mejor es tímida.
Puse cara, de «con uno es más que suficiente.» Por supuesto no me hizo caso, así que puso uno mucho más directo: «¿Te apetece un pícnic en el Templo de Debod, yo llevo el mantel y tú llevas las fresas?» Esperamos como dos días a que contestara, y no lo hizo. En ese momento, me entristece que la gente sea maleducada, qué les costará decir:
—¡No, gracias, pero no quiero conocerte, espero que tengas suerte! —Ese día Frankie estaba alicaído, además a esto hay que unirle que la noche anterior había conocido a un sevillano que le había invitado a la Feria de Abril, y Frankie se había comprado un sombrero cordobés para quemar la fiesta. El sevillano tampoco había dado señales de vida. Era como un niño sin regalo de Reyes.
Se me quedaba mirando y me decía:
—¿Así funcionáis en España? —Y yo le respondía:
—No, así funciona la gente que te encuentras en una noche y confías en ella, Frankie.
De camino a casa y de perdidos al río o from lost to the river, como decía Frankie con su tono irónico, me encontré con el chico mono del metro, iba despacio subiendo la cuesta, así que me dirigí a él directamente y le dije:
—¿Cuántas posibilidades tenemos de encontrarnos otra vez? —Él me sonrió y me dijo que se llamaba Roberto. Me quedé sin sangre, en ese momento escuché una voz estridente, como si hubiera absorbido helio y me estuviera hablando encerrado en una cueva. Pensé: tiene voz de teleñeco.
Estás idealizando a una persona durante un largo tiempo, y luego resulta que al hombre que veías con más sexapil que a Al Pacino cuando amasaba pizza en aquella película, te encuentras que tiene la voz tan afeminada que piensas que es un castrati, un Farinelli, aquel cantante de ópera italiano que le castraron para que cantara con una voz atiplada. Él se vuelve loco por ti o porque no creo que haya tenido una cita en los veinte años y te quiere invitar a cenar, al cine…, y tú ahora tienes que hacer tiempo en el andén para no coincidir con él. Te grita desde el andén contrario:
—¡¡Eyyy, hace cuánto que no nos vemos!! —Y añade—: Hago la línea cuatro veces al día para coincidir contigo. —Entonces tú, sonriente, le dices:
—Me van a destinar fuera, estaré allí un tiempo. —El niño mono te dice:
—¿Cuánto tiempo? —Y tú dices por lo bajo:
—Una eternidad, tanto hasta que destruyan este vagón, no creo que vuelva a mi país.
Salí del metro despavorida, mi cuerpo levitaba, y parecía quedarse allí en volandas. De camino a la clase de inglés, esperaba encontrarme a Frankie con el alma en la mano, acariciándola. Nada más abrir la puerta me aguardaba de pie apoyado en la pared, gritándome:
—¿Tú qué crees, chica lista? —Y le contesté:
—Rosario quiere verte ¿no? —Pegó un salto tan grande, que casi saluda al vecino de arriba traspasando el techo.
No entendía nada, cómo alguien que ha pasado de ti en todo este tiempo, ahora puede venir y ponerte un mensaje de interés. Eso solo pasa con los demás, a mí me pasa que un tipo atractivo por fuera tenga una voz del canario Piolín por dentro, o que un tipo que me deja no vuelva a saber nada más de él en veinte años, y vuelva a verle para pedirme un anillo para regalarle a otra. No quería recordarlo pero es que me vienen todas mis miserias a borbotones.
Eso me pasó con Rodolfo, un tipo remilgado, que me dejó al mes de conocerme porque decía que mis pechos había que encontrarlos por la camiseta. Años más tarde recibí su llamada porque quería verme. Resultó que lo que quería era un anillo de su abuela que un día me regaló debajo de un cerezo, para entregárselo a su novia de verdad. ¿Y yo qué era?, ¿un sucedáneo, una colilla que tira después de su primera calada? Se lo dije así, todavía recuerdo cómo corría calle Princesa abajo, eso sí, con el anillo en su bolsillo. Lo que no supo, es que yo me quedé el bueno y le di otro que me encontré en una feria. Además de cornuda, he tenido que agilizar mi ingenio.
Si me dejas, me dejas los enseres, grito al mundo.
Le pregunté a Frankie si se había preguntado por qué todo este tiempo sin dar señales y ahora la pekinesa argentina aparecía en escena. Frankie me dijo:
—Muy buena, Berta, no se me había ocurrido, —y añadió—: pues ahora no siento mucho por ella.
El ser humano está un poco de la olla, antes bebía los vientos por ella y ahora que la chica se decidía, este Scottish se quedaba sin fuelle. Esa noche Rosario, invitó a Frankie a su casa, había un montón de gente, por lo que le pudo hacer poco caso. La casa era un ático en la calle Jacometrezo, la gente salía y entraba mientras que Frankie sonreía con un vaso en la mano a todo aquel que entraba.
Decidió colocarse en la puerta, de esta manera hacía algo útil y le daba la oportunidad de ir conociendo a la gente. Ella se fue a la cocina a hacer la comida, y Frankie la siguió como un perrillo entre sus piernas, allí le dijo:
—Me encanta que cocines para mí. —A lo que ella respondió:
—No digas tonterías.
Rosario era un poco gata, a veces cariñosa y otras daba zarpazos sin sentido. Cuando se fueron yendo muchos de los invitados, Frankie hizo lo mismo, y se despidió de Rosario en el rellano, pensó en besarla pero no quería asustarla, así que abrió la puerta y se fue. De camino al metro, recibió un SMS de ella, que le decía:
«Si no has cogido el tren, si quiere vos, puede dormir aquí en casa.»
Frankie ya estaba dentro del vagón, iba ya por la cuarta estación, cuando seguía pensando qué hacer, no sabía si continuar hacia su casa o pararse en seco y dormir con Rosario, pero es que tampoco veía señales claras de que esta mujer quisiera dormir con él, o quería hacer un acto solidario en el sillón.
Así que Frankie siempre piensa que si no se remata la noche, no se hacen grandes esfuerzos. Y así nos metimos en una historia; a falta de mi gran historia, viví la de Frankie con total esperanza de que algo podía salir bien. Frankie todas las tardes iba al gimnasio, se había apuntado para conocer gente, le gustaba ir también a pubs irlandeses donde bebía más de la cuenta y soñaba con esa Vespa que tendría para recorrer España. Pinchaba alguna noche en un bar de al lado de mi casa, allí iba a verle, y mientras él trabajaba, su amigo Dex quería ligar a toda costa conmigo; desde abajo miraba a Frankie como diciendo «sálvame de esto.»
Y cuando una mujer dice «esto», os podéis imaginar cómo es el espécimen en cuestión. Están los hombres y están los «estos». De estos he tenido muchos en mi vida, y la verdad es que ya andaba cubriendo el cupo.
Entre el bullicio de la gente y el humo apareció Andrés, mira que había bares en la ciudad, pero parece que a todos nos gusta lo bueno, quizás por eso tuvimos una relación, porque nos gustaban las mismas cosas. Sus espaldas eran armarios empotrados, con doble puerta, tenía una grande y recta nariz, sus labios carnosos seguían en su sitio, llevaba una camiseta de rayas azules, y unos vaqueros que le sentaban genial, marcando su trasero de forma sexy. Si no tuviera ese culo, quizás no habríamos alargado esta agonía, pensaba entre sonrisas. A veces tengo que poner muchas de ellas en mi vida para sobrevivir. Se acercó a mí como tantas veces, y quiso besarme, pero por primera vez y en mucho tiempo, cogí a Dex de los pelos, y dije:
—Perdona, estoy con mi amigo. —Andrés se volvió loco, no paraba de mirarme en toda la noche, ahora parece que sentía algo más, y es que yo cada día entiendo menos a la especie humana.
—Cuántos desplantes, y ahora parece que está ahí, sin hacer señales de humo —me decía, esta vez en alto.
En el local lleno de humo se escuchaba Ben Webster con su Cotton Tail. La gente pasaba y me empujaba como si allí no estuviera. Llega la hora de irse. Mi ojo izquierdo no paraba de contar las rayas de su camiseta, mientras que él contaba todas las mujeres del local.
Cuando me fui, entraban tres argentinas como alocadas, me imaginé que una podía ser Rosario, así que me sonreí, me encanta que a mis amigos les vaya genial. Y la verdad que si quieren entrar en la asociación, ayudarles para que lo hagan. Una de ellas gritó:
—Viejita, allí anda Frankie. —Otra dijo:
—Tengo ganas de bailar a Paolo Nutini.
Frankie no la vio cuando entró, y se acabaron perdiendo entre el humo de la noche, por lo que la chica se fue de ese bar y horas más tarde le puso un nuevo SMS:
«Estoy en La Latina, ven para acá.»
Frankie ya estaba en la otra punta de la ciudad, camino de irse a dormir, cuando vio ese mensaje, y salió disparado para buscarla. Antes me puso un mensaje a mí que me despertó:
«¡Viva La Pampa!»
Cuando llegó, ella estaba con una trenza negra larga que caía por su hombro. Rosario era alocada, directa, ácida, y una belleza de las que a muchos hombres les asusta tener, ya que tienen que aguantar todas las miradas por la calle. Ella le trataba como su pareja, le tocaba el pelo, e incluso hizo algo gracioso, le lamió la cara como un golden retriever. Frankie le dijo:
—¿Sabes que estás loca? —Ella le contestó:
—Loca por ti —y añadió—: ¿vas a dormir en mi casa? —Y él volvió a preguntar:
—¿Pero dormiré en el sillón? —Esta vez hizo la pregunta de forma tajante. A lo que ella le contestó:
—Dormirás conmigo.
Frankie se decía por dentro: Hoy voy a conocer algo más que a Cortázar, pegaba saltos como un niño en la calle. Salieron del local como dos quinceañeros, apenas se tocaban, sus miradas transmitían la primera chispa de dos piedras al frotar. Iban lentos, volando por las aceras. Frankie jugaba con su trenza, mientras que Rosario volvía a colocársela sin apenas mirarle.
Rosario vivía en un piso abuhardillado del centro de Madrid, nada más subir puso algo de música tranquila. Ella dijo:
—Después de una larga noche de música cañera, me gusta ponerme Peer Gynt, suite número uno. —Frankie dijo:
—¿Von Karajan? —Rosario contestó:
—No sé si en la casa tengo alemanes. —Frankie se echó a reír y le contestó:
—Qué divertida eres —dijo Frankie cogiendo un CD—, mira, pon esto. Francisco Nixon, Cruzando la calle. Me gusta este sonido, me recuerda mucho a Lori Meyers. —Frankie era un bebedor de música compulsivo, le gustaba todo; yo le enseñaba música, y él me regalaba mucha de la suya. Dijo que nunca había conocido tanta música en la cabeza de una chica, yo no sé qué concepto tiene de las chicas. Y allí, entre ambos, había una cama enorme, ella le dijo:
—On the feet. —Y respondió:
—Perdona, no creo que esté entendiendo tu inglés, ¿dirás on the top? —A lo que ella le dijo:
—No, Frankie, quiero que duermas abajo. —En ese momento Frankie, se puso la camiseta y salió andando hacia la puerta, totalmente enfurecido, sin mediar palabra. Ella corrió tras él, y le dijo taponando la puerta:
—Ven a dormir, por favor. —Y él contestó:
—¿Contigo? —Y ella afirmó con la cabeza y con un gesto aniñado le abrió la cama. Al principio cada uno estaba en una punta de la cama, ninguno era valiente para rozar la piel. Hubo un estruendo de un vecino y Rosario dijo:
—Tengo miedo, abrázame. —Frankie la rodeó con sus brazos, ella puso una pierna en su tripa y allí pasó horas acariciando su muslo. Pronto subió con su mano por la entrepierna y descorrió suavemente su braguita. Acarició suavemente y dijo:
—Me gusta tocar lo que no te tocan a menudo. —Ella sonriendo le dijo:
—Pues entonces toca mi anillo. —Los dos se rieron al unísono.
Pasaron la noche abrazados, haciendo el amor, abrazados, haciendo el amor, abrazados, haciendo el amor, hasta que la luz entró por la ventana sin llamar, y ella se puso encima de él, le echó el pelo para atrás y le sonrió diciendo:
—Hazme el desayuno, Frankie. —En ese momento él quiso darle un beso en la mejilla, y ella se quitó de forma brusca.
Le dijo:
—Por las mañanas no soy cariñosa, lo siento. —Recogió sus cosas, tenía que irse a dar clases de inglés, Rosario entonces le cogió la mano y se la pasó por su cara y se la besó. Frankie le cogió la naricilla y mordisqueándosela le dijo:
—Vos estás loca.
Rosario trabajaba en un puesto de collares, había cruzado el charco para vender unos collares y pulseras que hacía de semillas en Lavapiés, no le iba mal, pero pasaba todo el día trabajando. En clases de inglés el móvil de Frankie no paraba de sonar, los SMS volaban:
«Lindo, te echo de menos.»
Al minuto caía otro:
«Me enfureces tantísimo.»
Todo era un te quiero, un te odio, que estaba desestabilizando del todo a Frankie. Las relaciones tienen que servir para hacernos sentir mejor que cuando estamos solos, para equilibrarnos. Esa mujer le estaba quitando la tranquilidad que tenía.
En el otro lado de la ciudad, andaba yo en mi maratón de fotografía de Fnac, me había levantado muy pronto, la noche anterior tuve concierto con Lila Downs donde su canción Cielo Rojo me trajo mucha ira en bolsitas de té, Andrés estaba en cada una de sus letras, «ni el cielo me contesta cuando pregunto…» dice su letra. Fue tanto la empatía con sus canciones que me dio el impulso de esperarla a la salida del concierto y darle las gracias. Una mujer que canta tantas canciones desgarradoras y escupe tanto dolor ha tenido que sufrir la mitad que yo. Dos damnificadas en un inframundo, esa era mi asociación, la de las «entregadas sufridoras inconscientes.» Lila era una de ellas.
Logré colarme en su camerino y estuve hablando con ella de la problemática de las mujeres de Juárez, terminé la noche con algo inesperado, uno de sus guitarristas, me pidió que volara con él a Chiapas, ya que él se iba pronto para allá pero, aunque en un momento me sentí halagada, primero una debía curarse y luego volar a otros países. Con la suerte que tenía últimamente, era más probable que me raptara la guerrilla y no me devolviera a la ciudad.
Tomé una guitarra entre mis manos y canté para ellos. Encontré un vaso de aguardiente por uno de los rincones, eché un trago y eché mi garganta a los cielos:
—Hipócrita, sencillamente hipócrita, perverso te burlaste de mí, después de que te alquilé, hoy me dices que me dejas, porque la chimenea ya no enciende. —Empecé a mezclar canciones de diferentes mejicanas así que en un momento dado me dijo una voz que venía desde fuera:
—Muchas gracias por su visita, Lila tiene que descansar. —Le dije:
—Estupendo, vayamos todos a su hotel. —En ese momento lo único que recuerdo es que me cogieron en volandas y me arrastraron por todo el suelo. Mis manos agarraban las cuerdas de la guitarra, como quien agarra un último amor. Decían que mi presencia incomodaba a la cantante. Así que en la misma puerta dije:
—Méjico te quiere, llevaros a los pendejos de aquí. —Al fondo se le oía decir a Lila:
—Aquí en España la gente es como muy arrebatadora, ¿no?
Lo último que recuerdo es un dolor de cabeza a punto de estallar, y a Frankie recogiéndome para llevarme a casa. Estuve durmiendo toda la noche, soñando con guitarras que sobrevolaban sobre mi cabeza.
Andrés me hacía cometer estupideces, iba conmigo a todos los lados, subía en mi estación, y no se bajaba de mi tren. Yo necesitaba encontrarme otras personas, y solo mi corazón estaba atado a él. Intentaba olvidarle pero allí estaba su sombra, perenne, era una sombra alargada como la del ciprés. Había sido muy duro, un tira y afloja intermitente te deja exhausta. Ahora mismo estaba en mi hospital mental, tomando aire de nuevo. Admiro esa gente que vive en perpetuo celibato, pero mi cuerpo necesitaba que lo toquen, vibrar, y sobre todo necesitaba dosis de buen sexo o de algo de sexo (tampoco voy a volverme quisquillosa). Para mí este es como el agua, cuanto más bebo, tengo más sed. Podría tener una fuente en mi casa que estaría muy contenta y con una piel mucho más iluminada, yo diría que tersa. Cuando tengo sexo a menudo, del bueno, de ese en el que haces el helicóptero y ves toda la selva amazónica desde las alturas, alguna vez me han dicho:
—¿Qué crema usas?, estás muy atractiva. —Les contesto:
—Fucking cream.
En los últimos tiempos estoy ajada, mi piel no es la de antes, tiene más surcos, es una carretera llena de curvas. Una sierra sin Cazorla. Voy con una cuerda que tira de mi alma que está fuera de mi cuerpo, como esos cochecitos de los niños que no van teledirigidos.
Busco el amor como quien busca el sonido en una selva de noche. Allí nada se oye. A mí me gustaba eso de dejarme querer, creo que no he pasado nunca un minuto de mi vida sola, o he estado en una relación o he estado olvidándola. He tenido mucho de amante, me gustar dar, no pienso tanto en que me den, ni siquiera el otro día cuando me dijo una amiga que sería bonito tener un hijo por la cosa esa tan extraña de que te quiera tanto un ser, nunca lo había visto desde ese punto, siempre lo había pensado al revés, la locura de sentir un amor que dicen que es tan distinto del resto, me daba mucha curiosidad. Me he desgarrado algunas veces por amor en mi vida, y me ha costado mucho reconstruirme por dentro, por eso he dejado de creer que alguien me pueda amar como lo hago yo, sentirme lo que se dice amada. Sin perderme yo.
Andrés había jugado conmigo, con mis sentimientos, se había sentido dominador de mí, por eso no respetaba mi dolor, entraba y salía por la puerta sabiendo que yo siempre le estaba esperando. Yo era un naipe usado en manos de un jugador. Su tono se hacía en muchas ocasiones despótico porque sabía que yo se lo estaba permitiendo. Andrés no tenía la culpa, la tenía mi gran obsesión por él, estaba permitiendo que cogiera un cuchillo muchos días y me lo clavara en el corazón sin sentido. A él le excitaba verme así, le daba mucha seguridad y yo perdía la misma, me dejaba dominar. Me sentía como el jugador de Dostoievski, un cero. Deseaba encontrar a la mujer de mi interior, antes de que me perdiera del todo.
Dominante-dominada, era completamente nuestro rol. Jugábamos a que estábamos en la selva con bajas temperaturas, me sentía un córvido con mi gran cola azul, donde Andrés en forma de ardilla saqueaba mi nido, incluso intentaba hacer la técnica flock, que consistía en llamar a todos los de mi especie y ponernos delante para que nos traspasara y me hiciera daño, pero era inútil, en un momento pedía quedarme sola, y allí Andrés volvía a dominar con su sonrisa, con sus dientes blancos, con su piel morena por el sol y volvían a repetirse todos los movimientos, desde el cortejo, al despotismo pasando por el perdón. Una vez escuché que una anciana evitó ser devorada por un cerdo. Pienso cada mañana que lástima que yo no pude evitar nada. Mi cuerpo está hecho de pedacitos sueltos que Andrés ha derramado por la acera.
Así he pasado los últimos cuatro años de mi vida, dejándome dominar. Aunque a veces he sido dominante, en la cama sobre todo. Algunas mujeres allí son como oficinistas, dejan sus papeles y se ponen a teclear de forma rutinaria sus informes, yo soy más de soltarme la melena y recorrer cada lugar como si fuera una catacumba por descubrir, bordear con mi boca cada rincón del cuerpo y conquistar cada horizonte. Me gusta ser comercial, salir a la calle en busca de trabajo. Quizás por eso siempre he disfrutado del placer, porque me ha gustado mucho ver al otro gemir por la pasión puesta en mí.
Andrés y yo funcionábamos muy bien en ese lugar, alguna vez hemos llegado tarde a trabajar por seguir tocándonos un poco más y arrancándonos un poco más de piel. Y es que el pesimismo, como he dicho anteriormente, lo heredé de mi padre pero la pasión, de mi madre y hace una mezcla de lo más estimulante, un día estoy en una noria girando y viendo Londres desde arriba y otro estoy como una serpiente arrastrándome con su cascabel por todo el Amazonas.
Frankie iba a venir a aquel concierto conmigo, pero me regaló su entrada, así que después de pasar mi resaca, me planté como mi réflex digital en Fnac, para participar en el concurso de «Madrid Costumbrista», además ahora con el aniversario de la Gran Vía todo era más fácil. Podía conocer Madrid a través de un objetivo, fijarme en detalles que no me había parado antes a observar. Subir a azoteas y sitios recónditos para ganar algo en mi vida, de momento no digo que me considerara una perdedora pero sé que no tenía los primeros puestos.
Había una cola que daba la vuelta hasta Sol, nos pusieron un dorsal, iba con dos amigas ajenas a la asociación, aunque podía haber venido alguna de la misma porque había premios infantiles, pero claro hubieran sido fotografías tomadas a las alcantarillas, bolardos e imágenes que tuvieran su altura.
Empezamos la ruta por Sol, luego bajando por Arenal, allí hicimos nuestra primera foto, a la librería que hay en la calle que sube hasta San Ginés, donde ponen los mejores churros de Madrid; en casa de algún amigo también habré tomado alguno, pero estos son los clásicos y desde luego los mejores. A mi lado otro participante con su dorsal en la espalda estaba haciendo la misma foto, por lo que desistí de ella. Soy gata, gata, por lo que conozco bien Madrid; gatos se llaman a esas personas que sus padres y abuelos son de Madrid; hace siglos se nos llamó así, porque un soldado trepaba la muralla, y le llamaron «el gato», aunque hay muchas versiones del porqué de nuestro nombre. A día de hoy tengo mucho de eso, ya que vagabundeo siempre por la casa de Andrés esperando que baje para salir a tomar un café juntos.
Soy cariñosa y arisca como los gatos, también tengo más de una vida. Había que hacer tres fotos y dejar la tarjeta de la memoria fotográfica allí, éramos setecientos ochenta participantes, así que la competencia era muy alta. Pero yo conocía bien el marco de actuación.
Fuimos hacia mi casa andando, y allí me encontré con mi vecino que me invitó a hacer triatlón, ya sabéis: correr, nadar y montar en bici todo junto. Últimamente no hago nada de deporte, así que algún día puede que me anime, aunque prefiero las actividades por separado, no quiero ir con la bomba de oxígeno a cada una de ellas.
Nos despedimos de él, y seguimos nuestro periplo recorriendo las calles de Madrid; por fin, lo visualicé, sabía cuál era la foto que me haría ganar este concurso: los hermanos heavies de Gran Vía, eran como los Dalton en Lucky Lucke; eran espirituales, anarquistas…, los Alcázar se llamaban, llevan ahí toda una vida, desde que cerraron Madrid Rock.
Me llevó todo el día esperar esa foto, así que mientras tanto acompañaba a mis amigas, haciendo tiempo a que los dos hermanos hicieran su aparición estelar. Fuimos al mercado de Fuencarral, allí algunas personas nos hicieron de atrezo pasando por la puerta del mercado de forma casual, yo hice una foto un poco surrealista, que fue descolgar un teléfono para colocarlo superpuesto encima del Banco de España como diciendo: «¡Aló, Madrid!».
No sé si este detalle lo entenderían en el concurso, a veces soy muy creativa y es difícil entenderme, me gusta ser dadaísta en mis actos, quizás por eso elegí a un hombre como él, estrambótico y pasado de moda.
Con unas gafas de sol, también hice una muy artística, que se veía el ángel que está encima del edificio Metrópolis, donde está el Banco Santander. Pero yo sabía que esto era mera afición, que mi foto ganadora era la de aquellos hermanos con sus vaqueros apretados y su huevera del siglo xiv, marcando su masculinidad. Hicieron su entrada hace muchos años en Gran Vía y pasan la tarde allí apoyados en la barandilla, hablando con todo el mundo. Una vez vi un reportaje en la televisión en el que decían:
—No hay crisis, esto es un invento.
Y la verdad es que siempre tuve mucha curiosidad por verles detrás de mi objetivo. Así que a las siete de la tarde mi amiga me gritó:
—Allí están.
No sé, por un momento pensé que habíamos visto a Bon Jovi, porque la emoción que tenía yo, al ver sus melenas grisáceas al viento, me embargó por completo. Les pregunté, con mi dorsal. Nadie diría que vengo de un concurso… Esto me recuerda mucho a cuando tenía quince años y nos fuimos de un hawaiano sin pagar; yo, en la parte de arriba, pensaba pagar, pero ocho amigos del colegio me arrastraron a la perdición, todo el mundo empezó a correr y me dejaron al final. Yo hice lo propio, pero con collares hawaianos coloridos y una sombrilla en la oreja de esas de papel era inevitable no pasar desapercibida. De pronto nos paró en seco en mitad de la calle el camarero y yo dije con una sonrisa:
—Haciendo un poco de ejercicio.
Pues esta situación se parecía a la que estaba viviendo en estos momentos, el dorsal delataba que venía de un concurso pero a ellos no parecía importarles. Así que, como cucaracha sin veneno, me tumbé a sus pies, como una fan que va al concierto a chillar, pero con mi cámara y mi superobjetivo comencé a hacer miles de fotos, con el edificio de Telefónica como sombra que planeaba sobre sus cabezas. Ahí abajo se veía todo diferente, la voz de uno de los hermanos me dijo:
—No te esfuerces tanto, chiquilla. —A mi lado unas Converses de color grisáceo pasaban muy cerca de mis ojos, se pararon en seco a mi altura, eran iguales que las de Andrés, lo sé porque hace años yo se las había regalado.
No me equivocaba, una voz con ironía me gritó:
—¿Te han pagado por escuchar a las ratas?
Ya no podía más, así que le contesté:
—Por suerte me quedé en la superficie, porque contigo podía haber ido al fango.
Se dio media vuelta y se largó calle arriba. Di las gracias a los Alcázar, por fin tenía la foto. Y ellos me dijeron con complicidad:
—Suerte en el concurso.
Ya tenía mi foto, solo tenía que parar mi corazón y que no me diera un infarto en plena calle por ver al susodicho, ya que para mí no tenía nombre, era como Prince.
A las siete y media cerraban el concurso, y yo tenía que entregar mis fotos para conseguir el premio deseado. Aunque como siempre digo, si no lo ganaba, al menos había participado. Esto último es lo que se suele decir, pero es la mayor falacia del mundo, si participas quieres ganar. Así de claro, pero parece que queda más políticamente correcto, como aquello que hacemos siempre en nuestra vida. Dentro de dos semanas me darían los resultados.
Frankie me llamó en ese momento, quería que tomara algo con él y contarme su historia maravillosa con Rosario. Empezaba a darme un poco de rabia su felicidad al lado de mi miseria. El chico andaba contento pero, según él, controlando, no se quería pillar por alguien que no le diera nada. Me dijo que le preguntó por fin el porqué del cambio tan tremendo de ella hacia él, y esta le contó que había sufrido mucho con una relación anterior, que ahora se quería ir a Lanzarote, y que no quería que nadie la interrumpiera en su marcha, que no contaba con volver a sentir tanto y que quería vivirlo.
Siempre he tenido cierta envidia de los «controladores», esas personas que son capaces de ver lo que les conviene o no antes de meterse; me podían haber dado un manual antes de conocer a Andrés, no hubiera perdido tanto el tiempo. Aunque quizás lo gané, porque ahora había aprendido mucho de las relaciones y, no sé, podía ver más claro y de forma objetiva lo que les pasaba al resto cuando se metían en algo.
Fuimos a un café que se llama La Champanería; en su día empecé con clases de alemán y todos, al salir de clase, siempre acudíamos allí. En aquella temporada, yo salía con un chico alemán bastante atractivo, un tal Jason Von Strauss, pero todo lo que tenía su nombre de animado, él lo tenía de soso. Nunca llegué a entender bien el idioma, así que al poco tiempo él se fue a Múnich y yo me quedé con todos sus amigos con los que salía a tomar algo los jueves por la noche; por suerte no me llegué a implicar como para hacerme daño, así que es bonito cuando saco el álbum de conquistas y veo un rubiales de ojos azules con su austriaca verde y un pequeño gorrito tirolés, y por supuesto su cerveza bien fría.
Me enseñó algo de alemán y encima conocí su país. Allí también acudía Mariano, el novio de mi amiga Claudia, pero ella se aburría más con nosotros, por lo que prefería irse al cine.
Pues el bar que antes era de una gente, «mi gente», ahora es de Frankie y mío. Cuando me habla de Rosario me dice que a veces está un poco desequilibrada, sacó un SMS del bolsillo que decía: «¡Morite!», a mí me entró la risa y le dije:
—Vaya lo que te gusta a ti, la mujer dominantilla, ¿eh?
Frankie me decía que explicara qué significaba esa palabra, que si era muy dura, y yo le contesté:
—Como die en inglés. —Vamos, que significaba «muerto».
Él se rio y le contestó: «Tu madre.» Pasé una tarde de lo más entretenida, viendo cómo se mandaban mensajes salvajes en pleno combate de boxeo. Mis historias eran más de pasividad ausente que de mensajes, por ejemplo:
«¿Quedamos a las seis, cariño?»
Que sean las diez de la noche y todavía estar esperando respuesta. Al día siguiente encontrarme con un mensaje que decía:
«Estaba malito y mis dedos apenas podían marcar, solo tenía treinta y nueve en mi cabeza.»
Yo decir:
—O treinta y nueve en la cama.
Al final de la tarde, lograron hacer una tregua, y Frankie se fue a su casa con un SMS:
«Viejito, me gustas mucho.»
Hicieron el amor por todos los rincones, creo que todo quedó bautizado por ellos, por eso no me gusta mucho sentarme en sillones donde Frankie ha desenfundado su inyección. En la cama hicieron el amor como gatos monteses, esa chica hacía el pino puente como una gimnasta rusa y Frankie se retorcía en el aire como una sabandija. Entre las discusiones y lo fierecilla que era en la cama, era imposible domarla.
Rosario se levantó de la cama y puso de fondo Desafinado de Ella Fizgerald y comenzó a bailar fuera de la cama y con un dedo le dijo a Frankie que saliera a bailar con ella, los dos como dos tontos enamorados bailaron ajenos a miradas, para terminar de nuevo en la cama, donde volvieron a comenzar lo que más les gustaba.
Frankie se quedó traspuesto, por una parte estaba ido, pero le llegó a las aletas de su nariz un olor a tabaco, por lo que abrió el ojo y le dijo:
—Dime que no fumas. —Rosario le contestó:
—No me digas que eres de la «Liga Antitabaco». —Él contestó:
—Fucking.
Frankie se durmió y, a la mañana siguiente, con su mano acarició las sábanas para buscarla pero ya no estaba allí, aunque sí estaba su forma en la cama, señal de haber dormido allí, y algo de mechones de su cabellera.
Tenía el móvil en la mesilla con un SMS, que ponía:
«¡Perdete, lindo!»
Me llamó en ese momento para preguntarme qué sentido tenía ese mensaje, le comenté que no era muy positivo, por lo que se vistió deprisa y se fue al puesto de collares donde ella estaba tranquilamente sentada bebiendo un mate como extraña al mundo. En su cara llevaba una dulce muerte, ajena a miradas, peinaba su trenza que caía por sus hombros. Frankie se acercó y le dijo:
—Hola, si Mahoma no va a la montaña, la montaña irá a Mahoma, estás muy guapa, pareces una amazona. —Ella escupió al suelo, y comenzó a atender a una joven que había a su lado, en ese momento su voz cambiaba para atender a los clientes. Frankie, sin mediar palabra, se metió dentro del puesto, cogió al hombro a la bella amazona y se la llevó a unos metros, los que vieron la escena todavía andan riéndose. Le dijo tirando de ella:
—Mira, no sé qué te ha pasado, si es que quieres dejarme, hazlo, yo no soy de los que persiguen a nadie, si ves que no te vengo bien, pues ahí te quedas con tu mate. —Ella le contestó:
—No cariño, no te quiero dejar, me gusta fumar, me fumo tres cajas de cigarrillos al día, me gusta y no quiero dejarlo. —Frankie respondió:
—¿Así que voy a salir con una chimenea?, te lo he dicho por tu bien, no quiero que tengas cáncer. —Ella decía:
—No había pensado que fuera por eso. —En ese momento ella se encendía un cigarrito, cuando Frankie se lo partió en el aire, y le dijo:
—O yo, o el cigarro. —Ella contestó:
—Qué pelotudo eres. —Frankie la besó delante de todos, que empezaron a aplaudir. Y terminó diciendo:
—¿Fumamos la pipa de la paz? —Con una sonrisa siempre encontraba el punto para que ninguna mujer nos enfadáramos con él.
Terminaron la tarde comiendo en un bar africano de la calle San Bernardo, Rosario, estaba pendiente de Frankie en todo momento, le colocaba el pelo, le daba besitos en la cara. Frankie me comentó al terminar la velada:
—Berta, tengo lo que siempre quise: una madre, novia, y amante. —Me imagino que cuando soltaba cosas como boludo o pelotudo, sería la «amante guerrillera», cuando te ponía el termómetro sería la madre y cuando decía cosas como Lindo, mi amor, sería la novia. En mi caso con Andrés debía tener al butanero que me traía el butano a las doce y se iba pronto porque me imagino que tendría que hacer más repartos.
Frankie trabajaba pocas horas, por lo que la mitad del día se lo pasaba en el gimnasio, aunque no era de esos chicos que están completamente musculados, era más bien un chico compacto, redondeado, una especie de jugador de rugby sin hacer ninguna melé.
Un día me dijo que quería poner un negocio de lo más excéntrico, que tenía un aparato en casa para medir el colesterol y que iría a las oficinas a «puerta fría», para medir los niveles del mismo y hacer un estudio a cada persona de los trabajos que tenía que realizar en su cuerpo para convertirse en atleta y poder bajar pulsaciones al corazón. Le expliqué que todas las empresas ya tienen algo parecido gratis, y que a todos nos hacen chequeos de vez en cuando. Él me contestó:
—Frankie chequea de otra forma, puede subir pulsaciones. —Con gesto pícaro sonrío.