ESE fin de semana fue tedioso, fui al cine a ver una de esas películas que cuando acaban apenas recuerdas lo que has visto y luego terminé mis tardes en la librería Ocho y Medio, donde compré un libro de Robert McKee sobre el guión; quizás me gustaba ese libro porque encuentro escenas más agitadas que en mi propia vida.
Cuando estaba hojeándolo, me llamó mi amiga Paula para preguntarme si quería apuntarme con ella a un maratón de fotografía en la Fnac, que sería dentro de una semana. Accedí con gusto, mi vida era un continuo no parar, así que por qué no llevar una cámara en mano mientras corría en mi vida sin dirección. Cualquier excusa para alejarme de la asociación era buena; constantemente están de comité y quieren que siempre cierres la sesión. Es difícil plantearles una reunión en tu casa y a deshora. Necesitan que la reunión esté programada y dejar una hora abierta, por lo que es imposible acudir con ellos al cine. Sus estatutos son férreos, y como no compulses todo lo que te digan, puedes ocasionar graves trastornos. Me puse contenta, porque las pocas que quedábamos con «vidas de ocho años en cuerpos adultos» nos íbamos salvando de no caer por el barranco.
El domingo siempre estaba hecho para Frankie y para mí, creo que los inventamos para nosotros, a mí me encanta embadurnarle de crema toda la cara, ya que tiene alergia por el sol, y a él le gusta darme masajes en los pies. Nos fascina ver películas antiguas, tipo Tú y Yo, Memorias de África, El gabinete del doctor Caligari, Sombrero de Copa. A veces sus amigos, han dudado de su sexualidad por sus gustos cinéfilos. Nos encantan series como Diario de una doctora o Cómo conocí a vuestra madre. Y luego quedarnos horas tirados en el sillón para comentarlas. Así podemos pasar las tardes, pegados a una pantalla y luego haciendo «cine-fórum» de la película. Estar con él es llegar a un micromundo de fantasía donde no hay problemas. A Frankie, como he comentado en un principio, le conocí hace cinco años, estaba en un café tomando algo y entró él con su cara de despistado, su camiseta de mensaje y unos pantalones acampanados. La primera vez que lo vi, pensé que era Tony Manero en Fiebre del sábado noche, estaba como perdido, nadie le hacía caso, así que me levanté, me fui a por él, y le pregunté con mi «spanglish» si le podía ayudar en algo, él me dijo que estaba buscando una habitación en Madrid y que no fuera muy cara. En ese momento me acordé de que mis amigos Mariano y Claudia buscaban alguien que pagara la otra parte del alquiler. Así que les hice una llamada, me dieron el visto bueno, y al segundo Frankie arrastraba su maleta dirección a Embajadores para quedarse a vivir con mis amigos. Recuerdo aquellos días en que la casa se llenaba de mejicanos, argentinos, ingleses… y no parábamos de tomar mate, aquella casa era la ONU y Frankie se convertía en Kofi Annan para ellos.
Desde entonces Frankie y yo compramos los domingos, por las mañanas leíamos el periódico juntos y nos íbamos a la plaza Conde de Barajas, donde exponen los pintores, es como un pequeño Montmartre de París; por las tardes siempre íbamos a los cines Ideal a ver películas de autor. Ver a los personajes hablando en sus propios idiomas es algo que nos encantaba.
Hasta que un día me dijo que su padre estaba enfermo, y volvía a Edimburgo a estar con él. No conocí nunca a su padre, pero todo lo que me contaba de él me fascinaba, siempre me dijo que yo sería la hija que nunca tuvo, de vez en cuando le mandaba tabaco, y él me mandaba whisky escocés, que ya se sabe que es de los mejores, pero yo no bebo mucho, por lo que siempre le decía a Frankie que a ver cuándo le decía este pequeño detalle, porque estaba haciendo de mi casa una licorería. Su padre, William, que así se llamaba, era el clásico hombre chapado a la antigua, que fumaba en pipa, y que cuando iba en el autobús y algún chico no dejaba sitio a una mujer, él tiraba el periódico al suelo, y enseguida hacía hueco para que se sentara.
—Una dama nunca puede arrastrar sus pies —gritaba empujando al desalmado que no había cedido el sitio. Una vez me contó su hijo, que había un niñato de dieciséis años que se coló delante de su padre de malas maneras, corrió tanto para que no le quitara el sitio que su padre casi sufre un accidente con las puertas. Así que lo que hizo fue perseguirle y cuando llegó a su sitio cogió su mano, se la levantó y gritó al vagón con mirada desafiante:
—¡Muy bien, campeón! —Dejando al chico avergonzado.
Frankie siempre me decía que lo primero que le sorprendió al llegar a España es que a apenas respetamos nuestras formas los unos con los otros, que estamos todo el día gritando, pero a pesar de las negativas que siempre me dice, le encanta Madrid y siempre quiere vivir en mi ciudad. Uno de los detalles más bonitos que tuvo Frankie conmigo cuando le conocí, es que le dije que no tenía bicicleta, y que siempre me habría encantado tener la de Elliot en E.T., así que un día construyó una para mí, aquella bicicleta California que tanto me gustaba, además eligió el color amarillo para mí.
Me despertó a las nueve de la mañana y allí tenía la bicicleta, esperando a que yo la probara. Reluciente, y con ganas de que saliera a montarla. Le dije que no tenía ni idea de montar en bicicleta, algo que le hizo mucha gracia, así que muchos sábados íbamos al Retiro a montar juntos, primero fue con ruedines, y luego él me agarraba el asiento de atrás, hasta que me dejó volar sola. Siempre le estaré agradecida ante hecho tan heroico.
Después de recordar cómo nos conocíamos y nuestras historias de grandes amigos, ahora me encontraba en la estación esperando a que viniera de Pamplona, y cuando ya estaba agotada de tanto esperarle, allí apareció con la cara amoratada, los pantalones rotos, y una camiseta descosida, me contó que intentó ligar con una «guapetona sueca» pero al salir del baño, se encontró con su «novio guapetón.» Lo único que recuerda son cinco chicos rubios como la cerveza pateándole en el suelo. Le dije:
—Mira Frankie, tu manera de ligar es un poco peligrosa, hace mucho tiempo que no andas estabilizado con nadie, y es un poco triste todo lo que te pasa. —Él sonriéndome me contestó:
—¿Por qué?, era guapetona de verdad.
Con esa frase, no te quedaba otra que abrazarle, cogerle la maleta y decirle:
—Ya cambiarás. —En ese momento Frankie se paró y contestó:
—Detestamos esa frase, y hoy me lo has dicho. —Y añadió—: Yo soy como soy, y te gusto así. —Le miré con ternura separándole el pelo de la cara y le contesté:
—Tienes razón, Frankie. —Y añadí—: ¿No tienes el teléfono de la guapetona? —Frankie dijo:
—Eso te decía, que vino su partner, y adiós estrategia. —Creía en la máxima de Che Guevara: «Seamos realistas, soñemos lo imposible», y yo era tan asquerosamente racional que, la verdad, Frankie había entrado en mi vida como una bocanada de aire fresco.
No deseaba cambiarle ni juzgarle, él era un espíritu libre y yo debía respetar su espacio para que volara de vez en cuando. Es verdad que lo hacía en el «país de Nunca Jamás», pero quién era yo para llevarle a mi mundo. Este tampoco es que fuera de luces, más bien estaba lleno de sombras chinescas.
Ese día le invité a mi casa a dormir, le di la parte de arriba del pijama y se la puso. Era cómico verle con un osito devorando miel debajo de un árbol. Frankie me dijo:
—Qué varonil, ¿estaba cerrada la tienda de hombres? —Le contesté:
—Anda calla, que al menos esta noche no pasarás frío.
Me hubiera encantado la escena al contrario, pero yo tampoco pasaba por una buena racha. Hacía seis años que no me dejaban una parte de arriba. Si quería una de hombre, podía ir a los grandes almacenes, a la sección masculina, rociar un poco de colonia y ponerme esta en el vestuario. Dicen que se me ocurren ideas truculentas, pero la falta de sexo con amor me está provocando un periplo de pensamientos desordenados eróticos que al menos me mantienen viva. ¡¡Qué mierda de racha!!
Hace días busqué en el diccionario lo que significaba el término «racha», decía algo como: «breve período de tiempo», desde luego el mío se estaba convirtiendo en algo un poco más extenso, yo diría que patológico.
Esa noche hablamos poco, yo estaba agotada; me metí en la ducha, un móvil comenzó a sonar en la habitación con la música de Sor Citroën de fondo, era Andrés, yo que pensaba que se había olvidado de mí, así que oí la voz de Frankie con su voz de locutor de radio grave que decía:
—¿Te crees el puto amo? —Y un silencio.
—¿Quién era, por favor? —dije con voz de preocupación. Frankie contestó:
—Ouuu, nothing, era ese ser cabrón que aparece y desaparece como el embalse de Tarancón.
Le contesté:
—Primero: es como el río Guadiana, y segundo: mi proyecto de «acueste», la única culebra que tengo en los últimos años, se ha ido al traste por tu culpa.
Frankie:
—Eso es, tú necesitas un cañón, no una ramita de árbol para satisfacer tu cuerpo. —Y añadió—: Dame las gracias, un psicólogo no te corta esto de raíz, lo hace el Frankie.
—Está bien, gracias. —Y añadí—: Por favor quita «el», que no somos catalanes.
Frankie:
—Vuestro español es difícil, y yo soy un tipo que aprendo lento.
—Para lo que quieres. —Y me eché a reír.
Frankie había noqueado a Andrés. Este era un soberbio de esos que pueden hacer lo que les da la gana, como estar con todo el lote de cheerleaders, pero como me viera a mí hablando con el entrenador preguntado la hora del comienzo del partido, me hacía una melee y allí me dejaba tirada en el campo, retorciéndome como una croqueta rebozada en barro. En el fondo tengo que agradecerle a mi amigo escocés lo que ha hecho. Cuando llegué a la cama, Frankie me había puesto una chocolatina en las sábanas, sabe que me encantan.
—¿Sabes que estás muy guapa cuando te enfadas? —dijo Frankie.
—Muchas gracias, por eso lo hago a menudo. —Sonreí con gesto mohíno.
Esa noche tuve miles de pesadillas, soñé con Andrés. Yo estaba debajo de su casa y veía que no había luz en su ventana, pero sí sombras, sombras que se abrazaban lentamente y de pronto me despertaba de golpe, y allí estaba Frankie a mi lado con sonrisa de cómic, durmiendo como un lirón. Tenía la misma cara que el protagonista de la película Hay un muerto en mi cama pero sin bigote, era una cara muy simpática, de chico alegre con naricilla respingona, tenía unos dientes perfectos de un blanco nuclear. Unos ojos redondos como canicas que van a echar a rodar, con pestañas tan largas que casi tocaban la pared de enfrente. Cada uno tiraba de la manta, hasta que quedamos dormidos. Me hacía sentir acompañada, como si me protegiera de todo lo malo que me podía ocurrir, me sentía segura a su lado.
A medianoche sentía el calor de un hombre cerca a mi lado, como acunando mis sueños. No tenía que poner miles de sillas delante de mi puerta. Frankie se levantaría y haría llaves de karate. Todo esto es lo que sueño, porque en la calle, una vez que iba con él, un motorista me arrancó el móvil de las manos, y la que fue hecha un animal detrás de él fui yo, porque Frankie temblaba como una nena en una esquina y decía:
—En Edimburgo esto no hubiese pasado, tenemos una ley muy fuerte contra los maleantes. —Le contesté:
—Pues aquí tenemos muchas leyes, pero cuando un hombre va al lado de una mujer y algo pasa, el hombre arrolla y la salva del peligro. —Frankie sonrió y dijo:
—Has visto tú mucho a Popeye y Olivia.
A la mañana siguiente, Frankie me despertó con un beso en la mejilla, le encantaba verme dormir, dice que hago unos gestos como de gatito despeluchado que le hacen mucha gracia, tenía que entrar pronto en el trabajo, así que me tomé un desayuno sin mi tostada con aceite, no había tiempo que perder.
Y salí pitando hacia el trabajo. Cogí el metro como todas las mañanas, allí estaba el niño mono mirándome fijamente, y haciendo el pulso de miradas que teníamos cada mañana. Siempre me habían dicho que si me volvía a pasar, lo mejor era ser una mujer valiente y no perder las pocas oportunidades que a una le regala la vida, así que escribí una nota en blanco en un papel que tenía en el bolso de cartelera de cine, y le puse: «Mi nombre es Berta, espero que te vaya bien la mañana», e intenté acercarme para dejárselo caer en el periódico que estaba leyendo, pero de pronto hubo un frenazo, y cogió el papel un señor calvo regordete, que no hacía más que correr detrás de mí y gritarme:
—Igualmente, yo me llamo Genaro, pasemos la mañana juntos, ¿por qué ir a trabajar?
Este señor me perseguía por todo el andén, mientras que el niño mono ya subía las escaleras directo a la calle.
Está claro que la suerte no estaba de mi lado. La debían llevar tantos otros, que no quedaba para mí.
Entonces recibí el siguiente SMS:
«Linda can u contact the lassies and tell them tomorrow I can give class at 12 pm. I changed the schedule.»
Le contesté: «¿Aprendemos chino ahora?», a lo que Frankie me contestó:
«Perdona, quería decirte si mañana puedes venir a clase, veo que no aprendes mucho ni con clases particulares, esfuérzate.»
No pude contestarle: «capullo».
Esa tarde tenía que ir a casa de mi amiga Patricia a ayudarla con el bebé, tiene exactamente dos meses, imaginaros un ser vulnerable, como una ratita envuelta en pañales y con un hoyito en la barbilla.
Ha sido una de las últimas que ha entrado en la asociación, la querían dejar fuera, pero hizo un requiebro al destino y apareció el donante que encima le dona amor a su vida. Me tiene completamente enamorada. Cuando la cojo entre mis brazos, le encanta separarme la camiseta y buscarme el pecho, me confunden a mí con la madre y eso que los míos son dos pequeñas colinas, mientras que los de mi amiga son dos ubres de vaca escocesa.
Siempre que llamo a la puerta de la calle, antes si me abrían en una media de quince minutos, ahora puede que tarden cincuenta minutos, mientras, yo saludo a todos los vecinos y me preguntan si ya soy de la asociación, a lo que siempre respondo que es pronto. Qué manía el verme a mí como Presidenta, me digo por dentro.
A la hora aparece mi amiga, con el pelo todo revuelto, con un pelo mojado en leche, ya que desayuna a la vez que da el pecho a la niña, por lo que esa amiga a la que antes veías impecablemente vestida, ahora la ves como más desmejorada, pero todo el rato te dice:
—Esto es algo temporal, la maternidad es algo que no tiene precio.
De pronto subes a la casa, suena el teléfono, y te da la niña como puede, sobre todo tú estás preocupadísima de que la cabeza no se vaya para los lados, porque te han dicho que puede caerse al suelo y rebotar contra la pared, así que eres capaz de coger a la niña por el cuello y dejar los pies colgando. Me encanta tener a la niña como un saco de patatas en el hombro y pasear por toda la casa.
Te dicen que apenas duermen, que la niña siempre está llorando por los cólicos, o porque le salen los dientes, pero contigo es un angelito, y no sabes si son exageraciones de la asociación para hacerse notar. De pronto tu amiga vuela, te dice, que hay que darle el pecho, otra vez estamos en «a demanda», te encanta ver esa escena, la de que la niña se come su propia mano porque no encuentra el pezón.
Y cuando por fin lo encuentra, te dice la madre que no sabe si está tomando leche o calostro, aquel líquido espeso del que hablamos. Tú le dices que parece que ha engordado así que algo estará comiendo, y si es ese líquido debe tener muchas vitaminas porque la ves hecha un primor, como diría uno de Jaén. Una vez le dije a una madre:
—Pues yo la veo gordita. —Hubo un cisma, corrieron a llamarse unas a las otras, y me miraban como si hubiera dicho: «tu hija es un poco putita.»
Una dijo:
—¿Gordita? —Y añadió otra:
—Pero si está perfecta, tiene un percentil de lo más normal. —Tú contestas:
—Quizás no es la palabra exacta, está en su punto. —Entonces todas dicen con voz impostada:
—Eso es, está monísima. —Me ofenden. Yo he engordado diez kilos en los últimos tiempos, y estoy en mi punto, pero por dentro me digo: Me sobran unos cuantos de esos que un día vienen a comer, y no se van, porque quieren repetir plato.
De pronto te pasa a la niña porque la asociación la reclama y tiene que hacer la casa. Así que te quedas con la niña en un hombro quitándole los «gasecitos», acordaos de que todo son «itos».
Sus niños no tienen gases, eso solo lo tengo yo cuando como una buena fabada. Y de pronto te sientes húmeda, pero no como quisieras, sino que ves que toda la papilla te va cayendo por la espalda. Le gritas a la madre, y te dice con cara amable:
—Uy, uy, mi cosita, que ha echado sus cositas. —Y tú le respondes:
—Mira no sé, pero quítame esa crap, como diría Frankie, que tengo en la espalda. —Cuando al final me lo logra quitar, me ofrezco voluntaria, porque soy así, una persona entregada con la asociación, y le pido que me deje cambiarla, que para mí eso es pan comido.
Me han dado un body, ahora esos pequeños llevan estas cositas sexys, colonia para que la eche en el pelo, un pañal y toallitas. El lote completo para una tarde de verano. Le quito el pañal sucio, no sabes cómo de una cosa tan pequeña puede salir tanto mundo. Le levanto las piernecitas y de pronto sale un chorrito de agua casi a mi cara.
Esto no es tan fácil, la limpio, le pongo colonia en el pelo, y tras ese acto, me rocío yo también, me gusta oler bien. Y cuando la tengo vestida, vuelve a tener gases y tengo que cambiarla de nuevo. El body tiene un montón de corchetes, y no sé cómo encajan, así que cuando viene el miembro de la asociación, es decir mi amiga, no viene en plan relajada sino que grita:
—Ay, Dios mío, el corchete segundo va con el tercero, y el quinto va con el octavo. —Entonces me quedo con cara de «yo no he roto el jarrón chino.» Al momento me pregunto si han estudiado un curso de la Técnica de el Corchete y sus Entresijos.
El bebe me está mirando y sonriendo y parece que me dice:
—Vámonos al Retiro tú y yo, quiero ir «de comando». —Y es que a veces se les abriga tanto, que luego de mayores suelen ser nudistas.
No quiero más Ácido Fólico, siempre me repito lo mismo, pero luego los niños me ganan, quizás estoy en contra de los miembros más radicales de la asociación, esos que no dejan respirar, que te cogen del cuello y te abandonan en el rincón como una mota de polvo. He pasado toda la tarde en casa de mi amiga Patricia, ni siquiera sabe si me voy a ir al final a vivir a Edimburgo, si me voy a ir de vacaciones antes, o qué película vi el domingo pasado.
Eso sí, le pregunto:
—¿Qué corchete va con el cuarto? —Y al unísono me contesta:
—Puede ser un segundo, incluso en los bodies confort puede ser un tercero.
Al segundo te mira con cara dulce ante tu pregunta con trampa y te contesta:
—Pronto serás madre y compartiremos confidencias en el parque. —Pero es que yo no quiero hablar de pañales, de vómitos y esputos.
Quiero hablar ahora de si el siguiente me podrá hacer la técnica del helicóptero, si me llevará en un viaje sorpresa de nuevo a Nueva York y estar en el Village de nuevo tomando un té frío, si me dará un beso cuya técnica no conozca y me mareará como antes. Quiero hablar de viajes, de libros, de cine, quiero recuperar a aquellas amigas con las que me reía, cuando la búsqueda del amor era nuestra prioridad, cuando no me llamaban inmadura por no encontrarlo porque ellas estaban en la misma situación que yo. Porque las penas compartidas me hacían ser fuerte, porque ahora me siento alejada de su mundo. Me encantaría imponer una regla en el estatuto de afiliación sería la siguiente:
«Si algún miembro del grupo no tiene pareja o niños por motivos de esterilidad, inapetencia, falta de donante, falta de oportunidades, o por otro motivo que no se estipule aquí y surja, salid con esa persona dos días a la semana y prohibido hablar de baberos, Amukina y biberones. Firmado: Una perdedora en tiempos de crisis.»
También añadiría otra como: «Una vez al año, incluso dos, propongo fiesta de pijamas en mi casa, donde poder hablar de los ex, amantes, amores nuevos y deseos internos que no han desparecido con los años.» Si alguna sale con algún cabrón, nada de echarse encima como animales, sino animar y decir:
—Venga, un revolcón y luego a seguir trabajando en la causa.
Y ya a todas las reglas añadiría la más importante: «Acuérdate de que hace un tiempo que eras una persona soltera, sin compromisos, divertida, libre, que entendías las locuras de tu amiga la soltera, incluso recuerda cuando te enrollaste con el tío más raro de la fiesta, con su camisa oliendo a naftalina y nadie reprobó ese acto.» Hace poco tuvimos una media reunión en el parque y relaté mi historia con aquel chico mono del metro, sí, aquel que me ignora y yo creo que mantengo una conversación interesante con él.
Antes la asociación hubiera disfrutado de esa conversación, se hubiera reído, incluso hubiera contraatacado con otra historia de oficina. Pero ahora se oye la voz de la madre priora que dice:
—Ay, no sé, yo no lo veo, ese chico desde luego no muestra ningún interés. —Otra dirá:
—¿Pero tú ves que quiera tener niños? —Tú con cara de mustia dirás:
—No sé, quizás tenga unos veintiocho, pero en la cama debe ser un animal. —Mientras que otra dirá:
—Ya pero… es pequeño para ti.
¡Hundir la flota!, me digo por dentro. Otra me da palmaditas en el hombro y me dice:
—Él es de paso, estás aburrida. —Y añade—: Te llegará.
¡Qué manía, por Dios! —Sonrío por dentro mientras pienso: cuánto tarda lo que está por llegar, debe ir por barco, y está haciendo escalas.
En ese momento veo que me sube una especie de pelota de rabia contenida por la garganta y grito:
—¡Eres madre pero no estás muerta!
Una madre dice mientras juega con Teo:
—¿Y está bien la película? —Al segundo, como veo que no me escuchan, digo:
—¡¡Quememos el sujetador!! —Las he visto más revolucionarias pienso por dentro, quizás en el 68 lo fueron más. Cojo la pala y el rastrillo y digo:
—¿Hacemos un castillo, Teo? Teo se levanta, viene hacia mí, coge mi cuello y me acaricia con su mano. Es el único de la reunión que debe notar mi soledad.