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ANDRÉS me ha puesto un SMS esta mañana, cuando pensaba que lo había superado, me ha revuelto los cimientos, mi mente se pregunta qué tiene este chico, pero mi corazón ve demasiadas cosas que me hacen seguir enganchada a él. Una piensa que cuando daba la lección en el colegio y se ponía como si le diera un infarto era producto de la edad, pero es que ahora no son las «sociales» lo que te provoca la falta de respiración e hiperventilación, ahora es el amor. Si lo ves por la calle, el corazón se para, y una tiene que controlar la sonrisa de boba que te llega a la cara, la risa tonta te sube desde los pies hasta el cerebro, y tienes que pararlo en algún lugar, pero siempre lo paro en la boca, donde la sonrisa estalla para el otro. Siempre me digo por dentro: No te regales, pero está claro que me encanta ponerme lazo y hacer un correo exprés que llegue a la puerta de forma urgente.

Su SMS dice algo así:

«Hola Berta, ¿te apetece que quedemos para ir al cine?, creo que Soul Kitchen está muy bien.»

Es que me encanta este tipo de personas, me enferman más bien, ha pasado por nuestra vida un volcán en erupción, hemos quedado arrasados, estamos salvando a los niños y a las mujeres primero, y esta larva piensa que con poner un SMS de esos de «lenguaje de estrellas y universos» yo caería como una tonta.

Pues sí, fui al cine esa tarde, una película griega siempre es una buena elección. Antes de contar cómo pasamos aquella tarde, os explicaré qué tipo de lenguaje es el que he nombrado antes; lo utilizan muchas personas que no quieren implicarse en sentimientos, y es decir cosas insulsas después de «cabreos monumentales».

Cero implicación, cero responsabilidad. Un partido de lo más igualado. Quedamos en la boca de metro de Ventura Rodríguez, muy cerca de Princesa, para ir a los cines Renoir; iba con una camisa blanca y unos vaqueros oscuros, se había puesto la colonia que tanto me gustaba, esa colonia que yo fui tan tonta de comprar para rociar mi cama el primer día y sentir que estaba cerca de él. Es lo más cerca que lo tuve, porque luego ya fueron idas y venidas. Cuando me vio, las palabras que salieron de su boca fueron:

—¿Te apetecía más la griega o la de Dos hermanos? —Yo le contesté con el mismo lenguaje de estrellas y universos:

—Prefiero la griega, dicen que tiene mucho humor y además el protagonista es atractivo. —¡Gran error!, nunca hay que intentar dar celos, porque cuando te ven muy enganchada, esto de los celos no funciona.

Además solo os diré que te puedes hacer de verdad la interesante, cuando tu corazón pasa página, y por lo que veis yo no estaba en ese punto ni de lejos. Andrés me excitaba, tenía algo que me hacía pegarme a él como el pegamento Supergen, y el enganche era tan fuerte como si esnifara un poco de ello.

Cuando llegamos al cine, como siempre le gustaba hacer el papel de macho dominante, pidió las entradas, y me plantó un beso como si todavía siguiéramos juntos; pero lo peor fue que yo me dejé y me gustó, eso es lo que verdaderamente me molestó de mí.

Llegamos a la butaca, él se sentó y yo hice lo propio. Puse mi chaqueta encima de mis manos, y de pronto, en un instante me encontré cómo sus dedos iban avanzando por mis rodillas, estaban acariciando mis manos por debajo de la montaña, y me estoy refiriendo al montón de ropa que teníamos encima. Sentí mucho calor en un sitio que ahora mismo no voy a transcribir para no herir a las mentes, pero es como si el bollo de la cocina ya estuviera en el horno, y encima la película se estaba cocinando a fuego lento.

—¿Está lloviendo fuera? —Esa era mi sensación. Cuando terminó, fuimos derechos al postre, buscamos un hotel cerca de allí, como monos enganchados, y estuvimos haciendo el amor toda la noche. Lo peor es que cuando le tocas, le acaricias la espalda y le abrazas, la ansiedad desaparece, en ese momento se te baja al suelo, has conseguido el premio, vuelves a estar tranquila, pero al segundo, cuando piensas en lo que has hecho, vuelves a sentirte una estúpida que no sabe dominarse, te sientes una perrita cachonda que no puede controlarse. Por eso me fui a la habitación de al lado, abrí la puerta, me senté en el suelo en postura fácil, y empecé a hacer respiraciones de fuego. Andrés me oyó y me gritó:

—¿Es que no te has saciado conmigo? —Y soltó una carcajada. Este tío es que era de lo más impresentable, mi corazón le veía cosas, pero otra vez mi mente no veía nada. Así nos pasamos como unas semanas de tira y afloja, de sentirme mal por acostarme con él, y sobre todo por quererle. Pensaba que sintiéndole dentro, al final me cansaría y podría acabar con él, pero el plato todavía me gustaba más.

Empecé con mis clases de inglés, eso quería decir que Frankie había llegado de nuevo a mi vida, para rescatarme de tanta gente «inquerible».

No nos habíamos podido ver aquel domingo que llegó a Madrid, pero el lunes, como lo prometido es deuda, yo empezaba mis clases de inglés en la academia. Dije por teléfono que tenía un nivel tres-cuatro, que es más o menos equivalente a un First, pues resulta que no lo tengo así, me han puesto en uno-dos, porque dicen que cuando hablo no se me entiende nada. Quizás ahora comprenda por qué no me entendió un revisor cuando me quedé perdida en Londres. Aunque la gramática la tengo genial, así que creo que solo me relacionaré con extranjeros escribiendo.

Al llegar a clase vi a Frankie muy cambiado, se había dejado el pelo cortado a trasquilones, recuerdo que solo le quedaba bien a tío Jesse de la serie Padres forzosos y a él, y una barba como de doce días, parecía un náufrago en estado puro. Cuando nos vimos, nos abrazamos como locos, estábamos felices de vernos, de compartir el tiempo de nuevo. Además eso de que te abrace un chico que te quiere, es algo bonito, y a la vez protector. Estaba rota y perdida, una combinación que no hacía que pasara por mi mejor momento En clase éramos solo tres personas, una chica llamada Magda y un señor de unos sesenta años llamado Pedro. Al principio no entendía nada cuando hablaban, me costó mucho pillar las clases de Frankie. Las clases eran diferentes a todas las que había tenido a lo largo de mi vida, no había gramática, solo conversación. Y mi amigo escocés, tenía un grave problema, y es que era «monologuista», podía pasarse horas hablando solo él, mientras los demás poníamos cara de póquer. Se tocaban temas como la guerra de las Malvinas, el club Bilderberg…, es muy difícil con estos temitas tan densos entender una palabra.

Después de clase siempre nos vamos a tomar un café con todos los compañeros, bueno somos poquitos pero bien avenidos. Frankie tiene la uña del meñique larguísima, ya que le sirve para tocar las cuerdas de su guitarra; tuvo una relación larguísima en Edimburgo con una chica, según él era una amazona, pero un día la amazona le pidió más compromiso y él la dejó en el instante, la historia de su vida. Ahora va de relación en relación sin implicarse mucho y, eso sí, recordando a la amazona cada noche, porque fue la única que se portó bien con él. A las otras mujeres las encuentra siempre en la noche, suelen ser infieles y con poco cerebro, pero Frankie siempre dice que por qué se va a conformar con una, si en España son muy guapas, es versión Tico, pero más del norte.

Tiene tres ideas metidas en la cabeza que quiere cumplir en España, una es la Feria de Abril, otra la Tomatina, y otra San Fermín. Las dos primeras se le han pasado ya en el calendario, así que este fin de semana quiere correr delante de un morlaco de cuatrocientos setenta y cinco kilos con un pañuelo rojo y su atuendo blanco nuclear.

Me ha contado una historia para no dormir, me ha dicho que su última conquista era una polaca, casi modelo, que un día conoció en un irlandés; él estaba con un amigo, la vieron entrar y él no pudo hacer otra cosa que acercarse y decirle si se sentaba con ellos para tomar una copa, a lo que la polaca le contestó:

—¡Yo no me siento con maricones como vosotros! —Con una frase así, tan delicada, no sé cómo la pudo seguir hablando, pero a Frankie le va la marcha, una mujer que tiene carácter y encima no le pone las cosas fáciles, es lo que más le puede poner a este Scottish alocado.

Esa mañana fuimos todos a tomar algo a una terraza, allí nos contó que su sueño era comprarse una Vespa para pegarse con todos los coches grandes de Madrid, que la «tunearía» con el escudo de Escocia, y que viajaría por toda España como Che Guevara hizo por toda Argentina. La verdad es que decía cosas que, claro, el pobre señor mayor de nuestra clase de inglés se quedaba a cuadros. Para él, la vida era carpe diem, no había futuros, solo presentes.

Nos contó que cuando llegó se fue a una peluquería de Madrid, pero que encima la peluquera le dejó ese look y que ya su estilismo de DJ Frankie estaba por el suelo; estaba protestón porque decía:

—¡En España no sabéis cortar el pelo!

El señor mayor de nuestras clases de inglés le miraba perplejo; Pedro, llevaba una vida bastante estable, aunque un día dijo que te podían gustar varias personas y remató diciendo que él se podía enamorar un poquito cada día de alguna persona nueva. Así que me parece que la que empieza a ser un bicho raro hoy en día soy yo.

Frankie nos contaba sus aventuras y desventuras con total naturalidad, nos dijo que la forma que tenía de ligar en Escocia era muy sencilla: solía bajar un metro con los amigos y hacían la broma de acercarse a las chicas para medirles el pecho. Es la parte que más le gusta de la mujer y siempre dice que en España, en esta parte, no vamos muy sobradas las chicas; ya le hemos comentado en miles de ocasiones que se vaya a Murcia, que allí seguro que las mujeres le gustarán más. Cuando entraba una chica en el bar según lo agraciada que fuera, él miraba a sus amigos, y gritaba:

—Cuatro pintas. —Esto significa que la chica estaba por debajo de la media y había que emborracharse para olvidarse del mal trago de Tennessee Williams.

Frankie era así, como un niño completamente grande, una mujer madura y estable era difícil que quisiese algo con él. Yo tenía todos los días ocupados: trabajo, clases de inglés, mis clases de yoga…, pero cuando llegaba el fin de semana, alguna amiga de la asociación me llamaba para quedar.

Quedé con dos amigas y sus respectivos niños en el Retiro, había quedado en la entrada de las barcas, pero ya se sabe que hay varias entradas, por lo que me encontré con una de ellas y a la otra la reencontramos dos horas después, ya que le estaba dando el pecho al bebé con la famosa «a demanda» en uno de los bancos del parque.

Todo el Retiro estaba lleno de carricoches, andar por allí era puro caos. La niña de una de mis amigas no paraba de llorar, no sabíamos cómo hacerla callar, emitía pequeños grititos a golpes; menos mal que la había comprado uno de los juguetes más monos del mercado, con la mala suerte que cuando lo abrió me dijo:

—Este se lo ha regalado el abuelo.

Entonces es cuando recuerdas tu tarde de compras, la que te has pasado dudando entre el Baby Einstein, y la bola loca, y al final, te decides por lo segundo y ya lo tiene. Te tienes que quitar este pensamiento de la cabeza pero no puedes evitarlo. De pronto ves a la niña de tu amiga, con una ceja levantada, mirándote desafiante, y parece que tiene una conversación contigo:

—Me podías haber llamado, ¿no? Ese juego lo tengo ya —dice la pequeña.

—Es que había muchos en la tienda y, la verdad, pensé que el color azul iba contigo, con tus ojos —contesté como balbuceante.

—¡No me jorobes, no me jorobes! Que eres una zalamera y sabes que no me gusta —parece que te dice ella.

—Perdóname, te compensaré cogiéndote en brazos. —Entonces la aupo y estrujo sus piernas regordetas contra mí.

—¿Siempre eres así de pesada?, ¿no ves que estoy en el coche tan a gusto? No me aprisiones que tengo calor —te dice ella.

Pero tú esas palabras apenas las has escuchado ya que comienzas a salivar porque sabes que vas a estrujar uno de esos carrillos tan monos que tiene. La meterías en la sartén y te la comerías, piensas en silencio.

—Tú te lo has buscado —te dice ella, y entonces es cuando ves que un churretón de papilla de forma espumosa sale por la boca, y tú pones cara de aquí no pasa nada, y buscas compulsivamente un pañuelo de papel que nunca encuentras.

Te pringa entera, sientes una masa viscosa bajando por tu espalda, pero no dejas de sonreír en ningún instante.

Recuerdo una vez que tuve que cambiar pañales, ahora lo hago alegremente, pero mi cara no podía controlarse, y una madre de la asociación te decía:

—Lo bueno de los excrementos de los bebés es que no huelen a nada, solo a jamón de york. —Os podré decir que desde ese día solo tomo jamón, pero de Jabugo.

La madre alegremente te dice:

—Oh, mira, la niña ha hecho cacota líquida. —No solo tienes que cambiarlos, sino que te describen el excremento como si a mí me interesara saber de qué está hecho.

Por fin encontramos a nuestra pareja de amigos, el pobre marido vino a la reunión de alegres comadres, y es que se nos olvidó decirle que los demás maridos se quedaban en casa, así que el pobre aguantó el tirón como pudo. Cogí al bebé como un saco de patatas en el hombro, ya que no paraba de llorar por los cólicos; algunos niños los primeros meses no paran de berrear como cabras. Allí estaba sentada cuando, de pronto, mi amiga, en la otra pierna, me puso a su niña regordeta que no paraba de expulsar baba.

Un hilo de voz salió de mi boca:

—Este verano me voy a Croacia —dije, pero allí nadie me oyó.

Sin embargo, las madres de la asociación sacaron su pecho de sus apretados vestidos y me empezaron a hablar del calostro, me explicaron que era un líquido segregado por las glándulas mamarias durante el embarazo y los primeros días después del parto de un color amarillo espeso. Luego fuimos avanzando y alguien habló de la Amukina, un líquido que sirve para limpiar y desinfectar la lechuga. En ese momento miré a la hija de meses de mi amiga y parecía que me decía:

—Me ha tocado esta madre tan cansina, o es que tiene hoy un día difícil.

No quiero pensar en lo que puede suponer esto, cuando estos niños crezcan y comiencen a ligar, a ir de discotecas. Espero haberme ido a vivir a una isla secreta y estar ilocalizable.

En ese momento de niños, apareció Andrés paseando en bicicleta con una rubia espectacular, de esas que no piensan, pero que tampoco se les echa de menos que lo hagan. Me miró y dijo:

—Así que te has convertido en mamá en este tiempo ¿no? Espero que yo no sea el padre. —Me puso de los nervios y le contesté:

—Espero que no, porque como tenga tu cara, apañados vamos. —Él se rio, y entonces la niña volvió a expulsar toda la papilla por la boca, así que ahí me quedé con esa cara de boba, y con ganas de tirarme al estanque para lavarme todo aquello.

En ese momento recibí un SMS de Frankie que me decía:

«¿Cómo está vos?, he corrido en la calle Estafeta y luego he tomado unos pinchos, las tías son muy guapetonas.»

Resulta que Frankie cuando una mujer es guapa la llama guapetona, una vez le dije que eso me suena a hombre de ochenta y tres años y resulta que se lo enseñó un profesor octogenario de solfeo. Aunque cuando lo dice, en él queda dulce, al menos suena menos brusco que «mira esa tía qué buena está.»

Me imaginaba a Frankie entre toro y toro, saltando, ligando con mujeres, mientras que yo había vuelto a hacer el máximo ridículo con Andrés. Siempre le pido a los cielos que cuando le vea me pille de la mano con otro, con una gran sonrisa, pero siempre me pilla o con niños, o andando sola con cara de compungida. ¡Qué vida esta!, me digo por dentro.