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HOY tengo cumpleaños en casa de mi amiga Edurne, su niña cumple un mesecito, aquí todo se habla ya en «ito», y han preparado una gran fiesta en su porche. Le he comprado en una tienda para niños un juego de bolos, eso sí, que no pueda tragárselos, ya hice la comprobación en la tienda. No penséis que elegir un juguete es fácil, puede llevarte horas. Si piensas en ropa, hay que tener muchísimo cuidado, porque la ropa según cómo sea el tamaño de la niña la puede valer para muy corto tiempo o sin embargo, que te sirva como trapo para limpiar la cocina, a veces he visto alguno de los vestidos que he comprado que los han usado como abrillantador de suelo.

La dependienta con cara de pocos amigos, es curioso cómo siempre atienden mujeres a quienes la atención al cliente no les gusta demasiado, te miran por encima de sus gafas y te dicen con voz avinagrada:

—¿Qué edad tiene el niño? —Tú sonríes y le señalas con la mano lo grande que te parece:

—Pues así, más o menos.

Ella te pone cara de pocos amigos y le enfada que no le digas los centímetros exactos de la criatura. Porque uno se va dando cuenta de que quien no pertenece a la asociación de Ácido Fólico anda desplazado por el mundo. Si lo que quieres es comprar algún juego, te vas a una gran tienda, donde en cada estantería ponen «de 0 a 3 años», «de 3 a 6 años», «de 6 a 12»; la verdad es que miras los juegos y te parece que la niña de tu amiga es una chica lista y podría jugar con todo. Pero luego, cuando se lo das a la madre lo primero que hace es mordisquearlo por si puede tragárselo, lo estira completamente y salta sobre él por si rebota y le da en la cabeza, vamos, que le está haciendo un estudio exhaustivo de la norma ISO 9000 a tu pobre juguete. Y tú piensas: Pues a mí me parecía tan mono…

Observas que cuando vas a poner un cargador en alguna casa te cuesta un montón meter el enchufe, y es que la voz de tu adorada amiga madre te dice:

—Es para que el pequeño Junior no se electrocute, es el enchufe para niños.

En ese momento recuerdas aquel instante mágico cuando metiste tu lengua en los agujeros del enchufe y erizaste tu pelo y sentiste que la brisa golpeaba tu cara.

En nuestra época los niños éramos de hierro forjado, en mi caso recuerdo todos los días subir del parque con las rodillas casi viéndose el hueso de la misma, como si hubiera realizado una batalla campal, te soplabas la herida durante la noche porque escocía bastante, pero te sentías muy orgullosa cuando te metías en el baño con tus rodillas peladas. Te caías de la bicicleta y parecía que rebotabas, porque al segundo estabas pedaleando de nuevo.

Ahora los niños se caen en una tarima de plástico mullido que además se creó en la ciudad de Alcalá de Henares, Patrimonio de la Humanidad, y eso te hace gracia porque por fin los españoles hemos ideado algo nuestro que sea importante, además de la fregona. Siempre discuto con Frankie de todo esto, él piensa que los escoceses han inventado todo, pero la fregona no.

—¡Esa es nuestra! —le grito siempre.

Y el Chupa-Chups también, ¡que no nos quiten el Chupa-Chups, por favor!, que además fue un invento de Enric Bernat, un visionario catalán.

Cuando estoy con una madre, se me desarrolla el sentido del invento, quiero patentar algo, pero todavía no he encontrado al arquitecto amigo que me ayude a llevarlo a cabo. Me sale una vena de «ayuda a la madre», la pena es que apenas hay subvenciones para este acto de generosidad mío. Se trataría de que del carrito saliera una plataforma lisa para evitar las escaleras del metro y que el carro rodara con mayor facilidad, y así la madre no tuviera que mirar a todos los lados en busca de un alma caritativa que le ayudase a llevar el «carricoche pladur», o el «bebito confortable» ¿Por qué pondrán nombres tan difíciles a un móvil de dos ruedas?, me pregunto cuando me encuentro entre peleas de madres luchando por sus marcas y clases de carros. Un día casi llegan a las manos. Creo que a veces les entran ganas de tirar el niño escalera abajo con el carrito y gritar:

—Mira ¿no ves? el mío no pesa nada, y es mucho más rápido. —Y que le frene la pared de enfrente y la fuerza gravitatoria. Tú la verdad es que no notas la diferencia, solo comienzas a notarlo cuando un día te dice con una sonrisa:

—Toma, lleva a Pablito en el carro, ya verás cómo te sonríe.

Te das cuenta de que el carrito está en cuesta, y que has empezado a sudar como una condenada, y tenemos casi dos horas para llegar al Retiro y ver un solo pato en el estanque porque los otros han desaparecido o el calor los ha evaporado. Creo que a veces los ponen de atrezo para decorar los estanques.

Conduzco el coche con el regalo en la mano, contenta porque hace un montón que no nos reunimos todas las amigas, pero para llegar hasta allí casi hay que coger un mapa para no perderse, y mi GPS, llamado por muchos TomTom, parece tonto del todo, nunca lo entiendo, es peor que cuando hablaba a Andrés, a este le decía:

—Cariño, ¿vas a recogerme hoy a las ocho cuando salga de trabajar? —Y me contestaba:

—¿Pero cuándo? —Pues mi TomTom va en esa línea, de pronto una voz masculina te habla en mitad del coche; resulta que se puede elegir a Elena o a Anthony y yo he elegido a Anthony, quizás por hacer un viaje aunque sea corto junto a la voz de un hombre y sentirme algo acompañada.

Pues Anthony me ha dicho:

—La tercera salida a la derecha.

Y me ha vuelto completamente loca, porque me ha llevado a la M-30 y voy camino de Toledo, y ahí es justamente donde tiene la casa Andrés, así que yo no sé si estos dos están compinchados, pero me veo en mitad de carreteras totalmente perdidas, yo intentando alargar el brazo y dando saliva a la ventosa del TomTom para sujetarlo en el cristal porque no hay manera de que ese cachorro esté quieto, para mí que me lo han dado vivo. Siempre me fijo cuando lo llevan los taxistas y jamás se les cae, será que tienen algún convenio con ellos, porque el mío siempre está en el suelo, quizás como la dueña, a lo mejor es que le paso malas vibraciones.

Cuando por fin me puedo parar en una gasolinera, llamo a mi amiga Edurne para decirle que me retrasaré pero que llego seguro, que me esperen. Qué idea tan tonta, le digo, dónde van a huir en un colegio de niños, es difícil esconderles, solo vi que pasara eso en Sonrisas y Lágrimas que para huir de los nazis les escondieron a la perfección. Pero no me imagino muda a la niña de mi amiga, seguro que nos pillarían por ella.

Llegar tarde a una fiesta normal, de las de antes, de las llamadas «parties adultas» como las de entonces, donde todo el mundo empalmaba la noche con el día. Todavía recuerdo una a lo grande en casa de mi amiga Ana la mejicana, la llamó «Destroyer house», porque iban a derruir el edificio y dieron una fiesta en Aguascalientes que fue memorable. Podíamos sacar los aerosoles y decorar las paredes mientras otros saltaban en los sillones. Pero me imagino que la fiesta actual de mi amiga y su dulce pequeña sería una mucho más tranquila donde habría montones de limonada. Aunque es fácil que algún niño saque sus pinturas y decore tu pared. Tengo un par de ellas decoradas sin firmas, y la verdad es que cuando pasa siempre pongo la misma cara: No pasa nada, es normal son niños. La misma cara que cuando la asistenta te quema un saree con el que tienes que ir a un festival de Bollywood y ves la marca de la plancha: Es normal, me podía haber pasado a mí. Pero por dentro quieres gritar enervada: Me cago en tu p…, pero tan solo te sale un:

—Uy, qué cosas pasan…

Cuando llego a la casa, me encuentro con un montón de niños corriendo por el pasillo, y es que a mí me encantan los niños, todos saltando, unos haciendo el indio, otros reptando por el suelo. Al fondo veo una fiesta completamente infantil, con gorros y matasuegras, donde me van presentando a padres encantadores, hombres que es una pena que lleven anillos de casados porque ya no los ves en los bares y ahora sabes dónde están, malditos roedores, son parte del mobiliario de la fiesta.

Cuando coges un vaso para beber, notamos que está muy pegado a la mesa y que está lleno de babas, y un niño ríe y te dice que le aúpes a la mesa, tú sonriendo lo haces, y de pronto, sin venir a cuento, me imagino a Andrés con uno de esos pequeños en sus brazos y yo a su lado feliz. Pero es una vida inventada, y desde luego no es mi vida, eso está claro. Aquel Andrés era mi imaginación, una persona que nunca existió y yo creé para ser feliz, como tantas veces hice.

Te sientes mal y coges una cerveza, te ha costado mucho encontrarla entre tanta naranjada, y te sientas alrededor de cinco madres felices; nadie pregunta por tu trabajo, ni siquiera por tus viajes, y mucho menos por tu vida amorosa. Te palpas por si has desaparecido, pero parece que sigues allí, en el suelo hay marcas de tus zapatos. Cuando por fin te ven, lo hacen con cara como de pena, piensan que has elegido mal todo, y de pronto te dicen:

—Lo vas a encontrar, ya lo verás. —Yo con cara de «esto no va conmigo», comento:

—No, si yo no perdí nada. —Y sonrío. De pronto la conversación se vuelve como disparatada, loca, todas quieren coger a cada pequeño para hacer guerra de niños.

—Mira a Gus qué alto está —grita una.

—Pues Mario tiene una inteligencia más alta de lo normal, en el colegio la profesora nos ha comentado que no es corriente lo listo y rápido que aprende, cuenta la tabla de multiplicar haciendo el pino y cantando un Cantajuego.

—Le pongo todas las noches Baby Einstein —comenta otro. Y otra:

—Sin Dora no te aprenderá nada. —Cuando ya te sabes Pocoyo, que te ha costado mucho, incluso alguna noche me lo he puesto para no sentirme fuera de lugar, a veces pasa como con las series: tuve que ver toda la temporada de Cómo conocí a vuestra madre para poder hablar en la oficina.

Esto me recuerda a un capítulo de la serie Friends, cuando todos fuman en la oficina y suben al ático en el descanso, Rachel no fuma y claro, nunca se entera de las conversaciones trascendentes que se llevan a cabo.

De pronto la conversación sigue y una dice:

—Deberías poner a Luca el flautista, con esos dibujos el niño no solo aprende sino que crece. —A veces me parece que estoy en el rodaje de un anuncio, con los paraguas y las cámaras, gritando «acción», que han repartido los takes y empezamos a rodar. Lo curioso es que a mí no me han repartido nada, porque hablo poco, aunque me consuelo pensando en lo alto que llegó Harpo, de los hermanos Marx, aunque yo no tengo ni bocina.

De pronto vi una mano que me saludaba, era Edu; salí en los años de instituto con él, era un chico bajito, de esos que decíamos que era monísimo pero que siempre se atusaba el pelo sin que tú te dieras cuenta, ya que podía pasar horas hablando de baloncesto, de Larry Bird y de la NBA. Me hizo ilusión verle, hacía mucho que no nos encontrábamos, ahora tenía dos niños morenos a su lado todo repeinados y oliendo a Nenuco. La verdad es que creo que era él quien olía así; ya no hablaba de nada, ni de cine, ni de música, solo hablaba de que estaba preocupado porque le iban a quitar el «cheque bebé.»

No había escapatoria, miraba a todas las puertas y estábamos todos encerrados en un cuchitril con un montón de niños gritones, pero de pronto la pequeña de mi amiga Lucía se acerca a mí, me tira del vestido y me sonríe:

—¿Quieres que te enseñe mis muñecas? —Yo sonriéndola le digo:

—Claro que sí, tengo ganas de ver todas, pero todas. —Esa niña va a ser de las mías de mayor, se la ve que no incomoda, que es respetuosa y eso me gusta de la gente. Cuando algún conocido mío no tenía hijos jamás le preguntaba:

—¿Oye, y cuándo tienes niños? —Me parecía algo brutal, casi… no sé, la palabra es inmoral, era su vida, y había que respetarlo.

Ahora, cuando vas a una boda te sientan en la mesa de todos los solteros que muchas veces te preguntas qué haces ahí con un montón de personas un tanto extrañas como sacadas del claustro de los franciscanos y piensas: Claro es que son solteros, pero al segundo dices: Ay… no tires piedras contra tu tejado.

En esas bodas llegan las preguntas del millón, esas que has evitado a lo largo de todo el día:

—¿Y cuándo te casas?, ¿pero tienes novio?, e ¿hijos, para cuándo? —Eres muy educada porque harías un contraataque como:

—¿Y tu marido te pone los cuernos?, ¿no piensas que es un poco aburrido?, ¿qué piensas de esas chicas que al final se acaban casando sin estar enamoradas o de las que lo estuvieron pero ahora no sienten nada?, ¿es tu tercer matrimonio, ¿qué crees que falla? —Pero luego decides que no es tu forma de ser eso de hacer daño y piensas que hay que aguantar el chaparrón como sea, y buscar un paraguas de esos enormes, de los de golf, que te tapen entera.

De pronto te viene tu tía Casilda, a la que no ves desde hace millones de años, con un hombre que parece sacado de un telefilme de Estrenos TV, rancio y raro, y se acerca hacia ti, y te dice que bailes con él. Tiene un aire a Lorenzo Lamas en Grease, pero piensas: Si al menos fuese cuando salía en Falcon Crest, yo hubiera podido sacarle a bailar.

Y así pasas la velada, bailando con un tipo que te pisa todo el rato, y es que te gustaría que por una vez en tu vida llegara Marlon Brando como en La Condesa de Hong Kong y tú te sintieras Sofía Loren, como una polizón más y viviendo una historia de amor increíble. Cada día tengo más claro que no busco una relación hecha, ni una pareja, busco sentir, eso siempre me ha movido el mundo; y una vez sentido, entonces viene la relación, es cuando te apetece pasar tiempo con esa persona, disfrutar del tiempo libre, y sobre todo ser cómplice de ella. Una vez a un amigo mío le pregunté qué era lo que buscaba, y me contestó:

—Sentirme acompañado. —Me pareció como que buscaba un perrillo de esos que están en las tiendas y te miran por el cristal con la nariz pegada a él, diciéndote:

—No me abandones, yo no lo haría. —Me dio pánico escuchar aquello, pero es verdad que cada uno somos un mundo donde somos todos de nuestro padre y nuestra madre. Y en eso estaba yo, que no sabía lo que me hacía feliz a mí, ni siquiera sabía si tenía esa capacidad.

Terminó la fiesta en casa de mi amiga, todos alrededor de su pequeña viendo cómo dormía, y ahí uno tiene que controlar la voz porque como suba unos decibelios la madre te gritará:

—¡Shhh!, por favor, que está durmiendo. —Nosotros éramos cinco hermanos, así que nos dormíamos con lloros de los otros.

De pronto la niña se despierta, todo el mundo corre de un lado para otro, yo no sé qué hacer así que corro también, hay que implicarse en todo lo que se haga en una casa. Mi amiga dice:

—¿Son cólicos o tiene hambre? —Menos mal que no estoy yo sola porque yo diría:

—Mete el chupete en coñac a ver si se duerme un poquito. —Recuerdo que alguien me contó que se hacía en la época de las abuelas y el niño se callaba al instante, me imagino que porque tendría la lengua como con alfileres, adormecida del todo. Otra madre sabia, apostilla:

—Eso es que tiene hambre, dale la teta. —Mi amiga dice:

—¿Cada cuánto hay que darle? —Y otra dice:

—A demanda. —Allí todo el mundo tiene un vocabulario dominado, yo me he ido perdiendo; en silencio voy pensando: Pocoyo, Dora, potito…, no puedo memorizar tantos términos, mi cabeza no fue creada para retener tanto. La niña solo sabe cuatro términos, uno es «agua», el otro «más», tiene otro muy gracioso que es «¡Ay, Dios!», y siempre se pone las manos en la cabeza, pero es que tiene una madre agónica, así que lo ha debido de aprender de ella. Pero de pronto la niña se acerca a mí y me susurra:

—Wi, wi, wi, wi. —Su madre se acerca a ella y le dice:

—Está bien, te paso la Wii, pero ten cuidado. —En ese momento me quedo perpleja, la niña coge un mando y lo empieza a mover como una maraca y se ríe sola. Para mis adentros pienso lo triste que es que su cuarta palabra se refiera ya a la Wii.

El pecho es de esas cosas que se enseñan a demanda también, puedes estar hablando con una madre y que su hijo se cuelgue en su pecho y un pezón te salte casi a un ojo, porque aquí todo es libertad y por supuesto el bebé es lo primero. Comenzamos la «operación pecho», somos nueve mirando el acto. Una dice:

—¿Todavía sigues con el calostro? —A mí me suena al catastro, pero no debe ser eso, porque salen como gotas más espesas. Yo tengo una curiosidad y es a qué sabe la leche. Todas me dicen que es muy dulce, y que si me ponen un chupito. Con la cabeza niego al instante, en un momento dejo de tener esa curiosidad innegable.

Este humor de las madres es difícil de comprender, pero son de la asociación, tienen un humor que no se pone en todas las salas de cine, solo en las de autor. El bebé lleva horas chupando un pecho, como siga así va a consumir a la madre, cuando ya pienso que hemos terminado y que llevaremos una conversación adulta, la madre dice:

—Y ahora, mi chiquitina, el otro pechito. —La niña come por todos, como un auténtico animal se ha bebido completamente todo «el agua de los tiestos.» Menos mal que no lleva alcohol, porque iría perjudicada. De pronto pasa a la «operación expulsar gases», y me dice:

—Venga, futura mamá, ¿quieres hacerlo tú?, ponle al balcón. —No puedes decir no, es algo que impresiona, que estén mirándote todos, te han dejado una faceta que debe ser vital, así que pones la carita de la bebita en el hombro, he aprendido rápido lo que significa el balcón, por mi parte la hubiera sacado al de casa, y para colmo hablo todo en «ita», es como estar en otra provincia, se te pega el acento. Y suena un espasmo y al segundo sientes un chorreo frío por la espalda, ya te has dado cuenta de que el calostro te está bajando hasta caer por la pierna. No puedes decir «qué asco» porque todo lo que sale de la niña es pureza, ¡agüita clara!, así que vuelves a sonreír, desde que estás en la asociación como invitada de honor, la sonrisa es lo que vas a lucir más en este tiempo. En ese momento las madres con niños más grandes hablan de los «cacitos».

—Yo al mío ya le doy un cacito y medio de cereales. —Y grita otra:

—¿Solo?, pues al mío le doy tres cacitos y los rechupetea que no veas. —Ahora es la guerra del cacito, me digo por dentro, me dan ganas de gritar:

—Pues yo me tomo tres platos soperos y a veces hasta postre.

Cuando estás relajada y piensas que vas a ver una película, te echan disimuladamente, el bebé duerme a la hora de todos, así que las once de la noche ya es una hora que ha traspasado el límite de tu juerga nocturna. Te enseñan un superaparato que va conectado a la cuna y al televisor, donde todos durante treinta minutos observamos las respiraciones de la bebita, estás deseando que haya algo de acción, un estornudo… Y de pronto todo el mundo suelta en alto:

—Ohhh. —Y es que la bebita ha medio sonreído. Tú sacas tu cámara de fotos y haces una con una luz resplandeciente que ilumina toda la habitación; una madre te grita:

—¡Flash noo! —El flash es muy parecido a un revólver en su idioma, te sientes que has matado a alguien y te haces una pelota, humillada. Yo desde luego he visto una sonrisa, pero una madre me grita todo el rato:

—Los niños de un mes no sonríen. —Y tú piensas por dentro: No me extraña, teniendo una madre como tú… Te despides de todos, no sin antes escurrirte y caerte en el recibidor, no sabes cómo ha llegado hasta allí un libro como acolchado. Soy curiosa y me gusta preguntar todo. Así que digo:

—Vaya libro original, ¿es por si te caes y te das con él en la cabeza no hacerte daño? —Y dos madres gritan al unísono:

—¡Es un libro acuático!

Siempre que tengo una fiesta de cumpleaños así, prometo no volver más, pero luego vuelvo a caer y vuelvo a ir a más, quizás sean los sitios únicos para compartir algo con las amigas. Tengo mi agenda llena de cumpleaños de bebés. Muchas veces piensas qué ricos son, hasta que crecen, entonces es cuando se produce el caos y a mí me entran ganas de escapar a Edimburgo con un billete de ida.

Llegué a casa, me descalcé y puse de fondo a Billie Holiday, I love you Porgy, y allí me encontré la prueba de uno de esos encantadores fierecillas, me habían dejado un chicle de sandía pegado en la suela. ¡Ah, cabrones!

Y la verdad, supe que era de este sabor porque olía a esta fruta por toda la casa. Cené algo frío, no me apetecía cocinar nada, me di una ducha relajante, desde que quité el baño ya no me puedo quedar ahí horas. Y es que, pensándolo bien, lo de bañarse era algo poco higiénico, flotas en tu suciedad de nuevo, con la ducha creo que también dejas correr tus problemas.

Quería ver una película tranquilamente en la noche, me habían recomendado Despedidas de Ehavled, cuando me encontré el tema de la cremación de cadáveres y rituales funerarios japoneses; claro mi amigo, no sabía por qué momento pasaba, porque si no, hubiera hecho otra elección. Le advertí que no quería ni Mamá a la Fuerza, ni Tres solteros y un biberón, pero no sé… algo más animado. Encontrarme de sopetón un embalsamiento es algo duro después de una noche infantil. Cuando un berrido de niño se oyó en el silencio de la noche que cortó toda mi concentración en el filme, eran los nuevos vecinos que tenían un niño de dos años y, por lo que estaba visto, se había empeñado que ningún vecino pegáramos ojo. Así que saqué mi puzle de mil quinientas piezas sobre la Capilla Sixtina y me puse a hacerlo, hasta que pude irme a dormir.