HOY es el segundo día que sale el sol, el segundo que me siento más fuerte, el segundo que estoy alejada de mi país, y el segundo que no miro el móvil con tanta asiduidad. Nuestro guía nos llevaba a Mostar, allí necesitaríamos pasaporte para entrar; por la ventana del autocar vi a un chico castaño de mentón griego que iba conduciendo; con la broma me puse a hacerle fotos por la ventanilla mientras que él ponía cara de pocos amigos, quizás porque el flash rebotó contra el cristal. Con disimulo cerré la cortinilla para no molestarle más. Son viajes largos y me tengo que entretener no solo con los fiordos paisajísticos.
Llegamos a la ciudad de Bosnia-Herzegovina, pasa por ella el río Neretva; su nombre viene por Stari Most, más conocido por el «puente viejo» donde al atardecer queda reflejado en el agua, le llaman La Diosa del Agua, es la Linda de los Ojos de Esmeralda, y desde el cual muchas personas se tiran al río exhibiéndose para nadar. Durante la guerra fue destruido pero actualmente se puede observar en toda su plenitud. Esa ciudad estaba completamente en ruinas, ver sus edificios destruidos con las huellas de los obuses hace que te preguntes cómo te puedes quejar por cosas tan superfluas, aquella gente debió vivir un martirio, la ciudad está sin reconstruir, y mucha gente vive en aquellas casas recordando la terrible guerra. Recuerdo que hace muchos años trabajé con una chica que se llamaba Alisa y me comentaba que era normal escuchar bombardeos y que cuando escuchaban la señal de alarma se metían en un búnker.
Al lado de la plaza España están los nombres de todos los españoles que dieron su vida por defender el país. Actualmente, el gobierno se divide entre croatas y bosnios, esto significa que ninguna etnia controla la ciudad. En la actualidad se puede decir que aunque hay huellas que no han sido borradas, los croatas comienzan a viajar a Sarajevo y los serbios también traspasan fronteras.
Conocimos la gran mezquita, paseamos por sus calles recoletas y nos hicimos fotos en el puente cuando caía el atardecer. Cenamos en uno de los rincones cerca del puente de la ciudad, estábamos sentados pidiendo las bebidas. Como siempre mi inglés ha causado grandes problemas de entendimiento, así que otra vez tuve que pedirme mi Orangina para no hacer el ridículo con el grupo, me hubiera gustado un gran batido de chocolate o puede que una horchata, pero quizás eso no lo tendrían.
Pedimos un Rizoto Nokturno que llevaba piletina, povrcé, zacini y basilyak, pensé que entendería todo aquello cuando me lo metiera en la boca y pasara a degustarlo. Cuando me levanté para ir al baño en una de las esquinas estaba él, aquel chico que hice la foto desde el autocar. Y es que la vida tiene mucha ley de Murphy. Cuando pasé por su lado, sus ojos se clavaron en mí; siempre he oído decir que las miradas hablan, pero en mi caso nunca entendí ese significado como en aquel momento. Hay otro que no entiendo tampoco y es el de cuando estás hecho una piltrafa y no encuentras la salida, la gente te dice «conócete a ti mismo»; la verdad es que a mí en esas situaciones lo que me gustaría es huir de mí y meterme en el cuerpo de otra persona menos sensible.
Nos clavamos la mirada de forma potente, él me miró y yo le miré descaradamente. No tenía duda de que algo había pasado entre los dos. Fui al baño temblando, incluso esa mirada tenía un bonus, que era el de la sonrisa, es difícil no poner cara de boba cuando hay una complicidad absoluta. Al volver pasé por su lado y pensé que tendría que mirarle otra vez, ¿cuántas veces tendría la oportunidad de sentirme viva en la vida? Así que volví a mirarlo. Y él me devolvió una sonrisa que llenó mi corazón en ese instante de ilusiones perdidas, sé que esta frase es muy típica, así que, está bien, diré que sentí algo ahí abajo que me quemaba y me subía como una vela encendida. Me pregunté en ese momento si las miradas quisieron decir algo, quizás podían decir: «Me gustaría llevarte a la cama», o «me gusta tu panameño.» Y no es que fuera acompañada por un ser de Panamá sino que un gorro tapaba mi cabeza, haciendo visera a mis ojos.
Era la mirada más sexual que había tenido a lo largo de todo el año, y eso me había despertado sensaciones que habían quedado anestesiadas. Y cuando una mirada te busca una segunda vez y luego una tercera es pura magia, buscas cohetes en el cielo, pero están más al fondo, están en ti. Tú eres la que tienes el petardo entre tus manos, y un joven con nariz croata te enciende la mecha. «Viva San Fermín», gritas de nuevo.
Nuestras pupilas se abrieron a algo llamado pasión, pero me dio por salir de aquello y me fui a continuar mi cena, ponían de fondo a You’re still on the one.
En ese momento pensé en el sentimiento de Frankie y en la mirada de este chico, la verdad es que en una balanza el ganador tenía falda escocesa, pero una vez alguien me dijo: «al principio siempre gana el sentimiento que tienes en la cabeza, tu recuerdo, cómo lo viviste, pero quizás cuando llega otra persona te puede sorprender, darte algo similar o incluso superarlo.»
Me senté temblando, sentía que se lo había dicho todo con aquella mirada fija de tarifa plana. Esa noche íbamos a una especie de fiesta que organizaban cerca del puente viejo; allí estaban las alegres divorciadas exhaustas de quemar la noche, al otro lado el grupo de las Johnnie Walker con petaca en mano, más a mi derecha estaba uno que llamábamos el poeta y que no hacía más que declamar poesía a los cuatro vientos y preguntarse todo el rato si la crisálida tenía en estos lugares un color diferente.
Las alegres divorciadas perseguían a dos hombres que eran pareja entre ellos, pero creo que ellas no habían caído en su complicidad masculina. No sería yo quien les quitara la ilusión de seguir intentándolo de forma inútil.
Viendo el panorama, me dije que me tenía que ir al hotel, pero una pareja de gaditanos muy salados me dijeron:
—No somos gallinas subidas a un palo donde tenemos que poner un huevo, ¡vamos de juerga!, que los ácaros en la habitación están diciendo olé. Así que me convencieron, ya había llorado bastante en casa sola.
Durante la cena, la gente se iba acercando a nuestra mesa para hacer grupo e irnos todos al río a tomar algo. Cuando llegamos allí, había una gran orquesta en directo tocando música de nuestros mejores años, Something about the way you look tonight. Nos sentamos a la orilla del río, había un gran columpio y comencé a observar a la gente. Las luces de las farolas que tenían caricaturas de personajes como Dickinson se reflejaban en el agua. Los hombres bailaban como en los años sesenta, sacados de sus jaulas; eran bailes muy cercanos a Pulp Fiction, la música era alternativa croata, el guitarreo y el teclado resonaban por toda la ciudad. La gente andaba en bañador y bailaban todos descalzos. Me sorprendió mucho. Les dije de bailar, hacía tanto que no lo hacía que me daba hasta vergüenza ir a la pista.
Cuando bailaba. Sentí alguien muy cercano, pude sentir un aliento en mi oído. Me di la vuelta. Era él. Le pregunté su nombre. Hablaba italiano y el español también lo dominaba bastante bien. Me dijo:
—Me llamo Soran. —Le pregunté por segunda vez su nombre y sonriéndome me dijo:
—Soran, significa hijo de la madrugada. —Nunca había bailado música indie con alguien cogiéndome tan fuerte. Una voz al oído me dijo:
—I love you. —Esto me pareció ya de lo más irreal, no soporto que me digan te quiero cuando no me conocen.
He cambiado tanto en los últimos años que me he vuelto de lo más escéptica y me da bastante pena porque hay amores importantes que comienzan muy rápido y otros que tardan en madurar.
Ahora no pensaba en amor ni nada, solo quería sentir ese baile, mi mano tocaba su espalda, la subía y la bajaba acariciando toda su piel. Su pequeño tiburón iba a galope, así que tuve que despegarme un poco, no quería hacer nada aquella noche, tan solo quería ver la cara de entusiasmo hacia mí de alguien.
Pensé que no tenía capacidad de enganchar a alguien, cuando tienes historias muy desastrosas tu corazón se desploma, mi corazón se cayó en una alcantarilla y ahora estaba de rodillas intentándolo subir con una caña de pescar, entonces es cuando uno debe poner paz en su interior. Alejarse de la escena de su vida. Cuando terminó el baile, se separó. Luego volvió a arrimarse y me cogió las manos y me las besó lentamente. Primero una y luego otra, con sumo cuidado, como si fueran dos jarrones chinos de la dinastía Ming.
Me dijo de invitarnos a algo a todas nosotras pero les dije a ellas:
—Nada de invitaciones, porque si no voy a tener que devolver una invitación muy grande. —Él me dijo que me sentara con él pero le dije que estábamos con amigos, a lo que él, seguro de sí mismo, dijo:
—Perfecto, así me presentas. —Era alocado, divertido y un tanto lanzado. No sé por qué siempre me gusta un tipo conquistador, será porque yo soy una ardilla que vive en su madriguera. A todo el mundo le cayó genial, yo le miraba y pensaba que tenía algo diferente a los perfiles que me gustaban normalmente. Era menos egocéntrico que el resto, escuchaba atentamente nuestras conversaciones. De pronto dijo:
—¿Habéis conocido el quinto río?, sabéis que hay cuatro, algunos subterráneos, pero el quinto es la cerveza. —Todos se echaron a reír. Él me miraba, intentaba todo el rato buscarme. Yo pensaba: No me busques que me encuentras.
Me gustaba que estuviera ahí, era una sensación extraña, llevaba mucho rato sin mirar el móvil y solo por eso creo que se merecía que lo pasara bien, tenía mucho que agradecerle. Me dijo:
—¿Dónde vais mañana? —Y le dije:
—Mañana vamos a Split. —Y él dijo:
—Perfecto, iré con vosotros, os sigo con el autocar y te llevaré a un lugar que te encantará cuando dejes aquello. ¿Conoces los lagos de Plitvice? —Le dije que no y que me encantaría conocerlos. Él contestó:
—Una vez los conozcas, no vas a querer conocer nada más. —Así pasamos toda la noche entre risas, bailes, y las diferentes clases de cerveza que existían. Nos acompañó al hotel y dijo:
—Solo tenemos cuatro horas para ser personas, así que mañana os veo chicos, descansad. —Todas mis amigas gritaban como locas:
—Es perfecto. —Contesté:
—Hay mucha rana encubierta. —Era lo que se dice una «corta-rollos.»
Pensé que era una voladura, que se le pasaría a la mañana siguiente, las cervezas hacen muchos estragos. Pero allí estaba con su coche y con la misma sonrisa, me ayudó a colocar mi maleta en el maletero; me hubiese gustado ir con él, pero no era muy correcto dejar al grupo, sobre todo porque nos contaban antes de empezar un viaje. Y se hubiera notado. Él nos seguiría… El guía seguía balbuceando, de pronto entre sus ruidos guturales que iban a golpes dijo:
—A la derecha tenemos la gran montaña de Croacia, ahora mismo no recuerdo cómo se dice, cómo se llama al marido de las cabras, cabrones ¿no?, pues ahí está la montaña del cabrón.
Todo el mundo se echó a reír, creo que no podía llamarse así, pero su traducción hacía totalmente gracioso este viaje. Yo iba en la parte de atrás, de vez en cuando me asomaba por el cristal y él me iba poniendo caritas, sacándome la lengua como cuando éramos pequeños e íbamos saludando a todos los coches.
Tardamos bastantes horas en llegar a Split, allí él se coló con el grupo como uno más y entramos a ver el lugar de residencia de Diocleciano, uno de los emperadores de Roma que pasó sus últimos ocho años de reinado en la costa de Dalmacia. Nos mirábamos embelesados, me daba continuamente la mano sin que me diera cuenta. Creo que el beso más bonito que me dieron en la mejilla fue allí en esas calles recoletas del palacio.
A veces pensaba: si Diocleciano levantara la cabeza y viera su casa con invitados que intentaban buscar rincones para tocarse y besarse, creo que nos echaría a patadas. Creo que gritaría algo como: «Pandilla de pervertidos, id a tocaros a vuestra casa. La mía es sagrada.» Él creó un edicto más fuerte que el que creó contra los cristianos. Asertivo era un rato.
Nos alejamos del grupo, me apoyó contra la pared, me levantó el pelo y comenzó a besar mi cuello, siguiendo el rastro de mis lunares. Su boca era como la pluma de un pavo real acariciando los conductos más recónditos; sus labios recorrían mi piel como un tobogán mientras que mi estómago subía y bajaba, en polea hasta el descansillo. La vida tiene sorpresas que no te esperas, son las llamadas casualidades. En ese momento mi mundo se paraba como el pulso de un moribundo, que más tarde vuelve a la vida. El último hálito vivía en mí con él. Le cogí la cara y le llené de besos que aguardaban en mí esperando al cazador ciego. Le pegué mordiscos por todo su cuello y apreté de forma abrupta sus nalgas, primero una y luego otra. Era tierno, como un mirlo blanco, yo era un poco más salvaje, una pantera herida. Sus manos eran suaves, con unos dedos finos y alargados. Cuando las miraba me las imaginaba tocándome por todo el cuerpo. Él me dijo que se comía las uñas. Y yo pensaba: No hables de comer, que tengo hambre.
Les dije a mis amigas que me iba con él a la playa, necesitaba darme un chapuzón y abrazarle mucho más ajenos a miradas. La playa era como plataformas petrolíferas donde había barandillas que llegaban al mar, que parecían pequeñas piscinas llenas de piedras. Iba en busca de mi piscifactoría para hacerme un sándwich con él. Los dos nos tiramos de cabeza, él me subió hasta arriba jugando conmigo, dejándome resbalar sobre su piel.
Necesitaba sentir la piel enredada con la mía. Sus muslos eran fuertes, su nariz era grande y me hacía cosquillas. El ardor subía por nosotros, pero el agua hacia de parapeto y refrescaba nuestra pasión encendida. Apenas hablábamos, solo queríamos tocarnos, sentirnos. Las culturas eran diferentes, pero nos habíamos encontrado en otra parte del mundo, lejos de mi entorno.
Cuando salimos del agua, él se puso una toalla blanca en su cuello y me sonreía, estaba muy moreno, y el contraste con la toalla hacía que realzara sus ojos. Ahora más que nunca, los contrastes resaltaban en el paisaje. Empezaba a notar y sentir aquel contraste del que me habló la agencia de viajes. Nos despedimos con un beso extralargo con sabor a pipermín debido al agua salada del mar. En ese momento sentí la máxima de Croacia dentro de mí. Grité:
—Liberi sumus non mancipia —(somos libres y no esclavos), me sentí completamente sin ataduras, sin ningún equipaje en la maleta.
Mi grupo y yo partíamos al día siguiente a Sivenik, y él me recogería allí para llevarme a los lagos de Plivitce, uno de los parques naturales más bellos del mundo. Pensaba qué bonita es Croacia, sobre todo cuando das con gente que te enseña bien la ciudad, y otras cosas.