ESA mañana me levanté pronto para hacer la compra, y en el descansillo me encontré con la típica vecina chismosa; la llamamos la Luce, porque siempre está en la escalera, iluminándola, ya que prefiere cotillear a la vecindad que estar tranquilamente en su casa. Lo primero que me dice, antes que buenos días, fue la siguiente perla (y no del mar Báltico):
—La Nines, la del cuarto, tiene un hijo sin padre. —Sabía que esa conversación a esas horas de las mañana me iba a costar asimilarla. Le contesté:
—Claro, me imagino que no ha encontrado a lo mejor al hombre que quería, o quizás ha preferido tenerlo por su cuenta. —Entonces, la cotilla vecina vuelve a insistir:
—¿Pero sin padre, como va a ser eso? —No sabía cómo explicarle que estaba la inseminación artificial, así que le dije que el niño sería de un bote. Ella me miraba como si Juan Tamariz, el mago, hubiera hecho la pócima y hubiese nacido Dieguito. El caso es que el niño tenía kilos en exceso, si tenía tres meses pesaba veinte kilos. Por lo que la vecina me dijo:
—Se lo van a quitar por exceso de alimento, habría que denunciarla. —Y luego, con cara de estar maquinando algo, continuó—: Pero ella es muy delgada. —Entonces yo con una sonrisa le contesté:
—Será debido al bote, que tenía sobrepeso en sus genes. —La señora me miraba con cara de no entender nada, pero de pronto me dijo:
—Ya entiendo, esto es lo mismo que se hacía en el pueblo con las yeguas. —En ese momento no pude aguantar la risa, y tuve que decirle:
—Bueno te dejo que tengo muchísima prisa, tengo que preparar una maleta ya que mañana salgo para Croacia. —La vecina me contestó:
—Ten cuidado porque allí están en guerra. —Le dije sin replicar:
—No te preocupes, lo tendré. —Entonces me siguió hablando desde el rellano:
—Si es que te tenías que casar, una mujer así sola que vaya por el mundo, la pueden tomar por otra cosa. —Continuaba diciendo—: Mira esas mujeres que van solas al cine, es muy triste, muy triste, Berta. —No pude reprimirme y con una sonrisa le dije:
—Creo que es más triste buscar gente y hacerlos tus amigos por un día para ir al cine con ellos. —Observé que se quedaba pensativa y en ese momento pude escaparme de aquella conversación que no iba más que a traer disgustos.
Me llamó mi amiga Celia para recoger los billetes, ya que mis otras amigas de la asociación Inmaduras Viajeras estaban ocupadas. Así que quedé con ella para recogerlos; la chica de la agencia nos dijo que nuestro avión se retrasaría. Parece que todo en mi vida se retrasaba, así que me lo tomé con mucho humor. Creo que estaba desapareciendo mi lado ciclotímico y mis estados de ánimo se estaban uniendo en un lago donde se respiraba de nuevo tranquilidad, aunque la brisa llevaba un componente de tristeza norteña debido a Frankie.
En el fondo nadie estaba satisfecho plenamente con su vida, la asociación Ácido Fólico quería transformarse en asociación Inmadura Viajera, aunque me imagino que solo por unos días, y hasta la nuestra quería pasar una temporada bañada en ácido fólico. Pasa lo mismo como cuando la mujer que tiene rizos quiere tener el pelo liso y la de pelo liso quiere mantener alguna onda en el borde de su caballera, y no hace más que coger un bolígrafo e intentar rizar sus cabellos. Con una permanente es más fácil, pero pasar de una asociación a otra, puede alterar los comandos.
En la agencia nos han dicho que había que hacer escala técnica en Pula porque el avión tiene que descansar o repostar, en ese momento te preguntas si es que el cacharro donde vamos no tiene gasolina suficiente para llegar a Dubrovnik y va a haber que empujarlo entre todos. ¡Uff!, me quiero quitar estos pensamientos que no son nada atrayentes, me digo por dentro.
Esa noche hice la maleta y me fui pronto a la cama. Nos esperaba un largo viaje. Llegó la hora de irme a Croacia, un país ubicado en Europa central, donde el mar tiene el color de una botella de pipermín al trasluz. Mi maleta estaba llena de Frankie, mi pasaporte buscaba un sello con destino, mi vida era un seguro de viajes pagados a plazos. Subimos a aquel avión más tarde de la hora, ya que las maletas pesaban más de lo permitido. Nuestro viaje se llamaba «Contrastes de Croacia», podíamos haber elegido otro que se llamaba «Bellezas de Croacia» pero siempre nos gustó el contrapunto de las cosas.
Allí nos esperaba una azafata con corte a lo garçon, con sus dos grandes ojos azules, llevaba una camisa blanca de cuello mao, con unos bordados de color rojo imitando a las camisas que llevaban las rusas. Era un viaje organizado, por lo que dentro del avión iba el grupo con el que íbamos a disfrutar de la bella Croacia.
No me gustan los viajes organizados por muchas razones, pero la principal es que a medida que va pasando el tiempo, los caracteres van cambiando, al principio conoces a gente cándida y dulce, y al final puedes encontrarte con personalidades psicópatas que luchan por llevar la contraria al grupo solo por afán de dominación y sobre todo no puedes pararte más de quince minutos a fotografiar una puesta de sol, porque ya te están diciendo que subas al autobús para ver otra puesta de sol que está terminando en algún fiordo perdido del planeta.
Empecé a observar a la gente que iba con nosotros, pero era difícil saber quiénes serían los elegidos-desconocidos con los que pasar mis vacaciones. En ese momento, cuando el avión DBK513 había despegado y ya te había arrancado el estómago y lo había dejado rodar por el pasillo, apareció una voz de garganta profunda del mismo Watergate. Es Barry White, pienso por dentro, pero no es así, es nuestro piloto que con una voz aderezada de ron y tabaco nos dice:
—Asegúrese de que su abrochadura esté sujeta, pasamos por zona de turbulencias. —Es como si hubiera traducido la frase del mismo Google y escuchara una voz de oso desde Yellowstone.
En ese momento piensas si estas tendrían nombre, si el capitán las conocería, si abrían tomado una copa juntos, si se llamarían las «Turbelence Girls» y cantarían en bares de carretera y, si era así, si íbamos a asistir durante mucho tiempo al concierto. Las subidas y bajadas eran aterradoras, como siempre todos mirábamos a la azafata que en ese momento estaba sentada con un espejito de mano y un pintalabios rojo pasión, por lo que no parecía que la situación fuera tan grave como la cara que pone mi compañera de avión, una pianista de la ciudad de Palencia que me iba contando que solo trabajaba tres días a la semana dando clases de cuatro horas diarias y que en sus ratos de ocio no escuchaba música clásica.
A mi otro lado observo a una chica que lleva un cuaderno negro con bisagras de un color dorado, que va pintando en carboncillo lo que va observando a su alrededor; no llego a ver lo que pinta, pero observo que su muñeca es ágil y se despliega rápidamente por el papel. Delante de ella van un grupo de mujeres de mediana edad escondiendo una petaca y con una risa desbordada que no va con la película ya que no nos han puesto ninguna. Más adelante veo otro grupo de mujeres, que no paran de hablar de la noche y que van a quemar todos los locales de Croacia, una de ellas le dice a otra:
—Ya verás cómo le vas a olvidar, el divorcio es lo mejor en estos casos. —Las he calificado en ese momento como las «alegres divorciadas» que van arrastrando a una de ellas en el proceso del duelo de intentar olvidar a la persona que quiso. Observo por la ventanilla que estamos empezando a bajar. Es la primera vez que una bajada no me hace ilusión, porque sé que dentro de nada, después de estar en Pula, volveremos a subir para dirigirnos a la Perla del Adriático.
Cuando llegamos por fin a Dubrovnik, empiezo a distinguir al grupo ya que todos corren por el finger en busca de sus maletas, parece que se las van a quitar, y es que no está muy lejos este pensamiento de la realidad. En ese mismo instante observo cómo un hombre coge mi maleta y la va arrastrando. Le digo que es la mía, y me pide perdón, la tenemos prácticamente igual pero la mía tiene una tarjeta que pone «Not your bag». Mi iPod va sonando con A-ha, Take on me. Mi corazón estaba arrugado como una bola y mi estómago quería estirarse como en gimnasia.
En ese momento recibí un SMS de Frankie que me decía:
«Pásatelo bien con tus amigas, disfruta mucho y espero que no pienses mucho.»
Ese tipo de mensajes me dolían todavía más, porque él estaba fuera de mi sentimiento, es como si a él no le afectara nada, como si estuviéramos en un coliseo romano y él estuviera en la grada observando a los gladiadores, en este caso a mí, y yo me estuviera jugando la vida, así que decidí contestar de forma rápida para empezar a bajar esta sensación y no guardarle en mi maleta en todo el viaje.
En ese momento un chico de grandes ojos verdes y pelo revuelto castaño claro me miró sonriéndome y me ayudó con la maleta y me dijo:
—Mañana nos daremos un chapuzón en el Adriático. —Iba con su hermana y con su madre, me gustaba las atenciones que desplegaba hacia ellas, pero claro sus veintitantos años no me permitían ver más allá de la ternura. No quería ser detenida por asaltar a jóvenes promesas.
El agua siempre depura mi cuerpo, quizás por eso soy piscis, porque el agua me da la vida.
Subimos al autocar que nos llevaba al hotel, estaba en el centro, y estaba como a unos cuarenta minutos del aeropuerto. Siempre pasa lo mismo, para llegar al hotel a descansar hay una tirada larguísima donde a uno le van explicando cosas y sus ojos se le cierran y apenas escucha nada. Dubrovnik es una ciudad costera, está en la misma Dalmacia, tiene vida propia, pude observar que era como un pequeño Manhattan por sus luces pero con el encanto de Mónaco. De pronto nuestro guía comenzó a decir:
—Mi español no es nada bueno. —No hacía falta que dijera eso para darnos cuenta, no paraba de balbucear y decir cosas sin sentido—: Hay unos personajes que han recibido un óscar y hoy se encuentran por la ciudad. —Con esta frase te imaginas a Al Pacino deambulando sin rumbo o a De Niro tomando algo al borde del mar. El guía era muy gracioso, era un hombre corpulento, cerca de los sesenta, que hacía verdaderos esfuerzos por hacerse entender.
Nos dijo que era su tercer grupo de españoles y que por eso le costaba tanto hablar. Creo que era su primer grupo pero siempre si uno se vende puede llegar a dar algo más de seguridad. Esa noche nos fuimos a la habitación, me encantan siempre los sitios recoletos, por lo que elegí la cama turca que había en la misma, ya que en nuestra habitación éramos tres, con la mala suerte de haber elegido un cajón duro que tenía almohada. Aquello no era un lugar para dormir, era una tortura china, y quizás estaba pagando mi inestabilidad amorosa.
En ese momento, cuando hice examen de conciencia en el silencio de la noche, comienzo a pensar que elijo mal, quizás por la sensación de no atarme a nadie. Siempre elijo personas que en el fondo se parecen un poco a mí y eso me daba mucha intranquilidad, porque quizás yo misma me alejaba de la felicidad por el miedo a no merecerla. Que te quieran da mucha sensación de vértigo. Es como colocar tus pies al borde de la cornisa, y cierras los ojos mientras te abrazan. Los «siempres» crean en mí una sensación de responsabilidad. Prefiero los «ya veremos» ¿Seré una inmadura emocional?. No se puede decir que soy una mujer sencilla, desde luego que no, pero tampoco había hecho mal a nadie y eso me daba también mucha sensación de sentirme cómoda.
Había que estar ya desayunados y con la maleta preparada a las ocho de la mañana, por lo que mi habitación comenzaba a levantarse a las seis de la mañana. En ese momento es cuando se notan las diferencias, unas necesitamos poco tiempo para hacer las cosas y otras, más tiempo para arreglarse. Comienzan los contrastes.
Mis ojeras se caen al suelo como bolsas colgantes. Así que de madrugada comenzábamos a ducharnos, arreglar la maleta porque cada día estaríamos en una ciudad diferente, así que apenas colgamos nada, y todo se hace un nudo arrugado oliendo a humedad. Cuando bajamos al vestíbulo, comprobamos que estaba el grupo ya metido en el autobús, era un grupo hiperpuntual, todos querían pegarse por asientos y desde luego no ponerse en la zona de atrás que es donde el motor se mete más en los oídos y el mareo es más intenso.
Llegamos al centro de la ciudad, al enclave de la muralla, donde había una exposición del escultor suizo Giacometti que se caracteriza por sus figuras surrealistas delgaduchas. No nos daba tiempo a entrar, por lo que nos decidimos por el claustro de los franciscanos, allí los arcos hacían que la luz cayera al suelo con más intensidad. También había muchos cuadros con estilo bizantino y veneciano ya que en aquellos tiempos renacentistas Venecia era una de las cunas más importantes del arte.
Me llamó la atención una gran farmacia antigua que sigue funcionando desde hace siete siglos, en ese momento pensé qué le podrían dar a mi corazón para calmar este dolor que no tenía racionalidad. Esta ciudad había sufrido mucho en 1991 cuando comenzó la guerra de los Balcanes; durante muchos años hubo muchos conflictos bélicos entre las ciudades yugoslavas, entre los serbios por un lado y por otro entre croatas, bosnios y albaneses. Los conflictos vinieron por causas políticas, económicas, pero sobre todo por la tensión ético-religiosa, ya que los croatas eran católicos. El día seis de diciembre de 1991 un obús cayó (el día de San Nicolás) en aquel convento de franciscanos. A pesar de haber sufrido la guerra relativamente hace poco, las ciudades están fuertes, no se respiraba tristeza y tenían un color de un blanco de piedra caliza que se refleja en el agua del mar.
Dubrovnik es una ciudad abierta, costera, con un encanto que te traspasa las venas. Es de una gran riqueza artística y arquitectónica. Nos adentramos en el barrio de Stari Grad, sus pavimentos de mármol y sus callejuelas estrechas recuerdan a ciudades como Praga o Siracusa. Es una ciudad de mucha vida, todo está lleno de pequeñas terrazas para tomar Orangina o cualquier cerveza suave como Baviera; es limpia, cuidada y espera la llamada del turista como el león en África espera a su presa.
Subimos a la gran muralla donde paseamos unos cuatro kilómetros viendo la ciudad desde arriba, el mar chocaba con la roca. Los barcos nos saludaban con sus motores. El cielo se confundía con la terminación del mar. Era sencillamente haber llegado a un lugar de cuento, donde todos mis personajes y mi dolor quedaban fuera de la muralla porque no me hacían feliz, y Croacia me salvaba de ellos. Desde allí arriba se podía observar los tejados de color naranja, las empinadas calles con escaleras interminables donde la ropa cuelga en las casas y donde los tiestos están repletos de colores diferentes.
Se respira olor a agua salada. Los palacios con sus grandes relojes que cambian según dan las horas nos daban la bienvenida. Mi corazón paraba el mundo. Desde el horizonte la Santa Cruz oteaba la gran ciudad, una cruz de piedra protege a la ciudad, ahuyentando los peligros y malas energías. El guía casi tartamudeando nos decía lo siguiente:
—Soy guía licenciado, y puedo deciros que hubo un poeta en el siglo xvii que decía «no hay oro ni liras ni plata que valga una libertad.»
«Dubrovnik siempre ha comprado su libertad.» Esta frase me hizo pensar: era completamente libre, sin cargas para agobiarme, sin tristezas, en ese momento observé a una de las mujeres de la «chiquipandi» de las «alegres divorciadas» y la vi feliz, estaban comentando que esa noche saldrían a darlo todo por la ciudad. Estaban como locas comprando souvenirs, y pintándose los ojos en una esquina. Sus ojos iban dirigidos a todos los croatas. Ellos tienen una tonalidad en sus acentos casi italianos, pero su mentón es ancho, su frente tiene una gran prominencia y tienen cuerpos delgados con mucha fibra. Sus manos son bonitas. Se parecen a las que esculpe Miguel Ángel. Son dioses páganos enfundados en cuerpos hercúleos. Lo sé porque a mi lado estaba la chica pintora, haciendo las venas de una mano, y me di cuenta de que eran alargadas, como de pianista.
El guía seguía explicando en su idioma a lo Tarzán:
—No se preocupe, yo repito cinco, seis veces, lo que haga falta. —En ese momento le dije a uno del grupo:
—Es muy buena persona. —Pero él me contestó:
—Sí, pero no tan buen guía.
Desde luego que era un viaje de contrastes: veías en el autocar colocando la maleta en la primera fila a un gordinflón de pelo grasiento, y en la de atrás veías a un hombre de un metro con ochenta y tres, moreno de ojos verdes, colocando el asiento.
Los contrastes nos iban persiguiendo a cada momento. Me imagino que como había dos viajes programados, yo tenía más de contrastes que de bellezas Croatas en mi autocar. Nos fuimos a comer a un sitio espectacular llamado Konoba Aquarius, en una calle muy estrecha donde corría el aire. Allí un camarero no hacía más que decir algo que sonaba como guala, nos enteramos de que eso significa «gracias». Nos dio la carta y observé nombres como Riblja Plata Adriatic. En ese momento pensé: ¿Será pollo al chilindrón? Me decidí por Spaghetti Morski Plodovi y por una pivo, que era una cerveza. Es difícil acertar cuando uno está en el extranjero sin el idioma, pero siempre es divertida la incertidumbre.
Una avispa sobrevolaba nuestras cabezas, para mí que quería comer algo, así que nos dio la comida y la invitamos a sentarse. Nos fuimos después de comer a una cala enclavada entre rocas que tenían mucho verdín y un azul turquesa como el anillo que llevaba en mi mano, era transparente y daba la sensación de estar flotando.
Al no ser playas de arena, sino de roca, te secabas mucho antes y no te llevabas la arena dentro del bañador a casa. Me tiré de cabeza desde lo alto y comencé a nadar sin ninguna dirección, pero en ese momento me sentía pez. Había muchos en el agua, pasando por debajo de mí, pensé: ¿Te imaginas que alguno se me mete dentro y de pronto tengo un hijo pez? Me divierte tener conversaciones un poco surrealistas conmigo, me evaden un poco de mi mundo. Soy un Dalí sin la inspiración de ninguna Gala, y casi mejor. No quiero nadie más infiel.
A la salida comencé a observar a las gentes que bajaban a la playa, para ellos sus rocas son sus terrazas, los hombres van en grupo y en cada grupo suele haber una mujer que les escucha. Mirándolos desde fuera, parecen como pequeñas saunas donde uno charla de forma animada y donde la cultura machista todavía se nota en sus formas de vida. Nos habían dejado una tarde libre, ya no tendríamos más hasta la vuelta, así que la aprovechamos completamente.
Cogimos un autobús, me llamó la atención que en los asideros para sujetarte también hay publicidad de exposiciones y conciertos, es una ciudad que valora el arte, y que la cultura va en ella. Ese día llegamos pronto a la cena, que empezaba sobre las nueve, en la cola de la misma, una alegre divorciada me decía:
—¿Pero es que no vais a salir, muchachas? —Le dije:
—No, que va, estamos muy cansadas. —Ella me miró como a un bicho raro, se sentó con nosotras durante la cena y comenzó a hablarnos de que necesitaba nuestra ayuda para volver al mercado. Me dijo:
—¿Qué te parece esta camisa que llevo puesta? —Le dije que me parecía que era una camisa que le hacía más joven y que seguro que triunfaría. Entonces me empezó a decir, que ya no sabía dónde encontrar el hombre de su vida, que pensaba que había elegido a uno para siempre, pero que este le había puesto los cuernos. Era su primer viaje de soltera con todas sus amigas, y que lo pensaba disfrutar. Mientras que me contaba todo aquello pensé que las situaciones no cambian, que todos somos parecidos a cualquier edad.
A los veinte te preguntas pocas cosas, las vives, y encuentras todo de forma fácil; a los treinta estás más rallada con las experiencias que has tenido pero sigues hablando con tus amigas de los mismos temas. Y es que lo alucinante es que más adelante se habla igual. Así que me imagino que en la residencia, cuando esté cerca de los cien, se hablará igual pero habrá una nueva curiosidad cuando elijamos a alguien, que será la siguiente: ¿Tendrá incontinencia? De pronto sacó del bolso una agenda y me dijo:
—Por favor, pon los lugares donde puedo ligar en Madrid. Me entró la risa, porque dio con una a la que no le gustaba nada ligar, así que me puse a hacerle una gran lista, y a medida que le iba poniendo nombres, su cara se iba transformando en sonrisa, y eso me gustaba. Dar esperanza es de las cosas más bonitas que pueden ocurrirte en la vida. En ese momento de conversación distendida llamaron sus hijos para saludarla, tuvo con todos ellos una videoconferencia, el móvil lo movía de un lado a otro enseñando los rincones de la habitación.
No paraba de gritar:
—Fede, mira qué vistas, que se ponga el Jonathan. —Cuando volvimos a retomar nuestra conversación y terminó de hablar con todos sus parientes, no le quise hablar de Frankie, él quedaría atrás en mi recuerdo; cuando hablo de él es como si le diera vida, y creo que no podría reanimarle más. Ahora la que se tenía que salvar era yo, y en esto estaba. Nos fuimos a dormir, mañana será otro día, me dije por dentro.