17

ESE día tenía que acompañar después del trabajo a una amiga de la asociación a pedir a una iglesia de su barrio un certificado para poder bautizar a la niña en una de mi barrio. Cuando llegamos hasta allí, nos abrió una mujer de esas que parecen «monja en vida», con pelo corto, con unas gafas que le llegan por la nariz y todo el rato se le están cayendo. Con una voz petulante, nos dijo:

—Buenos días, muchachas, ¿qué os trae por aquí? —Nosotras dijimos:

—Venimos a por un certificado que nos solicita la iglesia para poder bautizarla. —De pronto ella decía:

—Estupendamente, ¿en qué número vives de Alcalá? —Mi amiga dijo:

—Vivo en el ciento ochenta. —La mujer revolviendo papeles dijo:

—Uy, qué lástima, nosotros solo llevamos hasta el ciento setenta, por lo que no podemos darle el certificado. —De pronto la mujer se ponía a hablar de otras cosas:

—¿Habéis visto que plantas tan risueñas tengo?, esto es un Amor de hombre, también llamada Trasdescantia —y añadía—: es todo un canallé —seguía hablando.

Entonces volvía a preguntar:

—¿En qué número vives entonces? —Y ya salté yo; quería acordarme a partir de qué número estaba su registro, pero no tenía la cabeza para nada, así que me volví a arriesgar:

—Vive en el ciento setenta y dos. —La mujer revolviendo los papeles de nuevo:

—Ora pro nobis, imposible daros el certificado, no vivís en la casa adecuada de certificados de esta sede.

La mujer miraba la estantería y se evadía de allí:

—Fijaros cuánto polvo, antes limpiaba Dulcina, pero desde que se fue, Albina limpia mucho peor. —Yo deseaba que volviera con nosotras y tuvimos suerte, por fin volvió a formular la pregunta del millón—: Bien, entonces venís a por el certificado, ¿en qué número vive la pareja de la pequeña Tina? —Por cierto la niña se llamaba Lucía, allí no había ninguna Tina, pero le seguíamos la corriente. A mí me entró la risa que me daba cuando no podía más, mi amiga sujetando a la niña que no hacía más que limpiar el polvo que la pequeña estaba dejando por toda la casa. Le dije:

—Vivimos en el ciento sesenta y nueve. —De pronto la mujer me mira y dice:

—¿Usted vive con ellos? —Le dije no con la cabeza. Cuando por fin pensábamos que había terminado esta pequeña tortura, la mujer de gafas caídas hasta la nariz dijo:

—No necesitan certificado, ahora ha salido una modalidad que no tienen que pedirlo en su iglesia de barrio, simplemente que me llame el párroco de su parroquia.

Casi me daba algo, estábamos en Alguien voló sobre el nido del cuco. En ese momento entró el párroco de la iglesia y le dijo:

—Brígida, te tengo dicho que los señores no tienen que firmar nada. —Entonces la pequeña de mi amiga cogió al párroco de la mano y a la señora de gafas caídas y los puso pegados. Pensábamos que iba a decir algo importante, algo que llegara al alma, pero últimamente estaba tan obsesionada por la muerte que les soltó, señalando a Brígida:

—Te vas a morir primero. —Brígida decía:

—Vaya, y eso que dicen que los niños no mienten. —Yo no sabía dónde meterme para aguantar esa risa a chorros que me salía por el lado derecho de la comisura. Salimos de allí como pudimos, sobre todo sin mirar atrás.

Nos fuimos a tomar algo, y allí mi amiga de la asociación comenzó a decirme que quería cambiar su vida, que tenía un sueño que era aprender chino ya que su bisabuelo tenía esos orígenes, y que no podía dejarlo pasar más, quería hacer cosas de nuevo conmigo. Por fin veía una luz en este pequeño túnel, las cosas no habían cambiado entre nosotras, parecíamos las de entonces. Vernos allí a carcajadas en aquella sacristía tan pequeña con olor a madera rancia, me recordó cuando éramos pequeñas en el colegio, y los lunes bajábamos a misa, y nosotras nos escapábamos para no ir, y de pronto sor Áurea nos cogía de las orejas y nos llevaba al primer banco y como castigo nos hacía leer la homilía.

No sabía nada de Frankie, quizás era lo mejor, me hacía mucho daño que estuviera en mi vida, así que pondría tierra de por medio dentro de dos días. Me iría a la Perla del Báltico y allí lograría olvidarme de todo. Esta historia no podía continuar, aunque ni siquiera había empezado. Cuando miraba para atrás, es como si hubiera pasado un montón de años unida a él.

El otro día leí en una revista de esas de life style que para olvidar a alguien se tarda un mes por cada año que has estado con él, pero sin embargo, ¿cuánto se tarda en olvidar a la persona con la que no has estado? La verdad es que se dicen muchas tonterías, cada uno tiene una manera de ser y de olvidar. Tendría que aprender a vivir sin él, quizás era una suerte el haberle conocido, él me había hecho una buena herida en el corazón, pero no era el culpable del dolor que me había generado. Eso lo dejé reposar a fuego lento, quizás era una manera de sentirme viva, el pensar y el torturarme. Estaba claro que había perdido esta batalla, y ahora solo me quedaba pensar en mi viaje.

Cuando iba de camino a casa, mi amiga Sara me llamó por teléfono y me dijo:

—Te esperamos en Oly a las ocho. —No sabéis la pereza que me daba ir para allá, pero en fin, mi amiga no andaba bien tampoco, y no podía dejarla en la cuneta.

Últimamente su relación estaba pasando por una mala racha y me imagino que quería desahogarse y poder expresar lo que llevaba dentro. Fui andando subiendo toda la calle Fuencarral, el calor hacía que la cuesta estuviera como al seis por ciento de inclinación. Estaba derritiéndome. Los zapatos se me habían vuelto pequeños. Todo por mi amiga, me decía por dentro.

Cuando llegué, entré en el local pero allí no había nadie; mi amiga es muy pesada, así que le eché la culpa a su tardanza inconsciente. Salí a tomar el aire y me apoyé en un coche. Comenzó a subir la cuesta mi amiga Pi:

—Hola Berta, ¿qué haces por aquí? —Le dije:

—Estoy esperando a Sara, que he quedado con ella, ¿cómo llevas tu embarazo? —Me contestó:

—Genial, pero estoy tan gorda que no me puedo creer lo que llevo, quizás tengo un Alien ahí dentro. —Y añadió—: retengo tanto líquido que creo que este año el Retiro no se quedará sin agua. —Me eché a reír, siempre con sus ocurrencias. Parece que no se iba, y era un corte porque si Sara me quería hablar de sus problemas de pareja, tres ya éramos multitud. Al segundo comenzó a subir la cuesta mi amiga Patricia, lo raro es que fuera sin carrito, y por detrás comenzó a subir mi amiga Edurne; poco a poco, iban subiendo la cuesta todas mis amigas. Ya es cuando me mosqueé, y les dije:

—¿Esto es una encerrona, no? —Todas me dijeron, riéndose:

—Sí, Sherlock Holmes.

Querían darme una sorpresa antes de mi viaje, creo que lo prepararon mientras yo estaba en aquella sacristía pidiendo aquel certificado a Brígida. Las tiré una a una de los pelos y las di un buen abrazo oso, de esos que das sin despegarte, cogí la cara de Sara y le dije al oído:

—Me alegro de que no me reclames hoy por temas maritales. —Ella se rio, y entramos todas a cenar.

Parecía de esos cumpleaños con mesa alargada, donde pedimos miles de tapas y mucha sangría. Allí nadie hablaba de niños, ni de parejas, volvíamos a ser las de siempre. Por supuesto yo dejé a Frankie a un lado en mi cabeza. A lo largo de la noche me cayeron dos SMS de Andrés que me seguía diciendo que le diera una oportunidad. De pronto se levantaron todas con una copa entre sus manos, y una de ellas leyó el siguiente manuscrito:

«La asociación Ácido Fólico reconoce sus errores, se da cuenta de que dejó pasar muchas cosas importantes, como la amistad, se olvidó de lavar los pañales en casa y salir a la calle a airearse, se olvidó de poner menos ácido fólico en las copas, se olvidó de dormir entre horas, se olvidó de explicar lo que es el calostro, lo que es la Amukina, se olvidó de salir una vez por semana para ir al cine o para ir de compras con la asociación Inmaduras Viajeras, se olvidó de preguntar y entender la vida de cada una, se olvidó de compartir sueños y de recordar los que había antes de que el ácido entrara a formar parte de nuestras vidas, se olvidó de entender, Berta, que tu vida es tan importante como la de cualquiera de nosotras y lo más importante, se olvidó de ella misma.»

Entonces me levanté y les dije:

—No tenemos que arrepentirnos ni pedir perdón por nada, no os juzgué nunca, pero sí me gustaría veros más, os he echado mucho de menos. Me gustaría sentir que no habéis desaparecido y sobre todo me gustaría pasar más tiempo juntas, ese fue quizás mi único error, las ganas que tengo de vosotras. —En ese momento eso parecía La casa de la pradera, con Laura Ingalls como protagonista, a todas se nos saltaban las lágrimas.

A ese día le hice una foto con mi Polaroid mental y me la guardé en el bolso. Hay días que no olvidaré y aquel siempre será uno de ellos, cuando la asociación Ácido Fólico me dejó entrar esa noche en su mundo sin letreros ni etiquetas. También dejé mi asociación de Inmaduras Viajeras en la puerta de aquel bar. Frankie quedó en el rellano y no entró aquella noche en nuestro mundo. Fuimos recortables de vida, hablábamos de todo y de nada, incluso recordamos aquellos momentos en que todas compartíamos las mismas situaciones.

A todas nos sentó bien aquella noche, volvimos a reencontrarnos con nuestros yoes. Cada una estaba sentada al lado del suyo. El mío había sido muy egocéntrico, y ocupaba toda la habitación, así que le pinché en el culo y se deshizo en un rincón.

Esa noche cuando me dirigí a la cama nadie me hablaba en el silencio, ningún bocadillo me abordaba en aquella habitación. Dormí en paz. Había perdido a Frankie, pero había recuperado a mi asociación Ácido Fólico. Sé que Frankie (le conocía tan bien…, desde su camiseta arrugada hasta su pelo cortado a bocados) no lo estaría pasando bien, pero no quiero que pensara en culpabilidades, quería que se sintiera liberado. Siempre me importó mucho, no me gusta decir que le quiero, porque cuando me lo digo por dentro es como que reafirmo este sentimiento, así que prefiero decir que me importa, siempre me ha parecido menos responsable decir: «Te tengo cariño.»

Me levanté pronto y elegí mi maleta para mi gran viaje. No solo conocería otro lugar y pondría un sello a mi pasaporte, sino que sería un viaje de reencontrarme conmigo misma. Me llevaría a Frankie en la maleta y lo tiraría por la borda. Llegaba la hora de sentirme liberada.

Borrar con goma de Milan mis errores era algo que me iba a costar de nuevo, pero ya llevaba mucho camino recorrido. Ahora además era mayoría aplastante, la asociación volvía a estar de nuevo de mi parte. La canción City of Night envolvió nuestra unión.