LA noche se hizo, la cúpula negra bajó hasta el techo; tenía que llamar a Frankie, se lo prometí y una siempre cumple sus promesas. Puse la barbacoa y me hice unos pinchos morunos y me tomé una cerveza de esas frías que te esperan. Esta vez con alcohol, quería poder con esta llamada. Pesaba como una piedra de ciento setenta kilos. Esa es mi profesión. Ante los medios digo:
—Es una actividad dura, entreno todos los días con piedras y pesas, estas aprisionan mi cabeza, tienen formas cilíndricas, cuadradas… Soy toda una artista en levantamiento de piedras.
Me dirigí al espejo y comencé a impostar la voz, de los nervios se me estaba cambiando, además, del frío que había pasado en casa de mi amiga, me había quedado un poco afónica.
Comencé a llamar y hablé directamente con Frankie, empecé a serenarme, quería decirle algo muy claro, quería distanciarme bastante para no sufrir, y se lo dije:
—Mira, Frankie, sabes que me cuesta mucho hablar de mí, y de sentimientos —le dije de forma seria.
Él me contestó:
—Te entiendo, me estás dando un poco de miedo ¿qué me vas a decir?
Y le respondí:
—Sí, es bastante irónico —tomé airé y expulsé—, no te veo como te veía antes.
Él, que era un poco egocéntrico, me preguntó:
—¿Cómo me veías antes, linda? —lo dijo con una sonrisa que venía andando hasta mí, se coló en mi cuerpo y se soltaron todas las mariposas de una vez. Ellas estaban encerradas en un bote y echaron a volar una por una.
Y le contesté:
—Te veía como un capullo Scottish. —Y me eché a reír.
El riéndose me dijo:
—Bueno, pero podemos hablarlo en persona.
Le estaba gustando esta conversación, pero creo que era porque a nadie le amarga un dulce, y porque su amiga del alma, su compañera de batallas, estaba desprendiéndose de su ser, y me estaba abriendo como el canal de Suez.
Frankie, como sabía que lo estaba pasando mal, me dijo:
—No sé, quizás si hubieras aparecido antes de Rosario, todo sería más fácil.
Le contesté:
—A ver, las frases edulcoradas conmigo no van —sinceramente, he llegado a no creérmelas, pensé y añadí de forma simultánea—, así que el país de las maravillas regálaselo a otra.
Frankie respondió:
—Sabes que no regalo nada, ni por tu cumpleaños lo hago.
Yo riéndome, dije:
—De eso doy fe.
En ese momento quería cerrar la conversación, continuamente se nos escapaban risitas tontas, y creo que estaba perdiendo mi seriedad, así que le dije directamente:
—Ahora, me voy a Croacia dentro de unos días, necesito pensar y mucho tiempo, y la verdad tú te irás a Bariloche dentro de poco, y no quiero tenerte en mi vida con otra.
Ufff, lo dije, pensé y seguí pensando eres una valiente. No sé ni cómo me despedí, de los nervios suelo perder mucha información en muchos momentos importantes de mi vida, quizás por eso olvidé algunos orgasmos. Colgué el teléfono, respiré fuertemente y me dirigí a mi cadena de música donde puse de fondo But now I'm back, y me tumbé en el sillón, eché las zapatillas por alto y me dije: C’est fini!
Llamé a Pi para verla, pero estaba en pleno embarazo por lo que me dijo que ella a partir de las once tenía que estar en casa reposando. Cogería el ácido fólico y una cerilla y haría que toda mi vida saltara por los aires.
Esa noche no dormí, de nuevo esos bocadillos de cómic me volvieron a hablar: «Quiero tiempo», «armas de venta», «Estoy hinchada», «Croacia, Croa, Croa, Croar»… Esa noche soñé que era una gallina que iba en un globo que se encontraba en la Capadocia y comenzaba a subir tanto que iba recorriendo países, mientras que abajo siempre veía a Frankie con Rosario de la mano riéndose a carcajadas, parece que me sonreían y todo. Sus brazos eran alargados, y a veces me mecían en el aire con ellos. Incluso llegué hasta el Valle de los Reyes, allí les divisé sobre una faluca bordeando el río Nilo y riéndose sin parar.
Seguía sobrevolando países, hasta que me detuve en Glasgow y justamente al lado del río Clyde me comencé a desinflar. Y allí mi cabeza comenzó a decirse: Hay mujeres para pasar el rato y otras para tener hijos. ¿En qué sitio estaría yo para Frankie?, mujeres de eterna amistad, pensé. Y de pronto James Bond me traía a la mesa un vodka con naranja, y bailaba con él al son de Symphatique. En ese momento volvía a inflarme. No sé qué significaba este sueño cuando subí a los cielos, me imagino que soy una gallina que no puede afrontar nada de lo que le pasa y le da por huir. El sueño tenía muchos colores, eran como si un hombre de atrezo lanzara botes de pintura, rojo, azul… y todo se teñía según la escena.
Me levanté contenta, tanto que me puse una de mis canciones favoritas Just a gigolo, tenía que coger fuerza y así lo hice. Qué mejor que empezar la mañana con una canción potente y con una buena rebanada de pan con aceite. Me dirigía a la oficina, a mi casita de cuento de hadas, donde todo lo que sucedía allí dentro era un bálsamo para mis heridas. Mi compañero nuevo, tenía una vida más desgraciada que la mía, su compañera de juegos se tiraba a toda la isla y todavía le quedaban fuerzas para correr alrededor del jardín con su rocky apretado. Al menos hacía una labor social, que era distraerme con sus piernas estupendas. Un día le vi con un libro que se llamaba El recreo del abrazo; me dijo que había un montón de técnicas para abrazar y que cada una despertaba los puntos sensibles del ser humano.
Poco a poco me iba metiendo en su mundo, incluso hubo un día que a la salida del trabajo su coche no arrancaba, así que hice un acto generoso y le dejé las pinzas para recargar su batería, con tan mala suerte que me vació la mía ya que no llegó a acertar con los polos. Me parecía tan tierna la manera que tuvo de disculparse que acepté su invitación para cenar. A la caída de la tarde veía cómo le daba el sol en sus mejillas y le hacía irresistible, aunque mi corazón no podía volverse a meter en una historia sin pisar sobre seguro, era púramente atracción, pero no podía poner el corazón en la mano de algún desalmado. Así que cuando le miraba y me preguntaba si podía ser el hombre para dejarme llevar, dijo algo que me dejó sin aire:
—Soy poliamoroso y pansexual.
En ese momento me pareció que sonaba hasta bien, podía ser que tuviera muchas formas diferentes de amar, o sea que te traía el desayuno a la cama con una flor, que era capaz de arrollarte en el pasillo como un tren y pasar sobre ti despeinándote por toda la casa, y encima te bajaba a por el pan, vamos, que debía ser un manitas en todo su esplendor, lo estaba viendo como un osito amoroso con ganas de estrujarme. Cuando le dije:
—Genial, yo también soy muy cariñosa, y me gusta tener detalles con la persona que quiero. —Él se rio hasta tirarse por los suelos y me dijo:
—Me encanta lo inocente que eres, te hace muy sexy. —Me sonrojé y miré para el suelo diciendo un gracias apenas sin voz. Cuando ya pensé que cambiábamos de tema me dijo:
—¿Conoces la teoría Queer? —Desde luego sonaba como el grupo de música de Freddy Mercury, pero esa erre nos alejaba, y siguió explicándome que era la teoría cuyo precursor fue el médico alemán Magnus Hirschfeld que intentó despejar la dicotomía entre homosexualidad y heterosexualidad. El chico nuevo pensaba que no existía ni el hombre ni la mujer, ya me lo estaba imaginando travestido en un bar de carretera. Cuando inocentemente le dije:
—¿Quieres decir, que si ahora mismo estamos sentados George Clooney y yo a tu lado, no sabrías a quién llevarte a la cama? —El mirándome fijamente me dijo:
—No seas radical, yo estoy enamorado de la estética, soy en su conjunto, un hedonista que admira el interior de las personas, unido a su olor, su ropaje, soy en su conjunto un romántico del siglo xix.
Mi cabeza me iba a estallar, intentaba verle como Gustavo Adolfo Bécquer, declamando tu pupila es azul en aquella tarde, pero a veces me lo imaginaba vestido de tirolesa con hombres y mujeres en una cama redonda. Ahora mismo no podía estar con alguien tan abierto de miras, lo respetaba y así se lo dije, pero me resultaba imposible mantener cualquier tipo de relación con alguien que no me diera algo de seguridad. Él me sonrió y dijo:
—Creo que si estuviera contigo me volvería monoamoroso. —Fue muy dulce la forma en que me explicaba todo, al fin y al cabo hay que reconocer que la risa es la distancia más corta entre dos personas.
Llegué tarde a casa, me esperaba una noche relajada, cuando me llamó el franchute, más conocido como François, sí, el lavadora, el «vuelta y vuelta», diciéndome que tenía dos entradas de abono en el Real, y que me regalaba una para ir con él. La verdad es que me vino genial, porque esa noche así no soñaría ni con travestidos, ni con Scottish, ni con whisky doble.
Me arreglé y quedé con él en la puerta del mismo teatro. Me puse un vestido de gasa color ocre y unos zapatos de tacón, así podía estar casi a su altura.
Cuando estaba dándole un par de besos, observé la visión más espantosa del mundo, Frankie venía con una camisa blanca y su americana, acompañado de Rosario que, aunque suene mal decirlo, la vi fea. Está bien, seré objetiva, estaba bastante mona y elegante, pero tengo que decir que no pega nada con Frankie y que, con tres kilos de maquillaje, todas podemos estar muy monas, pensé habiéndome bebido algo de ácido fólico.
Me quedé helada con esta visión, no esperaba encontrármelo aquí, pero es normal, vivimos en la misma ciudad, nos gustan cosas parecidas… Les presenté como pude pero sin implicarme demasiado, puse cara de llevar prisa, y así fue fácil alejarnos de ellos. Intenté aguantar los nervios como podía, pero el programa me delataba, no podía dejar de moverlo. Al final acabaría dando aire a todos los de la sala. Solo rezaba la novena para que nos hubieran colocado lejos el uno del otro, por suerte, a él le tocó abajo, justo debajo del palco real, tirando hacía atrás, y a nosotros nos tocó en el primer piso, en tribuna, con una visión clara y directa al palco de abajo, por lo que tenía dos obras que ver: los arrumacos de los tortolitos y la historia de amor entre Rodolfo y Mimì, los protagonistas de La Bohème de Puccini. Subió el telón en pleno silencio, oí una tos y supe que era él. Puedo observar a lo lejos la buhardilla de atrezo que tenían en el escenario, enclavada en el barrio de Montmartre, la vela casi apagándose que tiene Mimì casi en la cara cuando acude a que Rodolfo le dé fuego. Y con mi otro ojo observo cómo Frankie me acaba de pillar completamente. Si es que no puedo ser tan curiosa, me digo por dentro.
De pronto llega hasta mis oídos O soave fanciulla, la soprano no es Renata Tevaldi pero se acerca en los agudos, encima tengo que leer en la parte superior la letra si quiero entender algo de italiano, este Puccini no pensó en mí cuando escribió la ópera. No contaría con esta tragedia de casa que tengo yo ahora mismo.
Me estoy quemando por dentro, y no puedo avisar a los bomberos. La he oído millones de veces, pero tenerle abajo es una pesadilla, aunque también me encanta mirarle, me llena de gozo y de pasión desmedida. Tiene unas manos largas y blancas y de vez en cuando toca su pelo. Su pelo se mueve al compás de Rodolfo, el protagonista de la obra cuando canta sus celos por Mimì, está hecho un loco, pero él pudo sacarlo de dentro y escupirlo fuera; yo siento eso que siente él, pero no puedo expresarlo con palabras, solo aguanto el tipo por dentro.
Rodolfo se aleja cada vez más de Mimì, se porta como un déspota insensible porque Mimì tiene una grave enfermedad, y siente que el amor no es suficiente para curarla. Cuando se vuelven a juntar en el último acto al pie de la cama, se escucha Sono Andati? cantado por los dos protagonistas, una maravilla de pieza donde ambos se reconcilian y Rodolfo, con su mirada, le pide perdón por tanto desprecio sin sentido. En ese momento la protagonista inadvertidamente muere, lo que no he podido hacer yo ya que tengo un foco en mi cabeza y Frankie no para de mirar para arriba. Si lo hago lo quiero hacer con dignidad, grito en silencio. El acto termina con un estruendo de Rodolfo: «¡Mimì, Mimì!».
En ese momento miro hacia el techo aguantando que las lágrimas caigan por mi cara. Mi pecho también grita su nombre, cómo me gustaría estar a su lado acariciando su mano y llevarla hasta mi boca, y darle pequeños besos, y meter mi cabeza entre su cuello y quedarme rebuscando un lugar donde me aposente lejos del mundo. Pero es tan trágico el entreacto que tengo al francés intentando manosearme todo el rato, ya le he parado unas cuantas veces. Me recompongo porque me queda la parte dura del final, bajar las escaleras y por supuesto, Frankie es sumamente correcto, así que allí estará esperándome. Cuando bajo, ahí tengo a la de Bariloche pegando saltos por verme, es como mi admiradora secreta.
—Qué alegría ver a vos. —Yo pienso: Qué puta—, y añado en alto:
—El placer es de vos y mío también. —Nos dice que nos invitan a tomar algo, y por supuesto hay que acceder, esa pobre muchacha no tiene nada que ver en este sentimiento.
Nos vamos todos a una terraza y la de Bariloche dice en alto sin pensar:
—Bueno, y tú que calladito te lo tenías, no me habías dicho que salías con este hombre tan atractivo. —Le sonrío y le digo:
—Solo hemos salido hoy. —Y François dice:
—Eso es mucho en ella, me ha costado bastante. —Frankie intenta cambiar de tema, y comienza a hablar de la película del cantante y director francés Serge Gainsbourg, increíblemente yo había visto la película y los dos comenzamos a hablar como dos locos del travelling que se emplea en la misma, de que está superpuesto lo real y lo irreal, lo bien que está conseguido el parecido con la Bardot…
Nuestros acompañantes apenas hablaban, así que ahí estamos de nuevo Frankie y yo haciendo un ring de miradas, los otros son nuestro público, y lo peor es que a veces nos olvidamos de ellos. Seguíamos teniendo esa química, y el resto era tan distinto a nosotros… Mi amiga siempre me decía que me gustaba la gente rara, pero para mí nunca eran raros, quizás porque yo era tan rara como ellos. Éramos dos almas gemelas, puede que atormentadas o con algo de rebeldía encubierta.
Estuvimos charlando, aguantando toda la noche las miradas, estaba irresistible. Nos despedimos de ellos. Y François me acompañó a casa, era un francés listo porque me dijo:
—Escocia es un estado que no debería ser independiente de ti. —Le sonreí y no dije nada más, podía haber dicho un decálogo de cosas frustrantes de Frankie, pero lo bueno pesaba en la balanza. Contesté:
—Desde que entró en la guerra de las Malvinas, no creo que recupere mi tierra. —Él me dio un abrazo de esos amorosos, yo diría que de padre.
Cuando llegué a casa me fui muy rápido a la cama, quería dormir, y que pasara este día de tragedia operística. Empecé en un duermevela a sentirme en pañales, hasta acabar con una media de tres años en la entrada de una guardería. Lo primero que hice fue elegir mi percha en forma de perro, recuerdo que no paraba de llorar, había muchos gritos, que me asustaban. Así que me quedé en un rincón esperando que una profesora llamada Conchita, con su pantalón blanco vaquero pitillo, se acercara a mí y me recogiera del suelo. En el fondo yo era una obra de arte, hace muchos años observé en un museo que la obra estrella era un montón de cristales rotos en un rincón y un recogedor pegado a la pared, por lo que yo ahora era un montón de destrozos en un pequeño esquinazo.
No reconocía a nadie, eran muy pequeños para acordarme de sus caras, pero al fondo divisé un niño que tenía barba de tres días, y su pelo cortado a tijeretazos; me miraba fijamente y me hacía sentir bien, era mi Scottish, nadie le entendía el idioma, era una mezcla de escocés gutural. Él me hizo un gesto con el dedo para que fuera hacia él; cuando llegué, me puso en la mano un cubo Rubik, y yo empecé a hacer destrozos con él, a quitar los cuadrados rojos y ponerlos donde los verdes. Ni en un sueño lograba hacerlo sin trampas. Entonces, cuando estábamos jugando, se acercó una niña con una melena larguísima en forma de trenza, iba en un corcel blanco, era como una ponnyboy rebelde pero muy femenina.
Se acercó a él, le tendió la mano, y le subió a su caballo y salieron así al recreo. En ese momento desperté otra vez bañada en sudor, estaba teniendo una pesadilla, en la cual yo era una actriz muy secundaria, ni siquiera tenía un gran papel. Me levanté y me dirigí a la cocina, donde me puse un buen vaso de leche fría, y me dormí como las niñas buenas, esta vez sin soñar.