13

AL día siguiente subía la cuesta de mi casa, de pequeña ya entendí por qué le pusieron ese nombre, y es por el esfuerzo que requiere subirla. Me crucé con la mirada de una niña en un carrito que iba casi a motor. Cuando la ves tan pequeñita… y piensas calibrando su vida… ¿será feliz? ¿Sufrirá por amor? ¿Cómo podré protegerla?… ¿Le harán mucho daño?… Son cosas que pienso cuando veo a los niños pequeños… aunque con mis sobrinas pienso… ¿serán muy perrunas? ¿Las dejarán sufriendo? ¿Le harán la vida imposible a algún hombre? ¿Serán unas egoístas?… ¡Qué vida!, me digo por dentro.

Me ha llamado mi hermano para que me quede con la niña a la hora de comer, porque él tiene que ir al gestor, así que quedé con él en Menéndez Pelayo, allí apareció mi sobrina como una Shirley Temple toda repeinada y con su «kiriki» en el pelo. Nos dimos un par de besos y yo me llevé a la niña al Retiro.

No paraba de darme besos, tiene dos añitos pero para su edad está muy espabilada. Buscamos desesperadas un columpio, le encanta subir hasta el cielo, pero en una de esas subidas y bajadas comenzó a llorar. En ese momento recuerdo por qué no he tenido hijos, quizás no sé interpretar lo que piensan. Pero enseguida la subo a un elefante de muelle y de pronto su lloro se ha calmado, con sus dedos aprieta mis dedos, me gusta protegerla, es una sensación demasiado bonita para poder explicarla en unas líneas.

Y entonces recuerdo por qué me gustaría ser niña de nuevo y meterme en un carricoche de esos potentes de motor, porque olvidas todo, los problemas se diluyen y la vida te espera para empezar de nuevo y no tener tantos tropiezos. Aunque a Frankie me lo hubiera encontrado en la guardería, creo que nos hubiéramos pegado igual.

Fue un día agotador, mi hermano se demoró más de la cuenta, y yo tuve que estar más horas de las previstas con la niña, así que me la tuve que llevar al trabajo. Mi jefe esas cosas no las aguanta, así que miré por la ventana y al ver que estaba en el baño, aproveché para colarme con mi Shirley Temple. Es difícil esconder a una niña de dos años, pero más difícil es encontrar hoy día trabajo, así que me las ingenié como pude, y me colé en el despacho.

En la puerta le dije:

—Cris, ahora no puedes chillar nada, me juego mi puesto, y sobre todo nos jugamos unos columpios.

La verdad es que esto último nos lo jugábamos a medias, porque si voy al paro, podría estar todo el día en ellos, menos mal que esa parte no se la expliqué muy bien, porque esta niña era muy lista y hubiera hecho lo imposible para que sucediera. Ella me respondió:

—Agua, quiero agua.

Me parece que no estaba entendiendo nada de lo que le estaba explicando, pero sé que está mal poner un chupete, aunque para mí en ese momento era un pequeño bozal de palabras sin sentido. Cogí a mi sobrina como un saco de patatas, le puse el chupete y entré deprisa. Cuando Tico nos vio dijo:

—¿Pero qué, haces, estás loca? —Le dije:

—Mira tengo dos opciones, dejarla en un columpio y pagar a alguna madre de la asociación para que me la cuide o ser una tía responsable y llevarla conmigo ya que mi hermano no me coge el teléfono y empiezo a pensar si era un gestor, o está poniendo los cuernos a su mujer.

Los muebles eran grandes, así que tendría que poner muñecos a los pies, para que se quedara abajo, le expliqué que íbamos a jugar a un juego muy divertido, que eran las tinieblas, que solo sería una hora larga. Le di agua para que tuviera todas sus necesidades cubiertas. Mi jefe salió con un cabreo del baño impresionante y dijo:

—Quiero el informe para ayer. —A veces me pregunto por qué algunos jefes son de manual, les gusta utilizar sus artes de dominación al mundo, eso les hace sentir más viriles. De pronto sentí que mi sobrina no estaba en mis pies, y es que las mesas por debajo se comunicaban, así que mi sobrina estaba a los pies de Tico. Lo noté también por la cara que tenía mi compañero de trabajo, era una cara con los ojos muy abiertos haciendo aspavientos y gestos que no había conocido de él. Mi jefe gritó:

—¿Te ocurre algo? —Él con cara de tranquilidad dijo:

—No, no, es que tengo calor. —Salvándose por la campana.

—Pues poned el aire. —Con cara de pocos amigos, dijo el jefe con el pelo revuelto. Tiré un papel al suelo para intentar dialogar con gestos con mi sobrina, solo la veía dos dientes en la parte de abajo e imitar mis gestos, por lo que me estaba poniendo muy nerviosa. En ese momento saqué de mi bolso a Pocoyo, un ser extraño que siempre está sobre fondo blanco para apaciguar los nervios de la madre. Seguro que vendría a por él. Lo puse a mitad de camino para poder tirar de ella, y sentarla de nuevo en mi lado. Pero la niña comenzaba a hacer ruidos guturales, por lo que dije en alto:

—¿Un poquito de «musicola»? —Mi jefe dijo:

—Sí, por favor y que sea algo tranquilizador, como La forza del destino. —Tico dijo:

—¿Eso de quién es, de AC/DC? —El jefe llevándose las manos a la cabeza gritó:

—Verdi, inculto.

Lo puse a tope en la habitación, parece que mi cuerpo iba con la música, es como si me escondiera entre los rincones para balancear a la niña hacia mí. Mi sobrina se reía, pensaba que estábamos jugando. Recibí un SMS de Frankie que me ponía:

«¿Vamos al teatro a ver Casa de muñecas?»

Pensé que yo ahora no estaba para ver muñecas, tenía que controlar la mía que se había perdido. Mi sobrina se parece mucho a Maton Kiki, la prima de Celia, es traviesa, risueña, pilla y muy cariñosa. En el momento más trepidante de la música llegó este mensaje, y a mí, por contestarlo (no me gusta a hacerle esperar), la niña se me escapó. La vi detrás de la silla de mi jefe, enseñando dos dientes por un lateral y haciéndome el gesto de silencio con las manos.

Ahora era yo la que ponía cara de susto. Mi jefe en ese momento estaba programando y no estaba a lo que estaba. Me levanté hacia él y con mucho cuidado sujeté el respaldo de la silla para hablarle de cosas sin sentido, y agarrar con la mano que me sobraba a la niña del hombro y tenerla controlada. Me dijo:

—Mira ahora no estoy para las vacaciones, eso ya lo hablaremos otro día. —La niña pegó un grito al oído, y yo la secundé con otro como Tarzán. El jefe dijo:

—Mirad, yo sé que hace mucho calor, que no podéis más, y que es bueno gritar, pero en una montaña. —Su mujer le llamó para que dejara de trabajar y fuera a recoger a sus hijos al colegio. Farfulló algo en alemán o no sé qué idioma, porque no le llegué a oír. Se puso la chaqueta, dejó encendido el ordenador y salió disparado a la calle. En ese momento abracé a mi sobrina, tenía a Pocoyo en el suelo, no sé cómo pudo llegar hasta allí, se teletransportaría. Los cogí a los dos, y me di cuenta de que se había hecho todo encima.

Las madres siempre meten su nariz en los pañales, pero yo soy mucho más escrupulosa, quizás porque no son hijos míos. Tuve que decir a Tico que fuera a una farmacia a comprar un pañal y que lo trajera deprisa. Parecíamos dos solteros y un biberón. El tercero no sé dónde se había quedado. Tardó un montón, ese líquido marrón, salía por todas partes, y me estaba pringando toda. La niña no se paraba de reír. En una mesa de allí mismo hice la cambiada de pañal más rápida de la historia. Primero limpiarla con la única toalla que había en la oficina, por supuesto, esta habría que quemarla al salir de allí. Cuando coges por primera vez un pañal es muy gracioso porque no sabes cómo va, toda madre de la asociación te da las explicaciones necesarias, pero esa niña no para de moverse, para arriba, para abajo, pataleando sus piernas poniéndote perdida.

Cuando lo pegas de un lado, se abre el otro, y vuelta a empezar. Luego está la operación coger a la niña y ponerla del revés para que haga ejercicios con su cuello, pero esa niña es un sonajero en movimiento. Cuando por fin has podido ponerle el pañal, la muy graciosilla vuelve a expulsar un gas. Entonces la madre te dice: «Mira a ver, si va con regalo o no.» Y justo, tenemos un Kinder Sorpresa, y hay que volver a cambiar el pañal. Pero yo era ya una experta, estaba en segundo grado y me costaba menos.

Por supuesto Tico se fue de allí horrorizado, y yo me quedé sola ante valiente hazaña. Cuando terminé, por fin recibí un SMS de mi hermano al móvil: «Perdona, hemos tenido una gran charla, voy a buscaros al Retiro.» Le contesté llamándole, porque no estaba yo para poner más «mensajitos», cuando quieres expresarte, lo mejor es llamar a bocajarro, vamos, haciéndote notar. Así que le dije que no tenía un juego de prueba, sino que era importante, y que por muy poco, podía haber inflado la lista del paro.

Mi hermano se disculpó, y yo fui a devolver a mi sobrina, al mismo punto donde empezamos nuestro encuentro del mediodía o donde comenzó la broma pesada del día, ya no sé ni cómo calificarlo. Cuando la dejé, me dirigí a casa de mi amiga Edurne, una amiga de la asociación, nos había invitado a pasar la noche en su casa, los niños se habían ido a dormir con su marido al pueblo. Siempre he valorado que la gente tenga pueblo, por eso mismo, por las escapadas que pueden hacerse.

Llegamos a su casa a cenar, había preparado tanta comida, que yo no podía más, sentía que era un globo a punto de subir a volar, menos mal que tendría un hilo y me volverían a sentar para seguir comiendo; mi amiga cuidaba esos pequeños detalles para que no hubiera dispersión volátil. Después de ver mil quinientas fotos de sus niños en todas las posturas edulcoradas con un montón de lasaña, nos pusimos a intentar tener las charlas de antaño, pero era imposible, el móvil sonaba constantemente, su marido llamaba comentándonos todas las jugadas de todos los pequeñines, por lo que a veces tenía la sensación que andábamos todos por el pueblo.

Cuando ya tuvimos un momento de vida adulta, y después de charlar de dientes de leche, pañales, y guarderías, me levanté y comencé a ver todas las películas que tenía en la estantería. Hacía tanto que no veía Match Point que pedí ponerla, más bien supliqué con voz torturada y animalada:

—Vamos a poner esta, me encanta. —Mi otra amiga de Inmaduras gritaba al unísono conmigo.

Cuando la vida no funciona como quisieras, lo mejor es meterte en alguna protagonista que quieras y sentir esa historia como si fuera tuya, vamos, robarla. Muchas veces me he sentido Notting Hill, pasando por Ginger Rogers en Sombrero de Copa, incluso Claudette Colbert en Medianoche. La película se encontraba justo al lado de Dumbo, el pato Donald y sus sobrinos, la abeja Maya…, pero allí eligiendo películas, me llamaba a gritos la escena de la hierba, cuando Scarlett retoza con Jonathan Rhys Meyers, ajenos a miradas y donde la lluvia cae como un manantial sobre sus camisetas mojadas. Es una escena brutal, él la sigue, tras huir de la casa donde se encuentra su mujer, para tener un minuto con Scarlett, su gran amor, y poder compartir juntos un poco de piel.

Le dijimos que no queríamos ver la película entera, sino que fuéramos directamente a las escenas importantes, como veréis, en esos casos a mí no me importaba en absoluto la escena en que juegan al pimpón, ni siquiera la otra escena principal donde el anillo pega contra la barandilla simulando la red, ni la escena en que él coge la recortada y va como loco a su casa.

—Para eso me pego un tiro yo misma. —Sonreía con la cinta en la mano.

A mí me gustan otras clases de recortadas, algo donde haya un poquito más de acción. La escena duró como quince segundos, la recordaba mucho más larga, pero Edurne me dice:

—Eso es tu mente, que siempre la has hecho más excitante y mucho más duradera. —Quizás eso me ha pasado siempre con mis relaciones, aunque hayan durado poco, en mi mente han tardado en desaparecer los personajes principales, hasta los secundarios han salido tarde de escena. Y es que para mí el tiempo nunca ha determinado una relación sino la intensidad. En mi mente siempre se quedan después, firmando el contrato, tomando un café, incluso en el set de maquillaje.

Cogí el mando del DVD, ya que Edurne iba para atrás y para adelante, sin llegar a mi otra escena principal, cuando se ven en el apartamento de ella, era puro secreto. Otra escena que dura milésimas de segundo, y que para mí era una película entera.

Allí quitaba la cara al protagonista y, como si fuera una careta con gomas de esas de la plaza Mayor, ponía la de Frankie en la de él, por supuesto la de Scarlett la dejaba, a mí me valía. Es increíble qué bruto es Frankie, cómo me gusta, pensaba yo con una sonrisa. Habíamos pasado la tarde en cama y yo no estaba enferma, lo que estaba era volviéndome loca para imaginarme algo tan ficticio y hacerlo tan real.

Cuando estamos todas metidas en la película, ya nadie quiere ir a por agua, incluso puedes pasarte cinco horas sin ir al baño, porque quieres ver con tus propios ojos todo lo que sucede en la película sin que te lo cuenten. Cuando tienes pareja, no te haría gracia que otra te contara los pormenores de la trama principal, pues en las películas pasa lo mismo.

La asociación de Ácido Fólico, que ya es una sobredosis, tiene otra forma de ver las secuencias. De pronto la madre alterada te dice:

—Qué chimenea tan mona hay en la esquina. —Yo estoy desprendiendo fuego de mi cuerpo a lo Kathleen Turner, pero me parece que no tiene que ver nada con ese fuego que sale del fondo. De pronto la madre, continúa fijándose en detalles que tú has pasado por alto:

—Qué mona va siempre Scarlett, siempre combinando sus botas con sus jeans. —Y si ya la película toca el tema del embarazo, para qué queremos más:

—Está a punto de parir, la tiene baja. —Entonces es cuando yo me levanto no a por agua, sino a por un whisky doble con hielos.

De pronto, en el silencio de la película unos jadeos a golpes se oyen en el fondo de la habitación, y no parece que sean de Scarlett y eso que tenemos un buen Dolby Surround; madre Edurne, porque ya estamos en un convento, quizás en las Teresianas, te dice sin darle importancia:

—Sí, son los vecinos, la vecina de abajo ha debido descubrir el sexo porque no para. —Mi amiga y yo pegamos un salto del sillón y nos vamos a la habitación, y como no se oye nada, nos tiramos en plancha a poner la oreja en el suelo. Quizás sea la falta de sexo o quizás sea que es lo más emocionante que pasa en nuestras vidas últimamente, desde que nos bañamos con ácido fólico.

Entonces, tu amiga cortando el rollo de lo que le divertía antes, te dice:

—Sí, ya han terminado.

Empiezas a preguntarte si la pareja de abajo tendrá niños, si habrá perdido el interés el uno hacia el otro, pero lo que más me preocupa es que en esa situación mi amiga hace un montón de años, se hubiera divertido como nosotras, hubiera saltado con un vaso de la cocina hasta el suelo, y hubiera seguido la broma.

Yo no digo que toquemos los telefonillos automáticos de la calle y despertemos a los vecinos como a los once, eso quizás sea hasta un poco infantil, pero hay cosas que uno, aunque pertenezca a la asociación que la vida le depare, jamás debe perder.

Me fui al salón, cogí un vinilo antiguo de Jane Birkin, Yesterday yes a day, donde cuenta cómo una sombra le dice hola, así me sentía yo, completamente perdida y con la compañía de mi sombra. ¿Dónde estaban mis amigas, aquellas que un día me acompañaban y otro día se envenenaron con ácido fólico y desaparecieron de mi lado?.