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HOY es lunes, esos días que quieres borrar del calendario. Hace muchos años salía con Manolo. ¿Quién no ha tenido uno en su vida?, un chico de los llamados «de fin de semana», recuerdo cuando estaba con él que para mí los lunes eran los días más esperados, ya que me despegaba un poco de su depresión «post fin de semana». Era de esos chicos que solo viven para los viernes y sábados, y que están todo el día de fiesta. Los días horribilis eran los domingos cuando estaba con él, se pasaba todo el día repitiéndome la misma cantinela:

—Qué espanto, mañana trabajo. —Y al minuto decía:

—Mañana lunes, y trabajo. —Estaba todo el día mustio, al principio pensé que era por mí, que no le alegraba la vida como anhelaba, pero luego me di cuenta de que la persona que le ponía de los nervios, era Domingo, un ser que amanecía tarde entre las sábanas y que se iba pronto a casa.

Cuando íbamos a pasear al Retiro, él miraba el estanque con cara de oveja modorra, a veces pensaba que un día se tiraría y me tocaría llamar a los patinadores que recorren el parque para sacarle de su bajón existencial dominguero. Hubo un día que llegué a la conclusión de que yo era una mujer de lunes, de martes, incluso de sábado. Y él era un chico solo de fin de semana. Por lo que nos fuimos separando, ya que no coincidíamos para vernos. Resaca nos hizo mucho daño. Si es que los Manolos de fin de semana no estaban hechos para salir conmigo.

Cuando llegué a la oficina, me preparé un café bien cargado, y fumé un par de cigarros en el baño, he intentado dejarlo pero he vuelto a las caladas, pero creo que mi vida me lo permite. Cuando salgo pongo algo de música, Jazz Invaders, y me pongo a trabajar. El trabajo me evade de todo. Una de mis amigas de asociación de Inmaduras me dice que tenemos que ir a la agencia de viajes para concretar nuestro viaje a Croacia. Tengo ganas de llegar allí y cambiar el chip. No quiero meter a Frankie en la maleta, recuerdo que Andrés me acompañó por todo Nueva York, y no pude ver tantas cosas como quería, siempre estaba ahí plantado en medio de la calle como Willy López, aquel tipo de Ghost. Era un espectro que aparecía en mi vida, en mis viajes, en mis libros. Si acudía al MOMA, él me esperaba con su abrigo cámel y me decía:

No sé por qué hemos venido hasta aquí, en Madrid hubieras visto lo mismo. —Me enojaba conmigo misma. Cada vez que miraba el Empire State, él sobrevolaba la ciudad con su carita risueña y su aire de dejado alternativo. No quiero más hippies en mi vida, no sé cómo ha entrado en mi vida de esa manera, yo controlaba su amistad, pero debe ser que mi racionalidad ha sido destruida por mi emocionalidad.

Les gusta batirse en duelo, y casi siempre ha ganado la primera, pero Frankie y su glawisichnig me han hecho mella. A la salida del trabajo me he ido a comer con una de mis amigas que todavía no ha entrado en la asociación pero le queda muy poquito para hacerlo, siempre me dice:

—No quiero ser una de las de Ácido Fólico —y continúa siempre diciéndome—: si ves que ya no soy la misma y que olvido mi vida de antes, por favor, dímelo. —Debe de ser la octava amiga que me dice la misma frase, y ya lo dejo rodar.

A veces siento que estoy como Bill Murray en el día de la marmota, y que las frases y mi vida se hacen en cadena. Repito patrones a la hora de elegir parejas, repito patrones a la hora de elegir ropa, y sobre todo, lo que más se repite en mi vida son las frases de mi amigo Luís cuando conoce una mujer. Hoy me ha llamado y me ha dicho lo mismo que me dijo hace cinco meses con otra chica que conoció:

—Es perfecta Berta, no sé cómo pudo dejarla su anterior novio, es una mujer que lo tiene todo. —Yo me rio, porque todas para él son perfectas y siempre está igual de enamorado al empezar con cada una de ellas. Sé que sus rupturas no serán tan traumáticas como las mías, porque para él todas tienen algo.

A mi amiga, la que va camino de pertenecer a la asociación, la enviaron unas instancias, y está estudiando considerablemente la posibilidad de meterse en la misma. La labor que realiza esta asociación se parece mucho a la labor que salía reflejada en la película norteamericana independiente Fahrenheit 9/11 de Michael Moore, cuando van captando a hombres para ser militares en las fuerzas armadas. Acuden a las salidas de los trabajos, de los colegios, pasean mirando al candidato para ver si podrá dar el perfil. No llega a ser un club Bilderberg ya que estos siempre se reúnen en lugares mucho más discretos.

A mi amiga la invitaban cada día a fiestas o incluso a grandes parques de la ciudad donde enseñaban los bebés de la asociación, siempre impecables, recién lavados y repeinados, en sus sienes llevaban colonias que hacían que sus olores entraran desde la nariz hasta la sien y se quedara allí, en el recuerdo. Y es que ya se sabe que los olores tienen recuerdos, durante meses tuve el olor de la colonia de Andrés en mi cerebro, pues con la colonia del bebito pasa lo mismo.

Mi amiga llegaba a casa y ya tenía ganas de bordar baberos. Pidió estar en el parto de una amiga en común, pero no le permitieron el paso; ella quería llevarse la réflex, y ver en directo cómo la comadrona salta con toda su fuerza como un luchador de sumo sobre la tripa de tu amiga para sacar al pequeño bebé, que normalmente tiene cara de «viejuna», cuatro pelos en el cogote, y no suele tener dientes, aunque a veces nacen con uno, como fue el caso de Napoleón o Leonardo Da Vinci, lo que detectará un grado alto de inteligencia. Mi abuelo Tomás a día de hoy es un ser de lo más inteligente.

Ahora me siento frente a mi amiga y me dice que por favor, si se pone pesada cuando entre en la asociación que se lo diga; me ha dicho que si alguna vez tiene un hijo, quiere mandarme unas cuatros fotos del bebé al mes, ni una más ni una menos. Así que con un apretón de manos, hemos sellado nuestro acuerdo. Me ha seguido diciendo que una vez a la semana saldrá conmigo a cenar, que hablaremos de cosas ajenas al bebé, y que seguiremos yendo a alguna exposición.

La asociación se puede encontrar en cualquier rincón del planeta, pero donde captan los adeptos es en los parques, allí tejen redes, son como los antiguos mentideros de Madrid, preparan estrategias, encuentros y emboscadas a media tarde, nunca por la noche. Estas las utilizan para levantar el tesoro cada diez minutos y pasear con él por la habitación.

Al igual que existen los «novios de perros», son aquellas parejas que se conocen en los parques, que a lo mejor de no haber tenido perro, jamás se hubiesen mirado en un bar, estas parejas se hacen en los parques. Entrar a alguien que tiene perro si tú también tienes es de las cosas más fáciles que hay. Durante un tiempo yo pedí un perro a una amiga para salir a pasear por el parque, ya que había un dueño con un dálmata de manchas negras que me gustaba mucho.

Entré de la manera más fácil con la frase más recurrente: «¿Cuántos años tienes?», de ahí hay un sinfín de preguntas, sobre la comida, el veterinario, y sin quererlo, ya tienes una cita para el mismo sitio con el tipo que más te gusta de la ciudad. Pues también existen los «amigos de niños», son esos amigos nuevos que te haces cuando tienes niños, que antes jamás se te hubiera ocurrido ser su amiga, pero ahora es mejor ir acompañado a los parques y tener cenas donde las conversaciones de los niños se alarguen hasta la madrugada. Y así mi grupo se ha ido ampliando con nueva gente, que trae a sus nuevos niños, con sus nuevas neuras.

Después de comer, nos fuimos a ver una exposición del pintor Turner al Prado, en la cola estaba Frankie con Rosario, ¡qué mala suerte tengo!, pensé. A Frankie no le gustaron nunca las exposiciones, en fin, no sé qué hacía allí, pero el destino a veces juega a los dados y no me gusta que no consulte conmigo. Tuve que poner la cara de «aquí no pasa nada, qué feliz estoy». Rosario, sentía hacia mí una admiración muy extraña: la camiseta que me había comprado en Lanzarote, la tenía igual ella, y no paraba de observarme. Era una «mujer blanca soltera busca» que no paraba de lanzarme miradas furtivas de cotilleo malicioso. De pronto dijo con su voz aniñada boba, porque era bobísima, antes no me parecía que fuese así, pero ahora sí me lo parecía:

—Qué bien, podemos verla juntos. —Yo, con sonrisa de Gioconda, de esa que no sabes si sonríes o te tiembla el labio inferior, le dije:

—Sí, estupendo, entramos todos, así podemos comentar los cuadros juntos. —Frankie intentaba todo el rato despegarse de los brazos osos de Rosario y venir a hablar conmigo, en un momento que estábamos ante el cuadro El naufragio me dijo por lo bajo:

—Estás muy guapa. —Eso en él era todo un halago, una vez me contó que en Escocia subió a una chica a su casa y ella le dijo desnuda en la cama:

—Frankie, ¿te parece que estoy gorda? —Él con una sonrisa y de forma natural le contestó:

—Sí, mucho. —La chica se levantó de la cama como un resorte, se dirigió hacia la puerta y se largó dando un portazo, todavía sale polvo de aquella puerta.

Cuando me lo contaba a través del Skype le dije que eso no quiere oírlo nunca una mujer, que normalmente preguntamos esas cosas para escuchar cosas bonitas y reafirmar nuestra autoestima. Él me decía todo el rato:

—No lo entiendo Berta, está muy gorda, yo estoy con ella porque eso me da igual, pero soy sincero, pensé que quería que se lo reafirmara. —A veces con Frankie te tienes que reír, porque le llega el pensamiento y lo suelta sin darle forma en el cerebro, así que pensé ese día que debía de estar guapa, porque conociendo su asertividad…

Frankie es directo, cómo deciros, su lenguaje no ha sido pulido, siempre me dice que aunque un amor se vaya nunca es una tragedia, que tragedia es un gran tsunami, y te puede decir:

—Somos egoístas, así que cuando alguien te deja, claro que incomoda. —Y yo sonriendo le digo:

—Te incomoda una piedra en el zapato, una mota en el ojo, una faja apretada, pero el dolor que sientes cuando terminas con alguien a quien no quieres dejar, no se puede expresar con palabras. —Apostillo y respiro.

Entonces me dice que soy la chica perfecta de sus catorce años, que él era así con catorce, pero que la vida le ha enseñado a ver las cosas de otro modo, y me cuenta la historia del «anciano venerable», que era un señor que un día se encontró en el castillo de Edimburgo y le contó que había perdido a su mujer y a un hijo en un accidente, y que no paraba de sonreír, le dijo que la vida era corta y hay que intentar sufrir lo menos posible. A mi lado había un pelirrojo, a lo mejor me iba a dar suerte, así que intenté tocar su brazo sin que se diera cuenta.

Observé que en su camisa había un pequeño bicho que trepaba por su espalda, así que muy amablemente le comenté que tenía una pequeña araña rozando su cuerpo y debatiéndose en la cuerda floja de su cuello. De pronto comenzó a hacer aspavientos, yo con mucha tranquilidad le cogí con mis manos el animalejo y lo estrujé con mis dedos; en ese momento pensaba que podría ser Rosario, tenía las mismas patas y los ojos salidos del bichillo. Él con cara de agradecimiento me dijo:

—Me has salvado la vida. —Nos reímos a la vez, y de pronto noté un brazo de Frankie en mi hombro, como marcando territorio.

Seguíamos andando, esa chiquilla de Bariloche seguía poniendo los ojos en mí, seguía cada movimiento mío, la verdad es que si hubiéramos estado en un descampado creo que la hubiera llevado hasta el precipicio y hubiera empezado a andar, para que ella cayera por el terraplén y yo me hubiera sujetado a una rama para no caerme. Habría parecido un accidente, pensaba divertida. Pero pasaría como en la película La fiera de mi niña, Grant y Hepburn caen y continúan andando. Mis «piedras» nunca han rodado lo suficiente. Frankie de vez en cuando nos cogía a las dos por el cuello y decía en alto:

—¿A mis chicas les está gustando? —Desde luego yo tardaba en contestar, no me apetecía hacer los coros con la niñatilla.

Si hubiera estado en una mesa camilla, habría dicho: «¿Alguien tiene más mate?» Parecía una final entre España y Argentina, por supuesto estábamos en la tanda de penaltis y yo tenía todos los jugadores lesionados.

Tenía que sacar de mí un Maradona que se llevara la victoria, pero mi corazón ya no tenía tanta fuerza para asistir un buen pase. Le sentía tan cerca de mí y tan lejos por otro lado.

Ya no éramos los dos, aunque sentía que la complicidad me la llevaba yo, pero no me bastaba, siempre he querido todo, las cosas a medias no me llenan. Además no quería que estuviera conmigo por haber hecho alguna estrategia, esas cosas no funcionan a la larga, quiero que me elija por lo que soy y si no me elige, que se marche de mi vida.

Cuando mirábamos cada cuadro de los grandes del siglo xix como Claudio de Lorena, del mismo Turner y del artista David Wilkie, Frankie nos decía con aire juguetón:

—Decidme, ¿cuál es vuestro personaje favorito de este cuadro? —Nos señalaba El violinista ciego, un cuadro familiar donde se ve una escena bucólica de señoras y niños que enternecían con solo mirarlos. Rosario seria dijo:

—Ay, por favor Frankie, siempre estás haciendo el tonto, pues no sé, cualquiera de la escena, el bebé. —Pero enseguida intenté que no le hiciera de menos, y le dije:

—Yo lo tengo claro, para mí es el niño violinista, el que saca la lengua y se retuerce tocando el violín con forma de fuelle. —Frankie dijo:

—Ese justo es el mío, me has leído el pensamiento. —Nos gustaba disfrutar de las mismas cosas, parece que el mundo no nos entendía. Mis pensamientos cuando imagino que me gustaría tenerlo para mí, se hacen borrosos, y por qué no decirlo, se vuelven tristes.

Me cuesta reconocer la tristeza en alto, no me parece de mujer valiente, pero quizás hoy estoy haciendo un acto muy valiente, encontrarme allí, aguantando el tipo e intentando seguir un juego a Frankie y ver que es de adultos. Y sigo con mi pensamiento que va más o menos en esta dirección.

Maldigo el tiempo en que no estoy con él, se pasó todo tan rápido, pero quizás así era mejor. Se me había llevado una vida.

Llegué a casa exhausta, cuando abrí mi correo me encontré otra amiga de la asociación que me pedía a vida o muerte un favor, era que hiciera de testigo para acudir con ellos al registro.

Tienen una niña de dos añitos con tirabuzones rubios, regordeta con una sonrisa amplia, con las piernas con sus pliegues, y sus dos grandes ojos negros. Desde que la criatura llegó al mundo y la raptó la asociación, cada vez la veo menos. Mi amiga y yo hablamos de soslayo, podemos pasar sin saber la una de la otra como ocho meses y cuando nos volvemos a reencontrar todo vuelve a ser casi como antes, porque ahora entre conversación y conversación, hay carritos, baberos, y gateos.

En el correo me cuenta que está a punto de romper con él, y aún así me dice que sea testigo de su registro de boda. En este año, he sido testigo cerca de cinco veces, cuando meten mis datos en el ordenador sale toda mi información, ya me conocen en el Registro, incluso tienen un poster en las oficinas donde se lee: «Testigo por horas, coja sus servicios.» Me paso el día preocupada, ya que ser testigo de algo que sabes de antemano que no va a funcionar, te crea desazón, pero en fin, le echo valor y quedo al día siguiente con ellos.

Me encuentro con una pareja de lo más acaramelada, han bajado a la niña con ellos ya que no saben con quién dejarla, así que llegamos hasta las oficinas para registrar, y mientras ellos están en cola, yo me tengo que ganar a esa «pequeña salvaje» que no para de gatear y de sacarme la lengua. Rebusco en mi bolso para mantener su atención y por fin lo consigo, tengo un llavero donde llevo las llaves que es de lo más luminoso. Ellos comienzan a discutir en la cola, pongo la oreja y veo que uno dice al otro:

—Es que no sé si me quiero casar. —Y la otra le dice:

—Como no te cases, no sentiré que me quieres. —Así que he venido aquí, me digo por dentro, para ser testigo de uno de los momentos más memorables de La guerra de los Rose. La niña se me escapa y comienza a reptar por todo el registro, una señora con gafas me mira y me dice:

—Cómo se parece a ti, tiene tu boca. —Está claro que la gente para ganarse la confianza y caer en el peloteo más rastrero, dice siempre esas frases; esa cría es como hija de nórdicos, y yo tengo el pelo negro, así que no sé dónde verán el parecido.

Cuando consigo hacer un ovillo a la niña, me la encaramo al hombro, la visto para que no parezca que ha gateado, y se la doy a los padres como un dulce de Navidad y por fin nos llaman dentro para ejercer nuestra función de casamiento. Entra primero el novio sin nosotras, y la funcionaria con cara agria le dice:

—¿Va a ejercer usted el casamiento con usted mismo? —Él muy gracioso le contesta:

—Sí, es que tengo mucho amor propio.

La funcionaria le mira con cara de pocos amigos y le manda llamarnos. Tampoco eso de traer una cría a las oficinas lo ve con buenos ojos, pero en fin, es lo que hay, esa niña no tenía con quién quedarse y estamos haciendo una labor social. La señora comienza a decir que si mi amiga no está empadronada en Madrid no podrá llevarse a cabo la boda. Sigo siendo testigo de esa injusticia.

De pronto empieza a discutir con el posible marido, mientras mi amiga y yo comenzamos a tener una conversación más propia de peluquería.

—¡Qué bien te quedan las mechas! —le digo yo, y ella me contesta:

—Qué va, ahora se me ven las raíces. —Pasamos a sesión capilar, luego a sesión de «cameo».

—Bueno cuéntame, ¿sigues tirándote a Andrés? —dice mi amiga con su carita de ángel, y yo le contesto:

—Mi vida está yendo muy deprisa, ¿te acuerdas de Frankie?, creo que siento algo muy fuerte por él. —Y ella me contesta:

—Dale tiempo al tiempo, las cosas a veces suceden rápido, tú eres tranquila así que, de verdad, no te azores. —Y le contesto:

—Ya, pero me duele haberle perdido de amigo por estos sentimientos míos que él no tiene la culpa de que me surjan. —De pronto el marido recoge los papeles y dice:

—Bueno, cotorras, no paráis, me he comido yo el marrón de hablar del tema de la boda.

Las dos sonreímos y bajamos la escalera con la niña en los hombros, menos mal que esa cría todavía no tiene uso de razón para escuchar a su madre y a una amiga decir barbaridades de su vida.

En ese momento me dice el marido de mi amiga que tiene un amigo que me va mucho, porque le encanta viajar, es aventurero, y le gusta la conquista y los principios pero no tanto los finales.

En fin, la asociación últimamente tiene sesiones abiertas, ya no hay discreción. Hemos pasado de estar con las amigas solas hablando de cosas de chicas, a que ahora intervengan los maridos que ejercen de secretarios generales, y que también quieren ver a una ejerciendo alguna función de vocal.

Ese día no esperaba a hacer nada especial por la noche, pero me llamaron dos amigas de la asociación Inmaduras Viajeras diciéndome que había una bruja que adivinaba el futuro y había que acudir a ella. Así que con toda la calorina de un mes de julio, nos fuimos hasta allí, para mí cualquier excusa para salir de casa y tomarme una caña fría, así que me apunté al plan sin rechistar, últimamente estar en casa pensando en Frankie no me venía demasiado bien. Había que coger número antes de las nueve, cuando llegamos había ya como siete personas que no debían andar muy bien, ¿quién va a una bruja cuando la vida le va genial? Allí noté a la gente muy ansiosa, todo el mundo miraba a la puerta esperando a la dichosa bruja, era como esperar a Shania Twain en un macroconcierto.

Allí no aparecía nadie, había pasado cerca de hora y media y la bruja nos había dado plantón a todo un local que estaba a punto de sacar los mecheros y corear con ella su último sencillo. La gente se empezó a impacientar, todo el mundo hablaba de ella en pasado: «Ella era única, nadie era como ella», a mí me empezaron a dar más ganas, algo que no puedo tocar y que podría haber tenido me despierta muchas ganas. Como cuando eras pequeño y hay un cartel en la estantería y pone: «No tocar», y tú tocabas hasta que tirabas todo el expositor.

Pidieron el móvil de la bruja, y llamaron todos al móvil, estaba apagado, o fuera de cobertura, pero no dio ninguna señal. Esa mujer había volado con su escoba. El concierto se había anulado. La cara de mis amigas eran dos poemas, así que me acordé de que, cuando pasaba con el coche por las tardes al llegar a mi casa, había una bruja siempre en la misma plaza en un pequeño rincón, detrás de una mesa camilla. Así que grité:

—Chicas tengo una bruja suplente, ¿os animáis? —Ellas se bebieron la caña de un trago y salimos como locas en busca de una «esperanza brujil», ya Galdós en su libro La Incógnita tiene la suya particular, una tal Peri, pero la nuestra tenía otro glamur, una llamada La Terete.

La asociación de Inmaduras puede hacer cosas sin sentido, pero necesitamos sentirnos vivas. Si esto lo sabe la asociación de «ácidas fólicas» hubiéramos salido en el periódico El Caso.

Nos metimos en el coche y pusimos a todo volumen You’re the first, the last, my everything. Tenía miedo de que esa bruja no fuera buena pero les dije con una sonrisa:

—Siempre le veo un cartelito encima de la mesa que pone «aciertos ciento por ciento.» —Mi amiga que es muy graciosa me dijo:

—Uy, uy, y tiene un certificado oficial entre sus manos. —Yo le dije arrugando mi nariz:

—Ya te vale.

Íbamos como locas rodando por la calle, ya no andábamos, queríamos ver si en esa plaza estaba esa mujer, y la divisamos de lejos, entre otras cosas, porque tenía un cartel donde ponía: «Terete te lee, Terete te adivina.» Qué cercana es esta bruja, pensé. Ella nos dijo que quería calle y que por eso se sentía callejera yo pensé: Mira qué ratilla está hecha… Nos matábamos por sentarnos en una silla que había medio abierta allí y que tenía pinta de no estar esterilizada. La echamos a suertes, no había tiempo de jugar al juego de la silla, y ganó una amiga mía, quizás la más ansiosa de todas; nos explicó su modalidad.

—Trabajo con radiestesia, y con péndulo, si utilizáis estos dos y cartas son diez euros. —Le pregunté:

—Disculpe una pregunta sin importancia, soy una ignorante en el arte de las cartas, y por ejemplo ¿el péndulo me podría explicar para qué sirve? —Ella me contestó de forma tajante:

—El péndulo sirve para tantas cosas…, sirve para encontrar personas después de una gran marea. —Le respondí de forma rápida:

—Bueno entonces lo queremos todo, ya que estamos perdidas en la marea de la vida. —La bruja nos dijo:

—Por cierto, para que confiéis más en mí os diré que salgo en la tele. —Tuvimos que aguantar la risa, como si la caja tonta hoy día diera más seguridad, ¡válgame Dios!, me dije por dentro.

Mi amiga, que era casi tan escéptica como yo, le hizo una pregunta que a mí me puso un poco colorada:

—¿Tienes reglas abundantes? —Mi amiga no sabía cómo salir de allí, yo siempre he pensado que empezaban con preguntas menos íntimas como ¿eres sagitario o leo?, pero continuamos las tres juntas, para recibir noticias estelares había que permanecer unidas.

Mi amiga balbuceaba y en un momento comenzó a hablar de sus ciclos, de sus menstruaciones de veintinueve días. La bruja le dijo:

—Tienes una anemia de caballo. —Mi amiga era rellenita, con muy buen color, y desde luego nunca la habían comentado eso. Ella tenía un novio que vivió mucho en tiempo en Sudáfrica y se lo dijo, a lo que la bruja le contestó:

—Sí, lo veo, es de color. —Su novio es más sueco que nada y muy blanco, como todos los de allí. Estaba viendo todo oscuro.

Cuando terminó con ella empezó conmigo. Me dijo que me pondría el péndulo en la mano y que hiciera una pregunta que me hiciera ilusión. La verdad es que no se me ocurría nada. Al fin y al cabo no quería pensar en Frankie. Siempre he sido generosa, y he querido siempre la felicidad para otros, y si no está conmigo es porque yo no le convengo.

Por eso le dije que me hiciera una tirada de trabajo, había pensado irme a trabajar a Canarias, así que había llegado el momento. Me centré completamente en el trabajo y de pronto comenzó a salir en las cartas del destino una rueda de molino donde según ella había un hombre que marcaba mi vida, un alma gemela, que estaba centrado en algo que no veía qué era, pero que era el amor como lo entendía yo.

—Así que por fin tendré mucho sexo y caipiriñas. —Reí a carcajadas. La bruja me silenció con un grito de:

—Cállate, estoy trabajando y si hablas no veo. —Nos callamos todas, tenía mucho carácter. Yo preguntaba por mi vida profesional en Canarias y ella me decía:

—Es extranjero y veo mucho amor. —Continuaba diciendo—: Es guapo, y vaya sonrisa que tiene. —Y yo con cara de boba, me había dejado embaucar y le apostillé:

—Mmm, eso me gusta. —Me siguió subiendo la autoestima alegremente:

—Tú no te trabajas el amor, y nunca lo harás, el amor viene a ti como una llamada a tu puerta, y tú abres. —Pagamos con gusto, eso de que te digan «cositas bonitas» anima mucho. La verdad es que cuando se pasaron los efectos del subidón de escuchar a una mujer con un turbante, bajamos a la vida real, y no había más realidad que pedir una Cruzcampo bien fría en una terraza, y reírnos. En ese momento apareció Frankie andando por la acera de enfrente que me dijo:

—Ey, ¿de dónde venís? —Por supuesto no le dije dónde habíamos estado, no quiero que piense que hemos perdido la cabeza, así que le dije:

—Nada, dando una vueltecilla, y ya para casa. —Me dijo:

—Os acompaño.

Paseamos tanto que al final acabamos andando toda la calle Princesa, parecía que no íbamos a llegar a casa. Somos tan distintos, pero a la vez tenemos algo en común: nos gusta filosofar sobre la vida. Él se quedó callado, y me dijo:

—Echaba de menos estas charlas. —Le dije:

—Bueno, tienes a Rosario, Frankie, es normal que no nos veamos como antes.

Se encogió de hombros y siguió andando. Los silencios ahora resultaban incómodos, me apetecía tanto abrazarle y sentir que no había pasado nada, que seguíamos siendo los dos amigos que éramos capaces en una noche de lluvia de quedarnos en casa por ver Tal como éramos, y ahora con la música en mi cabeza de The way we were, empezaba a sentir lo que Barbara en la película siente hacia Ryan, aunque esto era distinto, yo ni siquiera había besado nunca a Frankie, pero me imaginaba completamente sus besos, la suavidad de su piel…

Mi cabeza, al andar por la calle, tiene recortes de fotos de los dos. Tenía unas piernas muy duras, había hecho rugby en su juventud, y tenía un torso compacto, donde apetecía tirarse encima y restregarse hasta el amanecer. Su vestimenta se podía decir que era de los años setenta, a mí me recordaba un poco a Jack Tripper de la serie Apartamento para tres, es como si fuera de otra época.

Se había afeitado la barba, y la verdad es que le miraba y tenía todavía más cara de niño. Sus tíos Bob y Helen siempre le decían que tenía que enseñar todavía el carné en los sitios, porque no aparentaba su edad. Lo dirían en broma porque, aunque parezca joven, los treinta se nota que los ha cumplido. Al llegar a casa, se despidió y me dijo:

—Antes de que te vayas a Croacia, quiero cenar contigo. —Le contesté que claro. Le conté que pronto tendría un cumpleaños de una amiga en un local de la calle Valverde, y que me gustaría que tocara algo de música. Me dijo:

—Berta, para esto ahora hay que pedir permiso a la SGAE, las cosas no son como antes. —Y siguió—: Aunque te puedo asegurar que me encantaría pasar un tiempo contigo en la cárcel, tiene que ser emocionante vivir una experiencia así a tu lado, hay que hacer las cosas bien. —Y se echó a reír. En ese momento de complicidad absoluta, un SMS interrumpió nuestra charla; era Rosario, que estaba llamando a Frankie al fijo de casa y no le encontraba, así que Frankie cogiéndome la nariz me dijo:

—Berta, tengo que dejarte, me reclaman. —Me despedí con dos besos.

El primero lo sentí muy cerca de mí, mi mejilla se quedó palpitando, y llegué a casa con el calor de sus labios en mi lado derecho. Como dice Macaco: «Siento que si no estás no corre el viento.»

En ese momento recordé que no sentía aquello desde mi exnovio Moisés, que era el chico que mejor daba los besos en la comisura de la boca antes de salir con él. Todas estábamos deseando que con su gran boca de bocadillo carnoso tocara nuestras esquinas de la boca. Pero esto de lo que hablo era porque éramos unas adolescentes que nos emocionábamos por comer tarta de la misma cuchara del chico que te gustaba, o de tomar Licor 43 del mismo vaso de la persona que te emocionaba.

No me podía creer que mi vida estuviera volviendo para atrás. Sentía como vergüenza por sentir esto a mi edad, siempre dije que jamás me enamoraría de alguien que no lo hiciera de mí y me veía en esa situación tan patética una vez más. Ahora me daba cuenta de que lo de Andrés era pura obsesión. Mi juguete, que me lo quitaban el día de Reyes, me atormentaba mucho, pero este juguete me dolía de otra manera, como si el corazón se quedara en mitad del pecho sin aire.

Todavía recuerdo cuando me gustaba Eduardo en plena adolescencia, le vi a lo lejos en un local, crucé la pista para hablar con él, que ya sabéis qué corte era eso de mantener la cabeza fría para acercarte a hablar con la persona que te gustaba, recuerdo que iba estudiando diálogos por dentro, porque era capaz de quedarme callada después de tanto esfuerzo.

Cuando llegué hasta allí, y dije dos sandeces, mi collar se enganchó en su gran jersey de nieve y él se despidió sin darse cuenta de que ya me llevaría colgada a él por toda la pista. El jersey comenzó a deshilacharse. Comenzaba a ir muy pegada a él para no hacer un destrozo, pero me di cuenta de que su espalda estaba casi deshecha.

Entonces opté por llamarle al hombro y explicarle lo sucedido. El chico no daba crédito, estaba con una tímida que le destrozaba su prenda favorita de esquiar. Logramos desengancharnos, pensé que una en ese día podía morir de vergüenza, pero no, puede haber días peores, como el que vivo también con Frankie a día de hoy. Pero no voy a equilibrar qué día patético gana en mi vida, eso que lo decidan los jueces.