AL llegar a casa, puse mi Spotify y escuché a Ray Charles con su Georgia on my mind, deshice mi maleta, tenía una llamada de mi amigo César, para que cenara con ellos, todos los jueves acudíamos a Illy, un bar italiano de la calle Apodaca, muy cerca de Tribunal, donde cenar algo de comida italiana y escuchar a Rosemary Clooney casi en directo, es uno de los placeres más agradables de la semana. Fui con tres amigos a cenar, y a desconectar un poco de aquel fin de semana que lo podía calificar como «terrible» en mi agenda amorosa. Dentro de nada, me la tendré que comprar electrónica, porque no doy abasto en relaciones y los tachones cada vez son más grandes.
Mi cabeza no paraba de pensar en Frankie, los momentos me venían como flashes a mi cabeza, a veces me entraban unas ganas terribles de llamarle, pero luego pensaba: Stop, solo las tienes tú, y entonces comenzaba mi carrera por hacerme la fuerte. Mi estómago tenía todas esas mariposas que ahora debería dejar escapar. De hecho se me posó una en la cabeza como tocado, ya que el día que me fui con Edurne me compré una para el pelo. Hace tiempo, tuve algo muy bonito con César, nos conocimos en clase de alemán. A veces las historias se terminan pero lo hacen de forma bonita, los dos dejan de sentir, como fue nuestro caso, pero hay veces que te paran a mitad de campo y no llegas a podar todo el jardín.
Necesitas entonces que te consuelen, que te abracen y que incluso tomen varios cafés contigo para hacértelo entender, y cuando ninguna de estas formas se da, tu corazón y tu cabeza dejan de dialogar y entra uno en un estado de profundo coma. Entonces Mark Knopfler vuelve a hacer su solo de guitarra. Cuando llegué el camarero se acercó hasta mí y me dijo:
—¿Qué te pongo? —Le contesté:
—Algo de felicidad con hielo muy picado. —Él me dijo:
—De eso ya no me queda, el cliente anterior se bebió todo. —César vino por detrás y dijo:
—Anda, que no sé dónde te metes.
Estuvieron preguntándome sobre mi vida, y cuando alguien lo hace, ya sabemos que no quiere saber si te han dado el ascenso, o si regaste las plantas el domingo, quieren saber más, quizás algo más truculento, y ahora que hablamos de flores, por ejemplo les interesaría preguntar «¿cuándo te regaron tu jardín?», y tú con cara de boba tienes que decir que ahora mismo andas en obras porque no te concedieron los permisos. Normalmente lo suele preguntar alguien que tiene la vida hecha, y normalmente pertenece a la asociación.
En el caso de mis amigos hombres, aunque pertenecen algunos a la asociación Ácido Fólico, a veces son suplentes en las juntas, por lo que pueden escaparse a pasar el tiempo conmigo. Últimamente me siento mejor con ellos que con mis amigas de siempre, quizás porque no siento que me juzgan tanto, y porque he descubierto que ellos se extrañan menos de mi situación.
En un momento, cuando Jorge y Antonio hablaban, me apoyé en el hombro de César y él me acariciaba la cabeza. En ese momento sabía que entendía por lo que estaba pasando. Cuando me iba a desahogar apareció una de esas mujeres parlanchinas que nos quieren hacer un cuestionario sobre la calidad de la degustación de lo que habíamos tomado. Mi amigo César dijo:
—Quiero hacer una puntualización, no me gusta que nos cobren nada más tomar la bebida. —La chica dijo:
—Me parece perfecto, pero yo no tengo nada que ver con esto, yo solo quiero saber si os ha gustado lo que habéis tomado. —Todos nos echamos a reír, y es que en la vida nos pasa igual que en las relaciones, siempre nos adelantamos a todo.
Nos imaginamos un proyecto de vida, con alguien que ni siquiera nos ha dicho «¿en el lado izquierdo o en el derecho de la cama?» ¿Quién me mandaría imaginarme una vida con Frankie?, le imaginaba con el pelo de punta al despertar, con su cara manchada por los macarrones recién hechos, en definitiva le imaginaba en el día a día conmigo. Revolverle el pelo, y con mis piernas enrollarle hasta hacerle un ocho. Soñaba con apretarle para mí y no despegarme en horas. Es increíble cómo han podido cambiar mis sentimientos en un fin de semana, en un maldito fin de semana. Aunque a veces pienso que estaban ahí como una Coca-Cola a presión y de pronto abrí el tapón y todo salió. Me sonó un SMS en el móvil, era Frankie que me decía:
«Esta noche ponen en La 2 La cena de los idiotas, ¿te apetece que vaya a tu casa y la vemos?»
No me gustaba ser desconsiderada y no contestar un SMS, yo no era de esas chicas que huían, yo tenía que dar la cara, y le contesté lo más rápido que pude:
«No puedo Frankie, estoy con los de alemán, disfrútala por mí.»
Algún día, si no se me pasaba este sentimiento, tendría que hablar con él. En ese momento me dijo mi amigo Jorge, que tenía una amiga mejicana que llevaba dieciocho años enamorada de un mejicano y que, como no pudo conseguirle nunca, se acabó casando con un japonés, y que este le dijo un día: «En esta vida hay que cerrar ventanas y abrir puertas».
La frase era muy bonita, pero ya me imaginaba yo, pensando dieciocho años en Frankie, mi vida repleta de oportunidades, y yo con las ventanas cerradas, y observando por una de ellas, con el cuerpo casi fuera, si Frankie subía la cuesta con su ramo de flores a lo Richard Gere. Pero esas cosas les pasan a otras, a mí lo único que me sube es un dolor de cabeza de tanto pensar. En ese instante recibí un SMS de otra amiga de la asociación Fólico:
«¿Te apetece ir el fin de semana con la niña a la sierra?»
Le contesté que sí. Sé que me venía bien desaparecer dos días de Madrid, y allí con los aires de la sierra, a lo mejor servían para acabar con mi ansiedad y tristeza. Ahora estas dos se habían hecho amigas, sin mi permiso, y mira que les he dicho cantidad de veces que como no comparten juguetes, que no se hablen, pero tienen un imán, donde yo no puedo terciar. Tristeza siempre hace las paces, mientras que Ansiedad espera sentada en su asiento de mimbre con los pies colgando.
Esa noche César se fue muy pronto, era su cumpleaños, y lo iba a celebrar con su novia, llevaba muchos años con ella, y yo era feliz de que hubiera elegido a alguien más estable que yo. Me quedé con Jorge y Antonio hablando de más rupturas; hoy la noche no estaba muy animada, y me daba cuenta de que los hombres y las mujeres sienten igual y lo pasan igual de mal con el desamor, lo que pasa es que no tienen un nexo en sus vidas con quien desahogarse como lo hacen conmigo. Quizás soy natural a la hora de contar desgracias, y eso hace que el otro se suelte, es como si estuviera de moda, «si lo hace Berta, debe estar bien.»
Por ejemplo, «mi novio me ha dejado», pues se puede subir todavía la apuesta diciendo: «pues a mí me dejó y fui a buscarla a Eslovenia, porque me dijeron que vivía allí para hablar con ella y jamás cogió ninguna de mis llamadas, y me quedé tirado en el aeropuerto.» Y todavía hay alguien que sube la apuesta: «A mí me pasó todo eso, y supe que me dejaba porque se enrolló con mi mejor amigo.» Entonces es cuando Antonio siempre apostilla:
—Nadie deja por nada, el humano es un ser egoísta y siempre hay alguien por el que se deja. —Y entonces es cuando me viene a la cabeza Andrés, tantos años tirados por la borda para esperar que fabricara un cambio en su industria del amor.
Esa noche se escuchaba de fondo a la tía de George Clooney, Rosemary, casi llorando su canción: Comon on-a my house, haciendo los coros de mi desamor. Empecé algo más de lo normal, escuchaba las conversaciones como si sucedieran en la habitación de al lado. Parecía que estaba en la alcoba y todo se cociera en el vestíbulo, así que en un momento dije:
—Venid aquí, que no os oigo bien. —Lo peor es que Antonio y Jorge debían de estar entrando en el porche de la casa, porque ni siquiera me contestaron.
Bebimos todos demasiado. Acabé en el baño fatal, intentando devolver pero sin que me saliera nada, así que dije que por favor me acompañaran a coger un taxi. Me debí de subir con la reencarnación del cantante Syd Barrett, me dio más vueltas de lo debido para llegar a mi casa, la música de fondo de Pink Floyd hizo que me sintiera en plena clase de yoga, como flotando, tanto fue así, que me vine arriba, y me coloqué con él a hacer los coros de la canción Terrapin. Fue tal nuestra conexión que acabé bajando la bandera en un descampado sin llegar a casa. Y levantando por supuesto la suya. Colgué mi vestido en un árbol, con la mala suerte de que estábamos cerca del Tribunal Supremo, por lo que las cámaras de vigilancia estaban por todo el parque. Cuando recobré el sentido, me arrastré hasta mi casa como pude; estaba algo mejor pero ahora me sentía culpable de la locura de aquella noche.
Me imagino que a la mañana siguiente los que visionaran las grabaciones de las cámaras se alegrarían del día. Llegué a mi cama enorme y me tumbé, parecía que estaba en un barco, mi cabeza daba miles de vueltas y no podía pararla, ponía mi pie en el suelo para acercarme a la tierra. De pronto cerré los ojos, y empezaron a aparecer cientos de «bocadillos» de esos que hay en los cómics, todos me hablaban a la vez.
De pronto aparecía uno: «Llévate un paraguas que hoy va a llover», seguidamente aparecía otro: «quiero volverte a ver», y otro: «quiero ir a tu casa, ponen La cena de los idiotas», y otro: «Do you want to sleep with me?», y otro: «estoy tomando ácido fólico», y otro más: «pon a la lechuga Amukina», y otro más: «el pliegue nucal está perfecto.» Todos giraban dando vueltas sobre mi cabeza, me sobresalté, me levanté y metí la cabeza debajo del grifo de agua fría. Me senté en el sillón a fumar un cigarro, otro de mis grandes vicios, lo había intentado dejar, pero siempre volvía a recaer.
No soy de las chicas que están enganchadas a la nicotina por la misma, o por su olor, a mí me gusta fumar para sociabilizarme. Los que fuman se enteran de todo, están en las grandes sesiones, pero esta vez éramos tantos en mi cama que los invité al salón para relajarnos. Así pasamos la noche, el humo fue alejando de mí los pequeños fantasmas. Y desperté para ducharme, allí dejé que corriera el agua, la misma caía por mi cabeza con una gran fuerza, me encantaría que esta arrastrara mi dolor y se fuera junto con mis pelos revueltos, en ese momento mi cabeza se debatía entre Andrés y Frankie.
El primero era casi un espectro de Hamlet, no le acordaba como antes, pero por otro lado estaba Frankie, golpeando una gran puerta para entrar en mi vida, y con mis manos empujaba la puerta para no dejarle pasar, no quería que nadie me hiciera más daño. A veces me relevo, y dejo que entre, que juegue en mi campo, pasamos la tarde, navega por mi cabeza, por mi corazón, le dejo que llegue a mis piernas, que vuelva a subir por toda mi piel, pero solo le dejo que entre de noche, para poder vivir de día.
Ahora es demasiado para entrar, empiezo a trabajar pronto, y no quiero dejarle jugar en mi jardín. Fuera estaba lloviendo a cántaros, soy de esas personas que les gusta chapotear los charcos, además una vez oí que el agua de lluvia te hace crecer el pelo, así que hoy necesitaba sentirme guapa, casi con extensiones, y pasear por la ciudad. Bajé a la calle, en los días grises apenas hay gente en la ciudad, las aceras parece que se van desteñir; al girar una de las calles me encontré a Frankie, con su pantalón a cuadros y su periódico inglés. Tuvimos la siguiente conversación, de esas que no quieres tener, porque por dentro la conversación es otra.
—Hola Frankie, ¿vienes de comprar el periódico? —le digo con una gran sonrisa, aguantando el tirón.
Por dentro me digo: Hola Frankie, te he echado tantísimo de menos, tu pelo, tu olor, tu risa, llévame a casa y enciérrame contigo.
—Hola Berta, sí, vengo de comprar el periódico, ¿te tomas un café conmigo? —dice Frankie rascándose la espalda.
Le contesto:
—No, gracias, estoy ocupada.
Por dentro una voz interior asalta: Ocupada en pensar en ti, ocupada con olvidarte, ocupada por intentar cerrar la puerta que está pesando un quintal y no puedo cerrarla.
Frankie dice:
—¿Hacemos algo este fin de semana?
Le contesto:
—No puedo, Frankie, me voy a la sierra.
Frankie, apoyado en la pared me dice:
—Estás muy rara, te veo apática.
Con una sonrisa, intentando que no se me caiga al suelo, le contesto:
—Sí, estoy como cansada, tengo baja la tensión, y he de reposar bastante.
Por dentro: ¿Cómo he podido decir la palabra reposar?, ahora creerá que soy una anciana venerable, ¡Jessica Fletcher en sus peores momentos, haciendo calceta!.
Cuando te gusta alguien intentas sacar una colección de palabras interesantes, y al final acabas diciendo la más obsoleta de todas, y encima te sale una voz temblorosa que así a simple vista no parece de lo más atrayente.
Frankie se despide con dos besos, me he librado de sacar todas mis tripas y que él se quedara con cara de bobo, no entendería mis sentimientos, ya que tiene otros, y además ahora serían un estorbo en nuestra amistad. Unos sentimientos dispares son de lo más desagradables, cuando el otro está subiendo la montaña, yo casi había llegado a la cima, y desde luego no iba a preparar allí arriba mate.
En mi cabeza saltaban los acordes de Love of Lesbian, intentando hacerse hueco en mi mundo de retales, somos universos infinitos. Me perdí en mi universo, ¿y tú?, me repito constantemente, éramos dos espejos frente a frente, somos Frankie y yo. Él en su mundo y yo en el mío, y le siento tan lejos. Él se ha quedado en la parcela de la amistad, y yo lo he elevado al cuadrado y me lo he llevado con mi «infinita ingenuidad» a un extrarradio diferente.
Me despido con un «ya nos veremos», quiero que se aleje de mi vida, pero si indago hasta el fondo de mi corazón, donde no dejo entrar a nadie que vaya armado, escucho una voz desde el fondo que dice y grita: «quiero pasar mi tiempo contigo, y vuelvo a olvidar que apareces y desapareces.»
De camino a casa, siento un pinchazo en el ojo, es como un alfiler que me atraviesa el párpado, he tenido la gran suerte de que me pique un abejorro, y es que no tengo barro para untarme en un ojo, así que voy a tientas por la calle, parece que guiño un ojo a los viandantes, subo a casa, y me pongo mantequilla, que una vez oí que era muy bueno. Me dirijo al espejo y allí, en el mismo, veo una cara que no es la mía, grito:
—¡Menudo careto tengo!
Ya tengo otra buena excusa para no ver a Frankie, no quiero darle pena, o que me vea como Marianela, de Galdós. En estos momentos de mi vida, me gustaría convertirme en gato, como ya nos explicaba en su libro Natsume Soseki, «soy un gato y no tengo nombre», me gusta porque me hace sentir anónima, por eso me gusta.
Soy desdichada, y no quiero conmover a nadie; mis amigas de la asociación apenas entienden cómo estoy sumida en este bajón existencial, pero quizás si miran a mi alrededor entenderán un poco más de mí, de mi estado anímico. No puedo tirar del resto, necesito que alguien tire de mí, que me dé fuerza y vida, y eso lo conseguía Frankie, y ahora no puedo desahogarme con él, porque él es otro gato, con otra vida, que anda por los tejados argentinos, y que al menos dice ¡miau!
Me encantaría que un día me dieran un recortable con unas tijeras y los puntos donde puedes empezar a cortar, me quitaría de mi cabeza tantas horas muertas, sin sentido, que se pararon en mi cabeza. Ya no puedo ni leer, me cuesta mucho concentrarme en la lectura, además últimamente veo mamotretos de lecturas, necesito algo ligero, algo que me eleve hasta el cielo como aquellas pelusas que flotan en el aire, ya no puedo con libros como Las correcciones de Frazen, o La broma infinita de Foster Wallace.
En la radio solo escucho canciones que dicen algo como «quiero fumigar las paredes con un poco de Reflex», y es que si alguien canta algo así, debe entenderme, y me da pena que no esté cerca de mi vida. El lenguaje con el que me rodeo últimamente es el siguiente: gasecitos, chiquitina, pichurrina, cuchicheta, pliegue nucal, tapón mucoso, Amukina… Y me pregunto para mis adentros: las palabras sexo, cena, fiesta, vida loca, viajes, ¿dónde están?, ¿en qué casa se han reunido que no me han invitado?.
Ha debido haber un motín como el de Esquilache, y han debido censurarlas. Trágala perro, me digo para mis adentros, era una canción que cantaban los liberales para humillar a los absolutistas tras el levantamiento de Rafael del Riego. Era una sátira que se dirigía a Fernando vii, quien decía algo así como «caminemos todos, y yo el primero, por la senda constitucional.» Mi asociación camina por la senda y a mí me han echado del grupo, por lo que mi asociación de Inmaduras se ha replegado en las cordilleras para atacar al enemigo y que vuelva a mi camino. Voy a hacer una cruzada para recuperar a mis amigas que han sido abducidas por un líquido ácido, llamado fólico.
Hoy es el día en que me voy a la sierra, voy con dos amigas de mi asociación, con los maridos «con-sorte», o con suerte, según se mire, y dos bebitas. Para mí sentir un bebé entre los brazos es sentir el enamoramiento más profundo de los primeros momentos, huelen tan bien, y te calman el dolor que puedas llevar dentro. Tengo un amigo gay, se llama Loren, que un día andando por la calle llamó a su novio abrazándolo «mi bebé». A mí me sorprendió esta frase, ver a dos tiazos hercúleos llamarse «bebé», me pareció muy tierno, me gusta que la gente exprese sus sentimientos de alcoba en plena calle. Me contaron que cuando se van a la cama, uno balbucea en alto:
—Descansa, osito mío.
Y el otro dice:
—Claro que sí, patito. En un momento la granja descansa al completo.
Luego me puse a pensar qué era Andrés para mí, era «mi bebé», claro, lo era cuando contestaba a mis llamadas en el momento, cuando babeaba por mí cuando sentía la necesidad imperiosa de llamarme, luego se convirtió en Chucky. Que la persona que más quieres en el mundo se convierta en el enemigo público número uno es como dormir con el enemigo; ya lo hacía Julia Roberts, entonces las canciones de nana se van por el váter.
Hubo una vez que quedé con Andrés para explicarle todo esto, pero no me entendía, él decía que quería estar conmigo, pero que la vida era muy corta, y que si aparecían otros seres que le aportaran algo, esos «entes» tenían que compartir su tiempo también con él.
Tuvo la osadía de decirme que eso me vendría genial, porque él estaría relajado y feliz y a mí me daría lo mejor de él. Recuerdo que estaba en la piscina con él cuando oí todo eso, y lo que hice fue irme directamente al agua de cabeza y hacer como quince largos sin parar. Esta filosofía a lo Schopenhauer de «pensar hasta el final», él la sustituía por «fornicar hasta el final», para él la vida era una mezcla de vicio y fornicio, y yo debía de ser una animadora de rugby con mis pompones animando sus jugadas hasta el final.
Le vi llorando en el césped, como un niño, sabía que me estaba perdiendo, y de hecho empecé a desencantarme de él en aquel momento. Otra vez tendría que salir a buscar a la persona que me había creado, y que no sabía dónde estaba. Me preguntaba a veces por qué mis personas se meten en cuerpos que no corresponden conmigo. «Danzad, danzad, malditos» me gustaría gritar al batallón inglés que ha desembarcado en el puerto de Boston. Ahora digo batallón inglés, sabiendo que Escocia no pertenece a Inglaterra, pero como sé que les duele, es mi único pataleo, a mí también me duele que Argentina gane a España, y yo tampoco digo nada.
Una vez, cuando era pequeña, creo que no había cumplido los cinco, jugaba con un niño de cuatro años al parchís, de pronto me ganó; recuerdo que casi le estampo el tablero en la cabeza, los dados rodaron por el suelo y las fichas salieron de las casillas. El niño se quedó absorto mirándome con cara de terror.
Andaba con mi tío y recuerdo que desde entonces, no me dejaron ganar a nada. Pero a día de hoy me he acostumbrado a perder, que no tengo ni numeración para jugar en el campo. No quiero ser suplente, desde el banquillo no se ven las jugadas de cerca.
Aquel domingo había quedado con parte de la asociación, y con dos niños, íbamos todos a pasar el día en la sierra, pasaban a recogerme a casa, íbamos en el coche con música de fondo de Abba, según la asociación relaja al niño por completo. Ir en un coche de la asociación tiene su lado espinoso, ya uno no puede estirarse como siempre, ya que hay una serie de modalidades para poner al niño en la parte de atrás, y uno tiene que ir con las piernas casi encogidas.
Las canciones ya no se escuchan como antes, porque las letras se mezclan con los berridos de los niños. Iba feliz en ese momento, la felicidad me viene a golpes, cuando me acuerdo de cosas, cuando bajo la ventanilla y el aire golpea mi mejilla o cuando una letra de canción me teletransporta al corazón de Frankie. Pensaba demasiado en él, no quería decir en alto que me había enamorado, no me gusta tener esa debilidad, creo que no quería idiotizarme.
Cuando llegué a la sierra, subimos a ponernos los bañadores, tenía que estar contenta por ello. Cuando estuvimos preparados bajamos a la piscina, era la típica piscina de comunidad de alegres vecinos donde todos se conocen, donde han visto crecer a sus niños, y donde los maridos de las piscinas miran de un lado a otro buscando curvas de mujeres. Y es que pertenecer a la asociación no hace que te olvides de tu carné de soltero, que con él se podía entrar en todos los lugares sin permiso.
Estuve haciendo largos toda la mañana, luego nos fuimos a comer un buen chuletón, los niños no nos dieron mucha guerra. La niña de una de mis amigas es comestible. De pronto le dijo su padre:
—Por favor, no te manches el pelo que acabamos de lavártelo. —Al segundo la niña tenía todo el plato de sombrero, parecía Sancho Panza, estaba muy graciosa, yo no pude evitar reírme. La niña me decía:
—Me encanta tu bolso, ¿me lo regalas? —Le dije—: Claro, cuando quieras. —Y es que tengo mucha mano con los niños, me gusta mucho estar con ellos, te miran con unos ojos grandes que no has visto jamás, creo que haría una fiesta para ellos en mi casa, y dejaría fuera algún miembro radical de la asociación. Elena Fortún la creadora de Celia decía de ellos «Tú como tienes los ojos nuevos, estás siempre asombrado.»
A veces ves a los niños perdidos con tantas instrucciones, pero mis reglas son otras, creo que sacaría el juego Enredos y jugaría toda la tarde con ellos. Les trato como adultos y tenemos grandes conversaciones adultas; para mí no existen los «itos», los «icos», para mí existe la casa, y no la casita, el perro y no el «guau-guau».
Cuando terminamos de comer, nos metimos en el coche, puse por fin mi música, Cut Chemist, una canción que me encanta: Spat, y bajé las ventanillas, y dejé que el aire entrara de nuevo a mi vida. De pronto el bebé dijo:
—Aaaa. —Los padres gritaron al unísono—:
—¿Le habéis oído?
Yo dije la verdad, que no había oído nada, y dijeron:
—Qué va, ha dicho que quiere agua. —La madre gritaba—: Ha dicho agua, mi niño ha dicho agua.
Al final me convencieron, y acepté agua en el vocabulario del niño. Mi oído cuando está con la asociación pierde capacidad de escucha. Para mí que ese niño pertenece al dadaísmo, emite solo sonidos guturales, pero cuando estoy con sus progenitores, me quieren convencer de que el niño es casi Nietzsche, y que su boca escupe diálogos de lo más interesantes. Pasé toda la tarde jugando al cinquillo, ¿os lo podéis creer? Yo no pido jugar a la pirámide del amor, y más si estoy más sola que una paraguaya, pero no me podía creer que la asociación fuera defensora del cinquillo. En qué momento hice una contraofensiva proponiendo el «chúpate dos». Jugamos durante horas a buscar figuras de los mismos palos y hacer escaleras, mientras un niño berreaba en nuestro oído. La madre interrumpía cada jugada diciendo:
—¿Lo habéis oído?
Allí nadie oía nada, pero las madres de la asociación tienen un oído de lo más fino, que sentirían caer un alfiler en una granja llena de paja. Al lado de las madres yo veía que necesitaba ir al otorrino a que me arrancaran un tapón, porque desde luego no era sensible a los estornudos del bebé.
Cuando terminamos de jugar al juego más excitante que he podido jugar en los últimos años, me fui a un cuarto a hablar con mi amiga; por primera vez desde hace un tiempo, la asociación fólica se enfrentaba a una asociación de Inmaduras que pegaba patadas sobre el asfalto. Estábamos frente a frente, poniéndonos los guantes de boxeo esperando que el árbitro (que era la cordura) nos diera la orden para empezar. Lo curioso es que ante todo lo que cuentas, te dice que ella lo ha vivido hace millones de años, no entiende que sigas mirando un móvil esperando a que Frankie deje su vida con la de Bariloche y vuelva a ti. La primera pregunta que te puede hacer es:
—¿Qué haces con tu vida? —Entonces piensas si llevas una vida de niña de ocho años, tú piensas que la llevabas en orden, hasta que ves que no vas a ninguna junta de vecinas de asociación. Luego ataca con otra más dulce:
—Te veo de madre, ¿lo has pensado?
Parece que uno no llega a conseguir la madurez sin un hijo, me digo por dentro. Quizás si no lo he tenido es porque no se me ha despertado el instinto, o que soy un desastre para las elecciones de pareja, porque en el fondo elijo a personas que están igual que yo de perdidas, y en realidad somos almas gemelas que nunca llegan a encontrarse. Corto con una pregunta la conversación:
—¿El niño te llora mucho?
Entonces se olvidan de ti, y comienzan a explicarte todas las horas en que llora y por qué lo hace. Y así tú te has podido escabullir de tanta pregunta indecorosa. Me voy al salón y pongo un poco a Nicola Conte de fondo, con su canción Sea and Sand. Me hago un mojito y voy a la terraza. Allí la niña de mi amiga viene y se apoya entre los barrotes de la terraza a mirar al infinito como yo, las dos tenemos la misma postura, parece hija mía. Parece que es la única que me entiende en este mundo, de pronto siento cómo me da la mano y me la aprieta, debe de ser la única que ve que no estoy bien.
Mi cabeza vuela hasta un sofá de color oscuro, donde Frankie y yo, cuando nos conocimos, nos peleábamos por poner un DVD. Recuerdo todavía que me pegó un bocado en el cuello, y yo entonces no sentí ese escalofrío en el estómago, y ahora tenía al equipo de baloncesto haciendo entrenamientos y saltando sobre mi estómago.
Me dirigí al salón y abrí mi iPhone y allí tenía un mensaje:
«Te estás comportando como una niña pequeña, me gustaría cenar contigo esta noche, o mañana, pero me gustaría saber qué has hecho con mi amiga.»
Le contesté:
«Frankie, no me pasa nada de verdad, no estoy pasando por un buen momento, simplemente es eso, cuando llegue de la sierra te doy un toque y nos vemos.»
Me contestó al segundo:
«No me gusta que te pierdas», le contesté: «No me vas a perder, además me tienes que llevar al aeropuerto cuando me vaya a Croacia.»
Contestó en ese momento también:
«Siempre me quisiste por el interés :).»
Cuando me pude despegar de él, porque en el fondo solo nos separaba un aparato tecnológico, me fui a un cuarto, apagué la luz y me quedé en un rincón durante muchos minutos callada, abracé mis piernas, me hice un ovillo tan pequeño que nadie se hubiera enterado de que estaba allí, hasta que la niña de mi amiga, que se llama Natalia, se acercó hasta mí, me dio un beso en la mejilla y me dijo:
—No estés aquí tan sola, en el comedor están jugando todos a las cartas. —Y contesté:
—Quería estar sola. —Y ella me sonrió y me cogió de la mano diciéndome:
—¿Compartimos chocolate?
Me levanté, me puse mi cara de sonrisa y me dirigí al salón. La asociación por la defensa del cinquillo, antes conocida por Ácido Fólico, me esperaba allí.