10

A la mañana siguiente tenía muchas cosas en las que pensar, el viaje a Lanzarote me había insuflado vida, necesitaba darme un baño y quitarme quebraderos de cabeza. Y cuando eso pasa, nada como viajar, vamos, que pasaba la mitad de mi vida viajando.

Después de trabajar había quedado con mi amiga Edurne para dar un paseo, había colocado a sus tres niños con su padre, ya que ese día libraba él; así que cuando eso pasa los miembros de las asociaciones se hacen madres «escopetás», corren río abajo con ganas de no volver a sus casas.

Fuimos a comer a Bazar, un sitio con estilo japonés, donde te sirven los platos en décimas de segundos; cuando vamos por allí lo mejor es hablar luego tranquilamente en un café, porque en la comida no da tiempo. Cuando estás saboreando un macarrón, ya tienes la panacota mirándote. El ático del hotel Oscar estaba cerrado, me encantó una frase que ponía en sus ventanas: «Do you want to sleep me?», me pareció de lo más sugerente, pero al minuto me vino a la cabeza Andrés y nuestras múltiples siestas. ¿Dónde quedarían?, me ponía triste solo de pensar algo, como en un mensaje publicitario que encima no tenía logo. Ahora todas sus risas, sus caricias, sus camisas serían de otra. Y es que cuando mi cabeza va por ese sentido, ya es un túnel demasiado oscuro.

Entonces comienzo a pensar en el batallón de hijos que tendrá sin mí, que irán todos de acampada y que él se volverá un explorador para ellos. Aunque luego pienso que Andrés detesta el campo y que jamás le gustó estar tirado mirando las estrellas, él es «Urbanita Andrew». A todas horas me lo imagino haciendo el amor, si me lo imagino en el trabajo, está «trajinándose» a la de logística en la silla giratoria. De pronto aparece con los informes:

—Perdona, Andrés, empezamos la reunión dentro de cinco minutos —diría ella, y Andrés bajándose la bragueta y sin mediar palabra la cogería por debajo de la nuca, correría los papeles de la mesa, incluso sacaría su pañuelo y limpiaría la mesa, ya que es muy escrupuloso, y se sacaría su pequeño pajarito Dum Dum haciendo honor a El guateque y regaría su cueva. Cinco minutos dan para mucho, pensaba mientras me imagino la escena lasciva entre los dos. Ese día cogería el metro para no llegar tarde a casa y en la taquilla diría:

—Un billete de diez viajes, perdona, ¿la línea roja por dónde va? —Y de pronto la taquillera, que lleva dos meses en el puesto, le diría con un dedo «ven para acá, mi potrillo salvaje» y diría:

—La línea roja va desde mi cuello hasta mi pequeño dedo gordo del pie. —Y lo harían dentro de la cabina, y encima que ahora ya no tienen cristal, lo harían delante de todos, y algunas mujeres, viendo su torso, se pondrían a la cola, y así la EMT pondría a Andrés como monumento turístico.

Esa es mi mente retorcida, y es que sé que él me quiere a su forma, una forma que desde luego no va conmigo, pero sé que siempre ha tenido interés en mí, ya que nunca ha querido dejarme, siempre me quiere compartir con todo lo que va encontrando, pero sé que no merezco eso, y mi mente ha frenado todos esos sinsabores, aunque mi corazón a veces salta por dentro para salir.

Cuando llaman a la puerta de mi cuerpo, es mi Ansiedad que quiere encontrarse con Tranquilidad, mediar una batalla entre las dos, pero a Ansiedad nunca le ha gustado tener una amiga, siempre prefiere ir por libre, por lo que a veces tengo que hacer que no salga practicando mucho footing. Así que me paso todo el día o viajando o corriendo, así que se me está poniendo un cuerpo diez que encima se está desaprovechando, y es que en este tiempo estoy en plenitud, quizás más tarde sea peor, si ahora no pillo, ¿cuándo lo haré?, me digo por dentro. Eso y que desde hace años me he hecho la depilación láser, incluso lo que llaman «brasileño», todo ello creo que desde que entró en mi vida me ha dado muy mala suerte, no la he estrenado con alguien con el que tenga una relación estable.

Continuamos nuestro periplo de encontrar un café que estuviera abierto, pero siempre nos pasa que una mujer cuando va en busca de café, antes se encuentra con una tienda vintage, entonces vuelve a dejar toda su tarjeta allí mismo. La chica que nos atiende es francesa, no para de hacerme ojitos, yo no me entero de nada, pero mi amiga dice que se ha dado cuenta porque llevo una tarjeta de la tienda con su móvil particular, y porque en la misma pone: «¿Quieres un café?»; son esos detalles en los yo nunca he reparado. Y es que me da coraje que los hombres no sean así de descarados. Ya es lo que me faltaba ligar con una mujer, sé que si estuviera en la otra acera ligaría más, pero los trabucos y los bandoleros me pierden.

Muy amablemente salimos de la tienda, yo con una tarjeta de insinuación, y unas ganas locas por tumbarme en un sillón, descalzar mis pies y tomarme un buen batido de chocolate; es mi batido favorito, además necesito el chocolate como sustitutivo del sexo. Antes de llegar al café, observamos que el museo Romántico está abierto, llevaba muchos años cerrado, y eso de que esté abierto y encima tenga aire acondicionado me ha dado muchos motivos para entrar.

Cuando subes por las escaleras, te das cuenta de que no es un museo al uso, es una casa con plantas y con una escalera donde te imaginas bajando por allí a Olivia de Havilland. Sigues andando y de pronto una cuidadora de salas me grita:

—¡No pise la alfombra!

Y es que esto me recuerda que voy por la vida pisando cosas que no se puede, pero que a mí me debe encantar rozarlas. Y vuelve a mi cabeza Andrés trajinando ahora con la ascensorista de las oficinas de las torres Kyo; siempre ha sido un Gustavo, un hombre maduro, pero ahora es Hellen, una mujer espectacular rubia que sube con copas de champán. Mi cabeza me va a estallar, y en una de las salas veo la pistola con la que se suicidó Mariano de Larra, pobrecito hablador, pienso. Sigo andando y observo una casa antigua como la de Los otros, niños de otras épocas que si los comparo con los niños de mis amigas, los veo mucho más formalitos, todos están posando sin romper un plato con toda la aristocracia del momento. Siempre me he imaginado que cuando Goya dejara de pintar, todos correrían por la casa, pero quizás los tengan atados con cuerdas para retratarlos.

Me llama la atención los aposentos de las mujeres, en el folleto que tengo en la mano pone: «allí las mujeres hacían cosas misteriosas», me imagino que se encerrarían para no oír los gritos de los pequeños, y lo misterioso que tendrían sería algún juego de naipes con las criadas dándose a la bebida.

Entonces llego a una sala donde veo un sillón que me encanta, es completamente de la época romántica, el sillón «vis a vis», va como unido en forma de ese si lo miramos desde arriba. De esa manera miramos la cara de la pareja, quizás yo hubiera puesto una cadenita y un candado, y así Andrés no se escaparía por las noches de Ronda como cantaría Eydie Gormé. «Noche de ronda, qué triste pasas, qué triste cruzas por mi balcón… dime si esta noche tú te vas de ronda…»; mi amiga Edurne me pregunta:

—¿En qué piensas? —Y le digo:

—En el lenguaje del abanico, en lo divertido que es, y que podía estar en esta época actual.

Nunca le digas a una amiga que sigues anclada en recuerdos desastrosos, porque te verá como una mujer perturbada, y ya si se lo cuentas a una de la asociación te verá infantil, débil y que no has avanzado, y te rematará diciendo:

—Ten un hijo, ya verás cómo se van todas las tontunas de la cabeza.

Y es que ese día me dijo, que cuando a una mujer le preguntan «¿eres feliz?», si contesta sí, es que lo es, pero si tarda horas en hacerlo, es que no lo es. Yo tardo siglos. Fuimos a ver directamente un documental sobre abanicos, creo que de todas las técnicas que había, solo recuerdo la que nos servirá para nuestra vida: «Eres feo, márchate por favor», me parece de lo más cruel, creo que en la antigüedad eran peores en delicadeza. De allí, de haberme agotado físicamente y mentalmente, fuimos por fin a por esa caña bien fría que nos esperaba. Allí le estuve contando a mi amiga que me iba con Frankie para conocer a Rosario a Lanzarote, y me dijo:

—Ten cuidado, ese chico te va a enamorar, y le veo muy espíritu libre. —Le contesté riéndome:

—¿Frankie?, no me gusta nada, es un simple amigo, con el que me río, y le aprecio mucho, pero nunca he sentido nada por él. —Edurne me contestó:

—No sabes lo que tienes hasta que lo pierdes. —Y añadió—: Nunca le has visto con otra mujer, ¿has pensado cuando la abrace delante de ti? Le contesto:

—Sí, por supuesto. —La verdad es que no había pensado eso nunca, pero me imagino que no sentiría nada, siempre me habla de Rosario y lo que me pica es que me haya quitado tiempo de nosotros, de nuestro cine, nuestras charlas, pero yo sigo enamorada del capullo de Andrés, y eso sí que me cabrea enormemente. Edurne me preguntó:

—¿Y dónde vas a dormir con los dos?

Tampoco lo había pensado, la verdad, creo que iríamos todos a casa de James Bond, tiene una especie de casona en una cala muy cerca de playa Carmen, y me imagino que a mí me darían una habitación para estar sola. Ahora mi cabeza no quería crearse más problemas, quería Sol, arena y mar, como cantaba Luis Miguel que decía algo así como: «Las noches son amargas, silenciosas, y muy largas, es una pesadilla. Sol, arena y mar es todo lo que quiero ya… Beso amargo, beso tierno es su filosofía… Estoy herida por haber amado a quien no le importé…», me repetía constantemente.

Cuánta gente en el mundo pasando por lo mismo, pero tampoco esto me consolaba. La suerte con las canciones, que transcriben lo que sientes, es que te las pones en el iPod y otro canta por ti lo que a ti no te sale ni decir. Tengo en mi casa una estantería llena de libros de autoayuda que tampoco me han servido de mucho, a mí lo único que me sirve es tomar el sol, leer, ir de conciertos, ir al cine, y sobre todo estar con Frankie, él es mi hombre valeriana, me da paz, me relaja, y entiende mi forma de ser. Le dije a Edurne que estaba deseando conocer Lanzarote, me habían dicho que tenía un paisaje lunar y quería comprobar los cráteres en directo. Nos íbamos dentro de días, Frankie me escribió un SMS al móvil:

«Linda, tenemos los billetes con Sueling, una nueva compañía aérea, y embarcamos dentro de un par de días.»

Detesto que me llame «linda», no va con él, se lo ha copiado a la niña de Bariloche y no me gusta, prefiero darling, lo veo más cercano a nosotros. Esos días los pasé de lo más entretenida, tenía una gran ilusión, como cuando tenía ocho años y esperaba los Reyes y no dormía en toda la noche. Me había llevado en la mochila una Leica con objetivo Leimar que tenía de mi abuelo, la misma que me llevé hace meses a Roma, y así podría observar todo con fotografías antiguas, ya que me llevaba también un carrete en blanco y negro.

Aquel día en que comenzaba nuestra aventura en Lanzarote, Frankie pasó a buscarme con un taxi, y fuimos directamente a la terminal cuatro. Me encantan los aeropuertos, porque allí todo el mundo anda alegre con sus maletas, sus idas y sus venidas. Hace años Frankie y yo pasábamos muchas tardes en el aeropuerto solo para tomar café y ver cómo despegaban esos aviones, nos hacía sentir libres, la verdad que con poca gente podía compartir esta afición, una vez se lo dije a una amiga y me dijo:

—Estás loca, ir allí a tomar café ¿sin despegar a ningún lado? —La verdad es que nunca entendió mi vena romántica de Julio Verne.

Llevaba música en mi iPod de Jack Jackson, con Rock Island Line; iba desbocada, cuando entramos en la compañía Sueling pensé: Espero tocar suelo, y resulta que Frankie me dijo que estaba pensando lo mismo. Cuando entramos en aquel avión, todo era de colores celestes y rosa pink como dice una de las hijas de mi amiga Celia. Los dos pensamos que solo faltaba la disco ball, la gran bola plateada de Fiebre del sábado noche, solo faltaba Tony Manero con sus pantalones acampanados dándonos la bienvenida.

Nos imaginábamos al piloto con voz afeminada, pero de pronto nos habló una voz «garganta-profunda», grave, que nos dijo que el viaje sería corto y que disfrutáramos de él. Entonces fue cuando nos lo imaginamos como un hombre oso, lleno de cuero, peludo y con un látigo guiando la avioneta por medio mundo y junto a él, otro piloto atado de pies y manos con un bozal en la boca. Y es que somos increíblemente parecidos, nos encanta imaginarnos todo lo que sucede en nuestras vidas en forma de cómic.

Al lado nuestro teníamos un hombre que no paraba de medirse las pulsaciones con sus dedos, primero el cuello, luego las muñecas, y Frankie y yo solo mirábamos por la ventanilla para ver cuándo llegábamos. Otra señora iba con un iPad viendo alguna película para no pensar que estábamos a miles de metros de altura. La verdad, cuando estoy en el aire me vuelvo sensible a todos los ruidos, en un momento puedo convertirme en una mecánica de aviones que cree que entiende qué le pasa a los motores, pero supongo que el miedo me hace crear ruidos inexistentes. Por fin empezó el avión a planear, Sueling parece que bailaba en el aire, a golpe de jazz con John Coltrane. El viaje se hizo corto.

Cuando aterrizamos, allí nos esperaba un hombre de sienes plateadas, con una camisa blanca abierta y el paquete de ducados asomando en el bolsillo de su camisa. Rosario era increíblemente guapa, todos los hombres andaban mirándola, en ese momento comencé a pensar si me habrían hecho la operación de cambio de sexo en el avión porque me giraba y no había ni una mirada hacia mí. Frankie besó apasionadamente a Rosario, mientras que James me miraba y me ofrecía tabaco. Le dije que no, y continuamos andando hasta llegar a un Jeep.

Me monté delante con Sean Connery mientras Frankie no paraba de besar a Rosario, solo se oían risas sin sentido en la parte de atrás, y eso me ponía, no sé, un poco nerviosa, pero no porque me gustase, sino porque no me gusta que haya gente que se ría conmigo y yo no me entere de nada, es sentirte completamente fuera de la fiesta, como si no te hubiesen invitado.

Antes había dicho que ningún hombre se había fijado en mí, pues mentí, James no paraba de mirarme y preguntarme por todo lo que había en mi vida, mi trabajo, mi familia… Y no me gusta hablar de mi familia, mi padre nos abandonó y no es algo que me guste recordar, así que cuando alguien que no conozco me pregunta así, a bocajarro, a mí no me hace sentir especial, sino que me remueve cosas que no quiero.

Por fin llegamos a la casona de piedra blanca, tenía una piscina enorme, me dijo que se la había construido el arquitecto César Manrique, continuó enseñándonos la casa, me tocó una habitación cuya pared era de piedra vista, y de salamandra vista, ya que había una en mi cuarto del tamaño de un rinoceronte. Fue tal el grito que pegué, que esta se largó y se escondió. Dije que por favor, hasta que no me la encontraran, no podría vivir allí. Frankie no paraba de reír, y por fin dio con ella, me la enseñó como a los niños, haciendo el ademán de que me la tiraba. Rosario dijo:

—Frankie, por favor, no seas malo con la chica, que le dan miedo. —De pronto ella alargó su mano y acarició la salamandra, mientras que a mí no se me iba la cara de asustada. Llegaba la hora de darnos un baño.

James se acercó a mi oído y me dijo:

—Estoy en el cuarto de al lado, si viene una salamandra, puedes venir a mí. —Casi me da algo, este tío era un molusco cefalópodo que carecía de concha y tenía lo menos ocho brazos, más conocido como el hombre pulpo. Y yo tenía que dormir pegada a su cuarto, y en la otra pared estarían Frankie y Rosario en total amor, y como llevaba una vida plena, no hay nada como escuchar a una pareja amorosa haciéndote el vacío. Al menos si este hombre mayor me raptara, podría llamar a Frankie que espero que me oyera y que los jadeos de la de Bariloche no hicieran que no se oyera mi violación en directo.

Me puse un bikini muy mono, había estado haciendo la operación bikini todo el año, así que entre paseos, carreras, y deportes varios para olvidar a Andrés, estaba muy cerca de ser el cuerpo diez, una Bo Derek sin Rabel, sin trencitas y por supuesto con un blanco nuclear ya que me embardunaba el cuerpo con protección de cincuenta. James tenía un cuerpo bonito, era maduro pero se notaba que había sido de los hombres atractivos en su tiempo.

Un baboso atractivo. Tenía un tatuaje con una cobra que le rodeaba toda la espalda. Me llevé mis gafas de buceo, quería hacer snorkle. Fuimos a unas playas que las llaman Papagayo, son unas playas impresionantes, con arena rubia y con un agua cristalina que ves mientras que te bañas todos los pececillos que te bordean, y tú piensas: si estos fueran hombres… Tienes que entrar con coche, ya que es una especie de desierto, está separada por promontorios altos. Cuando yo me había colocado mi sombrilla y echado mi protección, que era como el yeso, James gritó:

—Hay que buscar algo más alejado, quizás playa Mujeres, a esta hora no hay nadie y se puede practicar nudismo.

Esa última parte intenté obviarla de mi cabeza. No entendía nada, cuando ya estaba tan cómoda, me había hecho mi hueco en la arena, Frankie también estaba en posición horizontal encima de Rosario, y con dos copas de plástico para beber un poco de vino, este hombre nos hacía buscar otra playa. Así que como él conocía la isla y desde luego éramos sus invitados, le hicimos caso. Después de subir una gran cuesta llena de curvas y dando a acantilados (mi vértigo fue subiendo como la espuma del mar), por fin llegamos a una cala; apenas había gente, todos se quitaron el bañador y acabaron en el agua, entonces es cuando recordé el final de aquella frase. Desde allí me gritaban:

—¡Vamos, no seas una textil!

La verdad es que a mí me encantaba bañarme desnuda en la bañera, pero dejar al cachalote desnudo ante todos, no me parecía serio.

Andar por la playa medio desnuda no me gustaba demasiado, a lo lejos se veía una pareja que jugaba al tenis, y la campana de él se movía de un lado a otro, debía de estar pegada a una gran catedral porque era enorme; en un impulso loco me dije ¿por qué no?, la ridícula era yo por ir vestida, y además todo el mundo ya me estaba mirando, así que grité:

—¡¡Gerónimooo!! —Y me fui al agua como mi madre me trajo al mundo.

Eso sí, me incomodaba mucho que James quisiera bucear y tener una conversación tan natural, verle preparado para a hacer snorkle no me tranquilizaba en absoluto. Los dos desnudos teniendo una conversación tranquila de culturas pasadas de nuestros países y estar hablando de los capitanes Daoiz y Velarde me parecía de lo más incómodo, es como cuando se te mete la arena por dentro del bañador y acaba en tus partes íntimas; desde luego cuando salí del agua, no quería para nada estar así, pero me dije: venga haz algo loco, aguanta un poco, sé natural.

De pronto se hizo como nublado mientras estaba tumbada en la toalla. Y es porque un hombre joven estaba de pie tapando la luz del sol, estaba vendiendo pulseras de cuero, con mis dedos comencé a arrastrar mi camiseta y mi pantalón lo más cerca de mi cuerpo para taparme. Me vestí creo que en segundo y medio, no recuerdo nada más, es como si hubiera perdido el conocimiento. Creo que nunca me he vestido tan rápido delante de un hombre. Intentaba no mirar a Frankie, ya que al ser conocido, eso me daba mucha vergüenza, pero él parecía un ser totalmente libre, se ponía en la cala con los brazos en jarras mirando al infinito, y hacía fotos con su Lomo de ojo de pez al horizonte, esbozando una sonrisa. Así pasamos horas en la playa, jugamos con las palas durante toda la tarde.

Al llegar la hora del atardecer, me encantaba estar allí en el silencio, de nuevo mi móvil parpadeó y un SMS con el nombre de «capullo» llegó a mi bandeja de entrada; le había puesto ese calificativo para hacerme fuerte. El mensaje decía lo siguiente:

«Me gustaría quedar contigo esta tarde, te echo mucho de menos, la vida sin ti ya no es lo mismo.»

Sinceramente no me creí ninguna de sus palabras, miré al cielo y aguanté como pude las lágrimas, me sentía fuera de lugar, sin mi asociación de Ácido Fólico que me reforzara. Frankie se dio cuenta de ello, vino hacia mí, me tomó con una mano para me levantara de allí y me dijo:

—¿Quieres dar un paseo conmigo? —Le dije que sí con la cabeza, no me salía ni la voz; era una niña de seis años, necesitaba a alguien que me rescatara de allí, y entre el bullicio de la gente siempre estaba Frankie. Me abrazó mientras andábamos, y me dijo:

—No quiero que estés así, hemos venido para disfrutar, eres una mujer muy bella por dentro y por fuera, y no quiero que ningún mamón español te amargue el viaje. —Entonces me contó que a cualquier inglesa que le preguntes por un español siempre te responderá lo mismo: «Son muy guapos, pero son unos babosos.» Y me dijo cogiéndome de la nariz—: Si es que me dejaste escapar tonta, yo te hubiera tratado tan bien… —Le contesté:

—No tengo las «tets» tan grandes como la de Bariloche. —Y de pronto Frankie dijo:

—Venga, una carrera hasta la cala del final. —Salimos a toda velocidad. Cuando llegamos a la arena, allí todo el mundo estaba relajado, charlando, Frankie empezó a imitar a pajarito Dum Dum, cuando Peter Sellers se pone a hacer esas voces con un altavoz en la fiesta, pero allí nadie se reía, solo yo. Frankie con un gesto de «dónde venimos tú y yo.»

Salimos de ciudades distintas, yo nací en Ciudad Real pero muy pronto me vine a vivir a Madrid, y él en Edimburgo, pero estando tan lejos estamos muy cerca el uno del otro, en formas de ser, en sentimientos, en formas de ver la vida. Y no es que me estuviera enamorando, para que eso pase, tengo que sentir que le echo de menos, que empiezo a pensar en esa persona como parte de mí, pero de momento yo vivía bien con mi vida, y no sentía ningún tipo de celos al verlos juntos. Cogimos el coche y compramos algo de carne en un pueblo llamado Tías, para hacer una buena barbacoa.

En el camino puse la radio, y allí escuché a un médico hablando de la morfopsicología, ya Platón y Aristóteles hablaban de ello, es una ciencia clínica humana que estudia el modo de ser de las personas a través de rasgos del cuerpo. Por ejemplo hablaba que un rasgo importante de ser una persona codiciosa e infiel, que era una nariz aguileña. Recordé que la de Andrés era afilada, así que no me extraña que acumulara tantas mujeres y que todas tuviéramos un lugar en su maleta. Otro rasgo que tenía era las cejas, eran como satánicas, eso denotaba un espíritu corrosivo y agresividad.

Mientras escuchaba todos estos detalles, pensé que por qué no me habrían pasado este manual antes de conocerle, quizás no hubiera hecho falta encontrarme con todas sus sorpresas a mitad de la relación. Es la misma sensación de abrir un Kinder Sorpresa y encontrarte que viene sin ella. Cambié enseguida la radio y puse a Travis, iba cantando con él la canción de Closer cuando James me interrumpió y me dijo:

—Tienes una voz que enamora. —En ese momento miré al retrovisor, le dirigí una media sonrisa de lado, de esas que regalas por compromiso y que no te hacen sentir bien.

El viaje se me hizo eterno, para distraerme, sacaba mi cámara por la ventanilla e iba a haciendo fotos en movimiento que al no ser digital, ni siquiera sabía cómo estaban quedando. Pero tampoco en mi vida sabía cómo estaba quedando lo que iba haciendo, así que la cámara iba al compás mío.

Cuando llegamos a la casa, James se puso a hacer la cena, yo llamé a alguna de mis amigas, había una que entraba pronto en la asociación, y la llamé, le dije:

—¿Qué tal todo? —Y me contestó:

—Estoy esperando los resultados del pliegue nucal, pero por favor, si alguna vez entro en la asociación o me vuelvo una madre pesada, ¿me lo dirás? —Le dije:

—No te quepa duda, lo notarás, porque ya no te invitaremos a casa. —Y me reí. No pude evitar imaginarme un pliegue esponjoso alrededor de la nuca del niño.

Cuando llegué a la mesa James me esperaba con una copa de vino, y con una gran sonrisa me miraba fijamente; sentí cómo una mano me subía por la pierna, no quería ser descortés así que me levanté de un salto y me dirigí a Frankie. En ese momento comenzamos a hablar de cine francés, dije que una de mis películas favoritas desde luego era La cena de los idiotas, y de pronto Frankie me miraba y me decía:

—Señor Pignon, allez Olympique, allez Olympique.

Nos gustaban las mismas películas también. En ese momento se hizo un silencio grande en la habitación, estaba claro que seguíamos siendo dos extraños entre gente conocida. Rosario me analizaba todo el rato, y yo no podía dejar de hacer lo mismo. Teníamos una especie de lucha interna por defender lo nuestro, en mi caso era la amistad de Frankie, y en su caso me imagino, y esperaba que así fuera, era su gran amor. Encontrar a hombres como Frankie, que a cualquier hora de la mañana le puedes llamar, despertarle y contarle cosas de tu día a día, no era fácil.

A él le gustaba de mí que no le exigía nada, simplemente nos dábamos lo que necesitábamos. Comenzaron a hablar de su viaje a Argentina, de lo que harían, me puse un poco nerviosa y con un cuchillo cortando una sandía me hice un corte en un dedo, sangraba tanto, que era imposible pararlo. James me hizo una especie de torniquete, pero no había manera de calmar mi pobre dedo, así que Frankie cogió el coche y me llevó a una casa de socorro a Tías, habían interrumpido una cena maravillosa para salvar mi dedo, pero no todos los días una puede perder el dedo. Aunque a veces pienso: ¿quién lo hubiera echado de menos?

Cuando llegué de nuevo a casa, tenía miedo de que por la noche se me gangrenara, así que salí a la terraza a tomar un poco el aire y contemplar las estrellas, con mi dedo como si fuera E.T. Fuera no estaba Elliot, sino que estaba James, fumando un cigarro. Sabía perfectamente que detestaba que lo hiciera, así que cuando me vio aparecer lo tiró apagado por la terraza. Quería irme de allí, pero es muy violento cuando entras en una habitación y ves a una persona que te pone nerviosa, y uno quiere salir de allí. Así que me dirigí a la barandilla y le comenté:

—¿Mañana iremos al Timanfaya, verdad? —Él me miró y me dijo:

—Iremos donde quieras, podemos ir también a la laguna verde, son muy bonitas. —Le dije:

—Bueno, yo soy de las que me gusta ver cualquier cosa. —Me miraba mucho, me ponía nerviosa, así que en un momento bajé la cara, pero él me la levantó con su mano, y me encontró dándome un beso, y lo peor es que lo hacía tan bien que me dejé; quería sentir la sensación de que alguien estuviera loco por mí, sentir sus ganas en mí, pero cuando llevábamos un rato besándonos, paré muy seca y le dije:

—Perdona, no estoy preparada. —Y me dijo él:

—Soy perro viejo, creo que estás más preparada de lo que crees, pero te gustan los leones en las banderas.

Me quedé sin respiración, me sentaba mal que todo el mundo diera por hecho que a mí me gustaba Frankie. Cuesta mucho reconocer los sentimientos de uno, y a mí me costaba mucho, soy una persona introvertida, que no me gusta hablar de mí y de mis emociones.

—Nadie ha pagado por verlas. —Es verdad que Rosario me ponía muy nerviosa, y que yo pensaba que era por la amistad que tenía yo con Frankie. ¿Estaría sintiendo algo distinto hacia él? Me quedé por un momento pensando. Me sentía muy sola, como fuera de lugar, pero a veces he tenido esas sensaciones aun estando rodeada de gente. Esa noche estaba tan cansada que me tumbé al revés en la cama y me quedé dormida con la ropa y con mi dedo estirado para que el pobre no se malograra más.

A la mañana siguiente, desayunamos juntos, y yo seguía mirando a Frankie sin que me viera, se estaba haciendo una foto con Rosario en unas escaleras, llevaba una camiseta azul marina y un bañador hawaiano, no se puede decir que fuera discreto. De pronto me gritó:

—¡Berta, ven a hacerte una foto conmigo! —Esas cosas me encantaban de Frankie, que pensara en mí, que aunque tuviese pareja siempre tenía la última mirada para mí. Pajarito Dum Dum me llamaba a veces, y yo a él le llamaba Francis, el nombre con que le bautizaron.

Conduje el coche, y estuvimos toda la mañana en una gran cola para llegar a adentrarnos en el Timanfaya, encontré un sitio, donde aparcamos, y salimos a ver todo aquello. Hacía un calor impresionante, pero lo pasamos genial, montamos en camello, ya lo había hecho cuando fui a Egipto, pero volver a hacerlo me trajo recuerdos. Aunque allí fue mucho más peligroso, recuerdo que me subieron a uno que se llamaba Rayo y el guía que iba con él le dio un latigazo tan fuerte en el trasero que mi camello salió disparado por todo un lateral de tierra que si se hubiera torcido un poco más hubiera dado de cabeza con el Nilo. En el Timanfaya era todo más relajado, los pobres camellos iban sedientos bajando y subiendo sin sentido, en eso el camello se parecía a mí.

James se había relajado con el beso de ayer, así que estaba deseando ir a la playa para ponerme mi música de Mariza y algún fado que me transportara a otros lugares. Cuando salimos a por el coche, le dije a estos:

—Oye, chicos, no veo dónde lo hemos dejado. —Ellos me contestaron:

—Creo que lo dejaste fuera del aparcamiento. —Eso pensaba yo, pero allí no estaba el Ford Fiesta Trend gris metalizado que habíamos alquilado. Volvíamos a mirar, había tantas filas de coches que ya no sabíamos qué había pasado con él; después de dar vueltas y vueltas y meter la llave en todos los coches, un buen hombre que observaba toda nuestra peripecia nos dijo:

—Robar no creo que os lo hayan robado, llamad a la policía de Tías, que seguro que lo tienen allí. —No entendíamos nada, pero así lo hicimos, el municipal nos dijo con una voz de saber que éramos nosotros:

—¿Es gris verdad? —Dijimos que sí casi a coro todos, y añadió—: ¿Tiene un mapa dentro? —Seguimos apostillando casi a grito pelado y terminó de forma aséptica—: Pues sí, aquí está, pueden venir a buscarlo. —Casi nos da algo, le dije:

—Pero si no tenemos coche, ¿cómo vamos a ir hasta allí? —El policía dijo:

—Encima les voy a tener que dar yo las soluciones, mandaré un taxi ahora mismo para que les vaya a recoger.

Ante esa solana que quemaba nuestras crestas, ahora había que esperar un taxi para hacer unos siete kilómetros y recoger a nuestro hijo pródigo. En ese momento sentí lo que sienten las madres cuando se les extravía su niño y de pronto enloquecen. Cuando llegamos allí, me dejaron hablar a mí, parece que a todos se les hizo la voz un hilo casi imperceptible ante la policía:

—Disculpe, somos los del coche gris. —Como si eso fuera una marca, le dije de forma tajante. El policía dijo:

—Bien, lo tienen en el patio de atrás. —Comenzó a sacar una hoja de color salmón que no paraba de rellenar, de esas que no gustan nada. Y con una voz seria dijo—: Bien, muchachos estabais ocupando un bien ajeno y son cuarenta euros, pero por pronto pago son noventa euros.

Le dije:

—¿Por pronto pago nos sale más caro? —Él respondió:

—No me contradiga, también son las bonificaciones de la grúa.

Para mí que todos estaban compinchados, ni siquiera lo aparcamos en el carril de taxis, nunca supimos lo que pasó. El policía era el cuñado seguro del taxista y estaban haciendo una obra de teatro para turistas bobos. Tuvimos que acoquinar deprisa e ir aguantando el mal humor hasta salir de allí. Necesitábamos un baño en alguna playa de la isla y olvidar el incidente. Lo peor es que entramos en la comisaría con pareos, y bikini, esa fue la estampa más decadente del verano, menos mal que no nos ficharon.

Cuando salimos de allí fuimos a playa Blanca, por el camino parábamos con el coche a hacernos fotos, Frankie me cogía a hombros y con sus manos cogía a su Rosario; la brisa golpeaba nuestra cara. La sensación era extraña, pero los observaba y apenas hablaban entre ellos, simplemente se besaban. Pensé que a lo mejor una mezcla de las dos era lo que le haría feliz, ella le daría el sexo y yo conversación. Alguna amiga de la asociación siempre me ha dicho que me exijo mucho, soy muy perfeccionista y es algo que me hace mucho daño.

Algo positivo estaba ocurriendo con «mi Andrés», estaba desapareciendo, no me había acordado de él en todo el viaje, ahora tenía otra obsesión: cuándo besaría Frankie a Rosario en mis narices. Nunca me había sentido espía del KGB, pero ahora desde lejos, me encantaba ver todos sus movimientos, hasta observaba cómo le quedaban sus pantalones, cómo se caían, y cómo su espalda tenía dos hoyitos en la terminación de la misma. Parece que siempre había llegado tarde a meterme en el corazón de alguien que me importaba. Y encima había perdido todo el valor para decirle que sin él el mundo no me parecía tan vivo. Y mientras tanto ellos dos seguían uniéndose más. James me miraba de vez en cuando, creo que en el fondo era un buen hombre, que le daba pena de mí, ya lo único que me faltaba provocar en James: ternura patética. Me levanté y me puse a pasear sola por la playa, metía los pies en el agua, a un montón de metros, vi en el suelo un gran corazón de arena con el nombre de Frankie y Rosario, estaba claro que antes habían pasado ellos por allí, y habían hecho esas tontadas, porque cuando uno está fuera de lo romántico, lo ve absurdo y rayando lo cursi. Todo le parece una novelita rosa andante.

En ese instante me mandó mi amiga Sandra una voz de su niña balbuceando y haciendo grititos de lo más mono. Sin que nadie me viera me puse a llorar a mares, y nunca mejor dicho porque estaba al lado del agua. Volví donde estaban todos, mucho más recuperada, tenía que ser madura, racional y eso que siempre lo he sido, pero a veces cuando sientes, pierdes todo el norte, y no estaba dispuesta a perderlo una vez más en mi vida. Mañana nos íbamos, lo que tenía claro es que no podía ver a Frankie en Madrid, todos los días como nos veíamos, había que alejarse para no sufrir y sobre todo para que no me hablara tanto de Rosario.

El domingo lo pasamos ansiosos porque sabíamos que nos íbamos, hicimos la maleta rápidamente y nos fuimos a ver los Jameos del Agua, era increíble, el silencio que se escuchaba allí era sonoro, iba andando, y Frankie me abrazó por la cintura y me dijo:

—Muchas gracias, pajarito Dum Dum por acompañarme a la isla. —Le contesté:

—Gracias a ti, me lo he pasado muy bien. —A veces puedo llegar a ser muy falsa, pero es que hay cosas que es mejor no decir, porque no quedarían políticamente correctas. Esa tarde cogimos el avión, los dos íbamos derrengados, pensaba que pocas veces tendría ya a Frankie tan cerca de mí; mientras, él estaría pensando cuándo volvería a tener a Rosario con él. Cuando llegamos al aeropuerto, me dijo que ya nos veríamos esta semana, empecé a dar mis primeras largas:

—Esta semana lo voy a tener difícil, voy a estar muy liada, luego, dentro de dos, ya sabes que me voy a Croacia. Él me dijo:

—Pero quiero estar contigo, me gusta. —Era muy agradable ver cómo a alguien le apetecía estar conmigo, y pasar horas conmigo, pero ahora mismo prefería que compartiera su tiempo en Madrid con sus clases y su Skype con Rosario.