PRESENTACIÓN

SOBRE EL WESTERN EN GENERAL Y SOBRE
EL WESTERN EN ESPAÑA EN PARTICULAR

Cuando en 1823 Fenimore Cooper da a la imprenta The Pioners, la primera de sus novelas de la serie «Calzas de cuero», y, poco después, The Last of the Mohicans (1827), deja puestas las primeras piedras de un nuevo género narrativo: el Western. Cierto es que Fenimore Cooper muy posiblemente no pretendía tal cosa, sino aclimatar a Estados Unidos ese tipo de novela de ambientación en el pasado con la que su admirado Walter Scott venía triunfando universalmente desde una década antes; pero… lo quisiera o no, sin saberlo, Cooper daba un nuevo universo temático a la ficción y planteaba esa dualidad «Novela histórica de ambiente norteamericano» /«Western» que aún sigue proporcionando materia especulativa a los teóricos de este género.

Sin intentar ahora deslindar dónde acaba la novela histórica, o la de aventuras, y dónde empieza el western, o el policíaco, o el romántico —lo cierto es que las fronteras entre los géneros narrativos son muy difusas—, sí puede establecerse que el núcleo fundamental del western está intrínsecamente ligado a un momento y circunstancia concretos de la historia de los Estados Unidos, lo que los norteamericanos denominan «La Frontera». La vida en la frontera es la materia narrativa del western. Su ámbito geográfico y temporal es amplio y cambiante, pero el que ha cuajado universalmente en el imaginario de lectores y espectadores es, en concreto, el de la vida en la frontera de los Estados Unidos entre 1860 y 1900. En ella están instalados el tópico, la realidad y el setenta por ciento de los escenarios del western: ganaderos, tahúres, indios, sheriffs, caballería de los Estados Unidos, el ferrocarril, las diligencias… Pero conviene recordar que el género western —y la Frontera, como concepto— se extiende por diversos territorios y periodos cronológicos de la historia de los Estados Unidos. Esos otros ámbitos, menos frecuentados, acentúan y dan características propias a otros subgéneros o tradiciones narrativas del western, y así, los estudiosos del género hablan de «Gran Norte», «Pre-western», «Western colonial», «Western crepuscular»… Y eso en cuanto a escenarios, porque conviene no perder de vista que, como en cualquier otro género, caben enfoques de comedia, drama, musical, aventuras, parodia, épica, etcétera.

Estas líneas precedentes aspiran simplemente a recordar que si barremos a un lado, sin despreciarlos, los tópicos que el público en general identifica con el western, tenemos una estirpe literaria —como la policíaca, la fantástica o la de «la novela histórica»— llena de matices, tradiciones, cánones; con unas cuantas decenas de millares de novelas, cuentos, poemas, y otros materiales, susceptibles de ser «obras maestras», «buenas», «malas» o «deleznables»: justo como cualquier otro gran género narrativo.

Esta valoración sobre la literatura western, obvia para cualquier lector norteamericano, que en 1902 situaba a The Virginian de Owen Wister —el primero de los westerns «modernos»— como el libro más vendido del año, y ve cómo en las listas de bestsellers de los años veinte se mezclan Sinclair Lewis, con Edith Wharton y Zane Grey, o que entre los diez más vendidos de 1986 Louis L’Amour comparte honores con Stephen King y Robert Ludlum, no parece suscribirla el público lector español.

Los aficionados al cine de nuestro país, sí. Nadie le discute ahora el título de «maestro» a John Ford, Howard Hawks o Clint Eastwood, ni la grandeza a Centauros del desierto, o a El hombre que mató a Liberty Valance, pero no ocurre lo mismo con la vertiente literaria de este género. En nuestro país, el término «Western» u «Oeste», como aún se sigue frecuentemente diciendo, trae a nuestras mentes… muchas buenas películas; la serie de televisión Bonanza y las novelitas de Kiosco de Marcial La Fuente Estefanía. Los más veteranos suman a estas referencias culturales los nombres de Zane Grey y José Mallorquí. Y los realmente entendidos pueden añadir a lo precedente los nombres de Ernest Haycox y Louis L’Amour… y esto ya da para «notable». Sin embargo esto no fue siempre así. En las primeras décadas del siglo XX los lectores españoles tenían acceso a la traducción del Buffalo Bill Weekly (editorial Sopeña) y se vertían con regularidad al castellano a Mayne Reid, Zane Grey, Peter B. Kyne y James Oliver Curwood. En los años treinta, la época dorada del pulp-western, las colecciones de aventuras españolas dan cabida en sus catálogos a Ernest Haycox, Byron Mowery, Rex Beach, Max Brand, Hoffman Birney y otros muchos clásicos americanos, además de, lógicamente, a Karl May, Salgari, Gustave Aimard y otros europeos cultivadores ocasionales del género. Ya en los años cuarenta, y hasta inicios de los sesenta, además de editarse con gran éxito las novelas y series del muy notable autor local José Mallorquí, se vienen traduciendo y publicando, en ediciones muy dignas, a Ernest Haycox, Edna Ferber, Paul I. Wellmann, Kenneth Roberts, Neil Swanson, Conrad Richter y otros grandes autores, a caballo entre el western puro y la novela histórica ambientada en la frontera norteamericana. Y, finalmente, en los años sesenta, no menos de quinientas novelas de autores norteamericanos —de esos que en cualquier enciclopedia voluminosa de western merecen al menos un par de párrafos— aparecen en nuestro país inundándolo todo. Eran ediciones muy modestas, hechas básicamente para kiosco, pero lo cierto es que tres o cuatro editoriales españolas de literatura popular, como Molino, Toray, o Bruguera, en colecciones especializadas y mediante acuerdos comerciales con las grandes editoriales norteamericanas del momento, hacen que la producción de western de los años cincuenta y sesenta —Lewis B. Patten, Will Cook, Noel Loomis, Todhunter Ballard, Louis L’Amour, etc.— esté excelentemente representada en español… al menos en cuanto a número de títulos, e ilustraciones de portadas. Las traducciones, la integridad de los textos, la coherencia en la elección de títulos, la continuidad y el orden de algunas series… eso ya es otra cosa. Y, de pronto, finalizados los sesenta, tras esta sobreabundancia en número, aunque no en calidad de edición, todo desaparece. Solo quedan los intentos aislados de la editorial Videorama —supongo que al albor de algún éxito del sempiterno Louis L’Amour en Estados Unidos—, algunas cosas de ediciones Vértice, las reediciones de Zane Grey, Curwood o Kyne, de la editorial Juventud, aunque casi con consideración de literatura juvenil, y la edición de bestsellers de ambiente western, como el Centennial de Michener, la saga del Bicentenario de John Jakes, o las novelas del detective navajo de Tony Hillerman… No vamos a examinar aquí y ahora las causas de la desaparición del western literario anglosajón de calidad en España. Quizá algo tuviera que ver con ello el triunfo de las novelitas de vaqueros «de a duro» escritas por autores españoles con seudónimo anglosajón que llenaban kioscos y vagones de metro en nuestros años sesenta. ¿Para qué pagar derechos a los americanos y costear traducciones, si un Pérez o un González podían escribirte, por muy poco, «una del Oeste» por semana y se obtenían más beneficios? O quizá circunstancias empresariales más genéricas… Lo cierto es que algo similar ocurrió en aquellos años con las colecciones de ciencia ficción… Fuera como fuese, el western internacional, a partir de los setenta, salvo contadísimas excepciones, desapareció de los anaqueles de libros en lengua española.

Y esa es, aún hoy, la curiosa situación del western en España. Como cine goza del prestigio que lógicamente ha conquistado para público y crítica un género adulto y serio. No han dejado de verse y valorarse los grandes westerns de los últimos cuarenta años, desde Pequeño Gran Hombre (1970), pasando por la Venganza de Ulzana (1972), Bailando con Lobos (1990), El jinete pálido (1985), la serie Deadwood (2004-2006), hasta la última versión de Valor de ley (2011), casi nada nos ha faltado de este cine. En el cómic poco nos hemos perdido del mejor western que se haya convertido jamás en historieta: Blueberry, Jonathan Cartland Comanche, Mac Coy, Durango… con ausencias, pero lo imprescindible ha visto la luz entre nosotros, y se siguen recuperando cosas. En literatura, sin embargo, las ediciones modernas casi no existen. Hay excepciones como Warlock, de Oakley Hall (Galaxia Gutemberg, 2009), Pequeño Gran Hombre, de Thomas Berger (Valdemar, 2004), o Al otro lado del río, de Jack Ketchum (El Andén, 2008), e incluso una gran y muy reciente novela de autor español como Los acasos (Mondadori, 2010) de Javier Pascual. Las clásicas, las de hace más de medio siglo, hay que buscarlas en librerías de segunda mano y no hay garantía alguna en cuanto a la calidad e integridad de las traducciones. En nuestro país, la corriente general de la literatura western, parece haber quedado oculta tras el éxito del western cinematográfico y anulada por su identificación con la novela de kiosco. No tiene ocasión ni de estar desprestigiada, puesto que es prácticamente desconocida.

Casi todo el mundo conoce y aprecia esta serie de películas: La diligencia, Las aventuras de Jeremiah Johnson, Fort Apache, Centauros del desierto, Un hombre llamado Caballo, Río de sangre, Raíces profundas, El hombre que mató a Liberty Valance, Flecha rota, Los comancheros, Johnny Guitar, Dos cabalgan juntos, La pasión de los fuertes… todas, absolutamente todas estas películas tienen una base literaria de partida y son mencionadas aquí simplemente como ejemplo de muchas otras más. Una lista interminable. Para que todas ellas iniciasen su andadura, a alguien le fascinó una determinada novela o relato y decidió que era una buena historia para convertir en imágenes. Con los nombres de los autores de esas novelas y relatos se puede hacer otra lista, me temo que de autores desconocidos para el lector español: Jack Schaeffer, Will Henry, Alan Le May, Vardis Fisher, James Warner Bellah, Louis L’Amour, Dorothy M. Johnson, Ernest Haycox, Will Cook… algunos con decenas de novelas publicadas. Junto a estos, que mencionamos en relación a sus adaptaciones al cine para movernos en el terreno de lo más conocido por el lector español, otros muchos como Frank Gruber, Gordon D. Shirreffs, Noel Loomis o Elmer Kelton, han venido proporcionando a los lectores literatura de buen nivel. Algunas de estas novelas aparecieron en castellano hace más de cuarenta años, en ediciones ahora no encontrables, probablemente no fiables y, en todo caso, necesitadas de una buena edición, que las trate con la seriedad y el rigor que merecen. Otras jamás vieron la luz en nuestro idioma. En todo caso, quienes se animen a disfrutar con la lectura de sus clásicos, podrán comprobar que la narrativa western tiene validez por sí misma, no solo en la medida en que haya sido capaz de proporcionar motivos y argumentos a una de las ramas más sólidas y frondosas del cine. La lectura de las viejas ediciones, la constatación de su calidad literaria y la actual vigencia del género —aunque no entre nosotros, de momento— demuestran la existencia de una determinada narrativa que han cultivado, ocasional o asiduamente, algún premio Nobel —caso de Steinbeck—, montones de ganadores del Pulitzer —Conrad Richter, Vardis Fisher, Robert Lewis Taylor, Larry Me Murtry, A. B. Guthrie, etc.—, glorias de otros géneros, como W. R. Burnett, Elmore Leonard, Robert E. Howard o Edgar Rice Burroughs, y que han sido precedidos en este camino por clásicos como Bret Harte, Mark Twain, Jack London o Ambrose Bierce.

Hay una última cuestión respecto al western literario y su relación con el cine homónimo que es pertinente plantear. Con frecuencia, al leer crítica sobre los grandes clásicos fílmicos, al asistir y disfrutar de lúcidos análisis sobre, por ejemplo, John Ford y su tratamiento de la caballería americana en su famosa trilogía, se hace inevitable pensar «¡cuántas de esas virtudes y aciertos de guión que se atribuyen al film estaban ya presentes en los cuentos de James Warner Bellah!». «¡Cómo influyó Bellah en John Ford y luego, a su vez, tras una larga relación, el propio Ford en la narrativa de Bellah!». El cine y la narrativa western han caminado imbricados, influyéndose, casi desde el principio. Los novelistas han visto adaptadas a la pantalla sus creaciones y se han convertido con frecuencia en guionistas. Al igual que pasó con el hardboiled y el «cine negro» americano. Cuando los aficionados al cine western tengan acceso a la parte literaria del género van a disfrutar de veras. Cuando lean —y es nuestra intención tener un volumen disponible muy pronto— los cuentos de James Warner Bellah, le sacarán aún más jugo a Fort Apache o Río Grande: cuando puedan comparar los cuentos de apaches de Haycox con los de Bellah y recordar películas… En fin, esperamos que esto ocurra más bien pronto. Como decíamos antes, la narrativa western tiene validez por sí misma, pero también potencia y se ve potenciada por su aliado el cine. Quizá vaya siendo ya hora de disponer de traducciones serias y fiables que permitan disfrutar y conocer todo este universo literario.

SOBRE DOROTHY JOHNSON EN PARTICULAR

Desde que hace unos pocos años empezó a rondarnos la idea de hacer una colección de western como la que ahora se inicia, pensamos que nadie mejor que Dorothy M. Johnson (1905-1984) para inaugurarla. Sus cuentos son espléndidos. No sé si los mejores que se han escrito en western o de los mejores, pero en esos niveles se mueve esta autora de Montana ya desaparecida.

Aunque no se ha hecho hincapié en la presentación, el Western es un género literario que está muy vivo. Como pasa en ciencia ficción, terror o policíaco, los escritores profesionales y los aficionados al western celebran convenciones anuales, tienen asociaciones, convocan premios y editan revistas. El premio más importante de narrativa western es conocido como Spur Award, y se entrega todos los años desde 1953. Empezó con las categorías de «mejor novela», «mejor relato corto», «mejor novela histórica», «juvenil» y «crítica», y fue creciendo y creciendo en categorías hasta dar en nuestros días premios en 17 apartados. La asociación profesional de escritores Western Writers of America, es la asociación profesional de escritores de western más nutrida e influyente. También se dan otra serie de premios, como el Western Heritage Award y otros, pero, a lo que estábamos: en cierta ocasión la Western Writers Association (año 1995) efectuó una votación entre sus miembros, escritores profesionales de western, para ver cuál era para los asociados la mejor novela western del siglo XX, el mejor relato, la mejor… etc. Bien, la votación para saber cuál era el mejor relato de western del siglo XX, quedó así:

1 — The Man Who Shot Liberty Valance, Dorothy M. Johnson

2 — A Man Called Horse, Dorothy M. Johnson

3 — To Build A Fire, Jack London

4 — Lost Sister, Dorothy M. Johnson

5 — The Hanging Tree, Dorothy M. Johnson

De los cinco más votados cuatro son de Dorothy M. Johnson y uno de Jack London. ¿Qué más se puede decir? Sí, que tres de ellos han dado lugar a películas inolvidables —El hombre que mató a Liberty Valance, Un hombre llamado Caballo y El árbol del ahorcado—, pero seguirían siendo igual de buenos si nadie se hubiera fijado en ellos. Estos títulos ponen de manifiesto que en una colección de clásicos del western muchas de las obras escogidas tendrán versión fílmica. No porque intencionadamente se busquen novelas que hayan dado origen a películas, sino porque es frecuente que una gran novela o relato americanos, de cualquier género, acabe siendo llevado a la pantalla. Sobre la calidad como escritora de relatos de Dorothy M. Johnson poco hay que decir. No hay mucho que desentrañar. Todo queda a la vista. No se puede manejar una paleta de registros tan amplia en emociones con menos artificios. Contundente, inteligente, irónica, a veces dura hasta la crueldad, con frases muy cortas, consigue transmitirle al lector que lo que le está contando es verdad, que su recreación de la vida en la frontera es la más creíble que uno haya podido leer nunca. Buena parte de su narrativa está centrada en la relación entre blancos y pieles rojas. Con una gran capacidad para mostrar de una forma creíble y sincera, muy empática, los irreconciliables puntos de vista de unos y otros. A veces Johnson narra cosas terribles, y cuando la leo suelo recordar una reflexión de Hitchcock en la que venía a decir: «no se puede tener en vilo durante casi una hora al espectador con una amenaza sin darle luego el alivio de que esta situación se resuelva favorablemente». Siempre pienso que Dorothy M. Johnson sí puede hacerlo, con ella nunca puedes estar seguro de que todo acabará bien. Señalar también que, no siendo una autora excesivamente prolífica, su porcentaje de excelencia resulta apabullante. En dos volúmenes no muy extensos, se recogerán en esta colección de VALDEMAR prácticamente todos sus relatos western. Con tan escasa producción Dorothy M. Johnson está a la altura de los mejores cuentistas anglosajones de todos los tiempos. De hecho, alguno de sus relatos suele ser seleccionado para las antologías de narrativa breve norteamericana, sin restricción de géneros. En cuanto a las grandes antologías genéricas de narrativa western, en fin, por mencionar las más populares, Lost Sister ha sido seleccionada en doce ocasiones, A Man Called Horse en quince, y The Man who shot Liberty Valance en siete. Todo un clásico.

Este primer volumen corresponde al titulado originalmente Indian Country (1953), que en Estados Unidos se suele editar con el título de A Man Called Horse, el título del relato más popular de los comprendidos en ella para el mundo anglosajón. Valdemar mantiene el título original, lndian Country, por sus resonancias épicas, citando en el subtitulo los dos relatos más célebres: Un hombre llamado caballo, El hombre que mató a Liberty Valance y otras historias del Far West. Un segundo libro de relatos The Hanging Tree (1957) contiene casi todo el resto de su producción western. Nuestra intención es publicarlo con el nombre de El árbol del ahorcado y otros relatos. Es también autora de dos novelas: Buffalo Woman y At the Buffalo Returning, de novelas juveniles como Farewell to Troy y Witch Princess; ha escrito una biografía de Sitting Bull (Warrior for a Lost Nation), y ensayos tan sugerentes y evocadores como Western Badmen (1970), Famous Lawmen of the Old West (1963), o The Bloody Bozeman: The Perilous Trail to Montana’s Gold (1971). No contó con demasiadas distinciones honoríficas. Una de las más curiosas y menos académicas es la de haber sido elegida miembro adoptivo de la tribu Piesnegros en 1959. Recibió el Spur Award por su narración Lost Sister en 1957, y en 1976 el Levi Strauss Golden Saddleman Award por su contribución al conocimiento y dignificación de la historia y tradiciones conformadoras del western; y, también, el Western Heritage Wrangler en 1978. Por lo demás, se dedicó a escribir artículos y relatos para magazines como Argosy, The Saturday Evening Post o Colliers, a cartearse con otros grandes del western como A. B. Guthrie o Jack Schaeffer —colega eterno y autor de westerns como Shane (Raíces profundas)—, a la enseñanza en la Universidad de Montana, y a desempeñar diversos cargos en la Montana Historical Society y en la Montana Press Association.

Recalco de nuevo que es un honor dar inicio a «Valdemar / Frontera», una colección específica de narrativa western, la primera en años que intenta publicar este género con el adecuado nivel de dignidad, con la mejor narradora de cuentos western del siglo XX: Dorothy M. Johnson. Esperamos que pronto podrán sumarse a su nombre los de otros grandes de este género, como James Warner Bellah, Vardis Fisher y otros.

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Se dedican novelas, se dedican ensayos, pero no se dedica una colección. Es de justicia señalar, sin embargo, que cuando dudábamos sobre la viabilidad de una colección de clásicos de narrativa western, Rosa siempre lo vio claro.

Con amor,

Alfredo Lara