TIZIANO VECELLIO
Sala 27. Cat. P410. 1548. Óleo sobre lienzo. 335 cm × 283 cm.
También hay algo oculto en esta obra aparentemente obvia y desprovista de dobles lecturas. En este retrato ecuestre —que puso de moda los retratos de nobles a caballo en toda Europa—, Carlos V, firme católico aunque muy supersticioso, no dudó en retratarse rodeado de talismanes y símbolos. El primero de ellos es el cordón rojo que pende de su cuello y que remite al Toisón de Oro y al vellocino de oro de Jasón y los argonautas.
El segundo, menos evidente pero más importante, es la gran lanza que sostiene el emperador, que no es otra que la lanza de Longinos. Se trata de la mítica arma que empleó un soldado romano de ese nombre para atravesar el cuerpo de Cristo crucificado. Esta importante reliquia fue una de las posesiones más preciadas del Sacro Imperio romano germánico y había pasado, entre otras, por las manos de Carlomagno. El maestro Fovel no tuvo ninguna duda de que el emperador le había dado órdenes específicas a Tiziano para que lo retratase con esa lanza; y bien agarrada, además, porque el hecho de que la lanza se les cayese a Carlomagno o a Barbarroja en el pasado había sido considerado un signo nefasto.
En el momento de pintar esta obra, Carlos V intentaba contratar al prestigioso mago inglés John Dee, que aparece como personaje destacado en otra de las obras de Javier Sierra, El ángel perdido. Quizá influido por su obsesión por los talismanes, el emperador quiso retratarse con un objeto tan poderoso asegurándose simbólicamente el poder político, el destino de su pueblo y el suyo propio.